01/11/2014 - La Catedral de los Mártires
José Otín, el mártir que de niño iba a misa de 6 de la mañana
Del 1 de noviembre de 1936 hay un único beato, que es el salesiano José Otín Aquilué, de 34 años.
Como muestra esta estampa, destacaba desde niño en su Huesca natal por ir a misa diaria a las 6 de la mañana.
Director del colegio salesiano de Alcoy
Profeso desde 1920 y sacerdote desde 1928, José Otín Aquilué era director en funciones del colegio salesiano de Alcoy (Alicante) al estallar la guerra, donde sufrió los registros de los días 20,21 y 22 de julio de 1936, el arresto de la comunidad religiosa y la incautación de la casa. Llevados los religiosos a la sede del comité y al ayuntamiento, al saber el alcalde que no habían hallado armas en el colegio, mandó que les dieran salvoconductos. Se acogieron al refugio del Hotel Continental, para dispersarse el día 23. Otín marchó a casa de otro salesiano en Valencia, donde llevó vida de oración, y oía confesiones. A finales de noviembre, el otro salesiano fue detenido y Otín marchó a una fonda, donde fue reconocido por alguien que lo denunció, desapareciendo a continuación.
Una sola cosa hace falta para ser mártir
Morir por Cristo, y no hay más vueltas que darle. Lo digo porque últimamente parece haberse sugerido que es preciso expresar el perdón, o incluso profesar la fe frente a quienes exigen que se reniegue: José Otín Aquilué muestra que es suficiente con haber aceptado la muerte (incluso presuntamente, pues faltan datos al respecto: la fecha indicada por la Conferencia Episcopal, 1 de noviembre, es poco menos que orientativa, ya que según el relato murió al final del mes) y que esta sea impuesta o consecuencia del odio a la fe de los perseguidores (de nuevo aspecto presunto).
¿Y qué permite la presunción -tanto como para que la Iglesia se moje, poniendo en juego la infalibilidad del Papa al beatificar- en casos como este (presunción que implica, para paz de los tiquismiquis, suponer que por cristiano, profesó la fe y perdonó)?: La virtud, pienso.
Y esto, concluyo, me parece, es una muestra del gran optimismo de la Iglesia: suponer que una persona que vivió virtuosamente, aunque no conozcamos sus últimos momentos, los vivió con esa misma virtud, es prueba de una gran confianza, por supuesto en la gracia de Dios, pero también en el ser humano y su capacidad de fidelidad.
A falta de otros datos, el de la estampa de que este joven iba a diario a misa de 6 de la mañana en su Huesca natal, nos habla de su temprano (por edad y por la hora) ejercicio de la reciedumbre. Todos los Santos es una fiesta para recordar que son muchos más los que van al Cielo que aquellos a los que se ha podido beatificar, así que a título personal y familiar -y por estar dedicada esta entrada a un paisano suyo- me permito aportar un recuerdo de la fe recia de otro oscense, mi abuelo Manuel Mata Fierro, que conocí al regreso de la beatificación de Tarragona, cuando mi primo José María me dio la siguiente necrológica publicada en una hoja parroquial:
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