¿Cuál es la tentación más dificil de superar para la Iglesia?

Hablaremos de la última tentación de la Iglesia, no en el sentido cronológico, sino entendiéndola como la tentación más importante, la definitiva, la más intensa y difícil de superar. También la podríamos denominar “la tentación de las tentaciones”, porque en ella se reúnen y se acumulan e intensifican todas las pruebas, engaños y peligros que acechan a la Iglesia a lo largo de su historia.

Como se puede adivinar, nos inspiramos o reproducimos lo que Nikos Kazantzakis quiso expresar en su conocida novela La última tentación de Cristo, llevada al cine con poca fortuna por Martin Scorsesse. Una transposición, de Cristo a su Iglesia, que creemos legítima, pues, como dijo Jesús, “el discípulo no es más que su Maestro, si a mí me han perseguido…”. Dejamos a un lado el radicalismo de Kazantzakis, presentando a un Jesús absolutamente atormentado por una lucha interior, que culmina en la Cruz; una lucha que venía a ser reflejo de la tragedia que vivía el propio autor. Es una visión exagerada y parcial, pero responde a una realidad.


Cuando llegan los momentos más difíciles y parece que todas las injusticias, los males físicos, psicológicos y morales, los fracasos, las soledades y frustraciones se vuelcan sobre uno precisamente por haber creído y haber querido ser fiel a una misión, entonces la gran tentación es decir: “todo esto es absurdo e inútil”, he sido víctima de un engaño o una ilusión… Ese impulso se llama “tentación de bajarse de la cruz”. En la cruz la tentación, según la novela aludida, hace pasar por delante de Jesús todo lo que habría significado la implantación del Reino de Dios, si hubiese predicado sólo la concordia, el bienestar, el progreso, en un ambiente de normalidad y ternura en el que reinaría la armonía y la paz. Habría sido un cristianismo aceptable y confortable. Pero a la vista del resultado, uno piensa que de nada ha servido tanta renuncia y sufrimiento. ¿Dónde está el Padre que decía habernos elegido y amado?


La tentación puede llegar incluso a poner en duda la existencia de Dios Padre o la dimensión transcendente de todo cuanto hacemos o la efectividad del Espíritu conduciendo a la Iglesia… Entonces resulta muy atrayente la seducción de dedicarse a mensajes y tareas más visibles, aceptadas por la mayoría por su carácter humanitario, y que de por sí no necesitan ninguna referencia al Dios de Jesucristo. Las llamadas evangélicas a la negación de sí mismo y al seguimiento personal tomando la propia cruz, deberán ponerse entre paréntesis o silenciarlas simplemente.


La entrada de Jesús en Jerusalén debió tener poco de triunfal, no mucha gente le aclamaría, los que aún creían en Él serían pocos y con una fe parcial o equivocada. Él recibía gustoso los vítores, pero bien sabía cuál era el destino que le esperaba en la ciudad como Mesías sacrificado. La tentación de complacerse y recrearse en los halagos iría aumentando. Pero aún debía gustar la traición, por desengaño, de algunos de los suyos. ¿Quizá tenían razón?


Sin embargo, en el momento decisivo, aun gritando al Padre por qué le había abandonado, llegó a entregar en sus manos todo cuanto era y tenía, sin dejar de cumplir ni una tilde de la Ley del amor.


La Iglesia no puede bajar de la Cruz. La Iglesia crucificada es un árbol florido, frondoso y fecundo, que aun en tiempo de sequía no muere, sino que reverdece, pues está plantada junto al río de la Ley, la del amor de Dios. Así nos lo dice el Salmo 1 y el profeta Jeremías (17,8). Ojalá sus palabras fueran anticipo de nuestra Iglesia.


Monseñor Agustí Cortés Soriano, obispo de Sant Feliu, en Agencia SIC



12:28:00 p.m.

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

Hermanos Franciscanos

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DisablePlease Enable Javascript To See All Widget