Decir sí también al mal

En la cruz de Jesús se manifiesta su dependencia. Jesús se hace dependiente de los hombres hasta la muerte. En la pasión es llevado sin oponer resistencia. Calla, se deja llevar.

Verdaderamente su reino no es de este mundo. Pero su reino cambia al hombre en este mundo.

En esa cruz solitaria se manifiesta la verdad de Dios en el testimonio del abandono. En la dependencia más absoluta, en la impotencia más dura, en el odio de los hombres más extremo, Jesús reina.

Es rey desde el servicio, desde la entrega, desde la humildad. Calla y es rey. No manda y es rey. No es socorrido, es abandonado, y es rey. Parece un reinado absurdo, impotente, irrisorio. Rompe todos nuestros esquemas.

Su reinado sigue estando hoy vivo en la fuerza de sus santos. En el testimonio vivo de los que se entregan y aman. Su poder es el servicio y la generosidad hasta el extremo. En la impotencia, Jesús reina.

Un reino que no está en lucha con otros reinos. Un reino lleno de paz y de verdad. Queremos que se haga presente el reino de Jesús con nuestras manos. Dependemos de Él. Porque sólo Él puede cambiarnos el corazón. ¡Cuánto nos cuesta!

Su reino es un reino que no se ve, está oculto en el corazón del hombre. Pero es un reino estable y firme, sólido y eterno. Un reino que no se basa en el dinero. Que no busca el poder. Porque su poder es el servicio. Y no se puede servir a dos señores. O se sirve a Dios. O se sirve al dinero y al poder.

¿En qué reinado servimos? A veces nos dejamos llevar por esa imagen de reino poderoso. Nos gustaría que acabara el dominio del mal y triunfara el bien por la fuerza. Y Jesús nos dice que no resistamos el mal.

Esas palabras me cuestionan. Me conmueven. Me duelen. Resistir el mal es lo más propio de mi corazón que no quiere sufrir. Resistimos el mal que es violencia, opresión, agresividad. Nos resistimos a un mal que nos esclaviza. Nos resistimos a todo lo que nos hace daño.

Jesús es el rey que libera el corazón de sus esclavitudes. Pero es un rey que no nos libera del mal, de la cruz, del dolor. No borra de un plumazo mis sufrimientos. Es verdad, por más que se lo pido. Pero me hace fuerte cuando acepto la cruz con paz.

¡Cuánto me cuesta aceptar la vida como es, con sus cruces y su oscuridad! ¡Cuánto me cuesta callar y ser manso como cordero!

Jesús me ha mostrado ya el camino. ¿Cómo se construye este reino? Diciendo que sí a sus deseos: “¿Cuál es entonces su tarea? Decir sencillamente sí. Lo peor que podemos hacer es justamente decir no. Si decimos que sí, entonces todo está bien”[1].

Decir que sí. No resistir el mal. Caminar de su mano obedeciendo. Ser niño en sus manos, confiado.

[1] J. Kentenich, Niños ante Dios

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