Ciudad del Vaticano, 1 noviembre 2013 (VIS).-”La festividad de Todos los Santos que celebramos hoy nos recuerda que la meta de nuestra existencia no es la muerte,¡es el Paraíso!”, ha dicho el Papa asomándose esta mañana a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.
Los santos “no son superhombres, ni han nacido perfectos -ha subrayado el pontífice- Son como nosotros, como cada uno de nosotros; son personas que, antes de llegar a la gloria del cielo vivieron una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas”, pero “cuando conocieron el amor de Dios lo siguieron con todo el corazón, sin condiciones ni hipocresías y pusieron su vida al servicio de los demás; soportaron sufrimientos y adversidades sin odiar y respondiendo al mal con el bien, difundiendo alegría y paz... Los santos no odiaron nunca. Tenéis que entenderlo bien: el amor es de Dios, pero el odio ¿de donde viene?. El odio no viene de Dios, sino del diablo. Y los santos se alejaron del diablo; los santos son hombres y mujeres que tienen la alegría en el corazón y la transmiten a los demás. No odiar nunca, sino servir a los demás, a los más necesitados, rezar y vivir con alegría; este es el camino de la santidad”.
Ser santos no es privilegio de unos pocos “como si les hubiera tocado una gran herencia. Todos nosotros, en el Bautismo, tenemos la herencia para poder convertirnos en santos. La santidad es una vocación para todos. Por eso, todos estamos llamados a recorrer el camino de la santidad, y este camino tiene un nombre y un rostro: el rostro de Jesucristo. El nos enseña a volvernos santos; en el Evangelio nos enseña cual es el camino: el de las Bienaventuranzas. El Reino de los cielos, efectivamente, es para los que no ponen su seguridad en las cosas, sino en el amor de Dios; para todos los que tienen un corazón sencillo y humilde y no presumen de ser justos ni juzgan a los demás; para los que saben sufrir con los que sufren y alegrarse con los que se alegran; para los que no son violentos sino misericordiosos e intentan ser artífices de reconciliación y de paz”.
En esta fiesta, ha concluido el Santo Padre, “los santos nos dicen: fiaros del Señor porque el Señor no desilusiona” y “ nos demuestran con su vida que los que permanecen fieles a Dios y a su Palabra experimentan, ya en esta tierra, el consuelo de su amor y después el “centuplo” en la eternidad. Esto es lo que esperamos y pedimos al Señor para nuestros hermanos y hermanas difuntos. La Iglesia, con sabiduría, ha puesto en secuencia la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos. A nuestra oración de alabanza a Dios y de veneración de los espíritus beatos se une la oración de sufragio por los que nos han precedido en el paso de este mundo a la vida eterna”.
Después de rezar el Ángelus, el Papa ha recordado que esta tarde celebraría misa en el cementerio romano del Verano y que rezaría en particular “por las víctimas de la violencia, especialmente por los cristianos que han perdido la vida a causa de las persecuciones” y también “por nuestros hermanos y hermanas, hombres, mujeres y niños que han muerto asediados por la sed, el hambre y el cansancio durante el viaje para alcanzar una mejor condición de vida. En estos días hemos visto en los periódicos esa imagen cruel del desierto: recemos todos en silencio una oración por estos hermanos y hermanas nuestros”.
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