La predicación familiar del Santo había entusiasmado a un número mayor de fieles que no querían otra cosa, después de haberlo escuchado, sino seguir sus consejos y exhortaciones religiosas. “En efecto, escribe su primer biógrafo Tomás de Celano, muchas personas de la nobleza y del pueblo, clérigos y laicos, acudieron a San Francisco, movidos por la gracia de lo Alto”. (Vida 1ª. XV) para pedirle una regla de conducta.
Hacia 1212, después de haber establecido la Orden de las Clarisas y de haber recibido del cielo la confirmación de su vocación apostólica, francisco salió de Santa María de la Porciúncula para anunciar la palabra de Dios a los habitantes de la Umbría. Llegó a la aldea de Cannara, a dos leguas de distancia de su ciudad natal. Allí, el santo predicó con tan feliz éxito que todos los habitantes decidieron seguirle, abandonando todo, aún su modesta población.
El Pobrecillo, ante tal exceso de celo, no pudo detenerlos sino haciéndoles una promesa: “No obréis así; yo arreglaré lo necesario para vuestra salvación”. Y les rogó que continuaran en sus trabajos y obligaciones mientras el proseguía sus predicaciones; pero desde aquel día se puso a pensar con mayor insistencia sobre los medios de conciliar los dos preceptos, tan imperiosos el uno como el otro: el deber que retiene al cristiano laico en el mundo y el llamamiento del Maestro que le invita a abandonarlo, para ir en pos de Él, cargando con su cruz (Mc 8, 34). Pasó a Bevagna, Aliviano y a otras aldeas de la Umbría, que lo recibieron con alegría y escucharon sus vibrantes llamados a la penitencia.
Francisco recorrió en seguida los floridos valles de toscaza, dominadas por las numerosas ciudades de los señores feudales. En las villas y aldehuelas al escuchar su palabra toda inflamada y apostólica, la generosidad de sus oyente son fue menor, sino antes se hizo más apremiante para procurar la solución a sus piadosos deseos. En Florencia el Poverello dio forma a lo que había entrevisto en sus oraciones y meditaciones; congregó. En efecto, en una fraternidad a todos los hombres de buena voluntad; éstos como hubiesen reunido algunas limosnas, se echaron a cuestas la empresa de levantar un hospital, cerca de las murallas, para remedio y alivio de los enfermos y ancianos. Las mujeres, por su parte, fundaron su propia congregación con las mismas finalidades de beneficencia cristiana.
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Paz y bien!!!