Fray Antonio de Guevara



ANTONIO DE GUEVARA (1481-1545)
por Manuel de Castro, o.f.m.

Fray Antonio de Guevara, franciscano, nació en Treceño (Santander) en 1481, y murió en Mondoñedo (Lugo) el 3 de abril de 1545. Obispo, historiador y moralista. Hijo de D. Beltrán de Guevara y Doña Elvira de Noreña y Calderón.

En 1493 lo envía su padre a la Corte, pero decepcionado de aquella vida mundana, determinó tornar el hábito franciscano a la edad de veinticuatro años, en la provincia de la Concepción. Fue guardián de Arévalo, de Soria en 1518, y definidor de su provincia el 11 de noviembre de 1520. El 30 del mismo mes y año se encontraba en Villabrágima, portador de unas provisiones imperiales para terminar el conflicto de los comuneros, pero de este encuentro sale «mal tratado y peor servido». En recompensa a su lealtad el Emperador lo nombra predicador real el 4 de octubre de 1521. Acompaña a Carlos V durante su viaje a Inglaterra en junio de 1522, y en mayo de 1523 asiste al Capítulo general de Burgos.

Durante los años siguientes recorre varias ciudades de Castilla en compañía del Emperador, encontrándose en Valencia el 10 de mayo de 1525 como miembro de una comisión encargada de la conversión de los moriscos de este reino. Participa en la guerra que se llevó a cabo en la sierra de Espadán contra los moriscos, que se rindieron al 19 de septiembre de 1526. En ella fue herido. El 7 de diciembre de este año se publica en Granada un edicto contra los moriscos y toma parte en la redacción del mismo.

A comienzos de 1527 Carlos V lo nombra su cronista oficial, trasladándose a Valladolid el 27 de junio para formar parte de una junta de 24 teólogos que debía dictaminar sobre las obras de Erasmo. El 7 de enero de 1528 es nombrado obispo de Guadix, pero no entra en su diócesis hasta el otoño del año siguiente; en el verano de 1535 acompaña al Emperador durante su expedición a Túnez, encontrándose en Nápoles y Roma a mediados del año siguiente.

El 11 de abril de 1537 es designado obispo de Mondoñedo, pero no llega a su nueva diócesis hasta el 1 de marzo de 1538. Aunque de edad avanzada, giró visita a la misma en seis ocasiones, pero, debido a los relevantes cargos que desempeñaba en la Corte, lo encontramos con frecuencia, durante sus últimos años, en Valladolid y Toledo.

El 3 de mayo de 1541 promulga las Constituciones Sinodales, documento de especial importancia para la historia de la Iglesia mindoniense; falleció en su diócesis, y fue enterrado en su catedral.

Obras: Libro áureo de Marco Aurelio, Sevilla 1528; Reloj de príncipes, Valladolid 1529; Una década de Césares, Valladolid 1539; Aviso de privados, Valladolid 1539: Menosprecio de corte y alabanza de aldea, Valladolid 1539; Arte de marear, Valladolid 1539; Epístolas familiares, Valladolid 1539; Oratorio de religiosos, Valladolid 1542; Monte Calvario, Salamanca 1542.

Manuel de Castro, OFM, Antonio de Guevara, en Diccionario de Historia Eclesiástica de España. Madrid 1972, vol. II, págs. 1066-1067.



ANTONIO DE GUEVARA (1481-1545)
por Pedro Correa Rodríguez

Fray Antonio de Guevara, franciscano, escritor español que nació probablemente en Treceño (Santander) hacia 1480, y murió en Mondoñedo (Lugo) el año 1545.

Biografía. El mismo Guevara habló de su familia oriunda de las Asturias de Santillana, pero nada precisó respecto a su pueblo natal. Deducimos la fecha de nacimiento, porque siendo niño pasó a la corte como paje del príncipe Juan y es probable que recibiera lecciones del humanista Pedro Mártir de Anglería. Desde entonces, Antonio de Guevara y de Noroña comienza su carrera de cortesano y hombre de mundo no abandonada hasta los últimos años de su vida. Una crisis de conciencia, agudizada después de la muerte del Príncipe, le indujo a ingresar en la Orden franciscana. Hombre dotado de una gran facilidad de palabra, se impuso por sus condiciones naturales de orador; la fama de sus sermones le llevó de nuevo a la corte, donde consiguió el honroso cargo de predicador oficial y algo más tarde el de cronista del reino.

Durante los primeros años de vida religiosa también vivió con intensidad la política y los negocios públicos, desde su cargo de consejero privado de Gonzalo de Córdoba. El momento más decisivo de la política española, la guerra de las Comunidades, lo salvó con decoro y habilidad. Triunfante el partido imperial, atacó sin piedad a los comuneros. Carlos V recompensó con creces el decidido apoyo prestado por Guevara a su causa y le nombró inquisidor de Toledo; en distintos momentos le propuso, también, como obispo de Guadix y Mondoñedo. Hombre emprendedor y belicoso, no se conformó con la vida brillante de la corte, sino que siguió al Emperador en varias de sus salidas por las tierras del Imperio. Participó en la expedición militar de castigo a Túnez y en la entrevista Carlos I - Francisco I. Cuando se cansó del ajetreo de la vida diplomática y política, se retiró a su sede de Mondoñedo, tal vez para justificar la doctrina expuesta en Menosprecio de corte y alabanza de aldea.

Creación literaria. Pero lo que le dio más gloria fueron sus obras, tan variadas en temática y tan ricas en recursos expresivos. Los trabajos literarios de Guevara corrían manuscritos entre los cortesanos y eran admirados por su estilo pulido y retórico, por la variedad y ciencia que encerraban; hasta tal punto se aficionaron a ellos que el escritor no tuvo más remedio que imprimirlos, con objeto de fijar el texto, bastante alterado en las copias.

La primera obra impresa fue el Libro llamado Relox de príncipes o Libro áureo del Emperador Marco Aurelio (1529). Es una novela miscelánea, fruto de su tiempo. Hay en ella abundante erudición, reflejada en incontables citas sacadas de autores clásicos, sabrosas disquisiciones, artificios de todas clases, anécdotas picantes, sentencias al estilo tradicional y renacentista, una novela pseudohistórica y una teoría educacional y del estado. En principio Guevara sólo quiso hacer una obra pedagógica donde se expondrían todas las enseñanzas necesarias a un príncipe para ser buen cristiano, mejor gobernante y excelente padre de familia. Más tarde quiso demostrar la viabilidad de su teoría e insertó una historia sacada de los antiguos, aderezada con las excelencias de su estilo y en la que proponía a Marco Aurelio como modelo doctrinario. El episodio más logrado es el de El villano del Danubio, canto exaltado a las excelencias de la vida natural, en contraste violento con el decadentismo vital y ético de la sociedad romana. La dinámica descripción de la actitud del salvaje es digna de figurar en las páginas de cualquier escritor barroco de valía. Tanto interés despertó la fuerza plástica de este tipo que inspiró a La Fontaine una de sus más conseguidas composiciones, y a Hoz y Mota (1622-1714) una comedia barroca (El villano del Danubio).

De 1539 datan tres obras y el comienzo de una cuarta. Menosprecio de corte y alabanza de aldea es un libro lleno de tópicos y lugares comunes, y de contrastes intelectuales entre la vida cortesana, tan amada por Guevara, y la vida natural que hubiera, si es posible creerle, deseado llevar. La obrita se desarrolla en un tono discreto, monótono a ratos, pero reflejo fiel de su estilo y arte. Aviso de privados y doctrina de cortesanos es una obrita pedante sobre esa etiqueta cortesana tan bien conocida por el autor, llena de observaciones minuciosas, empedrada de citas y que encaja a la perfección con su vida. De los inventores del marear y de muchos trabajos que se pasan en las galeras es uno más de los innumerables tratados de navegación escritos en aquel tiempo y que revela la afición de los españoles por el arte de marear. No aporta novedad de ninguna clase como no sea la plasticidad con que describe la terminología marinera. Comienza por aquel entonces otra obra de gran éxito, las Epístolas familiares, que durante siete años deleitó a los cortesanos, y que apreció el público culto de toda Europa. Son un documento inapreciable para conocer a su autor y, mas aún, para adentrarnos en los secretos de la vida cortesana de su tiempo. Están llenas de anécdotas interesantes, de cuentos tradicionales como la historia de las tres enamoradas, y como el de Androcles y el león, extraído de un relato de Aulio Gelio y adaptado y comentado con el titulo de Andrónico; de rasgos autobiográficos interesantes, de la chismografía cortesana, y todo ello con un estilo bastante lineal dentro de la exuberancia que le caracterizaba. Para hacer honor a su condición de religioso ha dejado dos muestras de prosa ascética, el Monte Calvario y el Oratorio de religiosos y exercicio de virtuosos.

La obra de Guevara inserta en su época. Guevara fue el escritor cortesano por excelencia, el hombre más loado por sus obras y tal vez el español más leído en Europa. Aún hoy no acertamos a explicarnos el porqué. Quizá la clave de su éxito se encuentre en su estilo. Frente al clasicismo sencillo y casi horizontal de la prosa renacentista (pensemos en los Valdés y en el Lazarillo), hay un marcado regusto por lo desorbitado, ampuloso y dinámico. Guevara no se propuso formar escuela y no tuvo conciencia de su barroquismo: era en él una condición innata, fomentada por la oratoria, en la que fue un maestro. Es curioso constatar que Guevara no fue un caso aislado; también Feliciano de Silva y en menor medida Luis Milán y Pedro Mexía abusaron de los retorcimientos expresivos de la lengua. Fue, pues, un gusto de época afortunadamente desaparecido. Aparte estos recursos, Guevara tuvo el gran acierto de ser un escritor variado y ameno. Sus obras abarcaron una amplia gama de temas, y dentro de una misma obra, la variación afloraba también. Tuvo el don de la oportunidad.

También se le admiró por su vasta cultura. Como buen cortesano y alto dignatario eclesiástico fue hombre de muchas lecturas, profanas y ascéticas, y dentro de ellas, políticas, retóricas, literarias, históricas, científicas, piadosas y clásicas. Leyó mucho, pero demasiado de prisa. Muestra más erudición que ciencia. Él solía quejarse de la falta de tiempo; verdaderamente, vivió acuciado por cuantiosos quehaceres y si no los tenía, se los inventaba. Tal vez ésa sea la causa por la que numerosas citas suelen estar equivocadas. Ahora bien, esas referencias demuestran que por lo menos echó una ojeada a los libros, y que éstos fueron bastantes. La acumulación de notas hace prolija y monótona, fatigosa, la lectura de sus obras, pero era gusto de la época y él fue hombre de su tiempo. Su prisa de cortesano y hombre de mundo le llevó a improvisar demasiado, no corregía sus escritos una vez impresos y se vanagloriaba de que corrieran copias manuscritas de ellos. He aquí una perfecta autodefinición: «A la corte me truxeron, aflojo en los ayunos, quebranto las fiestas, olvido las disciplinas, no hago limosnas, rezo poco, predico raro, hablo mucho, sufro poco, rezo con tibieza, presumo mucho, celebro con pereza y como demasiado». Presumir mucho es un rasgo que encaja a la perfección con su estilo literario.

Facilidad y dominio del léxico, amplio conocimiento de la retórica clásica, aguda observación de la realidad circundante, contraste entre lo culto y lo popular, asonancias y consonancias verbales, acumulación de sinónimos, paralelismos sin cuento, juegos conceptuales en muchas ocasiones pueriles, pensamientos opuestos, desmesurada fantasía y humor socarrón. Todo esto es símbolo de una época. Hay cierta afinidad entre esta prosa abundante y la vital alegría desenfrenada de la España imperial. Con el Imperio pudo viajar por Europa y fue admirado en Francia, Italia, Flandes e Inglaterra, donde parece haber influido en el primer barroco. Fue casi tan admirado como Cervantes.

Pedro Correa Rodríguez, Fray Antonio de Guevara, en Gran Enciclopedia Rialp. Madrid 1972, Tomo XI, págs. 454-455.
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