La Palabra del Domingo: Nueve sinrazones
Como
llegaron y se fueron en bola, solemos tildarlos parejo de ‘bola de ingratos’,
pero el hecho de que estuvieran juntos era circunstancial, seguramente no todos
pensaban igual y cada uno tuvo su particular razón para reaccionar como
reaccionó.
Me
refiero a lo que narra el Evangelio dominical (ver Lc 17, 11-19):
Diez
leprosos salieron al encuentro de Jesús pidiéndole compasión.
Él
les mandó presentarse a los sacerdotes.
¿Por
qué pidió esto? Porque como la lepra era contagiosa, incurable y mortal, los
leprosos eran considerados pecadores. Debía examinarlos un sacerdote,
declararlos impuros, y echarlos fuera de la comunidad (ver Lev 13, 1-3. 45-46).
Y si
de milagro un leproso sanaba, sólo el sacerdote podía dar fe de que estaba sano
y realizar un ritual para que el ex-leproso pudiera reintegrarse a su comunidad
(ver Lev 14, 1-32).
Es
admirable que ninguno le dijo a Jesús: ‘¿cómo vamos a ir al sacerdote estando
todavía leprosos?, ¡cúranos primero!’, sino que lo obedecen sin chistar y se
pusieron en marcha.
Lo
que no es admirable es lo que hicieron, o mejor dicho, dejaron de hacer nueve
de ellos.
Dice
el Evangelio que mientras iban de camino, quedaron sanos, y sólo uno de ellos,
un samaritano, volvió a darle las gracias a Jesús, quien preguntó extrañado:
“¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero,
que volviera para dar gloria a Dios?” (Lc 17, 17-18).
Jesús
lamentó que sólo uno regresara, no porque los hubiera curado para que le
agradecieran, sino porque la gratitud es una virtud que nos hace bien, y porque
sin duda conoció y lo apenó la razón que cada uno tuvo para no regresar.
No
conocemos esas razones, sólo podemos conjeturar, pero vale la pena hacerlo,
para que sus razones no sean las nuestras...
1.
¡¡¡Ya era hora!!
Tal
vez el primer leproso no regresó porque no se sentía agradecido, más bien
estaba molesto de que Dios se hubiera tardado tanto en curarlo.
Consideraba
que nunca debió tener lepra, pues no era pecador como los demás, fue un error.
Y al
sanar dijo: ¡vaya, hasta que se me hizo justicia!’.
Así
sucede con quienes se sienten buenos y justos y esperan que Dios los favorezca
en todo.
No
agradecen lo que reciben, creen que lo merecen.
2.
¡Yo sí cumplo!
Tal
vez el segundo leproso no regresó porque quiso obedecer al pie de la letra lo
que pidió Jesús.
Lo
mandó ir al sacerdote y fue.
Y
quizá cuando su compañero se regresó, pensó: ‘yo no soy como ése, yo sí hago lo
que Jesús ordenó’.
Así
sucede con quienes sólo quieren cumplir externamente.
Limitan
su relación con Dios a asistir a Misa, leer cierto devocionario ante el
Santísimo, rezar el Rosario.
Le
ponen palomita a lo que hacen, creen que ya ‘le cumplieron’ a Dios y lo tienen
contento.
No
se les ocurre que a Él le gustaría que fueran espontáneos, que no sólo le
canten en Misa sino, por decir algo, en la regadera, que no sólo se dirijan a
Él en la iglesia, sino mientras lavan los trastes o pasean al perro, que no
sólo lo visiten el domingo, sino se den sus mañas para escaparse a irlo a ver
entre semana...
3.
¡No tengo tiempo!
Tal
vez el tercer leproso no regresó porque en cuanto se curó se puso a pensar que
tenía muchísimo que hacer.
Saliendo
de ir a ver al sacerdote, le urgía ir a su casa, visitar a sus familiares y
amigos, ver si podía regresar a su antigua chamba, etc. etc.
Tenía
prisa por llegar, ya parece que iba a ‘perder’ el tiempo regresando a donde
estaba Jesús.
Así
sucede con quienes dejan que lo urgente los haga olvidar lo más importante.
No
captan que si ponen su tiempo en manos de Dios,
no lo pierden, ¡lo hacen rendir!
4.
¡Ya lo sabe!
Tal
vez el cuarto leproso no regresó porque dijo: ‘Jesús lo sabe todo, ya sabe que
le estoy agradecido, no tengo que decírselo’.
Así
sucede con quienes piensan que no tiene caso hablar con Dios porque Él ya sabe
lo que están pensando.
No
consideran que la oración no es para informarle algo que no sepa, sino para
entablar un diálogo con Él, una relación personal de amor y de amistad.
5.
¿Qué dirán?
Tal
vez el quinto leproso no regresó porque al igual que uno de sus compañeros, era
samaritano, y quizá pensó que mientras estaba desfigurado por la lepra, sin
nariz, sin orejas, uno más entre diez, nadie se fijó en que le pidió ayuda a
Jesús, pero ahora que había recuperado su aspecto, no quería que lo fueran a
ver sus paisanos postrándose ante un judío (pues samaritanos y judíos estaban
enemistados).
Así
pasa con quienes no se acercan a Dios o a la Iglesia porque temen ser
criticados.
Hay
políticos, intelectuales, científicos, que en el fondo son creyentes, pero
primero muertos que admitirlo porque temen ‘quemarse’ con sus colegas.
Se
preocupan más por agradar a los hombres que a Dios.
6.
¿Para qué molestarlo?
Tal
vez el sexto leproso no regresó porque le dio pena, se dijo: ‘de seguro Jesús
está ocupado, tiene cosas importantes que hacer, ¿cómo me voy a presentar de
nuevo ante Él?, sería importunarlo con mis tonterías’.
Así
piensan quienes tienen la idea de que hay que acudir a Dios sólo cuando hay una
emergencia o una petición importantísima, pero no para las cosas pequeñas,
cotidianas.
Creen
que Él no se ocupa de eso, que está mal molestarlo con insignificancias.
No
comprenden que, por Su amor por nosotros, al Señor todo lo nuestro le interesa.
7.
¡No es lo que yo quería!
Tal
vez el séptimo leproso no regresó porque lo puso furioso que Jesús lo sanara.
Se
lo pidió, porque otros lo pedían, pero lo hizo ‘de dientes para afuera’,
convencido de que era incurable.
Y en
eso ¡se curó!, él que estaba contento siendo leproso porque disfrutaba vivir en
soledad, no tener que trabajar, no tener que estar con familiares y gente que
no soportaba; despertar lástima y que lo alimentaran, despertar temor y que lo
dejaran tranquilo, dejar pasar la vida sin tener que hacer nada, ahora se veía
forzado a reintegrarse a su comunidad, trabajar, volver a ver a su suegra,
hacerse útil a la sociedad.
No
quería agradecer, quería ¡reclamar!
Así
le pasa a quienes reciben de Dios algo que no esperan y que no entra dentro de
sus planes, algo que cambia el rumbo de su vida, y los fuerza a enmendarlo.
Se
molestan, se incomodan, lo consideran un mal, no captan que todo lo que Dios
manda o permite es siempre una bendición.
8.
¡No se me ocurrió!
Tal
vez el octavo leproso no regresó porque no se le ocurrió
Así
sucede con quienes viven la vida sin pensar en Dios ni en que todo se lo deben
a Él.
Y
también sucede con quienes sí creen en Dios, pero sólo se les ocurre pedirle
cosas, nunca lo alaban por Sus maravillas, ni le dan gracias por lo que hace
por ellos.
9.
Sí, pero antes...
Tal
vez el noveno leproso no regresó, aunque sí tomó la decisión de hacerlo, porque
pensó que antes tenía que hacer otras cosas, y estas otras cosas lo fueron
absorbiendo tanto que fue posponiendo, posponiendo ir a ver a Jesús, hasta que
su intención se quedó en eso, en intención.
Así
sucede con quienes sí quisieran que Dios ocupara un lugar importante en sus
vidas, pero dan prioridad a otros asuntos.
Dicen:
‘nomás que’ haga tal cosa ahora sí voy a empezar a ir a Misa; ‘nomás que’
termine este asunto, ahora sí voy a leer la Biblia’, ‘nomás que’ me organice,
ahora sí voy a darme tiempo para orar.
Dejan
siempre a Dios para después, un después que nunca llega o que llegará cuando
sea demasiado tarde.
Hasta
aquí las posibles nueve razones, o mejor dicho, sinrazones, de los nueve leprosos.
Y
¿tú?, ¿tienes alguna para no ir ahora mismo a darle las gracias a Jesús?
https://www.facebook.com/media/set/?set=a.512921915448055.1073742
Como
llegaron y se fueron en bola, solemos tildarlos parejo de ‘bola de ingratos’,
pero el hecho de que estuvieran juntos era circunstancial, seguramente no todos
pensaban igual y cada uno tuvo su particular razón para reaccionar como
reaccionó.
Me
refiero a lo que narra el Evangelio dominical (ver Lc 17, 11-19):
Diez
leprosos salieron al encuentro de Jesús pidiéndole compasión.
Él
les mandó presentarse a los sacerdotes.
¿Por
qué pidió esto? Porque como la lepra era contagiosa, incurable y mortal, los
leprosos eran considerados pecadores. Debía examinarlos un sacerdote,
declararlos impuros, y echarlos fuera de la comunidad (ver Lev 13, 1-3. 45-46).
Y si
de milagro un leproso sanaba, sólo el sacerdote podía dar fe de que estaba sano
y realizar un ritual para que el ex-leproso pudiera reintegrarse a su comunidad
(ver Lev 14, 1-32).
Es
admirable que ninguno le dijo a Jesús: ‘¿cómo vamos a ir al sacerdote estando
todavía leprosos?, ¡cúranos primero!’, sino que lo obedecen sin chistar y se
pusieron en marcha.
Lo
que no es admirable es lo que hicieron, o mejor dicho, dejaron de hacer nueve
de ellos.
Dice
el Evangelio que mientras iban de camino, quedaron sanos, y sólo uno de ellos,
un samaritano, volvió a darle las gracias a Jesús, quien preguntó extrañado:
“¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero,
que volviera para dar gloria a Dios?” (Lc 17, 17-18).
Jesús
lamentó que sólo uno regresara, no porque los hubiera curado para que le
agradecieran, sino porque la gratitud es una virtud que nos hace bien, y porque
sin duda conoció y lo apenó la razón que cada uno tuvo para no regresar.
No
conocemos esas razones, sólo podemos conjeturar, pero vale la pena hacerlo,
para que sus razones no sean las nuestras...
1.
¡¡¡Ya era hora!!
Tal
vez el primer leproso no regresó porque no se sentía agradecido, más bien
estaba molesto de que Dios se hubiera tardado tanto en curarlo.
Consideraba
que nunca debió tener lepra, pues no era pecador como los demás, fue un error.
Y al
sanar dijo: ¡vaya, hasta que se me hizo justicia!’.
Así
sucede con quienes se sienten buenos y justos y esperan que Dios los favorezca
en todo.
No
agradecen lo que reciben, creen que lo merecen.
2.
¡Yo sí cumplo!
Tal
vez el segundo leproso no regresó porque quiso obedecer al pie de la letra lo
que pidió Jesús.
Lo
mandó ir al sacerdote y fue.
Y
quizá cuando su compañero se regresó, pensó: ‘yo no soy como ése, yo sí hago lo
que Jesús ordenó’.
Así
sucede con quienes sólo quieren cumplir externamente.
Limitan
su relación con Dios a asistir a Misa, leer cierto devocionario ante el
Santísimo, rezar el Rosario.
Le
ponen palomita a lo que hacen, creen que ya ‘le cumplieron’ a Dios y lo tienen
contento.
No
se les ocurre que a Él le gustaría que fueran espontáneos, que no sólo le
canten en Misa sino, por decir algo, en la regadera, que no sólo se dirijan a
Él en la iglesia, sino mientras lavan los trastes o pasean al perro, que no
sólo lo visiten el domingo, sino se den sus mañas para escaparse a irlo a ver
entre semana...
3.
¡No tengo tiempo!
Tal
vez el tercer leproso no regresó porque en cuanto se curó se puso a pensar que
tenía muchísimo que hacer.
Saliendo
de ir a ver al sacerdote, le urgía ir a su casa, visitar a sus familiares y
amigos, ver si podía regresar a su antigua chamba, etc. etc.
Tenía
prisa por llegar, ya parece que iba a ‘perder’ el tiempo regresando a donde
estaba Jesús.
Así
sucede con quienes dejan que lo urgente los haga olvidar lo más importante.
No
captan que si ponen su tiempo en manos de Dios,
no lo pierden, ¡lo hacen rendir!
4.
¡Ya lo sabe!
Tal
vez el cuarto leproso no regresó porque dijo: ‘Jesús lo sabe todo, ya sabe que
le estoy agradecido, no tengo que decírselo’.
Así
sucede con quienes piensan que no tiene caso hablar con Dios porque Él ya sabe
lo que están pensando.
No
consideran que la oración no es para informarle algo que no sepa, sino para
entablar un diálogo con Él, una relación personal de amor y de amistad.
5.
¿Qué dirán?
Tal
vez el quinto leproso no regresó porque al igual que uno de sus compañeros, era
samaritano, y quizá pensó que mientras estaba desfigurado por la lepra, sin
nariz, sin orejas, uno más entre diez, nadie se fijó en que le pidió ayuda a
Jesús, pero ahora que había recuperado su aspecto, no quería que lo fueran a
ver sus paisanos postrándose ante un judío (pues samaritanos y judíos estaban
enemistados).
Así
pasa con quienes no se acercan a Dios o a la Iglesia porque temen ser
criticados.
Hay
políticos, intelectuales, científicos, que en el fondo son creyentes, pero
primero muertos que admitirlo porque temen ‘quemarse’ con sus colegas.
Se
preocupan más por agradar a los hombres que a Dios.
6.
¿Para qué molestarlo?
Tal
vez el sexto leproso no regresó porque le dio pena, se dijo: ‘de seguro Jesús
está ocupado, tiene cosas importantes que hacer, ¿cómo me voy a presentar de
nuevo ante Él?, sería importunarlo con mis tonterías’.
Así
piensan quienes tienen la idea de que hay que acudir a Dios sólo cuando hay una
emergencia o una petición importantísima, pero no para las cosas pequeñas,
cotidianas.
Creen
que Él no se ocupa de eso, que está mal molestarlo con insignificancias.
No
comprenden que, por Su amor por nosotros, al Señor todo lo nuestro le interesa.
7.
¡No es lo que yo quería!
Tal
vez el séptimo leproso no regresó porque lo puso furioso que Jesús lo sanara.
Se
lo pidió, porque otros lo pedían, pero lo hizo ‘de dientes para afuera’,
convencido de que era incurable.
Y en
eso ¡se curó!, él que estaba contento siendo leproso porque disfrutaba vivir en
soledad, no tener que trabajar, no tener que estar con familiares y gente que
no soportaba; despertar lástima y que lo alimentaran, despertar temor y que lo
dejaran tranquilo, dejar pasar la vida sin tener que hacer nada, ahora se veía
forzado a reintegrarse a su comunidad, trabajar, volver a ver a su suegra,
hacerse útil a la sociedad.
No
quería agradecer, quería ¡reclamar!
Así
le pasa a quienes reciben de Dios algo que no esperan y que no entra dentro de
sus planes, algo que cambia el rumbo de su vida, y los fuerza a enmendarlo.
Se
molestan, se incomodan, lo consideran un mal, no captan que todo lo que Dios
manda o permite es siempre una bendición.
8.
¡No se me ocurrió!
Tal
vez el octavo leproso no regresó porque no se le ocurrió
Así
sucede con quienes viven la vida sin pensar en Dios ni en que todo se lo deben
a Él.
Y
también sucede con quienes sí creen en Dios, pero sólo se les ocurre pedirle
cosas, nunca lo alaban por Sus maravillas, ni le dan gracias por lo que hace
por ellos.
9.
Sí, pero antes...
Tal
vez el noveno leproso no regresó, aunque sí tomó la decisión de hacerlo, porque
pensó que antes tenía que hacer otras cosas, y estas otras cosas lo fueron
absorbiendo tanto que fue posponiendo, posponiendo ir a ver a Jesús, hasta que
su intención se quedó en eso, en intención.
Así
sucede con quienes sí quisieran que Dios ocupara un lugar importante en sus
vidas, pero dan prioridad a otros asuntos.
Dicen:
‘nomás que’ haga tal cosa ahora sí voy a empezar a ir a Misa; ‘nomás que’
termine este asunto, ahora sí voy a leer la Biblia’, ‘nomás que’ me organice,
ahora sí voy a darme tiempo para orar.
Dejan
siempre a Dios para después, un después que nunca llega o que llegará cuando
sea demasiado tarde.
Hasta
aquí las posibles nueve razones, o mejor dicho, sinrazones, de los nueve leprosos.
Y
¿tú?, ¿tienes alguna para no ir ahora mismo a darle las gracias a Jesús?
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