Los milagros de San Francisco de Asís: Muertos resucitados


Prosigue San Buenaventura, en su obra Leyenda Mayor de San Francisco de Asís, narrando los milagros atribuídos a nuestro Seráfico Padre:

1. En la población de Monte Marano, cerca de Benevento, murió una mujer particularmente devota de San Francisco.

Durante la noche, reunido el clero para celebrar las exequias y hacer vela cantando salmos, de repente, a la vista de todos, se levantó del túmulo la mujer y llamó a un sacerdote de los presentes, padrino suyo, y le dijo: «Quiero confesarme, padre; oye mi pecado. Ya muerta, iba a ser encerrada en una cárcel tenebrosa, porque no me había confesado todavía de un pecado que te voy a descubrir. Pero rogó por mí San Francisco, a quien serví con devoción durante mi vida, y se me ha concedido volver ahora al cuerpo, para que, revelando aquel pecado, merezca la vida eterna. Y una vez que confiese mi pecado, en presencia de todos vosotros marcharé al descanso prometido».

Habiéndose confesado, estremecida, al sacerdote, igualmente estremecido, y, recibida la absolución, tranquilamente se tumbó en el lecho y se durmió felizmente en el Señor.

2. En Pomarico, castro situado en las montañas de la Pulla, vivía con sus padres una hija única de corta edad, querida tiernísimamente por ellos. Muerta a consecuencia de grave enfermedad, sus padres, que no tenían ya esperanza de sucesión, se consideraban como muertos con ella.

Reunidos los parientes y amigos para asistir a aquel tristísimo funeral, yacía la desgraciada madre oprimida por indecible dolor y sumergida en suprema tristeza, sin darse cuenta en absoluto de lo que sucedía a su alrededor.

En esto, San Francisco, acompañado de un solo compañero, se dignó aparecer y visitar a la desconsolada mujer, a la que reconocía como devota suya. Dirigiéndose a ella, le dijo estas consoladoras palabras: «No llores, porque la luz de tu antorcha que crees se ha apagado, te será devuelta por mi intercesión».

Se levantó al instante la mujer, y, manifestando a todos lo que el Santo le había dicho, no permitió que se llevaran el cuerpo muerto de su hija, sino que, invocando con gran fe a San Francisco, tomó a su hija muerta y, viéndolo todos y admirándolo, la levantó viva y completamente sana.

3. Los hermanos de Nocera necesitaban por algún tiempo un carro, y se lo pidieron a un hombre llamado Pedro. En vez de acceder a la petición, neciamente se desató en palabras ofensivas, y, en lugar de prestar lo que en honor de San Francisco de él se solicitaba, hasta vomitó una blasfemia contra el nombre del Santo. En seguida le pesó su necedad y le dominó un terror divino, temiendo que se descargara sobre su persona la ira de Dios, como efectivamente bien presto sucedió: enfermó súbitamente su hijo primogénito y después de breve tiempo falleció.

El desgraciado padre se revolvía por tierra, e, invocando sin cesar al santo de Dios Francisco, exclamaba entre lágrimas: «Yo soy el que he pecado, yo el que he hablado inicuamente; debiste haber cargado sobre mi persona tus azotes. Devuelve, ¡oh santo!, al arrepentido lo que arrebataste al blasfemo impío. Yo me consagro a ti, me pongo para siempre a tu servicio; en tu honor ofreceré de continuo a Cristo un devoto sacrificio de alabanza».

¡Maravilloso! A estas palabras resucitó el niño, y, pidiendo que dejaran de llorar, aseguró que al morir, después de salido del cuerpo, fue acogido por el bienaventurado Francisco y que por él mismo había sido devuelto a la vida.

4. Un niño de apenas siete años, hijo de un notario de la ciudad de Roma, quería -cosa muy propia de niños- seguir a su madre, que iba a la iglesia de San Marcos; al obligarlo ella a quedar en casa, se arrojó por una ventana del palacio, y con el último golpe quedó muerto instantáneamente.

La madre, que todavía no se había alejado mucho, al oír el ruido del golpe, sospechando que su hijo se había caído, volvió apresuradamente, y, comprobando que le había sido arrebatado su hijo con tan lamentable accidente, al punto se lo recriminó a sí misma, y con gritos dolorosos sobresaltó a toda la vecindad, moviéndola al lamento.

Un hermano de la Orden de los Menores llamado Raho, que iba a predicar y en aquel momento pasaba por allí, se acercó al niño y lleno de fe dijo al padre: «¿Crees que el santo de Dios Francisco, por el amor que siempre tuvo a Cristo, muerto en la cruz para devolver la vida a los hombres, puede resucitar a tu hijo?» Respondióle que lo creía firmemente y lo confesaba con fe, y que se pondría para siempre al servicio del Santo si por los méritos del mismo lograba obtener de Dios una gracia tan grande. Postróse aquel hermano con su compañero en actitud de oración, exhortando a todos los presentes a que se asociaran a ella.

Terminada la oración, el niño comenzó a bostezar levemente, luego abrió los ojos y levantó los brazos; en seguida se puso de pie por sí mismo y se paseó ante todos totalmente restablecido, devuelto a la vida y a la salud por el poder maravilloso del Santo.

5. Ocurrió en la ciudad de Capua que, jugando un niño con otros muchos a la orilla del río Volturno, por imprudencia cayó a lo profundo de las aguas, y, siendo devorado rápidamente por la corriente impetuosa, quedó muerto y enterrado en el fango (cf. 3 Cel 44).

A los gritos de los otros niños que con él jugaban a la orilla del río, se agolpó allí una gran multitud de gente. Se pusieron todos a invocar humilde y devotamente al bienaventurado Francisco, y pedían que, mirando la fe de sus devotos padres, librase al niño del peligro de muerte; un nadador que estaba algo alejado oyó los gritos de la gente y se acercó al lugar. Después de una pesquisa, invocó la ayuda del bienaventurado Francisco, y dio con el lugar donde el fango, a modo de sepulcro, había cubierto el cadáver del niño. Al desenterrarlo y sacarlo fuera, miró con dolor al difunto. Aunque el pueblo que estaba presente veía muerto al pequeño, sin embargo, entre sollozos y gemidos, continuaba clamando: «¡San Francisco, devuelve el niño a su padre!» Y hasta los judíos que se habían acercado, conmovidos por natural piedad, decían: «¡San Francisco, devuelve el niño a su padre!»

Súbitamente, el niño, con alegría y admiración de todos, se levantó enteramente sano y pidió le llevasen a la iglesia de San Francisco para dar gracias devotamente al Santo, por cuya virtud reconocía haber sido resucitado milagrosamente.

6. En la ciudad de Sessa, en una aldea denominada Alle Colonne, al desplomarse repentinamente una casa, engulló bajo sus escombros a un joven y lo dejó muerto en el acto.

Alertados por el estruendo del derrumbe, acudieron de todas partes hombres y mujeres, que, removiendo maderos y piedras, hallaron el cadáver del joven y se lo entregaron a su desgraciada madre. Sumergida en amarguísimos sollozos, exclamaba como podía con voces lastimeras: «¡San Francisco, San Francisco, devuélveme a mi hijo!» Pero no sólo ella, sino todos los circunstantes imploraban con ardor el valimiento del bienaventurado Padre. Como no se notaba ningún movimiento ni voz en el cadáver, lo depositaron en el lecho en espera de enterrarlo al día siguiente.

Pero la madre, que tenía confianza en el Señor por los méritos de San Francisco, hizo voto de cubrir el altar de San Francisco con un mantel nuevo si le devolvía la vida a su hijo. He aquí que hacia la media noche comenzó el joven a bostezar y, entrando en calor sus miembros, se levantó vivo y sano, y prorrumpió en palabras de alabanza. Y movió también al clero, que se había reunido a alabar y a dar gracias con alegría interior a Dios y a San Francisco.

7. Un joven llamado Gerlandino, oriundo de Ragusa, se fue a las viñas en tiempo de vendimia. Cuando se colocaba en el depósito de vino debajo de la prensa para llenar odres, de improviso, a causa del movimiento de unos maderos, se desprendieron unas enormes piedras, que cayeron sobre su cabeza y se la golpearon mortalmente.

Acudió en seguida el padre en su ayuda; pero, desesperado al verlo sepultado, lo dejó como estaba. Oyendo las voces y el lúgubre clamor del padre, se presentaron rápidamente los vendimiadores, que, identificados con su gran dolor, extrajeron el cadáver del joven de entre las piedras.

El padre, postrado a los pies de Jesús, humildemente pedía que por los méritos de San Francisco, cuya fiesta se avecinaba, se dignase devolverle su único hijo. Redoblaba las súplicas, prometía obras de piedad e incluso visitar el sepulcro del Santo con su hijo, si lo resucitaba de entre los muertos. ¡Prodigioso en verdad! En seguida, el joven, cuyo cuerpo había sido del todo aplastado, fue devuelto a la vida y a una salud perfecta. Gozoso, se levantó a la vista de todos. Reprendió a los que lloraban y les aseguró que había vuelto a la vida por intercesión de San Francisco.

8. En Alemania resucitó el Santo a otro muerto. Fue un hecho que el papa Gregorio IX certificó para alegría de todos al tiempo de la traslación del cuerpo de San Francisco, mediante letras apostólicas que dirigió a todos los hermanos que se habían reunido en Asís para asistir al capítulo y a la traslación (Bula Mirificans, del 16-V-1230).

No he narrado este milagro en sus detalles, porque los desconozco, pensando que el testimonio papal sobrepuja en validez a toda otra afirmación (cf. 3 Cel 48).
11:46:00 p.m.

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