El Papa pide a los católicos en Georgia «recibir la herencia para conservarla, hacerla crecer y darla»

(RV) El Santo Padre les dedicó un discurso improvisado en el que trató diferentes temas, respondiendo a sus testimonios y preguntas con los que comenzó el encuentro la tarde del primer sábado de octubre. El Papa explicó cómo tener una fe firme, también dio consejos a los religiosos para cuando se tienen crisis espirituales; por otro lado habló de la transmisión de la fe, del matrimonio, del ecumenismo y de la mundanidad.

En un primer momento Francisco recordó una anécdota que le sucedió en su viaje apostólico a Armenia el pasado mes de junio, donde encontró a una viejecita de más de 80 años de origen armenio que vivía en Georgia y que había hecho 6 u 8 horas en autobús para cruzar la frontera y llegar a ver al Papa. 

Y cuando yo iba a montar en el coche, una viejecita me hizo un signo para que me acercara. ¿Cuántos años tenía? ¿Ochenta? Parecía tener más, ochenta o más... Yo sentí en el corazón el deseo de acercarme a saludarla, porque estaba detrás de las vallas. Era una mujer humilde, muy humilde. Me ha saludado con amor... Tenía un diente de oro, como se usaba en otros tiempos... Y me dijo: «Yo soy armenia, pero vivo en Georgia. Y venido desde Georgia». Había viajado seis u ocho horas en autobús para estar con el Papa. Después, al día siguiente, cuando íbamos no sé dónde –dos horas o más– la encontré allí. La dije: «Pero señora, ha venido desde Georgia... Tantas horas de viaje. Y después dos horas más, al día siguiente para encontrarme...» –«¡Eh, sí!. Es la fe», me dijo. Tú has hablado de ser firmes en la fe. Ser firmes en la fe es el testimonio que me ha dado esta mujer. Creía que Jesucristo, Hijo de Dios, ha dejado a Pedro en la tierra, y ella quería ver a Pedro.

Firmes en la fe significa capacidad de recibir de los otros la fe, conservarla y transmitirla. Firmes en la fe significa no olvidar lo que hemos aprendido, más aún, hacerlo crecer y darlo a nuestros hijos. Por eso en Cracovia he dado como misión especial a los jóvenes el hablar con los abuelos. Son los abuelos los que nos han transmitido la fe. Y vosotros, que trabajáis con los jóvenes, debéis enseñarles a escuchar a los abuelos, a hablar con ellos, para recibir el agua fresca de la fe, elaborarla en el presente, hacerla crecer –no esconderla en un cajón, no–, elaborarla, hacerla crecer y transmitirla a nuestro hijos.

El apóstol Pablo, hablando a su discípulo predilecto, Timoteo, le decía en la Segunda Carta que conservara firme la fe que había recibido de su madre y de su abuela. Este es el camino que nosotros debemos seguir, y esto nos hará madurar mucho. Recibir la herencia, hacerla germinar y darla. Una fe sin las raíces de la madre y la abuela no crece. Y una fe que se me ha dado, y que yo no doy a los otros, a los más pequeños, a mis «hijos», tampoco crece.

Detenerse y hacer memoria del momento de la llamada a la vocación

Hablando de los momentos «oscuros» en la vida de los consagrados en los que se tienen crisis de fe, «cuando parece que las cosas no van adelante», en aquel momento «hay que detenerse y hacer memoria», y pensar cómo fue aquel primer momento en el que el Espíritu Santo «me tocó», así la fe continuará firme, dijo el Papa.

Y tú, Kote [seminarista], has dicho una vez a tu mamá: «Yo quiero hacer lo que hace ese señor [el sacerdote que celebra la misa]». Y al final de tu intervención has dicho: «Estoy orgulloso de ser católico y de hacerme sacerdote católico georgiano». Es todo un itinerario... No has dicho lo que dijo tu mamá... ¿Qué te dijo ante aquellas palabras tuyas: «Yo quiero hacer lo que hace ese señor» [responde: «Era pequeño, y mi mamá me dijo «está bien, haz lo que él hace»... pero era pequeño»]. Aquella mujer «perdía» un hijo, pero alababa a Dios. Lo ha acompañado en su camino. Esto es el comienzo de una vocación; ahí está siempre la madre, la abuela... Pero tú has dicho la palabra clave: memoria. Conservar la memoria de la primera llamada. Custodiar aquel momento como tú guardas ese recuerdo: «Yo quiero hacer lo que hace ese señor». Porque esto no es una fábula que te ha venido a la cabeza: ha sido el Espíritu Santo quien te ha tocado. Y guardar esto en la memoria es custodiar la gracia del Espíritu Santo. Hablo a todos los sacerdotes y religiosas.

Todos nosotros tenemos –o tendremos– momentos oscuros en nuestra vida. También nosotros, los consagrados. Cuando parece que las cosas no marchan bien, cuando hay dificultades de convivencia en la comunidad, en la diócesis... En esos momentos, lo que se debe hacer es pararse, hacer memoria. Memoria del momento en el que he sido tocado o tocada por el Espíritu Santo. Como él ha dicho, del momento en que dijo: «Mamá, yo quiero hacer lo que hace ese señor»: el momento en que el Espíritu Santo nos toca. La perseverancia en la vocación radica en la memoria de aquella caricia que el Señor nos ha hecho y con la que nos ha dicho: «Ven, vente conmigo». Esto es lo que yo os aconsejo a todos vosotros, consagrados: no os volváis atrás cuando hay dificultades. Y si queréis mirar atrás, que sea a la memoria de aquel momento. El único. Así la fe permanece firme, la vocación permanece firme. Con nuestras debilidades, con nuestros pecados; todos somos pecadores y todos tenemos necesidad de confesarnos, pero la misericordia y el amor de Jesús son más grandes que nuestros pecados.

El matrimonio, las tentaciones, pedir ayuda

También habló de la fe firme en el matrimonio, «la cosa más bonita que Dios ha creado», dijo refiriéndose a las parejas que ha unido Dios. Francisco respondió al testimonio de Irina, una mujer casada de la iglesia católica georgiana.

Tú, Irina, has mencionado un gran enemigo de matrimonio hoy en día: la ideología del género. Hoy hay una guerra mundial para destruir el matrimonio. Hoy existen colonizaciones ideológicas que destruyen, pero no con las armas, sino con las ideas. Por lo tanto, es preciso defenderse de las colonizaciones ideológicas.

Pero ¿cómo es la fe en el matrimonio? El matrimonio es lo más bello que Dios ha creado. La Biblia nos dice que Dios ha creado el hombre y la mujer, los ha creado a su imagen (cf. Gn 1,27). Es decir, el hombre y la mujer que se hacen una sola carne son imagen de Dios. He comprendido, Irina, cuando explicabas las dificultades que tantas veces surgen en el matrimonio: las incomprensiones, las tentaciones... «¡Bah!, resolvamos esto por la vía del divorcio, y así yo me busco a otro y él se busca a otra, y comenzamos de nuevo. Irina. Dos personas, pagan. Y otros más. Paga Dios, porque cuando se divide «una sola carne» se ensucia la imagen de Dios. Y pagan los niños, los hijos. Vosotros no sabéis, queridos hermanos y hermanas, no sabéis cuanto sufren los niños, los hijos pequeños, cuando ven las disputas y la separación de los padres. Se debe hacer de todo para salvar el matrimonio.

Pero ¿es normal que se discuta en el matrimonio? Sí, es normal. Sucede. A veces «vuelan los platos». Pero si el amor es verdadero, entonces se hace enseguida la paz. Yo aconsejo a los esposos: discutid todo que queráis, pero no terminéis la jornada sin hacer las paces. ¿Sabéis por qué? Porque la «guerra fría» del día siguiente es peligrosísima. Cuántos matrimonios se salvan si tienen el valor al final del día, no de hacer un discurso, sino una caricia, y la paz está hecha.

Pero es verdad que hay situaciones más complejas, cuando el diablo se entromete y pone ante el hombre una mujer que le parece más bella que la suya, o cuando presenta a una mujer un hombre que le parece mejor que el suyo. Pedid ayuda inmediatamente. Cuando viene esta tentación, pedid ayuda enseguida. 

Y, ¿cómo se ayuda a las parejas? Se ayudan con la acogida, la cercanía, el acompañamiento, el discernimiento y la integración en el cuerpo de la Iglesia. Acoger, acompañar, discernir e integrar. En la comunidad católica se debe ayudar a salvar los matrimonios. Hay tres palabras: son palabras de oro en la vida del matrimonio.

Finalmente, les ha pedido que no cedan a la mundanidad:

A todos vosotros, católicos georgianos, os pido por favor que nos defendáis de la mundanidad. Jesús nos ha hablado con tanta energía contra la mundanidad; en el discurso de la Última Cena ha pedido al Padre: «Padre, defiéndelos [a los discípulos] de la mundanidad. Defiéndelos del mundo». Pidamos esta gracia todos juntos: que el Señor nos libre de la mundanidad; que nos haga hombres y mujeres de Iglesia, firmes en la fe que hemos recibido de la abuela y la mamá; firmes en la fe que está segura bajo la protección del manto de la Santa Madre de Dios.

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