La literatura cristiana está llena de textos tan magníficos como iluminadores sobre el misterio de Dios, empezando por la obra maestra que son las Confesiones de san Agustín. En ella, el obispo de Hipona describe su descubrimiento de Dios, y lo resume en estas famosas palabras:
«Tarde te he amado, oh Belleza, antigua y tan nueva; tarde te he amado. Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera, y allí te busqué. Mi fealdad eclipsó todas las cosas bellas que Tú has hecho. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Lo que me alejaba de Ti eran las criaturas, que solo existen en Ti.
Me llamaste, gritaste y venciste mi sordera. Tú mostraste tu Luz y tu Claridad ahuyentó mi ceguera. Has derramado tu Perfume, Te he olido, y Te anhelo. Te he saboreado, tengo hambre y sed de Ti. Me has tocado, y ardo en deseos de tu Paz. Amén».
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Dios está presente en todo tiempo y lugar
Una hermosa oración que revela el principal descubrimiento del santo doctor: Dios está presente en medio de nosotros, y se nos muestra en la existencia concreta, en los lugares que frecuentamos, en las personas que encontramos, en la naturaleza que admiramos, en la conciencia que exploramos.
Y, lo que es más importante, en la Eucaristía, donde Jesús está verdaderamente presente en el pan y el vino consagrados.
Como muchos cristianos, san Agustín nunca fue a Tierra Santa, pero eso no le impidió experimentar la presencia de Cristo. Ciertamente, pasear por el desierto de Judea, admirar el lago de Tiberíades y los restos de la ciudad de Cafarnaún, orar ante la tumba del Hijo de Dios, todo ello es bueno y estimulante para la fe.
Sobre todo, nos permite experimentar de primera mano, en el sentido más auténtico de la palabra, el hecho de que Dios se hace presente en un lugar y en un tiempo.
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Accesible, aquí y ahora
Una lógica, la de la Encarnación, que es válida para nosotros, aunque la presencia de Jesús no sea la misma que en Jerusalén en el siglo I. Algunos santos, aunque inicialmente deseosos de vivir cerca de los santos lugares, renunciaron a ellos para servir al Señor en otros lugares, desde san Ignacio, que no consiguió ir allí, hasta san Carlos de Foucauld, que vivió algún tiempo en Nazaret antes de establecer su vida oculta en el Hoggar.
Tierra Santa, donde se revela hoy el amor de Dios, es, pues, el entorno mismo de todo ser humano. Y la Biblia, la historia de Dios con sus criaturas, es la historia que teje con cada uno de nosotros en los acontecimientos de nuestra vida. Aquí y ahora, el Creador es accesible a quienes están dispuestos a abrirle su corazón. Incluso en la cocina, como nos recordaba Santa Teresa de Ávila a mediados del siglo XVI:
«Cuando la obediencia te ocupe en cosas exteriores, no te angusties. Si te ocupa en la cocina, comprende que Nuestro Señor está allí, en medio de las ollas, ayudándote por dentro y por fuera».
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