El “plantón” del presidente cubano, Raúl Castro, a García Margallo, ministro español de Asuntos Exteriores, viene a escenificar la persistencia del desencuentro de la dictadura cubana con las grandes democracias como consecuencia del miedo a la libertad que caracteriza a los regímenes totalitarios. Ahora está por ver si han fracasado algunos de los objetivos que llevaba en cartera el ministro español, entre ellos la presencia de Cuba en las próximas “cumbres” iberoamericanas de Veracruz y Panamá y, en consecuencia, el inicio de un saneamiento de las relaciones entre los propios países iberoamericanos y los Estados Unidos.
Una lección inmediata que puede extraerse, ahora que el populismo emerge en la propia Europa, es cómo ha sido imposible, a pesar de la caída del muro de Berlín hace 25 años, que las palabras “libertad” y “respeto a la dignidad humana”, se abran paso en los sistemas totalitarios surgidos lejos de Europa.
En todo caso, Cuba seguirá siendo para España un país al que estamos entrañablemente unidos por la historia y los sentimientos, aunque con frecuencia hayan sido y sean contradictorios.
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