(ACi Prensa) El Papa regó el llamado «árbol de la unidad», acompañado de un arzobispo anglicano en señal de amistad con las otras confesiones cristianas.
En Munyonyo y en medio de un gran ambiente de fiesta por su presencia, entre gritos como «Viva el Papa» y «Benvenuto Santo Padre», el Pontífice se dirigió a los presentes y afirmó que «aun cuando la tarea parece difícil, los recursos resultan insuficientes y los obstáculos demasiado grandes, les hará bien recordar que el suyo es un trabajo santo y quiero subrayarlo, el vuestro es un trabajo santo».
«El Espíritu Santo está presente allí donde se proclama el nombre de Cristo. Él está en medio de nosotros cada vez que en la oración elevamos el corazón y la mente a Dios. Él les dará la luz y la fuerza que necesitan. El mensaje que llevan hundirá más sus raíces en el corazón de las personas en la medida en que ustedes sean no solo maestros, sino también testigos».
Tras alentar a los obispos a darles a profesores y catequistas una «formación doctrinal, espiritual y pastoral que les ayude cada vez más en su acción», el Pontífice agradeció a los presentes «por los sacrificios que hacen ustedes y sus familias, y por el celo y la devoción con la que llevan a cabo su importante misión».
«Ustedes enseñan lo que Jesús enseñó, instruyen a los adultos y ayudan a los padres para que eduquen a sus hijos en la fe, y llevan a todos la alegría y la esperanza de la vida eterna. Gracias por su dedicación, por el ejemplo que ofrecen, por la cercanía al pueblo de Dios en su vida cotidiana y por los tantos modos en que plantan y cultivan la semilla de la fe en toda esta vasta tierra. Gracias especialmente por el hecho de enseñar a rezar a los niños y a los jóvenes».
El Santo Padre recordó que en Munyonyo fue donde el rey Mwanga decidió asesinar a los mártires ugandeses y cómo al haber entregado su vida al Señor, «los cristianos en Uganda creyeron todavía más en las promesas de Cristo».
«Que San Andrés, su Patrón, y todos los catequistas ugandeses mártires, obtengan para ustedes la gracia de ser maestros con sabiduría, hombres y mujeres cuyas palabras estén colmadas de gracia, de un testimonio convincente del esplendor de la verdad de Dios y de la alegría del Evangelio».
Al concluir el Papa exhortó a todos a ir «sin miedo a cada ciudad y pueblo de este país para difundir la buena semilla de la Palabra de Dios, y tengan confianza en su promesa de que volverán contentos, con gavillas de abundante cosecha».
Tras su discurso el Pontífice bendijo a los presentes y rezó brevemente ante una imagen de San Carlos Lwanga.
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