Texto completo del discurso del papa Francisco al sindicato italiano CISL

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, Abr. 2017).- El papa Francisco recibió este lunes en el Vaticano a una delegación del sindicato italiano CISL, quienes realizan en Roma un congreso con el título “Para la Persona, para el trabajo”.

A continuación el texto completo del Santo Padre

«Les doy la bienvenida con motivo de vuestro congreso, y agradezco al Secretario General su presentación.
Han elegido un lema muy hermoso para este congreso: “Para la persona,  para el trabajo.” Persona y trabajo son dos palabras que pueden y deben juntarse. Porque si pensamos y decimos  trabajo sin  decir persona, el trabajo termina por convertirse en algo inhumano  que , olvidándose de las personas se olvida y se pierde a sí mismo.

Pero si pensamos en la persona sin el  trabajo decimos algo parcial, incompleto, porque la persona se realiza plenamente cuando se convierte en trabajador, en trabajadora;  porque el individuo se convierte en persona cuando se abre a los demás, en la vida social, cuando florece en el trabajo. La persona florece en el trabajo. El trabajo es la forma más común de cooperación que la humanidad haya  producido en su historia. Cada día, millones de personas cooperan simplemente trabajando: educando a nuestros hijos, maniobrando equipos mecánicos, resolviendo asuntos en una oficina … El trabajo es una forma de amor cívico, no es un amor romántico ni siempre intencional, pero es un amor verdadero, auténtico, que nos hace vivir y saca adelante el mundo.

Por supuesto, la persona no es sólo trabajo… Tenemos que pensar en la saludable cultura del ocio, de saber descansar. No es pereza, es una necesidad humana. Cuando pregunto a un hombre, a una mujer, que tiene dos, tres hijos: “Pero dígame, ¿Usted juega con sus hijos? ¿Tiene este “ocio?”- “¡Eh!, sabe, cuando voy al trabajo, todavía están dormidos, y cuando vuelvo ya están acostados”. Esto es inhumano. Por eso, junto con el trabajo, hay que tener la otra cultura. Porque la persona no es solamente trabajo; porque no trabajamos siempre y  no siempre tenemos  que trabajar.

De niños no se trabaja y no se debe trabajar .No trabajamos cuando estamos enfermos, no trabajamos cuando somos ancianos. Hay muchas personas que todavía no trabajan, o que ya no trabajan. Todo esto es cierto y sabido, pero hay que recordarlo  también  hoy , cuando en el mundo todavía  hay demasiados niños y chicos  que trabajan y no estudian, mientras el  estudio es el único “trabajo” bueno de los niños y de los jóvenes.

Y cuando no siempre y no a todos se les reconoce el derecho a una jubilación justa – ni demasiado pobre ni demasiado rica: las “jubilaciones  de oro” son un insulto al trabajo no menos grave que el de las jubilaciones demasiado pobres, porque vuelven perennes las desigualdades del tiempo del trabajo. O cuando un trabajador enferma y  se le descarta del mundo del trabajo en nombre de la eficiencia – y, sin embargo, si una persona enferma puede, dentro de sus límites,  trabajar, el trabajo también desempeña una función terapéutica- : a veces  uno se cura trabajando con los demás , trabajando juntos, para los demás .

Es una sociedad  necia y miope la que obliga a las personas mayores a trabajar demasiado tiempo y  a una entera  generación de jóvenes a no trabajar cuando deberían hacerlo para ellos y para todos. Cuando los jóvenes están fuera del mundo del trabajo, las empresas carecen de  energía, de entusiasmo, de innovación, de alegría de vivir, que son bienes comunes preciosos que mejoran  la vida económica y la felicidad pública.

Es urgente un nuevo contrato social humano, un nuevo contrato social  para el trabajo,  que reduzca  las horas de trabajo de los que están en la última temporada laboral  para crear puestos de trabajo para los jóvenes que tienen el derecho y el deber de trabajar. El don del trabajo es el primer don de los padres y de las  madres  a los  hijos y a las hijas, es el primer patrimonio de  una sociedad. Es la primera dote con que los ayudamos a despegar hacia el vuelo libre de la vida adulta.

Me gustaría hacer hincapié en dos desafíos trascendentales que el hoy  el movimiento sindical debe afrontar y superar si quiere seguir desempeñando su papel esencial para el bien común.

El primero es la profecía, y se refiere a la naturaleza misma del sindicato,  a su verdadera vocación. El sindicato  es una expresión del perfil profético de una sociedad. El sindicato nace y renace cada vez que, como los profetas bíblicos, da voz a los que no la tienen, denuncia al pobre “vendido por un par de sandalias” (cfr Amós 2,6), desenmasca  a los poderosos que pisotean  los derechos de los trabajadores más vulnerables, defiende la causa del extranjero, de los último, de los “descartes”.

Como demuestra la gran tradición de la CISL, el movimiento sindical tiene sus grandes temporadas cuando es  profecía. Pero en nuestras sociedades capitalistas avanzadas el sindicato corre el peligro  de  perder esta naturaleza profética  y de volverse demasiado parecido a las instituciones y a los  poderes que, en cambio,  debería criticar. El sindicato, con el  pasar del tiempo, ha acabado por  parecerse  demasiado a la  política, o mejor dicho, a los partidos políticos, a su lenguaje, a su estilo. En cambio, si se olvida de esta dimensión típica y diferente, también su acción dentro de  las empresas pierde potencia y eficacia. Esta es la profecía.

Segundo desafío : innovación. Los profetas son  centinelas, que vigilan desde su atalaya. También el sindicato tiene que  vigilar desde las murallas  de la ciudad del trabajo, como  un centinela que mira y protege a los que están dentro  de la ciudad del trabajo, pero que mira  y protege también a los que están fuera de las murallas. El sindicato no realiza su función esencial de  innovación social si vigila solo a los  que están dentro, si sólo protege los derechos de las personas que trabajan o que ya están retiradas. Esto se debe hacer, pero es la mitad  de vuestro  trabajo. Vuestra vocación es también proteger los  derechos de quien todavía no los tiene,  los excluidos del trabajo  que también están excluidos de los derechos y de la democracia.

El capitalismo de nuestro tiempo no comprende el valor del sindicato, porque se ha olvidado de la naturaleza social de la economía, de la empresa. Este es uno de los pecados más graves. Economía de mercado: no. Digamos economía social de mercado, como enseñaba san Juan Pablo II: economía social de mercado. La economía se ha olvidado de la naturaleza social de su vocación, de la naturaleza social de la empresa, de  la vida,  de los lazos, de los  pactos. Pero tal vez nuestra sociedad no entiende al sindicato porque  no lo ve luchar  lo suficiente en los lugares de los “derechos del todavía no”, en las periferias existenciales, entre los descartados del trabajo. Pensemos en el 40% de jóvenes menores de 25 años que no tienen trabajo.

Aquí, en Italia. ¡Y allí es donde tienen que luchar! Son periferias existenciales. No lo ve luchar entre los inmigrantes, de los pobres, que están bajo las murallas de la ciudad ; o simplemente no lo entiende por qué a veces -pero pasa en todas las familias- la corrupción ha entrado en el corazón de algunos sindicalistas. No os dejéis bloquear por esto. Sé que se están esforzando ya desde hace tiempo en la dirección justa, sobre todo con los migrantes, con los jóvenes y con las mujeres.

Y lo que digo ahora podría parecer superado, pero en el mundo del trabajo la mujer es todavía de segunda clase. Podrían decirme: “No, hay esa empresaria, esa otra…”. Sí, pero la mujer gana menos, se la explota con más facilidad…Hagan algo. Les animo a continuar y, si es posible, a hacer más. Vivir las periferias puede convertirse en una estrategia de acción, en una prioridad del sindicato de hoy y de mañana.

No hay una buena sociedad sin un buen sindicato, y no hay un buen sindicato que no renazca todos los días en las periferias, que no transforme  las piedras  descartadas por la economía en piedras angulares. Sindicato es una hermosa palabra que viene del griego “dike”, es decir justicia y “syn” juntos. Es decir, “justicia juntos”. No hay justicia  juntos si no es junto con los excluidos de hoy.

Les agradezco este encuentro, los bendigo, bendigo vuestro trabajo y deseo lo mejor para vuestro Congreso y vuestro trabajo diario. Y cuando nosotros en la Iglesia hacemos una misión , por ejemplo, en una parroquia el obispo dice: “Hagamos la misión para que toda la parroquia se convierta, es decir vaya a mejor”. También ustedes ‘conviértanse’: mejoren el trabajo, que sea mejor. ¡Gracias!

Y ahora les pido que recen por mí, porque yo también tengo que convertirme en mi trabajo; cada día tengo que ir a mejor para ayudar y cumplir mi vocación. Recen por mí y quisiera darles la bendición del Señor».

11:58:00 a.m.

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