Los milagros de San Francisco de Asís: Náufragos salvados



1. Unos navegantes se encontraban en gran peligro de naufragio distantes diez millas del puerto de Barletta. Arreciando la tempestad y dudando ya de poder salvarse, echaron anclas. Pero, agitándose furiosamente el mar por la fuerza del huracán, rotas las amarras y perdidas las anclas, eran juguete de las olas, navegando sin rumbo fijo por las aguas.

Por fin, amainada la tempestad por designio divino, se dispusieron con todo esfuerzo a recobrar las anclas, cuyos cabos flotaban en la superficie de las aguas. No logrando su intento con sus propias fuerzas, acudieron a la ayuda de muchos santos; pero, agotados por el sudor, no consiguieron durante todo el día recuperar siquiera una sola de las anclas.

Había un marinero, Perfecto de nombre e imperfecto en las costumbres; con aire de burla dijo a sus compañeros: «Mirad, habéis invocado el auxilio de todos los santos y, lo estáis viendo, no hay ninguno que nos socorra. Invoquemos a ese Francisco, santo nuevo. Veamos si se sumerge en el mar y nos recupera las anclas perdidas».

Accedieron los otros marineros, no en plan de bulla, sino de verdad a la sugerencia de Perfecto, y, reprendiéndole por sus palabras burlonas, concertaron espontáneamente un voto con el Santo. Al momento, sin otra ayuda, nadaron las anclas sobre las aguas, como si la naturaleza del hierro hubiera adquirido la ligereza de la madera.

2. A bordo de una nave venía de ultramar un peregrino, del todo extenuado por el agotamiento de su cuerpo a causa de unas altísimas fiebres que había padecido. Se sentía atraído al bienaventurado Francisco por un gran afecto de devoción y le había elegido por abogado suyo delante del Rey del cielo.

Todavía no estaba repuesto perfectamente de la enfermedad; angustiado por los ardores de la sed y faltando ya el agua, comenzó a gritar a grandes voces: «Id con confianza; dadme de beber, que San Francisco ha llenado de agua mi vaso».

¡Qué sorpresa cuando encontraron lleno de agua el recipiente que antes había quedado vacío!

Otro día se desencadenó una tempestad, y la nave era cubierta por las aguas y hasta tal punto era azotada por olas gigantescas, que temieron ya el naufragio. Entonces aquel enfermo comenzó a gritar por la nave: «Levantaos todos y salid al encuentro de San Francisco que viene a nosotros. Está aquí presente para salvarnos». Y, postrándose en tierra entre grandes voces y lágrimas, le rindió culto.

Al instante, con la visión del Santo, recobró del todo la salud y se hizo la tranquilidad en el mar.

3. El hermano Jacobo de Rieti, atravesando en una pequeña barca un río juntamente con otros hermanos, desembarcaron primero éstos en la orilla y, por último, se dispuso a hacerlo él. Pero infortunadamente, dio vuelta el pequeño bote, y nadando el que lo dirigía, el hermano Jacobo se hundió en lo profundo de las aguas.

Invocaban los hermanos que se hallaban en la orilla al bienaventurado Francisco con súplicas nacidas del corazón y pedían con gemidos y lágrimas que socorriese a aquel hijo suyo.

También el hermano sumergido en aquellas aguas profundas imploraba como le era posible con el corazón, ya que no podía hacerlo con la boca, el auxilio del piadoso Padre. De pronto, San Francisco se le hizo presente, y con su ayuda caminaba por las profundidades de las aguas como por tierra seca; y, tomando la barca hundida, llegó con ella sano y salvo a la orilla.

¡Oh extraña maravilla! Sus vestidos no estaban mojados y ni siquiera una gota de agua se posó en su túnica.

4. Un hermano llamado Buenaventura navegaba con dos hombres por un lago; rompióse en parte la barca a causa del ímpetu de las aguas, y se hundió él en lo profundo con la barca y los compañeros. Del fondo de aquel lago de miseria invocaron con grande confianza al misericordioso padre Francisco, y súbitamente flotó la barca llena de agua, y, conducida por el Santo, llegó con los náufragos a bordo al puerto.

Del mismo modo, un hermano de Ascoli, sumergido en un río, fue salvado por los méritos de San Francisco.

También ocurrió en el lago de Rieti que, encontrándose unos hombres y mujeres en un aprieto semejante, invocaron el nombre de San Francisco, y salieron ilesos del peligro de naufragio en aguas profundas.

5. Unos navegantes de Ancona, combatidos por una peligrosa tempestad, se veían ya en riesgo de sufrir un naufragio. Cuando, sin esperanzas de vida, invocaron suplicantes a San Francisco, apareció en la nave una gran luz, y, como si el santo varón por su milagrosa influencia tuviese poder para imperar a los vientos y al mar, sobrevino con aquella luz de cielo la tranquilidad en las aguas.

Creo que no es posible relatar uno por uno todos los casos en que con milagros prodigiosos ha brillado y sigue brillando el poder divino de este santo Padre en los azares del mar y cuántas veces ha ofrecido su ayuda a los que se encontraban en situación desesperada.

En verdad, no debe sorprendernos el poder concedido por Dios sobre las aguas a quien reina ya en el cielo, si consideramos que, mientras vivía en carne mortal, le servían maravillosamente todas las criaturas corporales vueltas a su estado original.
11:44:00 p.m.

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