“A esta altura de nuestros conocimientos, debemos ser conscientes de que somos un alma que contiene un cuerpo y de que a igual que los demás, vivimos en contacto inmaterial con otros seres de otros planos, de otras dimensiones, con otras vibraciones, es decir, con entes que voluntariamente o no, son enviados por otras mentes físicas o astrales, y que al traspasar nuestro ser, nos crean otra receptividad digna de analizar”.
El texto anterior es una cita del sitio www.santeriamilagrosa.com/santeria.php en el que se promueven las práctica de un culto proveniente de las islas del Caribe y las Antillas. La santería, misma que ha causado curiosidad, extrañeza y fascinación al conocer que ahí se usan imágenes de santos y vírgenes a quienes se atribuyen poderes sobrenaturales, divinidades para lograr las causas imposibles, el éxito en los negocios, la adivinación del futuro, la solución de problemas amorosos o bien la curación de enfermedades imposibles para la medicina.
Debido a la situación crítica que México padece, los santeros parecen tener un éxito considerable al recibir a personas necesitadas de sus servicios. Promocionan sus poderes y supuestos milagros en periódicos, sitios web y redes sociales y garantizan el trabajo mientras el cliente, desde luego, muestre los billetes y, al final, la fe requerida para conseguir lo imposible. Algunos afirman contar con estudios especializados en el manejo de objetos santeros y mágicos útiles para su labor; como “expertos” destacan la profesionalidad de su trabajo y un alto índice de probabilidades de que sus clientes obtengan los favores solicitados.
¿Qué es la santería? A manera de síntesis, muy apretada, este culto pudo tener su origen en reinos del norte de África durante los siglos XVII y XVIII. Desde 1810, las crisis de los reinos yorubas africanos fueron aprovechadas por las potencias imperialistas facilitando la esclavitud que llegó a los territorios ultramarinos americanos. Entre 1800 y 1840, miles de yorubas fueron enviados a posesiones urgidas de mano de obra esclava: Brasil y Cuba. En las tierras del nuevo mundo, la religión de los sometidos tuvo personas que se encargaron de las ocupaciones religiosas, como fueron los babalawos consagrados a Orumila, deidad de la adivinación. Otros se dedicaban a la música y los cantos, esenciales en los rituales yorubas para rendir culto a su multitud de divinidades menores.
Al pasar el tiempo y la cristianización de los esclavos, fue dándose una especie de sincretismo que conjugó el pantheon yoruba con los santos católicos. Mientras se dedicaba un altar a santa Bárbara, vestida con un manto rojo, espada en mano y un rayo, los esclavos africanos la asociaban a una deidad de sus ancestros, Changó, rey guerrero cuyo color era el rojo y tenía como arma el rayo para castigar a los hombres. Este ejemplo, como otros, advierte la facilidad con la que rituales africanos estructuraron la nueva cultura que se adaptó al cautiverio. La difusión de los cultos yorubas santeros se dio después de la revolución cubana hacia 1959 cuando la emigración de isleños practicantes de la santería esparció este culto y ritos por República Dominicana, México, Estados Unidos y Venezuela.
La santería cree en un ser supremo, Olorun, creador del universo. Tiene por atributos el de ser omnisciente y justo, pero en su poder no puede entrar en contacto con los seres humanos por ser totalmente distinto y apartado; se requieren deidades intermedias que conceden los favores solicitados por lo que los santeros, quienes tienen que ser iniciados especialmente, se relacionan con los orishas o santos, emanaciones de Olurum. Los orishas son intérpretes del destino y necesitan ser honrados y complacidos con rituales, oraciones y sacrificios; velas, comida o elementos naturales en su honor. A ellos se les dedica una especie de altar, cuya imagen se asocia con la de los santos y vírgenes católicos como Obatalá, la virgen de la Merced; Yemayá, la virgen de la Regla; Orúnla, san Francisco de Asís; Changó, santa Bárbara; Eleguá, san Antonio de Padua; Oyá, la virgen de la Candelaria; Obá, santa Catalina; Oshún, la virgen de la Caridad del Cobre; Babalú Ayé, san Lázaro; Ogún, san Pedro; Ochosi, san Norberto; Osaín, san José y san Silvestre; Orisha Oko, san Isidro Labrador; Jimaguas, santos Cosme y Damián.
Independientemente de los orígenes de la santería como un “sistema religioso”, se ha de advertir el manejo, en muchas ocasiones, fraudulento que los santeros han hecho al promocionar sus servicios. Por otro lado, el pueblo católico, en su mayoría, ha sido formado con creencias erróneas sobre el poder de los santos, en una idolatría que no es propia de la fe cristiana. Como se ha advertido, las necesidades personales empujan a solicitar los favores de cualquier divinidad, no importa la forma que sea. En resumidas cuentas, es la desafortunada confusión de que la religión sea vista como un sistema mágico negando la realidad de Dios trascedente y personal.
El monoteísmo cristiano, en sus orígenes, tuvo el gran mérito y novedad de negar la existencia de divinidades servidores o subordinadas a Dios. La lucha del paganismo y el cristianismo hizo que ésta última triunfara por ser una religión trascedente con implicaciones en la historia humana donde Dios se muestra como el Ser en quien se mantienen todas las cosas. El concepto de santidad, desde el judaísmo y que impacta a las escrituras cristianas, fue fundamental para la expansión de una fe contraria al paganismo idolátrico. Todos los elegidos y consagrados por el bautismo tienen esa calidad, llamados a la perfección porque Dios es Santo; posteriormente, el santo fue reconocido como la persona que se encuentra en el cielo por los méritos propios y virtudes heroicas que hicieron de su vida un testimonio auténtico y fiel del seguimiento de las enseñanzas de Cristo, hasta llegar a la creencia de que la Iglesia en la tierra goza de su intercesión para conseguir la gracia de Dios.
Desafortunadamente no asimilamos el hecho de que la santidad no implica, en forma alguna, hechos mágicos a través de la relación con seres poderosos que elevamos en los nichos de nuestras iglesias. Santería y santidad son incompatibles desde la fe en el Dios único, ningún santo tiene poder por sí mismo, ninguno tiene las facultades para garantizar el futuro y ni siquiera ellos son capaces de realizar los milagros de los cuales la Iglesia se vale para las eventuales canonizaciones. Los cristianos entendemos y creemos que Dios es el único con el poder para intervenir en la historia humana y sostener todo por su providencia y los santos, por su intercesión, manifiestan la realidad de Dios quien crea, redime y santifica. La urgencia es cambiar esta mentalidad, dejar a un lado al católico santero para engendrar cristianos católicos conscientes de pertenecer a una nación santa, pueblo de la propiedad de Dios y con consecuencias concretas en la vida ordinaria, como advirtió el papa Benedicto XVI en la audiencia general del 13 de abril de 2011: La santidad no consiste en realizar acciones extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en vivir sus misterios, en hacer propias sus actitudes, sus pensamientos y sus comportamientos.
Una vida santa no es fruto de un esfuerzo personal sino también de la acción del Espíritu que el Señor Resucitado comunica y otorga. La raíz de la vida cristiana está en la gracia bautismal con la cual se da la vida del Resucitado y vivir la caridad plenamente, pero para que esa caridad crezca en el alma y fructifique en cada fiel, se debe escuchar con gusto la Palabra de Dios con la ayuda de su Gracia, cumplir su Voluntad, participar con frecuencia de los sacramentos apoyándose en la oración y servicio abnegado a los hermanos en la práctica de las virtudes. Todos estamos llamados a la santidad, esa es la medida misma de la vida cristiana”. ¿Católico y santero? Es imposible.
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