Los milagros de San Francisco de Asís: Profanadores de la fiesta del santo y enemigos de su gloria


En la Leyenda Mayor de San Francisco de Asís, escrito por San Buenaventura, se narra el siguiente hecho:


1. En la villa de Le Simon, en la región de Poitiers, un sacerdote llamado Reginaldo, devoto del bienaventurado Francisco, había ordenado a sus parroquianos que la fiesta de San Francisco debía ser celebrada con toda solemnidad.

Pero uno de los feligreses, que no conocía el poder del Santo, menospreció el mandato de su párroco. Salió, pues, fuera al campo a cortar leña; y, cuando se preparaba ya para el trabajo, oyó por tres veces una voz que decía: «Hoy es fiesta; no es lícito trabajar».

Como la terca temeridad de aquel hombre no se dejase frenar ni por el mandato del sacerdote ni por la voz del cielo, para gloria de Francisco se manifestó sin tardanza el poder divino mediante un milagro y el azote de un castigo. Porque, apenas había tomado con una mano la horca y había elevado la otra con el instrumento de hierro para iniciar el trabajo, de tal modo quedaron adheridos los dedos a ambos instrumentos, que no le era posible soltarlos de los mismos.

Lleno de estupor por ello y no sabiendo qué hacer, se dirigió corriendo a la iglesia, reuniéndose muchos de todas partes para ver el prodigio.

El hombre, profundamente arrepentido en su corazón, por consejo de uno de los sacerdotes allí presentes -eran muchos los que invitados habían acudido a la fiesta-, puesto ante el altar, se consagró humildemente al bienaventurado Francisco, y así como por tres veces había oído la voz del cielo, se comprometió con tres votos, que fueron: primero, celebrar siempre su fiesta; segundo, venir el día de su fiesta a la iglesia en que se hallaba en aquel momento; tercero, visitar personalmente el sepulcro del Santo.

¡Prodigio maravilloso! En presencia del gran gentío reunido, que imploraba devotísimamente la clemencia del Santo, cuando el hombre hizo el primer voto quedó libre uno de los dedos; al emitir el segundo voto, se soltó otro, y, pronunciado el tercer voto, se libertó el tercero, y en seguida también una de las manos, y, por último, la otra.

Libre ya del todo, por sí mismo pudo desprenderse de los instrumentos, mientras todos alababan a Dios y el poder prodigioso del Santo, que tan admirablemente podía castigar y sanar. En recuerdo del hecho, los instrumentos del trabajo están todavía hoy pendientes delante del altar levantado allí en honor del bienaventurado Francisco.

Muchos milagros realizados allí y en los lugares vecinos muestran que el Santo es glorioso en el cielo y que en la tierra ha de celebrarse su fiesta con veneración.

2. En la ciudad de Le Mans, una mujer se disponía a trabajar en la festividad de San Francisco; extendió sus manos en la rueca y cogió con sus dedos el huso. En el mismo momento, sus manos quedaron yertas y un intenso ardor comenzó a atormentarle en los dedos.

Amaestrada con el castigo, reconociendo el poder del Santo y arrepentida de corazón, se fue corriendo a los hermanos. Implorando los devotos hijos la clemencia del Padre en favor de la salud de la mujer, se vio al instante curada, sin que quedase en ella más que la huella de una quemadura en memoria del hecho.

Cosa semejante sucedió con una mujer de Campania Mayor, y con otra de Valladolid (6), y con una tercera de Piglio; negándose ellas, por menosprecio, a celebrar la fiesta del Santo, primero fueron castigadas de un modo sorprendente por su desacato, y luego, arrepentidas, fueron, de un modo más admirable todavía, liberadas de sus males por los méritos de San Francisco.

3. Un caballero de Borgo, en la provincia de Massa, denigraba con descarada impudencia las obras y milagros del bienaventurado Francisco. Se desataba en insultos contra los peregrinos que venían a celebrar la memoria del Santo y propalaba cosas absurdas contra los hermanos (7).

Combatiendo una vez la gloria del Santo, acumuló sobre sus pecados esta detestable blasfemia: «Si es verdad que este Francisco es un santo, que muera yo hoy atravesado por una espada. Pero, si no es santo, que permanezca sin ningún daño».

No tardó la ira de Dios en darle su merecido castigo al convertirse su oración en pecado; Al poco, este blasfemo injurió a un sobrino suyo, y éste tomó una espada y con ella atravesó las entrañas de su tío.

Aquel mismo día murió el malvado, esclavo del infierno e hijo de las tinieblas. Provechosa enseñanza para que todos aprendieran no a blasfemar las obras maravillosas del Santo, sino a honrarlas con devotas alabanzas.

4. Mientras un juez llamado Alejandro, con lengua envenenada apartaba a todos los que podía de la devoción de San Francisco, por designio divino fue privado del uso de la lengua, y quedó mudo durante seis años. Este hombre que se veía atormentado en aquello mismo con lo que había pecado, convertido a una seria penitencia, se dolía de haber hablado contra los milagros del Santo.

Por eso cesó la indignación del Santo misericordioso, y, recibiendo en su gracia al hombre arrepentido que le invocaba humildemente, le devolvió el uso de la lengua. Habiendo recibido, por medio del castigo, la devoción y una buena enseñanza, dedicó desde entonces su lengua blasfema a las alabanzas de Francisco.
11:38:00 p.m.

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