Caso por caso; es decir, todos

  Listos para unirse en el matrimonio sacramental

–¿Se refiere usted al discernimiento pastoral «caso por caso» aconsejado en la Amoris lætitia?

Affirmative.

Una multiplicación alarmante de los divorcios y de los adulterios se produce aceleradamente en la segunda mitad del siglo XX, cuando la secularización o, mejor dicho, la apostasía crece con sorprendente rapidez y profundidad en los países ricos de Occidente de antigua filiación cristiana.

En los años 70, presionados por esta situación mundana y eclesial, no pocos Obispos, párrocos y teólogos de esas naciones, encabezados por Walter Kasper, lograron que de hecho en no pocas Iglesias locales se practicara la comunión de los adúlteros y convivientes estables. Al mismo tiempo, hicieron compaña para normalizar esta práctica, contraria a la doctrina y disciplina católicas.

Esas orientaciones pastorales no facilitaron en absoluto la recuperación de las parejas ilícitas para la Iglesia, sino que aceleraron la ruina de ésta. Podemos citar como ejemplo la diócesis de Munich en Baviera, que durante siglos había sido el principal baluarte del catolicismo en Alemania. En 1959 tenía 390 seminaristas, 7.000 sacerdotes, un 98,8 % de católicos, la gran mayoría de ellos practicantes, y 3.139 iglesias. En 2015 tenía 0 seminaristas, 2.015 sacerdotes, un 48 % de católicos, y 1.200 iglesias. La  diócesis de Munich está regida hace unos diez años por el actual cardenal Marx, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, que encabeza con Kasper la difusión en toda la Iglesia Católica de las orientaciones doctrinales y pastorales predominantes en Alemania.

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La Iglesia se ve obligada a proclamar y defender la verdad del matrimonio y su relación con la Eucaristía, reaccionando contra los graves abusos ya aludidos.

En 1981, la Familiaris consortio, exhortación postsinodal, después del Sínodo sobre «La familia cristiana» (1980), declara que «la Iglesia, fundándose en la Sagrada Escritura, reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez» (84). En 2003, la Ecclesia de Eucharistia, encíclica (36-37), confirma la Familiaris consortio. Y después de otro Sínodo sobre «La Eucaristía» (2005), en 2007, la Sacramentum caritatis, exhortación postsinodal, reafirma la decisión de «no admitir a los sacramentos a los divorciados vueltos a casar» (29). La razón teológica de esta negativa, fundamentada en Escritura, Tradición y Magisterio apostólico precedente, es siempre la misma: en los adúlteros «su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y actualiza en la Eucaristía» [y en el matrimonio] (Eccl. Euch. 29). Pero los fuegos de error encendidos, no apagados a su tiempo suficientemente, prosiguen, amenazando convertirse en grandes incendios.

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Las Iglesias locales aludidas persisten en esos años impunemente en su práctica sacrílega. Recordemos que «el sacrilegio es un pecado grave sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía» (Catecismo 2120). Y así, trece años después de la Familiaris consortio, se hace necesaria en 1994, una Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar (14-IX-1994). De hecho, la Carta iba dirigida especialmente a los Obispos germánicos.

«Conscientes de que la auténtica comprensión y la genuina misericordia no se encuentran separadas de la verdad (enc. Humanæ vitæ 29, Reconciliatio et pænitentia 34, Veritatis splendor 95), los pastores tienen el deber de recordar a estos fieles la doctrina de la Iglesia acerca de la celebración de los sacramentos y especialmente de la recepción de la Eucaristía. Sobre este punto, durante los últimos años, en varias regiones se han propuesto diversas soluciones pastorales según las cuales ciertamente no sería posible una admisión general de los divorciados vueltos a casar a la Comunión eucarística, pero podrían acceder a ella en determinados casos [caso por caso], cuando según su conciencia [sic] se consideraran autorizados a hacerlo […]

«En algunas partes se ha propuesto también que, para examinar objetivamente su situación efectiva, los divorciados vueltos a casar deberían entrevistarse con un sacerdote prudente y experto. Su eventual decisión de conciencia de acceder a la Eucaristía, sin embargo, debería ser respetada por ese sacerdote, sin que ello implicase una autorización oficial» (3).  […] «es sabido que análogas soluciones pastorales fueron propuestas por algunos Padres de la Iglesia y entraron en cierta medida incluso en la práctica»… (4).

Por el contrario, «el fiel que está conviviendo habitualmente “more uxorio” con una persona que no es la legítima esposa o el legítimo marido, no puede acceder a la Comunión eucarística. Y en el caso de que él lo juzgara posible, los pastores y los confesores, dada la gravedad de la materia y las exigencias del bien espiritual de la persona (1Cor 11,27-29) y del bien común de la Iglesia, tienen el grave deber de advertirle que dicho juicio de conciencia riñe abiertamente con la doctrina de la Iglesia (Código 978,2) (6).

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A pesar de estos documentos numerosos y excelentes de la máxima Autoridad apostólica, la comunión de los adúlteros y de otras parejas ilícitas, mantenida ya casi durante medio siglo, sigue y prosigue adelante donde se venía practicando. Y sus Obispos no son sancionados eficazmente. Algunos de ellos, incluso, son promovidos a los más Altos Ministerios de la Iglesia… El caso más chocante es la elección del cardenal Kasper como teólogo principal para presentar los Sínodos 2014-2015 sobre la familia.

2014. En el Consistorio cardenalicio celebrado en febrero para preparar el Sínodo de octubre se confía la Ponencia principal al cardenal Kasper (20-II-2014), y en ella dice cosas como ésta:

«Muchas parejas abandonadas deben formar una nueva relación por el bien de los hijos, contraer matrimonio civil, al cual no pueden renunciar después sin pecado. Muchos, después de haber vivido amargas experiencias, encuentran en estas nuevas uniones, una felicidad humana, y más aún un regalo del cielo» (Verlag Herder, 10-III-2014, Evangelium von der Familie, pg. 55). El adulterio, un «regalo del cielo»…

2014. También se confía a Kasper el discurso de apertura del Sínodo, en el que sigue el Cardenal promoviendo la comunión de los adúlteros:

Argumenta su propuesta a los Padres sinodales diciéndoles: «¿No es tal vez una instrumentalización de la persona que sufre y pide ayuda si hacemos de ella un signo y una advertencia para los otros? ¿La dejaremos morir sacramentalmente de hambre para que otros vivan?»… Más aún: el acceso a la comunión viene exigido incluso por el bien de los hijos. «Efectivamente, cuando los hijos de los divorciados vueltos a casar no ven a sus padres acercarse a los sacramentos, normalmente tampoco ellos encuentran el camino hacia la confesión y la comunión. ¿No tendremos en cuenta que perderemos también a la próxima generación y, tal vez, también a la siguiente? ¿Nuestra praxis consumada no demuestra ser contraproducente?»… (disc. publicado en Il Foglio y editado en la Queriniana)

El mismo Kasper, en una reunión del llamado Cenáculo de los amigos del Papa Francisco (Roma, VI-2015), promoviendo cambios radicales en la pastoral de la Iglesia sobre las «parejas irregulares», declaró que «no podemos conducir una guerra ideológica, dado que no podemos ganar. Los otros tienen a su disposición gigantescos medios económicos y tienen también de su lado los medios de comunicación». Por lo tanto, debemos «desarmar nuestro lenguaje», buscando acercarnos al mundo secularizado.

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«Caso por caso»

Todos los promotores de la comunión de adúlteros y convivientes insisten siempre en que ella debería darse «en determinadas circunstancias», después de un «discernimiento pastoral» que considerase esa posibilidad «caso por caso». En este sentido, no pocos sabíamos que el cardenal Kasper presentaba en modo falso la posibilidad de la comunión de los divorciados vueltos a casar. Antes de los dos Sínodos y durante ellos, él propone este cambio en la práctica eucarística como si fuera a darse en algunos casos, previo el discernimiento pastoral favorable, y no, por supuesto, como norma práctica generalizada. Pero él sabe perfectamente que esos «acompañamientos y discernimientos pastorales» son de hecho impracticables, y que por supuesto no han sido practicados nunca –o sólo en pocos casos excepcionales– en aquellas Iglesias occidentales, concretamente en Alemania, que ya hace años venían practicando impunemente ese gravísimo abuso.

La Conferencia Episcopal Alemana en su largo documento Caminos teológicamente responsables y pastoralmente adecuados para el acompañamiento pastoral de los divorciados que se han vuelto a casar (24-VI-2014), publicado unos meses antes del Sínodo-2014, también insiste en el discernimiento y el caso por caso.

«La gran mayoría de los obispos [de Alemania] se pregunta si no hay razones teológicas que posibiliten bajo ciertas condiciones el que los divorciados y vueltos a casar sean aceptados al sacramento de la penitencia y a la comunión, cuando la posibilidad jurídica de la anulación no esté a mano». Y en el último párrafo del largo documento se lee:

«Seguramente sería falso permitir el acceso a los sacramentos de manera indiferenciada a todos los fieles cuyo matrimonio se ha roto y se han divorciado y vuelto a casar. Lo que se requiere más bien son soluciones diversificadas que hagan justicia a los casos individuales y que se apliquen cuando el matrimonio no puede anularse. Por esto y en razón de nuestras experiencias pastorales, quisiéramos subrayar fuertemente la pregunta que el Cardenal Kasper planteó en el Consistorio del 21 de febrero 2014: “Si una persona divorciada y vuelta a casar se arrepiente de haber fracasado en su primer matrimonio, una vez que se han aclarado las obligaciones del primer matrimonio y ha quedado definitivamente cerrado el retorno [sic], si esa persona no puede cancelar sin culpa las obligaciones contraídas por el segundo matrimonio [sic]civil, pero se esfuerza todo lo posible por vivir su segundo matrimonio en la fe  [sic] y por educar a sus hijos en la fe, si esa persona desea los sacramentos como fuente de fuerza para su situación, entonces ¿debemos y podemos después de un tiempo de reorientación negarnos a darle el sacramento de la penitencia y la comunión?”» 

Quedaría, pues, reservada la absolución y la comunión de las parejas cristianas ilícitas a cuando éstas, después de un prudente discernimiento pastoral, que, obviamente, sólo puede ser realizado «caso por caso», reúna para ello en conciencia un conjunto de condiciones favorables.

* * *

2014. Esta propuesta germánica fue recogida en la Relatio final del Sínodo-2014, en el número 52, aunque no había logrado en la votación de los Padres los dos tercios de los votos exigidos por el Reglamento del Sínodo:

«Se ha reflexionado sobre la posibilidad de que los divorciados y recasados accedan a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Algunos Padres sinodales han insistido a favor de la disciplina actual […] Otros se han inclinado hacia un acogimiento no generalizado a la mesa eucarística, en algunas situaciones particulares y en condiciones bien precisas»… En algunos casos particulares, previo un discernimiento pastoral.

2016. La Amoris lætitia, apoyándose en los dos Sínodos 2014-2015, orienta en el mismo sentido la cuestión –caso por caso– en varios números, como éste:

«Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas» (298). En tales casos es posible que la pareja «viva en gracia de Dios» y «reciba para ello la ayuda de la Iglesia» (305). Remite aquí a la Nota (351): «En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos», aludiendo concretamente a la Penitencia y la Eucaristía.

* * *

Los Sínodos y la Amoris lætitia conceden la comunión a las parejas cristianas ilícitas, como hemos visto, enfatizando siempre que no ha de aplicarse esta nueva medida pastoral en forma «general e indiscriminada», sino en «algunos casos», tras ser recorrido un «camino penitencial», bajo la responsabilidad del Obispo, realizado un «discernimiento pastoral» cuidadoso, que examina «caso por caso»…

No pocos pensamos que tales condiciones se indicaban con insistencia solamente para conseguir la aquiescencia de los Padres sinodales y del Episcopado católico, pero que en realidad no iban a ser aplicadas casi nunca. De hecho, las Iglesias locales, concretamente aquellas de Alemania, que llevaban decenios dando la comunión a los adúlteros, siendo las que con más fuerza propugnaban este cambio en la administración de la Eucaristía, jamás habían aplicado esas cautelosas medidas pastorales.

No hay, que yo sepa, estadísticas fiables que verifiquen lo que digo. Pero las informaciones que he tenido de cristianos, sacerdotes o laicos, que han vivido o viven en Alemania, vienen a coincidir en que: 1) Se niega la comunión a los  fieles que no cumplen con su obligación de pagar el impuesto religioso. 2) Pero se concede la comunión, sin especiales discernimientos pastorales, a quienes lo pagan, independientemente de su situación nupcial. [Bruno Moreno informa más sobre estos dos puntos].  

De hecho, en otras Iglesias locales en las que desde hace medio siglo se da la comunión a parejas cristianas ilícitas, nunca o casi nunca se ha realizado ni se ha intentado hacer discernimientos pastorales, elaborados «caso por caso». Siempre la comunión se ha distribuido en forma indiscriminada, a todos los que de buen modo la solicitan.

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El «discernimiento» pastoral «caso por caso» en la comunión de parejas ilícitas no se ha aplicado  casi nunca. En gran parte es una expresión vacía. Como excepción se habrá dado en algunas parejas colaboradoras de la parroquia, o que son amigas o familiares del sacerdote.

1º) No se ejercita a veces el discernimiento pastoral por mala doctrina: se piensa que todos pueden recibir en la Eucaristía «el pan vivo bajado del cielo», pues es un don gratuito de Dios para todos los hijos que se sientan a su mesa, sea cual sea su vida. Él es el que «hace salir el sol sobre malos y buenos, y llueve sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Frases de la Amoris lætitia, mal entendidas, pueden confirmar ese error: «La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir a ninguno» (AL 309).

Pero tal como están las cosas, muy pocas Iglesias locales carecerán hoy de un sacerdote de mala doctrina –o de varios o de muchos– que incurran en el «grave riesgo de dar mensajes equivocados», como la misma Amoris lætitia alerta  con realismo (300). Esas Iglesias no pocas veces tendrán un Obispo que piensa como ellos o que, al menos, les deja hacer impunemente. Una pareja cristiana ilícita no tendrá, pues, ninguna dificultad para hallar el discernimiento pastoral que desea, según el cual pueda con buena conciencia seguir conviviendo «more uxorio», es decir, seguir practicando «la fornicación [que] es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio» (Catecismo 2353), y seguir comulgando también sin problemas de conciencia.

2º) El discernimiento pastoral «caso por caso» es prácticamente irrealizable. Los pocos sacerdotes que actualmente hay se ven crónicamente desbordados por los ministerios pastorales más necesarios y urgentes: catequesis y celebración de Misas, quizá en varios lugares; preparación y realización de bautismos, confirmaciones, matrimonios; atención a los pobres, enfermos, agonizantes, inmigrantes; formación de catequistas, cuidado de los movimientos y diversas obras existentes en la(s) parroquia(s); etc. Exigirles que disminuyan esas actividades, para poder «acompañar» asiduamente a las parejas ilícitas, estudiando cada una «caso por caso», para poder darles una «discernimiento pastoral» prudente y bien fundado, implica una gran ignorancia de la realidad. Sabe además el sacerdote que el discernimiento que pueda dar, no es en modo alguno vinculante, pues en definitiva la pareja ha de atenerse al dictamen de su conciencia (AL 37).

* * *

Compruebo lo dicho citando algunos casos significativos posteriores a la Amoris lætitia.

El presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas, arzobispo Lingayen Dagupan, al día siguiente de la promulgación de la Amoris lætitia, publica en la web de la Conferencia (9-IV-2016) una carta dirigida a todos los católicos filipinos: «Brothers and sisters in Christ». En ella expresa que, «como el Papa nos pide que hagamos», se debe ir al encuentro de los hermanos que viven en «relaciones rotas» para asegurarles que para ellos «siempre hay un lugar en la mesa de los pecadores» (se entiende: mesa de los pecadores = mesa-altar eucarística). «Se trata de una medida de misericordia, una apertura de corazón y de espíritu que no necesita ninguna ley, no espera a ninguna directriz, ni aguarda indicaciones. Puede y debe ponerse en práctica inmediatamente». La comunión eucarística de los divorciados vueltos a casar, que desde hace decenios se venía practicando contra la doctrina y disciplina de la Iglesia, quedaría, pues, según el Arzobispo Dagupan, legitimada por la Exhortación apostólica postsinodal. Más aún: debería ser practicada allí donde hasta ahora no se hacía.

Mons. Benno Elbs, obispo de Feldkirch (Austria), como informamos en InfoCatólica, en una entrevista publicada en Die Presse (enero 2017), preguntado sobre si es irreversible la concesión de la comunión eucarística a los divorciados vueltos a casar, responde que lo es, efectivamente, y añade que «es lo que muchos pastores llevan tiempo haciendo», al mismo tiempo que opina que no deben darse reglas fijas al respecto. Según él –también en referencia a la anticoncepción– en la Amoris lætitia «el texto entero respira la idea de que cada individuo encuentra en su conciencia la forma de abordar sus decisiones en la vida».

Mons. Robert W. McElroy, obispo de San Diego (California), promovido por el papa Francisco a esa importante diócesis de Estados Unidos, publica en la página-web diocesana una carta pastoral titulada Abrazando el disfrute del amor: Embracing the joy of loveen la que dice: «Amoris lætitia subraya que ninguna norma abstracta puede plasmar la gran complejidad de circunstancias, intenciones, niveles de comprensión y madurez que originalmente envolvieron la acción del hombre o de la mujer en su primer matrimonio, o que envuelven las nuevas obligaciones morales que surgen de cónyuge [sic] o de los niños del segundo matrimonio [sic]… Es importante subrayar que el papel del sacerdote es de acompañamiento, es decir, informar sobre los principios de la fe católica la conciencia de la persona que discierne. El sacerdote [sin embargo] no tiene que tomar decisiones en lugar del creyente, porque tal como resalta el Papa Francisco en Amoris lætitia [37], la Iglesia está llamada “a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas”».

Mons. Charles Scicluna, arzobispo de Malta, y Mons. Mario Grech, obispo de Gozo, diócesis sufragánea de Malta, en el documento Criterios para la aplicación del capítulo VIII de Amoris lætitia (enero 2017), escriben a sus fieles que «si una persona separada o divorciada», que convive con otra, «cree que está en paz con Dios, no puede ser excluida de participar en los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía». En cuanto a su eventual convivencia «como hermano y hermana» la consideran «humanamente imposible (humanly impossible)». (Texto íntegro). 

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La conciencia decide

Testimonios como éstos citados de Filipinas, Feldkirch, San Diego, Malta -publicada, por cierto, el documento maltés en L’Osservatore Romano- y tantos otros, no censurados por la Santa Sede, nos permiten comprobar que, al menos en no pocas Iglesias locales, el acceso de las parejas ilícitas a la Eucaristía se irá dejando a su conciencia (AL 37). No se pondrá en práctica, de hecho –en contra de lo dispuesto en la Amoris lætitia– un previo «discernimiento pastoral» que se realice «caso por caso». Y que si por excepción se recibe ese discernimiento, no es vinculante, porque es la conciencia de la pareja adúltera o concubinaria la que en último término discierne y decide 1) si debe salir o no de su situación, y en el caso de que la mantengan, 2) si es lícita o no su comunión eucarística con Cristo. De este modo se acepta o tolera en la Iglesia Católica, al menos en forma implícita, el divorcio, el adulterio y el concubinato. Se desvanece la indisolubilidad del matrimonio. Se consideran «matrimonio» las segundas nupcias –o terceras o quintas…–. Y se rechazan como inválidas las condiciones requeridas para la comunión eucarística enseñadas por la Iglesia.

Sandro Magister se pregunta: «¿Está todo esto incluido en las múltiples, y a menudo contrapuestas, interpretaciones y aplicaciones de la Amoris lætitia que Francisco ha dejado convivir hasta ahora deliberadamente? ¿Se puede considerar también esta interpretación de Amoris lætitia compatible con la doctrina de siempre sobre el matrimonio católico?… Éstas son dos preguntas que difícilmente el Papa puede arrinconar».

José María Iraburu, sacerdote    

Post post.– El cardenal Agostino Vallini, Vicario del Papa para la diócesis de Roma, en una relación que expuso en el Convegno su Amoris lætitia celebrado en Roma (septiembre 2016: La Stampa 7-I-2017), hace notar que, respecto a la comunión de los divorciados vueltos a casar, «el Papa usa el modo condicional, pues no dice que sea necesario admitirlos a los sacramentos, aunque no lo excluye en algunos casos y en ciertas condiciones». Y el vaticanista Andrea Tornelli comenta esta «via de Vallini» diciendo que «no cede al laxismo del “libero tutti”, no presenta en ningún momento los sacramentos como un derecho que puede reivindicarse. Y al mismo tiempo hace suya la apertura indicada por el Pontífice, el cual, como es sabido, ha invitado al discernimiento y a valorar caso por caso la existencia de circunstancias atenuantes». Más exacto sería calificarlas de eximentes.

Índice de Reforma o apostasía

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