Editorial: Silencio a cambio de inversión


Es innegable el acelerado desarrollo de la República Popular China y su progreso económico e industrial, así como su papel protagónico como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, su influencia comercial en el mercado internacional, y la disciplina y esmero con que han venido construyendo un país admirable en muchos sentidos.

Sin embargo, resulta verdaderamente lamentable y deplorable que dentro de su territorio se den serias violaciones a los derechos humanos fundamentales y que prevalezca un silencio cómplice internacional sobre dichas acciones, entre ellas, la falta de libertad de expresión y la inexistente libertad religiosa y de culto. Basta recordar que esta semana la policía china rodeó un pueblo católico para impedir una procesión mariana.

Ese mismo silencio reina en torno a la criminal política abortiva de niños y niñas que ocurre al amparo de la ley de “un hijo por familia”, lo que probablemente fue la causa del hallazgo de un recién nacido encontrado vivo en una tubería de desagüe en Pekín.

Más allá del maquillaje publirrelacionista con que China se presenta en eventos de talla internacional, como ocurrió durante los Juegos Olímpicos que organizaron en 2008, la gente común en China carece de libertades básicas inherentes a su dignidad humana, las cuales están consagradas en el derecho internacional.

El anacrónico ateísmo del Estado y del Partido Comunista se traduce en la praxis en una verdadera persecución de los creyentes, no sólo cristianos –que por cierto han sido los más afectados–, haciendo que millones de ellos vivan en la clandestinidad, con sus obispos y sacerdotes presos, desaparecidos o exiliados.

De nada sirve que su Constitución Política conceda supuestas libertades, si las múltiples restricciones que impone la propia ley, el Partido Comunista y el Estado, hacen de sus normas letra muerta, que no es más que una máscara con la que se presentan ante la comunidad internacional.

China aprovecha su poderío económico y su potencial militar para presionar a otros países a que acepten sus condiciones y puedan llevar buenas relaciones; qué decir de la presión que ejercen para que otros Estados admitan el veto impuesto por ellos al Dalai Lama y su legítima lucha por la independencia del Tíbet –nación invadida y martirizada ante la complicidad internacional–, o sobre la Santa Sede para que rompa relaciones con Taiwán.

Desde hace medio siglo, la Iglesia en China vive en situaciones subterráneas, y los católicos son frecuentemente perseguidos, multados, torturados y obligados a trabajos forzados. Por supuesto, entre las víctimas hay también pastores protestantes y monjes tibetanos.

Las condiciones de vida de los obispos católicos que quieren seguir siendo fieles al Papa, son alarmantes, pues la obediencia “espiritual” de un ciudadano chino a un Estado extranjero (en este caso la Santa Sede) es considerada como una traición a la patria y castigada con penas severas.

Obispos, sacerdotes y fieles han desaparecido o han sido castigados para que sirva de escarmiento público. Frente a ello, destaca también el silencio internacional, pues los países prefieren ser cómplices y hacer caso omiso de esta dramática situación a cambio de asegurar cuantiosas inversiones del “Dragón chino”.

Desde que China comenzó a abrir sus puertas al mundo, con el respaldo diplomático de Kissinger y las primeras inversiones de Estados Unidos y otros países, ciertamente comenzó un renacimiento espiritual en ese país, no sólo a través de las religiones tradicionales de Oriente, sino de las propias Iglesias cristianas. Pero la aparente apertura china en materia de libertad religiosa no es más que un papalote que vuela alto para que todos lo vean, pero está sujeta de un débil hilo que el propio Estado rompe en las oscuras tinieblas de la censura.

Mucho le falta a China para ser un país de libertades plenas. Mucho le falta a los demás países –entre ellos México– para defender, por encima de sus intereses políticos, el respeto a los derechos humanos más elementales. Ojalá el presidente Enrique Peña Nieto no pierda la oportunidad de defender los derechos humanos, más allá de los intereses económicos que se pretendan entablar con aquella lejana nación, con la próxima visita del Presidente chino.


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