La Palabra del Domingo: La verdadera recompensa ¿Cuánto me van a pagar? Es l...

La Palabra del Domingo: La verdadera recompensa



¿Cuánto

me van a pagar?



Es

la primera pregunta que suele hacer mucha gente cuando se le pide que realice

algún servicio.



¿Cuánto

te van a pagar?



Es

la otra pregunta que suelen plantearle amigos y familiares q quien anuncia que

ya tiene chamba.



Parece

ser que lo más importante es recibir un pago, y que sea considerable.



Y

tal vez este criterio funciona en un mundo que se rige por las transacciones

comerciales, pero no cabe trasladar esta mentalidad a las cosas de Dios.



Y

sin embargo muchos creyentes cometen ese error.



Hacen

las cosas esperando obtener algo a cambio.



Por

ejemplo, van a Misa todos los domingos como un modo de tener ‘contento’ a Dios,

para que haga que en todo les vaya bien, y si en algo les va mal, le retiran el

habla, dejan de ir.



Realizan

obras piadosas con la intención de que Dios les multiplique su dinero, y si no

lo hace, dejan de dar.



Oran

porque esperan que Dios les cumpla al minuto lo que le están pidiendo, o mejor

dicho, exigiendo, y si no les responde como quieren, se decepcionan, se

frustran, se enojan, dejan de orar.



A

superar esa mentalidad de ‘te doy para que me des’, puede ayudarnos el

Evangelio que se proclama este domingo en Misa (Lc 17, 5-10).



En

él Jesús plantea que un empleado que cumple el trabajo que le han encomendado,

no debe esperar que su patrón se muestre agradecido con él.



Ojo,

no está diciendo que ese patrón no se lo agradezca. Ése es otro asunto. De

hecho en un pasaje anterior, Jesús ha dicho que a los empleados a quienes su

señor los encuentre en vela, es decir, atentos, cumpliendo lo que les pidió,

“los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo” (Lc 12, 37), como quien dice,

que recompensará personalmente su esfuerzo.



El

Evangelio dominical nos invita no a poner la atención en si Dios nos

recompensará o no, sino en nosotros, en no hacer las cosas buscando recompensa.



Quiere

Jesús que purifiquemos nuestra intención. Que hagamos las cosas por amor a Él,

para agradarle porque lo amamos, no porque queremos ver qué le sacamos.



Por

ello nos propone una sencilla fórmula: “cuando hayan cumplido lo que se les

mandó, digan: ‘No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que

hacer’...” (Lc 17, 10).



En

otras palabras, que debemos contentarnos con cumplir la voluntad divina y que

en darle gusto al Amado esté nuestra recompensa, consideremos nuestro esfuerzo

bien empleado.



Pidámosle

al Señor que nos conceda Su gracia para que lo que le ofrezcamos, se lo

ofrezcamos por amor.



Dice

en el magnifico librito de ‘La imitación de Cristo’: ‘más mira Dios el corazón,

que el don’ (I, 15). Más que en lo que le ofrecemos, se fija en nuestra

intención.





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