
[En referencia a 'Los malthusianos vuelven a la carga'] No soy experto en demografía (ni en economía, ni en ciencias políticas) ni pretendo serlo, pero en mi labor investigadora empleo la estadística aplicada, lo suficiente para tener la certeza de que toda extrapolación hecha a partir de los datos disponibles en un momento dado está sujeta a un margen de error estadístico más o menos amplio, por la sencilla razón de que, con el tiempo, los factores cambian y pueden incidir nuevos factores. Ya desde su origen, las distintas formas de maltusianismo descartan sistemáticamente incluso la posibilidad de incidencias no previstas que pueden ser muy significativas y que deberían irse incorporando para ir haciendo estimaciones más fidedignas. En cualquier disciplina, el conocimiento humano de la realidad es dinámico y progresivo, no estático ni fijista. Por ejemplo, si las previsiones meteorológicas a medio o largo plazo no van incorporando nuevos datos, como hacen día a día (y a lo largo de cada día) los expertos meteorólogos, la equivocación está asegurada de antemano. Incluso en las previsiones más próximas y fidedignas que elaboran estos expertos, cada vez más cuidadosamente, queda aún cierto margen de error, aunque minimizado y progresivamente reducible con tendencia cero. No es ninguna crítica destructiva a estos científicos, cuya labor admiro, y la he puesto como ejemplo por considerarla muy ilustrativa de lo que he dicho en el párrafo anterior, relativo a las previsiones. Otro ejemplo: con los datos presentes, e incluso admitiendo como hipótesis que una agricultura y una ganadería óptimamente sostenibles (lo que incluye convertir zonas casi desérticas en fértiles vergeles, en lugar de seguir desertizando zonas fértiles a causa de una explotación abusiva de los ecosistemas terrestres y sus suelos) serían insuficientes para alimentar a toda la humanidad futura, debería tenerse presente que, así como nuestros antepasados fueron pasando de la caza y la recolección a la agricultura y a la ganadería, podemos ir pasando también de la pesca a la acuicultura, y que la riqueza acuática (actual o potencial) es enorme, pero es necesario aprender a administrarla debidamente, de acuerdo con un desarrollo sostenible, evitando incurrir en errores del pasado, lo que incluye dejar de contaminar y sobreexplotar las aguas continentales y marítimas. Otro ejemplo: la explotación sostenible de nuevas fuentes de energía, como la energía solar fotovoltaica, echa por tierra las previsiones catastrofistas basadas casi exclusivamente en el previsible agotamiento de los combustibles fósiles u otras fuentes de energía no renovable, incluida la fisión nuclear. Esta explotación también incluye la debida inversión en investigación con miras a un mayor desarrollo más sostenible, pues sin capital no cabe esperar renta. Sería como pedir peras al olmo. Ambos ejemplos (y otros muchos) incluyen inversión, pública y/o privada, con colaboración, pero sin confusión entre ambas, en investigación y desarrollo, así como planes en I+D, de acuerdo con un orden de prioridades bien meditado, con miras al bien común en el que cabemos todos, no sólo algunos con exclusión del resto. Por todo ello y mucho más, concuerdo con lo que dice el Señor Soley, a quien felicito cordialmente. Y añado, sin contradecirle a él ni contradecirme a mí mismo: Es posible que el pastor Malthus obrara con recta intención, pero en estos neomaltusianismos veo un gato encerrado, que no es error estadístico ni equivocación humana, si no mentira deliberadamente camuflada para ocultar intenciones egoístas y contrarias al derecho de todos a la vida, y a vivirla dignamente, no como parias ni como esclavos, independientemente del estado de desarrollo, intrauterino o extrauterino, de cada ser humano. Tales intenciones podrían resumirse metafóricamente en: “cuanto mayor sea el pastel a repartir, y menores sean la porción a repartir y el número de destinatarios del reparto, más porción de pastel para nosotros, y si pudiera ser todo el pastel, aún mejor”. ¡Que no nos den gato por liebre! Este capitalismo salvaje, tanto si es de estado, como sucede en los sistemas comunistas, bolivaristas o podemistas, como si tiende a poner internacionalmente los poderes de los estados a su despótico servicio, es contrario a la genuina economía libre de mercado, y trata a los seres humanos como objetos, y no como personas. El Papa Francisco va repitiendo que la persona (toda persona) debería ser el centro de la economía, no la riqueza manipulada y mal repartida por el poderoso caballero Don Dinero que tiende a dominar por doquier. Frente a este abominable caballero, Cristo, desde su cruz, une cielo y tierra, y con sus brazos abiertos nos abraza a todos, abrazando todo el globo terrestre. Su Reino no es de este mundo, pero reina en los corazones de todos los seres humanos que nos abrimos a su infinita y paciente misericordia.

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