Cómo amaba San Francisco a las criaturas.


San Francisco no amo a los hombres por los hombres y por la satisfacción de sentirse bueno, como ciertos filántropos modernos. Los amo, sobre todo, por amor de Dios.

Ni los amó sólo por agradar a Dios, como ciertos ascetas antiguos y modernos. Los amó como a obras singulares y estupendas de Dios, pues lo raro y propio de la conversión de San Francisco, como justamente se ha dicho, fue que la religión no levantó una barrera entre él y la tierra, antes formó la tierra y las criaturas todas y enseñó el modo de amarlas y convertirlas en fuentes de gozo.

Al estudiar la compleja personalidad de San Francisco, tan compleja y sobremanera rica que dice siempre algo nuevo a todos sus biógrafos, deben de tenerse presentes dos aspectos: ama la vida, pero de un modo sobrenatural; se crucifica con Cristo, pero sin despreciar la vida. Quien, de estos dos términos, pierde de vista el primero, se forja un San Francisco poeta sentimental al uso de los turistas del siglo XX; quien olvida el segundo, se finge un San Francisco marchito y triste al uso de ciertos pintores del siglo XVII o de ciertos manuales de piedad del siglo XIX.

Así como San Francisco ama a Dios en el obrar y padecer, así también concretamente ama las criaturas con amor particular y universal a la vez, que llega a todos y a cada uno, como el sol. Con claridad que se renueva y especifica en cada caso, San Francisco ayuda y edifica al leproso que se pudre y blasfema, a la viejecita que desconfía de la limosna, a la joven patricia que huye de su palacio para consagrarse a Dios, al obrero que maldice del patrón, al muchacho que vende las tórtolas, al corredor que lleva al mercado los corderos, al caballero que le hospeda, al prelado lo rechaza, al sultán que puede condenar le ha la muerte, a la mujerzuela que le cuenta sus cuitas, al podestá que lucha con el obispo.

Ama al pueblo de su Asís bendita, como los musulmanes fronterizos de Europa; a los comunes itálicos, desgarrados por los bandos, como a Hungría y Alemania, que apalean a sus frailes, como la Francia de las canciones de gesta, y cuna, tal vez, de su madre. Todo pueblo es su prójimo, más (nueva prueba de concretez) un sólo país es su patria: aquel donde ha echado las raíces de la orden franciscana, donde nace y donde quiere morir.

Prójimos, y tanto que los llama hermanos, considera los gorriones y las abejas, y los nutre en invierno; los corderos, y los rescata, las tórtolas, y les fabrica el nido; los gusanillos, y los pone en salvo, las plantas, que no quiere cortar; la llama, que no quiere extinguir.

Para los hombres como para las criaturas inferiores, para las cosas grandes como para las pequeñas, su amor es siempre de amplísima previsión. Siente necesaria a su apostolado la autorización de la Iglesia, y al punto se encamina a Roma y se presenta al pontífice con la sencillez de un niño y la intrepidez de un capitán. Comprende la singularísima vocación declara, y no teme favorecerla y proteger la contra las iras de amigos y familiares. De la decadencia de las cruzadas, y se dirige tierra Santa antes de predicar su rescate.

San Francisco es llamado a obrar en la realidad con la virtud propia de los genios de la acción. Como los grandes volitivos, no deja pasar un instante, un hecho, un hombre sin investirlo de su fe, ni una sola ocasión sin plegarla a su fin.

El secreto de su fuerza, así en la predicación, el apostolado menudo están en ser franciscano humilde, intuitivo, volitivo; en descender al nivel de sus oyentes e ir derecho al centro de sus deseos para trocarlos y enderezarlos a Dios. Caballeros y damas se hallan reunidos para un bautizo caballeresco; sus sueños son de gloria y amor, y Francisco se introduce con una canción de gloria y amor; los ladrones de Montecasale tienen hambre, y ordena salirles al encuentro con pan y vino; el cura de Rieti tiene su viña en el corazón, y la conquista con unas mosterías abundantes.

Así obra con los principiantes; más con los suyos, los que han votado perfección, se ha de muy diverso modo: le escoge la palabra del ideal jurado. ¿Saborean de antemano las damas pobres de San Damián el pasto espiritual de una plática inspirada? Pues sólo tendrán la muda elección de la ceniza y el canto del Miserere. ¿Prenden en fray Rufino anteojos desdeñosa soledad? Pues vaya predicar en pañetes. ¿Fray Maseo la hecha de orador? Pues haga de portero. ¿Recoge un fraile el dinero? Póngalo con la boca sobre el estiércol. ¿Se las da un novicio de letrado? Aprenda de los hermanos legos la sabiduría de la oración. Fijado un ideal, debemos ser suyos, y su sólo recuerdo a de bastarnos para entrar en vereda.

Su amor para con las criaturas crece al paso que se eleva su espíritu. Conforme va desprendiéndose de la tierra, San Francisco la mira con más ternura. Tanto es menor el miedo que tiene de amar cuanto su corazón adquiere pureza más transparente.
3:05:00 p.m.

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

Hermanos Franciscanos

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DisablePlease Enable Javascript To See All Widget