El Evangelio según San Lucas: Comentarios


1,1-4 Prólogo. Lucas comienza su evangelio con un prólogo o dedicatoria que revela varias cosas: 1. Cuando él decide escribir su obra, hay ya unas tradiciones en torno a unos acontecimientos concretos: Jesús, su vida, pasión, muerte y resurrección. 2. Muchos (en realidad, algunos) habían intentado ya organizar sistemáticamente esa información. 3. Él, Lucas, también ha decidido hacer lo mismo poniendo su empeño en hacer una obra lo más completa posible de modo que ayude tanto a los ministros de la Palabra como a los cristianos, a fundamentar muy bien su fe. 4. La obra está dedicada a un tal Teofilo que podría ser un personaje real, pero también un personaje ficticio; Teófilo significa «amigo de Dios», y eso debería ser cada creyente que se acerca con fe a leer y a ilustrarse con esta obra.

 1,5–2,52 «Evangelio de la Infancia»: historia de Juan el Bautista y de Jesús. Consecuente con lo que dice en 1,3, Lucas quiere «escribir todo por orden y exactamente, comenzando desde el principio». Y el principio es lógicamente el origen del protagonista de su obra, es decir, Jesús. Ahora bien, dado que Jesús va a marcar la diferencia entre el tiempo antiguo y el nuevo, entre el tiempo de las promesas y el de su cumplimiento, Lucas nos va a presentar el último eslabón entre esos dos tiempos, ése es Juan el llamado Bautista o bautizador, de quien también quiere contar su origen.
Aparte de los personajes extraordinarios que intervienen en este primer bloque narrativo como el ángel que se aparece a Zacarías, el arcángel Gabriel que se aparece a María y los ángeles que anuncian a los pastores el nacimiento de Jesús, los demás, van a ser lo más sencillo del pueblo: una mujer estéril, Isabel; una muchacha de Nazaret, María; y unos humildes pastores de Belén. Ya desde el principio, Lucas quiere ir mostrando cómo Dios tiene su propia manera de hacer historia, no desde lo más «importante» para el mundo y la sociedad, sino desde los que no cuentan para nada ni para nadie.

1,5-25 Anuncio del nacimiento de Juan el Bautista. Es necesario tener en cuenta ciertos detalles de este relato que nos ayudarán a entender mejor el sentido que Lucas quiso darle. En primer lugar, las personas: Zacarías e Isabel, son descritos como personas piadosas, apegadas en todo a la Ley del Señor y por tanto, a juicio de Dios, rectos (6). Segundo, no tenían hijos porque Isabel era estéril (7). Con esto, Lucas quiere subrayar el origen extraordinario de Juan al estilo de otros personajes también claves en la historia de la salvación en la antigüedad: Isaac (Gn 18,1-15), Samuel (1 Sm 1), y además quiere resaltar que Dios siempre se manifiesta allí donde menos se piensa, en las personas que no cuentan para nada ni para nadie; Isabel es una mujer humillada por su infecundidad (25) y Zacarías no era menos: ya anciano, no tenía en quien prolongar su nombre. Tercero, las personas y la institución, templo y culto, juegan un papel muy importante. Quizás Isabel y Zacarías simbolizan ese viejo orden que es el Templo y el culto de donde no han salido los beneficios salvíficos para el pueblo. Desde acá, sin embargo, saldrá un último llamado, un nuevo aviso por parte de Dios para que Israel se disponga a recibir a su próximo enviado. Cuarto, Lucas deja aquí constancia del modelo de respuesta histórico del pueblo israelita ilustrándolo con las palabras de Zacarías y con su mudez. Quinto, la misión futura del prometido infante es descrita con características extraordinarias; Juan será el nuevo Elías que dispondrá los corazones de los padres a los hijos… (16s). Sexto, Lucas quiere subrayar, finalmente que la Palabra de Dios se cumple, que su mensaje no es demagogia ni vana palabrería. En línea con sus palabras a lo largo de todo el Antiguo Testamento, aquí la Palabra de Dios, promesa hecha por medio del ángel, se cumple, y el testimonio de ese cumplimiento es el embarazo de Isabel (24) quien «se quedó escondida cinco meses» y cuyo valor simbólico es: las cosas de Dios no se entienden de una vez, somos lentos para entender a Dios (cfr. Lucas 24,25); pero finalmente, si hay fe y sencillez de corazón, las acciones de Dios sí pueden ser comprendidas.

1,26-38 Anuncio del nacimiento de Jesús. Lucas se esfuerza por narrar un origen nada común para el gran personaje de su obra, Jesús. Pero no se queda en lo ficticio y extraordinario; todo lo contrario: en primer lugar, para él es muy importante establecer unas coordenadas histórico-temporales: ya había dicho que se trataba del tiempo del rey Herodes (1,5) y que lo que ahora viene sucedió a los seis meses de la concepción de Isabel (26); y una coordenada espacial: Nazaret, no el lugar más importante para el judaísmo centralista de Jerusalén, sino lo absolutamente contrario y distinto al centro: la periferia; ésa es la coordenada espacial que ha elegido Dios para su Encarnación y que Lucas tiene especial cuidado en advertirlo en su hilo narrativo. A diferencia de Isabel, María es una muchacha joven en edad de casarse, incluso está ya comprometida con José; se halla en un período jurídico conocido como el «desposorio»; los padres de María y de José ya han arreglado todo para que sus hijos sean marido y mujer, pero por ahora cada uno vive en su casa, guardándose, eso sí, mutua fidelidad; he ahí el por qué de la preocupación de María, «¿cómo sucederá eso si no convivo con un hombre?». Y otro elemento que Lucas subraya para decir de una vez que después de Jesús no hay que esperar a ningún otro mesías, es su conexión con la línea davídica: primero porque José, el futuro padre de Jesús, pertenece a la descendencia de David, y segundo, porque Dios le dará el trono de David y su reino no tendrá fin (32s). En estas coordenadas temporales, espaciales, antropológicas y culturales, enmarca pues, Lucas el origen de Jesús y lo describe (su origen) desde el momento mismo en que María recibe la visita de Dios por medio de su ángel. En este relato hay dos protagonistas, María y la Palabra. «María», símbolo de una porción de humanidad que pese a las situaciones históricas de marginación, rechazo y abandono por parte de la oficialidad socio-religiosa, confía, espera y está abierta al querer divino. «La Palabra», Dios, que se pronuncia pero no en el «centro» donde todo parece que está dicho y decidido, porque viéndolo bien, Dios mismo ve que allí no hay cabida para Él; la Palabra que crea, que transforma, que da seguridad y que sin violentar la libertad del creyente, induce a una adhesión y aceptación gozosa de la voluntad divina tal como la de María «que se cumpla en mí tu palabra» (38).

1,39-56 María visita a Isabel. Casi nunca la historia nos narra los acontecimientos simples y sencillos de los pobres. Pues aquí encontramos una excepción. A pesar de ser Lucas un historiador, no se ha dejado arrastrar por la tendencia a resaltar las obras de los grandes y poderosos de la tierra, él ha querido mostrar los detalles simples de una realidad que aparentemente no tiene ningún puesto en el desarrollo histórico de una sociedad que sólo considera importante lo que hacen los grandes, los de renombre, los que se creen a sí mismos los únicos protagonistas de la historia. Aquí el protagonismo, si se puede hablar así, es de un par de mujeres, personajes ya de por sí devaluados en una sociedad machista patriarcal, dos niños que aún sin nacer ya están llamando la atención del autor, y el Espíritu Santo, que llena de gozo a Isabel para bendecir a su parienta María y al fruto de su vientre (42) y para cantar las grandezas del Señor. María e Isabel, personajes que no cuentan mucho en la sociedad, solamente como medio de multiplicación y prolongación del nombre del varón, se encuentran, y este encuentro, más que una simple visita de una parienta a otra, es la ocasión para que Lucas establezca mediante el recurso de la teología narrativa, una enseñanza sobre la manera cómo Dios actúa en la historia humana y a través de qué tipo de personas actúa; eso es, en el fondo lo que proclama Isabel en las palabras que dirige a María y es también lo que refrenda María y lo explicita mejor en su canto que la tradición consagró como el «Magnificat». En él, Lucas constata cómo mientras los grandes y poderosos se esfuerzan por conducir la historia bajo los criterios del poder, del tener y del dominio, dejando de lado una estela de empobrecidos, de marginados y excluidos, Dios va realizando su acción en el mundo, justamente a través de estas «sobras» que deja la sociedad estructuralmente injusta; por esto precisamente, el cántico de María es revolucionario, porque al reflejar las convicciones de un alma libre y liberada invita también a una auténtica liberación, liberación de unas estructuras injustas que por y en nombre de Dios mantienen al pueblo sumido en la discriminación, el hambre y el abandono. Lucas pone en labios de María lo que todo creyente de corazón sencillo no solamente debe proclamar con sus labios, sino realizar también a través de su esfuerzo y su lucha de cada día; es una invitación a no continuar «tragándose» el cuento de que una sociedad tan injusta como la de María –y como la de nosotros– sea el reflejo de algún designio o querer de Dios; y lo que es más revolucionario todavía, el Magnificat revela una imagen de Dios completa y absolutamente diferente a la imagen de Dios que manejan los opresores. Lástima que el Magnificat haya perdido, no se sabe desde cuándo, esa fuerza liberadora inicial convirtiéndose en un cántico a la resignación y a la espera pasiva de unos cambios y de unas intervenciones divinas a favor de los pobres, de los hambrientos y humillados que no se sabe cuándo se van a dar, pero que «hay que esperar»; pues ése no fue el sentido original. Es cierto que Dios va a intervenir a favor de los humildes y marginados, pero sólo cuando nosotros con nuestro esfuerzo, con nuestra lucha, comencemos a «preparar» esa intervención.

1,57-80 Nacimiento de Juan el Bautista. Con el nacimiento de Juan, Lucas quiere demostrar el cumplimiento de las palabras del ángel a Zacarías: que Isabel, la estéril daría a luz un hijo, que se llamaría Juan, y que muchos se alegrarían con su nacimiento (1,13s); y otra promesa más: Juan sería lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre (1,15c), lo cual se ha cumplido con el movimiento del niño en el vientre de Isabel cuando es visitada por María (1,41-44). En este contexto tiene lugar el cántico de Zacarías, (67-79) el cual está relacionado con el nacimiento, la circuncisión, la imposición del nombre de Juan y su manifestación pública. Sin embargo, el himno no está dedicado a Juan, no podemos perder de vista que la afirmación más importante de todo el himno se centra en la proclamación del carácter mesiánico de Jesús.

2,1-20 Nacimiento de Jesús. Lucas enmarca el nacimiento de Jesús en unas coordenadas históricas concretas: en un período de dominio romano, y en una coyuntura histórica precisa: la realización de un censo con todo lo que ello implicaba. No interesa si estas coordenadas «históricas» coinciden realmente, lo importante para Lucas y su comunidad es que en un punto de la historia –del tiempo y del espacio– se verifica un nacimiento muy particular: el del Mesías. Lucas hace coincidir este nacimiento en Belén en los mismos días que José y María han realizado un viaje a la pequeña ciudad llamada precisamente «Ciudad de David». Es también muy importante para Lucas señalar las circunstancias materiales en que nace Jesús. Para el evangelista, esto no es circunstancial, se trata de un acto supremo de la voluntad divina, así ha querido Dios que se desarrolle este acontecimiento; prueba de ello es la aparición del ángel a los pastores, el anuncio exclusivo del nacimiento de alguien que ya Lucas presenta como «Salvador», «Mesías» y «Señor»; el coro celestial y la movilización de ellos hasta donde está María para adorar al niño.
Pese a la humildad del cuadro en el pesebre, hay algo que le da a todo el ambiente una luminosidad y una espectacularidad especial: la alegría de todos, lo cual motiva a la glorificación y la alabanza a Dios; y en medio de todo, Lucas resalta otro detalle: todo esto, María lo medita y lo conserva en su corazón (19).

2,21-40 Circuncisión y presentación – Bendición de Simeón – Alabanza de Ana – De vuelta a Nazaret. Los padres de Jesús, fieles a las tradiciones de su pueblo y a lo mandado por el Señor, cumplen con tres ritos establecidos por la Ley: la circuncisión del niño a los ocho días de nacido (Lv 12,3; cfr. Gn 17,10-14), momento en el cual se le imponía el nombre a la criatura; la presentación en el Templo por tratarse del primogénito varón (Éx 13,2.12.15) y la purificación de la madre. Mediante la circuncisión, el varón israelita queda incorporado al pueblo de la alianza; se trata por tanto de un sello, una marca en la carne como señal de pertenencia. La presentación del primogénito varón tenía como finalidad consagrar a todos los primogénitos al Señor según el criterio de que todo primer fruto, tanto de humanos como de animales y vegetales, pertenece al Señor (Éx 13,2). Por último la purificación establecida por el Levítico apuntaba directamente a la pureza ritual y cultual, nada tenía que ver con el aspecto moral. Estas «diligencias» en Jerusalén sirven de marco a Lucas para llevar más lejos el efecto de la presentación del niño. No se trata simplemente de mostrar a los padres de Jesús cumpliendo con las normas y preceptos del Señor o de demostrar que ya desde su infancia Jesús quedó inserto en el pueblo de la alianza y de las promesas, se trata de utilizar la ocasión para subrayar el concepto lucano sobre Jesús, su persona y su obra, lo cual va poniendo en labios de distintos personajes, en este caso en Simeón (28-35) y en Ana (36-38).

2,41-52 El niño Jesús en el Templo. La centralidad de este relato está en el doble diálogo entre Jesús y los ancianos del templo y el de Jesús con sus padres. La ocasión sirve para que Lucas defina dos cosas, una: la paternidad divina de Jesús, primeras palabras de Jesús en el evangelio de Lucas, «mi Padre»; y segunda: la declaración por parte de Jesús del destino que dará a su vida: «los asuntos de mi Padre». Aunque ésta no es precisamente la ocasión para que Jesús se lance a su ministerio público, ya Lucas anticipa desde aquí lo que moverá a su protagonista a la acción: los asuntos del Padre, el plan o proyecto del Padre. Nadie entiende nada, nadie discute nada, ni siquiera sus propios padres; María guardaba todo esto en su corazón; algún día entenderá… por lo pronto, queda un primer pincelazo del modelo de discípulo dócil a la Palabra que Lucas quiere dibujar desde la figura de María; pero por ahora regresan a Nazaret donde Jesús seguirá creciendo «en el saber, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres» (52).
3,1-20 Juan el Bautista – Encarcelamiento de Juan el Bautista. Para Lucas es muy importante resaltar el momento en el cual la Palabra del Señor se dirige a Juan y la obediencia y disponibilidad de él a esa Palabra; inmediatamente comienza a recorrer la cuenca del Jordán predicando un bautismo de conversión. Así, Lucas inserta a Juan en la línea de los profetas antiguos para dejar por sentado que en Juan, el último de los profetas, Dios está ofreciendo una oportunidad más para la conversión; la era del Mesías está próxima y la misión mesiánica no podrá ser asimilada si no hay una disposición interior, un camino «allanado» para recibir al enviado definitivo de Dios.
3,21s Bautismo de Jesús. Lucas omite el diálogo entre Juan y Jesús en el momento del bautismo que sí nos transmite Mateo (Mt 3,13-15), no enfatiza demasiado el hecho en sí del bautismo que por lo visto era masivo; para Lucas, Jesús está limpio de toda mancha pero a pesar de ello se bautiza, no tanto para limpiar sus pecados, sino para prepararse a lo que viene. Lo importante para él es la teofanía, la manifestación de Dios que parece estar más bien motivada por la oración de Jesús inmediatamente después de bautizarse. Las palabras del Padre que transmite por medio del Espíritu confirman a Jesús como al predilecto y explícitamente queda investido como el enviado, el que había de venir.
La predilección del Padre no es para Lucas un mero gesto de simpatía, si se puede hablar así, se trata de la aprobación que recibe Jesús como el que estará completamente identificado con la voluntad de Dios, una voluntad que no es actual, sino que tiene sus raíces en los orígenes mismos de la Revelación. Dios se reveló desde siempre como un Ser que apuesta a la justicia, a la fraternidad, a la solidaridad, a la vida, y por ahí se definirá también la voluntad y el proyecto de vida de Jesús; así, la manifestación de Dios en este momento es ratificación y declaración de todo su apoyo y respaldo a la misión del Hijo. Jesús enfocará pues, toda su vida, su acción y sus esfuerzos a mantener viva y operante esa confirmación del Padre; pero eso también tiene que ver mucho con el discípulo y con nosotros. En el momento de nuestro bautismo hemos de asumir que también Dios se nos manifiesta y nos confirma como a sus hijos e hijas; pero, a lo largo de nuestra vida, ¿seremos capaces de mantener viva y operante esa confirmación divina?

3,23-38 Genealogía de Jesús. Mientras Mateo en su genealogía de Jesús, arranca desde Abrahán con la intención de mostrar a un Jesús «propiedad» del pueblo judío poniéndolo además en línea con David, Lucas arranca en sentido contrario: empieza por José y retrocede pasando por David y por Abrahán para llegar hasta Adán y de ahí remontarse hasta el mismo Dios. En tal sentido, Lucas no encasilla a Jesús en el pueblo hebreo, en el exclusivo pueblo de la alianza; para Lucas, Jesús es el fruto de un designio divino mucho más amplio, mucho más universal, que tiene sí una concreción en un punto determinado de la historia, del tiempo y del espacio, pero cuya misión y sus efectos van a tener resonancias cósmicas y universales.

4,1-15 Jesús puesto a prueba – En Galilea. Las tentaciones, tal como las presenta Lucas, están en relación directa con la vocación mesiánica de Jesús, vocación que no se puede desligar del ambiente histórico, socio-político, religioso y económico de la época de Jesús ni de las expectativas, los sueños y las esperanzas mesiánicas que venían madurando de tiempo atrás en Israel. En ese ambiente Jesús debe madurar su vocación, su opción de vida, ¿cómo llevar adelante la tarea mesiánica de la liberación del pueblo?, ¿cómo revelar a la gente la verdadera imagen de un Dios que ama a todos pero que por encima de todo ama más a los desposeídos, los humildes, los sencillos y cómo hacerles ver que el orden de cosas del momento no es el que Dios quiere para sus hijos e hijas? Las tentaciones de Jesús no sólo no pudieron ser tres, que se definieron, además, de una forma muy fácil y rápida, sino que fueron muchas las dudas, las alternativas facilistas que se le habría ocurrido para llevar adelante su misión. Él decidió, en medio de muchas de esas alternativas facilistas, que su misión la llevaría a cabo por el camino más difícil, pero más seguro. La instauración del reino será para Jesús el eje fundamental de su mesianidad, y eso no es compatible con ningún mesianismo barato; el Mesías tiene que llevar a cabo su misión por la vía del sufrimiento, de la incomprensión, del dolor, de la entrega de cada día, del servicio constante.
Ello para que queden descalificadas de una vez para siempre todas esas manifestaciones mesianistas que a pesar de todo siguieron surgiendo ya desde los primeros tiempos del cristianismo y a lo largo de toda la historia hasta hoy. Nada más contrario a la opción mesiánica de Jesús que esas exaltaciones, brincos, gritos y palmas con que se pretende hacer creer que así se atraerá su poder. Si aún sentimos que nuestro compromiso cristiano nos impulsa a una actualización de la mesianidad de Jesús, es necesario volver a este relato de las tentaciones y hacer la experiencia de oración y desierto al estilo de Jesús para definir el camino por el cual nosotros llevaremos a cabo la misión que como cristianos tenemos: hacer vida el Evangelio.
4,16-30 En la sinagoga de Nazaret. Es importante tener en cuenta que aquí, el Espíritu Santo y la Palabra son la chispa que enciende el fuego de la misión de Jesús, según el relato lucano. Pero Lucas no se queda sólo en la importancia de la Palabra que adquiere en Jesús esas características de concreción y cumplimiento; hay otros aspectos que siempre estarán presentes en la vida de Jesús y que Lucas pone en esta primera escena del ministerio público: el rechazo a Jesús y a su palabra. Rechazo que comenzó siendo simpatía y admiración (22) pero que se torna luego en hostilidad suscitada por la duda, «¿no es este el hijo de José?», con intentos de eliminarlo (28s), lo cual da pie a Jesús para dejar claro que si ellos rechazan su propuesta y su misión, de todos modos otros, que no son israelitas, estarán dispuestos a aceptarlo; para ello se vale de la evocación de Elías y de Eliseo que realizaron signos divinos entre paganos y lograron mejores frutos (24-27).
4,31-37 El endemoniado de Cafarnaún. Hay un enfrentamiento verbal entre Jesús y el endemoniado, propiciado por el mismo espíritu inmundo, y hay que asumir que la hostilidad del espíritu inmundo se debe a las enseñanzas de Jesús y que dichas enseñanzas no son otras que las que ya había anunciado en la sinagoga de Nazaret: «la Buena Noticia a los pobres, la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, la liberación de los oprimidos y el año de gracia del Señor» (4,18s). Jesús se enfrenta con una entidad que sabe para donde va su enseñanza y, más aún, le reconoce la autoridad con que habla y su consagración por parte de Dios: «Sé quién eres: ¡el Consagrado de Dios!» (34); el demonio, que puede ser encarnado por cualquier creyente, también es capaz de declarar su fe, el demonio también conoce a Jesús y es capaz de definirlo como «enviado», «ungido», «Mesías» de Dios (34.41); pero, ¿será eso suficiente?, ¿no tiene que haber un cambio radical de vida desde el momento en que se conoce a Jesús y se escucha su palabra?
4,38-44 Sanaciones – La predicación de Jesús. Para Jesús, la persona: hombre y mujer, en toda su integridad, son el lugar único y definitivo donde debe comenzar a tomar forma la realidad del reino. Los pobladores de Cafarnaún quiere retener a Jesús para que no se marche de allí; sin embargo, Jesús tiene que llegar hasta otros lugares porque para eso ha salido, para hacer llegar a todos los pobres la Buena Noticia del reino. Jesús no es «propiedad» de nadie ni es exclusivo de un grupo o lugar –ésta es otra tentación–, y esa misma actitud la debe tener el discípulo, nunca puede reducir el anuncio del Evangelio a unos cuantos sólo porque ahí «le va bien».
5,1-11 Llama a los primeros discípulos. Con el signo de la pesca abundante, Jesús le plantea a Simón, el desafío del llamamiento (vocación). Simón ha visto en este signo una intervención extraordinaria y sólo se le ocurre una confesión: «¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!» (8). Dios no aparta de sí al hombre por su condición de pecador. Mientras Simón suplica al Señor que se aleje, Jesús se le acerca más y lo anima con las mismas palabras que usa la Biblia para tranquilizar al hombre cuando ha descubierto la grandeza divina: «no temas». Simón Pedro y sus compañeros, a pesar de su condición, son invitados a confiar en la Palabra y a ser multiplicadores de esa Palabra en cuyo nombre obtendrán pescas abundantes, no ya de peces sino de hombres (10).
5,12-16 Sana a un leproso. La palabra y los gestos de Jesús rescatan al excluido, al marginado, y lo incorporan de nuevo como persona útil y necesaria en la comunidad. En la nueva comunidad no puede haber marginados ni excluidos so riesgo de contradecir la misión de Jesús, que es el rescate y la recuperación de todos y todas. El versículo 16 nos presenta a un Jesús consecuente con su decisión de no hacer de su misión un mesianismo exaltado; pese a su fama y al gentío que lo asedia, Él se aparta a lugares solitarios a orar.
5,17-26 Sana a un paralítico. Lo primero que llama la atención en este pasaje es la clase de auditorio que escucha a Jesús: fariseos y doctores de la Ley venidos de Galilea, de Judea y de Jerusalén, prácticamente toda la nación judía está aquí representada. La ambientación es intencional porque aquí se va a definir de manera «oficial» la distancia que existe entre la actividad de Jesús y el papel de estas autoridades del judaísmo. Por una parte Jesús «poseía fuerza del Señor para sanar» (17b), y en segundo lugar, por el desarrollo de la escena, Jesús se da a conocer ante estas autoridades como el Hijo del Hombre que tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (24), una atribución que es exclusiva de Dios según la doctrina de los fariseos y letrados.
Éste es apenas el inicio de las confrontaciones y ataques que va a tener que enfrentar Jesús durante toda su vida pública por parte del judaísmo oficial, confrontación que terminará con la cruz. El camino de la cruz no comienza propiamente en el pretorio el día en que Jesús fue sentenciado a muerte, ese camino tiene su origen en el momento mismo en que Él comienza a poner en marcha los efectos concretos del año de gracia del Señor. Dichos efectos sólo son palpables desde el plano de la fe. Casi todos los críticos están de acuerdo en que este pasaje no es estrictamente una narración de milagro, sino más bien una enseñanza del evangelista sobre el poder y los alcances de la fe. Para aceptar a Jesús hay que salir de la postración y abrirse a Él de tal modo que aun sin confesar nuestras debilidades y pecados –el paralítico no hace confesión– nos sintamos perdonados y acogidos por Él para comenzar de nuevo. La Ley y la sabiduría aquí se revelan como algo que no es indispensable, lo verdaderamente indispensable es la fe.
5,27-32 Llama a Leví: comparte la mesa con pecadores. Mientras Jesús va «perdiendo puntos» con el judaísmo oficial por sus palabras y acciones que realiza, va ganando en cuanto a la tarea de instauración del reinado de Dios; mientras va perdiendo su propia vida frente a los que pueden matar el cuerpo (Mt 10,28), va ganando vida cada vez que personas como estas que lo acompañan en la mesa se convierten y se abren a este acontecimiento nuevo, que es la presencia del Novio (34s), del reino, que subvierte absolutamente todo el orden establecido, mantenido por un frío legalismo de los fariseos y doctores de la ley.
5,33-39 Sobre el ayuno. El Mesías ya está en medio del pueblo, y sólo los que lo aceptan como tal celebran esa presencia como un banquete permanente; ésta es la clave para entender las comparaciones que propone Jesús respecto a la novedad de su persona y de su obra (36-39): una realidad tan novedosa como la misión de Jesús que empieza por acoger a los excluidos, marginados y pecadores, no encaja con unas expectativas tan rígidas y tan anquilosadas como las que mueven la religiosidad de los principales escribas y fariseos.
6,1-5 El sábado. Nada que no esté en favor de la vida, así se haga en nombre del mismo Dios, puede contradecir la opción por la vida (1-4). El versículo 5 establece el señorío de Jesús sobre el sábado. Y en efecto, el señorío de Jesús lo lleva a actuar con toda libertad tanto en el espacio –la sinagoga– como en el tiempo –el sábado–. Ahora, esa libertad de Jesús no combina con la no-libertad en que viven el hombre y la mujer de su tiempo, completamente paralíticos por el rigorismo de una ley que es libertad en su esencia, pero paralizante en su interpretación y práctica.
6,6-11 El hombre de la mano paralizada. Si la primera infracción está en relación con la necesidad del alimento, esta segunda está en relación con la necesidad de la movilidad de todo el cuerpo, como signo también de una libertad de movimiento físico, psíquico y espiritual. El sábado con sus treinta y nueve normas para el «correcto» cumplimiento, mas los seiscientos trece mandatos derivados de la genuina Ley mosaica, hacía de los contemporáneos de Jesús un cuerpo incapaz de moverse con libertad, y eso principalmente es lo que quiere sanar Jesús. Para quienes vieron las cosas así, Jesús es Señor de vida, pero para los rigoristas, Jesús es alguien que preocupa, alguien que atenta contra lo establecido y por eso «discutían qué hacer con Jesús» (11). Bien hubiera podido esperar Jesús hasta la caída del sol (cfr. 4,40) momento en que termina el Sábado para restablecer la mano del hombre; sin embargo, consecuente con su opción por la vida, lo hace ya, porque el reino ya está operando y porque también el sábado como institución tiene que ser restablecido.

6,12-16 Los doce apóstoles. Jesús va a elegir a doce discípulos y antes de ello pasa toda la noche en oración, comunicándose con Dios. El número doce contiene un valor simbólico: la nación israelita se había conformado desde sus inicios por doce tribus y al parecer Jesús quiere conformar un «nuevo pueblo» capacitado para aceptar y dar testimonio del cumplimiento de las promesas de Dios. El pueblo israelita fue siempre conciente de ser el pueblo de la elección y de las promesas, pero nunca pudo ver en Jesús y su obra ese cumplimiento; sólo quienes aceptan a Jesús pueden dar ese testimonio. Lucas omite la finalidad de esta elección y por eso tenemos que acudir a su fuente, Marcos, quien explica que Jesús escogió a doce para que convivieran con Él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios (Mc 3,13-15). Tal vez Lucas deja para el momento del envío efectivo de los discípulos la explicitación de esta finalidad. Por ahora Lucas sólo constata, como los otros dos sinópticos, que Jesús llamó «apóstoles» a estos doce. La elección la hace Jesús en un momento clave de su ministerio: hasta ahora Lucas ha hecho varias constataciones de las enseñanzas de Jesús en diferentes lugares de Galilea, probablemente muchos ya lo siguen, pero ahora va a tener lugar el anuncio de un plan específico, concreto para sus seguidores: el discurso del llano que, a pesar de no tener el contenido ni las dimensiones de su equivalente en Mateo (el discurso del monte, Mt 5–7), no por eso deja de ser el proyecto de vida para el discípulo, para el que se arriesgue a seguir a Jesús.
6,17-26 La muchedumbre sigue a Jesús – Sermón del llano: dichosos y desdichados. En cuatro aspectos de la vida humana sintetiza Lucas las bienaventuranzas: la pobreza, el hambre, el llanto (tristeza) y la persecución. La pobreza designa aquí una situación anómala, contraria al querer de Dios, un estado de vida que es fruto de la injusticia; por tanto, cuando Jesús declara bienaventurados a estos pobres, no significa que ellos deben sentirse felices por su situación, sino porque esa pobreza que Dios rechaza tiene que desaparecer con el advenimiento del reino o reinado de Dios, cuya concreción específica es la justicia. No olvidemos que uno de los ejes fundamentales del proyecto de Jesús es la proclamación (realización) del año de gracia del Señor cuyo sentido concreto lo tenemos que buscar en el año jubilar o jubileo. Ahora, si estas palabras de Jesús, aparte de ser consoladoras para los pobres, son también un proyecto por realizar, quiere decir que el seguidor de Jesús tiene como tarea hacer que ese reinado de Dios, traducido en categorías de justicia, sea una realidad eficaz para poder sentir el gozo de la presencia del reino. La pobreza, o mejor el empobrecimiento, trae varias consecuencias: la primera de todas: el hambre; pues bien, también los hambrientos son dichosos porque serán saciados. Si los empobrecidos pueden soñar con un mundo mejor, más justo, por el advenimiento del reino de Dios, también el hambre tendrá que desaparecer, no de un modo mágico, sino como fruto del compromiso de todos en la realización de ese año de gracia, uno de cuyos fines es la nivelación social a causa de la condonación de deudas, de la recuperación de los bienes empeñados y del regreso a su propiedad y al seno de su familia de todos los esclavizados, y esto debe ser un estado permanente (cfr. Dt 15,1-11); la otra consecuencia del empobrecimiento son las lágrimas, como símbolo del dolor, la marginación, pero también de la impotencia ante una realidad cada vez más cruel y tormentosa para el empobrecido; en este nuevo orden que tiene que instaurar la presencia del reino, las lágrimas se tienen que cambiar por alegría y gozo. La lucha y el esfuerzo por lograr este nuevo orden de cosas querido por Dios desde antiguo y puesto por Jesús como criterio primero y fundamental que hace posible la realidad del reino, no se dará de manera «pacífica»; no que Jesús esté pensando en acciones violentas, sino más bien quiere prevenir a sus seguidores de las situaciones violentas, la persecución y el dolor que tendrán que experimentar a manos de quienes se oponen radicalmente a compartir los bienes materiales e inmateriales, culturales y espirituales que poco a poco han arrebatado al pueblo y que obstinadamente retienen como propios y exclusivos. Casi siempre, por no decir siempre, los acaparadores y sostenedores del orden injusto reaccionan con la fuerza, con la violencia, con la difamación, el encarcelamiento, cuando no con la eliminación física, ¡cuántos casos en nuestras comunidades! Pues bien, a esos también llama Jesús dichosos porque esa persecución y ese rechazo no es gratuito; es el precio que se paga por la lucha y la búsqueda de la justicia y la equidad; sólo quien experimenta estas contradicciones podrá comprender el gozo de estar en sintonía con la preocupación del Padre y de Jesús por la justicia.
Podríamos entender estos ayes como una lamentación de Jesús, pero una lamentación al estilo profético, es decir como una advertencia o amonestación que hace Jesús a los promotores y sostenedores de un orden social absolutamente injusto como el que vive la gente de su tiempo y en general la gente de todas las épocas cuando los bienes de la creación, los bienes de la cultura, la ciencia y de la tecnología son absorbidos por unos cuantos con las consecuencias que todos conocemos: empobrecimiento de las grandes mayorías, hambre, dolor y lágrimas.
Con estos ayes Jesús denuncia esa actitud mezquina de quienes han puesto el sentido de su vida en las posesiones, en los bienes; de quienes se hartan, consumen y consumen ignorando al indigente, de quienes gozan y la pasan bien a costa de los demás; de quienes son objeto de la fama lisonjera, ¿cuál es el sentido de una vida que transcurre de ese modo?
6,27-38 Amor a los enemigos. La propuesta de Jesús, o más que propuesta, el mandato a sus seguidores es la búsqueda de la instauración de una sociedad construida sobre las bases de unas relaciones absolutamente contrarias a las establecidas hasta el presente; una sociedad que puede perfectamente prescindir de su división por clases y a la cual se llega no por la eliminación de las clases dominantes, sino por la eliminación sistemática de las estructuras y sistemas que están a la raíz de la división clasista, y las únicas armas que propone Jesús para la realización de este proyecto de sociedad nueva son el amor, la bendición, empezando por los enemigos, y la oración (27s.32s.35); el perdón activo, entendido como pasar por alto una ofensa a condición de que el agresor tome conciencia del mal que causa, y cambie (29); el compartir generoso como reacción contra la codicia (30); el rechazo decidido a la avaricia y a la usura como causas fundantes del enriquecimiento de unos y empobrecimiento de otros (34s); en una palabra, obrar con los demás como quisiéramos que los demás obraran con nosotros (31).
6,39-49 Ciego, guía de ciegos – El árbol y sus frutos – roca y arena. En consonancia con la sección anterior, el discípulo está llamado a vivir una vida radicalmente comprometida con la propuesta de Jesús. A través de la serie de comparaciones de la primera parte de este pasaje, Jesús hace ver que, en su seguimiento, la mediocridad y la falta de autocrítica constituyen el principal obstáculo para la instauración real y efectiva del reino.
Con mucha facilidad, desde los tiempos primitivos hasta hoy, se proclama a Jesús como «Señor, Señor», pero sin ningún compromiso, ni siquiera con el mínimo de sensibilidad por sus exigencias; esos son los que llenan salones, templos y estadios, y gritan a los cuatro vientos su fe en el «poder» de Cristo, pero cuando vienen las exigencias, las renuncias, el testimonio y los compromisos, se desmoronan como la casa que fue construida sobre la arena (49). Fe, renuncia y compromiso, tres actitudes que tienen que informar la fe del discípulo.
7,1-10 Sanación del sirviente de un centurión. Lucas quiere enseñar que en Jesús las barreras de la religión desaparecen y que en y desde la fe es posible lograr lo que se le pide a Dios, puesto que Él es Padre de todos.
7,11-17 Resucita al hijo de una viuda. Jesús no espera que esta mujer o alguno de los que la acompañan o alguno de los que lo siguen a él mismo le dirija ninguna palabra de intercesión, como en el caso del centurión (4s); Jesús actúa con prontitud y naturalidad, primero consolando: «no llores» (13), luego restituyendo la vida del muchacho, y en un sentido más amplio, restituyendo a la mujer el sentido de su vida: su único hijo. La presencia de Jesús y su palabra no sólo es purificadora, sino que restituye la vida.
7,18-30 Sobre Juan el Bautista. Ni para Juan ni para muchos de sus seguidores, las noticias sobre Jesús encajan con las expectativas mesiánicas de la época, por eso la pregunta de Juan desde la cárcel. La respuesta de Jesús, que no se reduce a un «sí» o a un «no», es una respuesta positiva: los signos que realiza delante de los mensajeros son la prueba de una actividad mesiánica que ya él mismo había anunciado en la sinagoga de Nazaret (4,16-30) y que va llevando adelante contra los expertos de la Ley y la Escritura; sólo los que no se han cerrado a ver en sus obras la acción de Dios, pueden comprender, por eso los llama felices o dichosos (23).
7,31-35 Niños caprichosos. Cierra este pasaje una comparación que retrata la actitud de los creyentes y su proceso de fe y de aceptación a las señales que Dios envía. Dios se revela al pueblo a través de sus enviados, el último es Juan, y a pesar de esa sed de Dios, de conocimiento de su voluntad, rechazan a Juan y lo tildan de endemoniado por su estilo de vida. Dios sigue manifestándose en Jesús, acercándose al pobre, al excluido, al marginado, con un estilo de vida como la de cualquier ser humano, y también es rechazado por comilón y borracho y por ser amigo de pecadores. La invitación es, entonces, a ver en cada circunstancia la acción de Dios, no encerrarnos en nuestros propios criterios, recordar siempre que los designios de Dios no coinciden casi nunca con los nuestros; muchas veces quisiéramos que Dios actuara de esta o de aquella manera, pero no es así. Apertura de fe y disponibilidad de corazón es lo que Lucas quiere enseñar a su comunidad y a nosotros.
7,36-50 Perdona a la pecadora. La escena de la mujer que se acerca a Jesús mientras comparte la mesa en casa de un fariseo es el marco perfecto para que Jesús establezca la distancia tan enorme que hay entre el legalismo y la apertura a la experiencia de la novedad del reino. Jesús enseña una lección muy importante: ni el cumplimiento más riguroso de la Ley, ni las privaciones, ni la «separación» en que viven los piadosos fariseos, ni el sentirse bueno, conmueven a Dios; sólo el amor y el reconocimiento interior de ser pecador atrae la misericordia y el perdón de Dios.
8,1-3 Mujeres que siguen a Jesús. En Jesús han caído todos los prejuicios contra la mujer, porque en Él hay que arrancar desde el origen mismo del plan del Padre que nos hizo hombre y mujer; a ambos los bendijo y les confió la administración, el goce y la humanización de la obra creada. Con toda razón el reino anunciado e iniciado por Jesús se sale de todo molde, de toda expectativa.
8,4-15 Parábola del sembrador. Cualquiera podría pensar que Jesús habla aquí de un sembrador descuidado, ineficiente. Haciendo un balance, es más la semilla que se pierde que la que tiene éxito. Pues ahí está reflejado el punto central que Jesús quiere resaltar; lo que él ha venido experimentando a lo largo de su ministerio: mucha gente, muchos aplausos, mucha admiración, mucha fama, pero, ¿qué? ¿Cuántos están comprometidos real y efectivamente con la tarea de la instauración del reino? La cuestión no está, entonces, en la cantidad, en las manifestaciones masivas de acogida y de aprobación de su propuesta. La cuestión está en la calidad, no importa que sean pocos los que se comprometan en la tarea, lo importante es la radicalidad, la capacidad de entregarse por completo a la tarea de la instauración del reino.
8,16-18 La luz de la lámpara. La luz del evangelio y de la fe es dada para comunicarla y compartirla. El que no la comparte acabará perdiéndolo todo, hasta lo que aparenta tener.
8,19-21 La madre y los hermanos de Jesús. En el paralelo de este pasaje (Mc 3,31-35) se puede ver mucho más claramente que también María tiene que hacer un discernimiento profundo y radical para seguir a Jesús. Su primacía en el grupo de seguidores no se la asegura el mero parentesco; ella tiene que ganarse el título de seguidora también a base de fe y de renuncia y de superar el legalismo para ponerse al servicio de la Palabra, y en ese sentido participar de la fraternidad universal que inauguran Jesús y su Evangelio. El contexto, en cambio, en el que Lucas ubica este relato, es la parábola del sembrador y la semilla. Lucas presenta como un paradigma de tierra abonada a la madre de Jesús, haciendo ver que ella también tiene que aceptar como condición ineludible una sociedad solidaria y fraterna, donde vale más la unidad que surge en torno al gran proyecto del reino que los mismos lazos de consanguinidad. Recordemos que desde los relatos de la infancia de Jesús Lucas presenta a María como el modelo de oyente de la Palabra que escucha y medita en su corazón (cfr. 1,29; 2,19.51).
8,22-25 La tempestad calmada. Con este relato, Lucas busca generar fe y confianza entre los miembros de su comunidad; muchas son las dificultades y zozobras que tiene que afrontar cada creyente, pero también la comunidad. Sin embargo, no hay que temer, porque en la frágil barca que afronta las dificultades del rechazo, de la hostilidad y de las contradicciones internas, está Jesús. Cierto que ya Él no está presente físicamente en la comunidad («duerme»), pero está su palabra, su ejemplo de vida y su invitación constante a que fortalezcamos cada día más nuestra fe.
8,26-39 El endemoniado de Gerasa. Los tres sinópticos hacen mención de la actividad de Jesús en territorio vecino a Israel, aunque Lucas menos que Mateo y Marcos; de todos modos, se ve que es una tradición sobre la actividad de Jesús entre extranjeros, claro que con muchos arreglos y adiciones a la primaria tradición oral. Lo que en definitiva quiere resaltar Lucas es el señorío absoluto de Jesús aún en tierra extranjera.
8,40-56 Dos sanaciones de mujeres. Este relato contiene la narración de dos milagros en el mismo hilo narrativo. Ya desde el comienzo hay dos cosas que contrastan: la hija de Jairo es apenas una niña de doce años, y la hemorroisa que es una persona adulta; tal vez la mitad o más de sus años relegada de su familia y de la sociedad a causa de su hemorragia crónica. Las leyes que relegaban a esta mujer las encontramos en Lv 15,19-27. Ambas son situaciones de muerte, y a cada una las atiende Jesús transformándolas en situaciones de vida. La sanación de Jesús consiste en ratificar la salud de la mujer y su derecho a una vida digna gracias a su fe.
9,1-6 Misión de los doce apóstoles. Los tres sinópticos concuerdan en este episodio en el que Jesús envía a los doce a predicar la cercanía del reino de Dios (Mc 6,7-13; Mt 10,1-15); lo primero que llama la atención en el relato de Lucas es la autoridad con que Jesús inviste a sus apóstoles; ellos tienen que ir a hacer lo que han visto y a anunciar lo que han oído del mismo Jesús: la proclamación del reino de Dios. La otra característica es el despojo personal y cómo tienen que salir; ellos incluso tienen que evangelizar con su estilo de vida, dependiendo humildemente de la generosidad de la gente, aceptando con agrado la acogida, pero dejando constancia de los posibles rechazos con el gesto de sacudirse el polvo de los pies de los lugares donde no fueran bien recibidos.
9,7-9 El interés de Herodes. Mientras los doce están en misión, Lucas aprovecha para narrarnos la curiosidad de Herodes acerca de Jesús. La inquietud de Herodes no se debe ni a cuestiones de fe ni de conciencia, sino más bien a los comentarios y opiniones encontradas de la gente. Hay dos cuestiones de fondo aquí: 1. A estas alturas todavía no hay una percepción clara sobre la identidad de Jesús, y 2. LLucas aprovecha las mismas palabras de Herodes para transmitirnos la noticia sobre la muerte de Juan. El evangelista evita consignar el relato completo y las circunstancias de dicha muerte como lo hace Marcos (Mc 6,14-29).
9,10-17 Da de comer a cinco mil. Toda la actividad de Jesús, sus palabras y sus acciones tienen como eje central la instauración del reinado de Dios en la tierra. El sentido del envío de los doce tenía la misma finalidad. Pero esa instauración no puede quedarse en el solo anuncio de una realidad espiritual, el reinado de Dios tiene que empezar a «verse» también de alguna manera; por eso, las acciones y los signos de Jesús hacen visible y palpable la realidad del reino. Si podemos hablar aquí de milagro, no podemos plantearlo como el milagro de la multiplicación de los panes y los peces que realizó Jesús, sino como el milagro que genera el desprendimiento y la actitud de compartir, la apertura generosa y solidaria con los demás; eso es lo que tiene que promover de manera permanente el discípulo de Jesús, y eso es lo que tiene que «sacramentalizar» en el mundo nuestro compromiso cristiano.
9,18-21 Confesión de Pedro. Ya cercano el final del ministerio de Jesús en Galilea, es obvio que su fama se haya extendido por toda la región; sin embargo, queda en Jesús una duda: ¿Habrá comprendido la gente, las multitudes que lo han visto y oído, quién es Él en definitiva? ¿Dónde están, qué se han hecho, a qué se dedican tantos que lo han escuchado? ¿En qué han influido el mensaje proclamado y los signos realizados? ¿Qué responden los doce? Pedro responde por todos; para ellos, Jesús es el Mesías de Dios, el Ungido. La pregunta directa es también interpelación para nosotros. Veintiún siglos de historia de Jesús y del cristianismo y frecuentemente el mundo creyente confunde su figura, su mensaje, su obra.
Lucas conserva la prohibición de Jesús a sus discípulos de difundir la noticia sobre su identidad (cfr. Mc 8,30; Mt 16,20), pero suprime el diálogo con Pedro que termina con una dura reprensión cuando el discípulo se opone a la decisión de Jesús de llevar adelante su misión por la vía del dolor, del sufrimiento y de la cruz (cfr. Mc 8,32s; Mt 16,22s).
9,22-27 Primer anuncio de la pasión y resurrección. Jesús pasa de inmediato a exponer el destino que le espera y las implicaciones que ello tiene para la vida de sus discípulos. Quien quiera seguirlo no puede evadir el camino que Él mismo está trazando, el verdadero discípulo tiene que asumir como propio el proyecto y el camino del Maestro: se niega a sí mismo, es decir, no actúa por capricho ni acomoda la realidad a sus propios intereses.
9,28-36 Transfiguración de Jesús. La transfiguración está completamente ligada al tema anterior sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y al mismo tiempo hay una íntima relación entre la Escritura y el bautismo de Jesús. La relación con la Escritura y, en definitiva, con el plan salvífico del Padre está determinada por la presencia de Moisés (la Ley) y Elías (los Profetas) para decir que tanto la Ley como los Profetas atestiguan y aprueban la misión que Jesús está llevando a cabo. La relación con el bautismo de Jesús está dada en la voz que se escucha desde la nube; tal como sucedió en el Jordán (cfr. 3,21s), el Padre confirma, valida con su propia palabra la opción de Jesús. De manera que Jesús al elegir libremente el camino del dolor, del sufrimiento, recibe el respaldo del Padre quien ratifica no sólo a Jesús, sino a todo aquel que decida hacerse su discípulo.
9,37-43 El niño epiléptico. Lucas abrevia este relato que Marcos describe tan amplia y detalladamente (Mc 9,14-29). Se resaltan las palabras del padre del muchacho, quien ya había acudido a los discípulos de Jesús para que liberasen al niño de aquel mal, sin ningún resultado. Según las palabras de Jesús, ello se debe a la falta de fe de sus propios discípulos. Y eso que ya los discípulos habían recibido de Jesús la autoridad para expulsar demonios (9,1); aquí parece que ese poder no les funciona, ¿por qué? La clave para la respuesta la encontramos en Marcos: «esa clase sólo sale a fuerza de oración» (Mc 9,29).
9,44s Segundo anuncio de la pasión y resurrección. La admiración y el asombro en que termina el pasaje anterior sirven de marco para que Jesús anuncie otra vez su próximo destino. No hay que confundir las cosas, todos los aplausos y manifestaciones masivas de júbilo no pueden distraer el rumbo que Jesús ha dado a su vida. Los discípulos no entienden nada de lo que dice, prefieren seguir en la ignorancia por temor a preguntarle nada.
9,46-50 Instrucción comunitaria. Encontramos dos instrucciones en este pasaje. La primera tiene que ver con la forma de entender el reino. Los discípulos no han entendido nada de lo que Jesús les ha enseñado e ilustrado con sus acciones sobre la realidad del reino de Dios y su dinámica. Ellos siguen entendiendo que se trata de una realidad en la que siguen contando los títulos, la posición social y los puestos burocráticos. La segunda instrucción está en relación con los que predicaban y realizaban signos en nombre de Jesús. El criterio de Jesús es claro y terminante: «no se lo impidan» (50); nadie que haga el bien puede ser molestado sólo porque «no pertenece a los nuestros»; Dios, su amor, su misericordia, su paternidad, son más grandes que cualquier grupo o comunidad de cualquier denominación.
9,51-56 Camino de Jerusalén. Llegados a este punto, Lucas va a dar inicio en su relato a una nueva etapa en el ministerio público de Jesús; hasta ahora, toda su actividad se ha desarrollado en Galilea, a partir de este momento se va a enmarcar en el tema del camino que físicamente lo acercará a la Ciudad Santa, y espiritualmente lo hará madurar más en su proceso de asumir con radicalidad su tarea de Mesías, de Enviado y Salvador. Humanamente hablando, el camino que comienza aquí se podría ver como el declive paulatino de Jesús; poco a poco va quedando más solo, menos rodeado de multitudes, hasta le niegan la entrada en una aldea de samaritanos (53); Herodes lo busca para matarlo (13,31-33) y, en los momentos definitivos de su vida, hasta sus mismos discípulos, aquellos que se había elegido para sí (5,1-11), lo dejan completamente solo y hasta lo niegan (22,56-60). Pero si así se ven las cosas desde lo puramente humano, en el plan del Padre tienen otra perspectiva; este camino habría que leerlo de distinto modo: ya desde el momento mismo de las «tentaciones», Jesús había decidido que su tarea mesiánica la llevaría a cabo, no según los criterios del triunfalismo ni de la espectacularidad, sino de acuerdo con el criterio del servicio, de la entrega, de la renuncia, del anonadamiento, y esto implica la persecución y el rechazo; no es que Jesús sea un masoquista que busca el dolor y el sufrimiento por sí mismos; el dolor, el sufrimiento, la muerte violenta son el resultado de la actitud obstinada con que el pueblo de la promesa recibe el anuncio de su cumplimiento. Así las cosas, Jesús no busca el dolor ni el sufrimiento, sencillamente no los evade, los enfrenta a pesar de que sabe que con toda probabilidad va a ser derrotado, pero también sabe que si no es así, la obstinación y las fuerzas del mal seguirán manteniendo siempre el imperio y la dominación sobre los hombres.
9,57-62 Seguimiento. Nos encontramos aquí con tres casos de seguimiento: el primero es un voluntario que se ofrece a seguir a Jesús (57s); la respuesta del Maestro es radical: seguirle no atrae ninguna ganancia humana, ni ninguna ventaja material ni social. En el segundo caso, es Jesús quien llama (59s), el aludido está dispuesto a seguirle, pero antepone una condición: enterrar primero al padre; no hay que entender que justo en esos momentos el padre estaba muerto; la expresión evoca una figura muy familiar también para nosotros: «ver» por los padres, hacerse cargo de ellos hasta su muerte, luego sí, en libertad seguiría a Jesús. Pues esta no fue excusa para el discípulo que recibe una orden seca, cortante: «deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reino de Dios» (60). Si uno de los efectos de la instauración del reinado de Dios es la justicia, la solidaridad y la fraternidad, ya habrá quién se ocupe de esos padres. En el tercer caso, también es Jesús quien llama y también hay de por medio una excusa aparentemente muy válida: despedirse de los padres. Jesús ve un riesgo, Él no es contrario a esta bella actitud filial, pero sabe que muchas veces la familia –y más en aquella época– era un gran obstáculo para el espontáneo ejercicio de la libertad de los hijos. No se sigue a Jesús para «obtener» libertad, se le sigue en libertad.
10,1-12 Misión de los setenta y dos. Ya en 9,1-6 Jesús había hecho un primer envío de los Doce, con lo cual quedaba simbolizado el pueblo de Israel compuesto por doce tribus. Ahora designa a otros setenta (o setenta y dos) para enviarles también a predicar el reinado de Dios. El número «setenta» podría tener aquí el valor simbólico de «todo el mundo», según la tradición de que todo el mundo estaba dividido en «setenta naciones» (Gn 10); sea como fuere, sí hay una alusión en la perspectiva lucana a la universalidad del mensaje y a la universalidad de la vocación y urgencia del anuncio.
10,13-16 Recrimina a las ciudades de Galilea. Todavía en relación con el tema del envío y especialmente con el tema de los posibles rechazos, Lucas pone en labios de Jesús esta especie de lamentación profética que también suena a amenaza. Jesús puede ver que tras su paso por estas ciudades y lugares, aunque con muchas manifestaciones de júbilo por sus palabras y signos, no quedó aparentemente nada. Propiamente, lo que Jesús lamenta es la incredulidad de estas ciudades y su poco empeño en poner en práctica sus enseñanzas.
10,17-20 Vuelven los setenta y dos. El regreso de los misioneros está enmarcado por la alegría y el gozo, primero porque han cumplido el encargo y luego por el efecto que el mensaje ha surtido entre el pueblo. Jesús está de acuerdo con ellos, pues había visto cómo Satanás caía del cielo como un rayo (18), una manera simbólica de decir que la misión realizada por Él mismo y por sus enviados va arrebatando poder a las fuerzas del mal.
10,21-24 El Padre y el Hijo. Sólo los «pequeños», los que no tienen la pretensión de condicionar a Dios ni exigirle que actúe según los intereses personales o de grupo, sólo los humildes y sencillos están capacitados para captar y entender la excepcionalidad del tiempo mesiánico y de aceptar que en Jesús, «uno del pueblo», Dios se está haciendo presente y se está acercando a cada uno; esto llena de gozo a Jesús y por eso exterioriza su alegría a través de estas palabras de alabanza al Padre.
10,25-37 El buen samaritano. «¿Quién es mi prójimo?». Para el judaísmo tradicional, el prójimo era el hermano de pueblo, el otro de origen israelita; los demás no eran prójimos. Pero aun dentro del sistema socio-religioso del judaísmo, ese próximo debía reunir unas condiciones especiales para poder acercarse a uno, no debía estar impuro legalmente para que no hiciera impuro a nadie. El samaritano que se acerca al herido –es el prototipo de la persona odiada, rechazada, que resulta incómoda porque su sola presencia ponía en riesgo la pureza legal– sirve a Jesús como modelo de lo que significa ser prójimo. El samaritano actuó contra la Ley y podría ser motivo de acusación del piadoso doctor de la Ley, pero su acción supera con mucho a la Ley misma porque ha actuado con amor, con compasión, con generosidad, con desinterés y sobre todo, con misericordia.
10,38-42 Marta y María. Un buen ejemplo para discernir qué es más importante, si lo que está establecido por la Ley y las prácticas culturales o la acogida a la novedad del reino, es este pasaje de la visita de Jesús a Marta y María. Marta cumple con lo «normal», lo que mandan las normas de la acogida y de la hospitalidad; ella es símbolo de esa porción de pueblo que cree que con «cumplir» ya está arreglado todo, y por tanto el criterio de juicio para determinar el comportamiento de los otros es si cumplen o no. María cumple también con la costumbre de acogida y de la hospitalidad, pero lo hace de un modo distinto, con una actitud novedosa que sale del corazón, es la mejor parte que nadie puede quitarle al creyente y que personas como Marta, aún siendo tan bondadosas, están llamadas también a experimentar.
11,1-13 La oración: el Padrenuestro. Lucas nos transmite una tradición sobre el Padrenuestro más breve que la de Mateo (Mt 6,9-13), quien la inserta en el Sermón del monte; Lucas la incluye en esta sección del camino de Jesús hacia Jerusalén porque, en definitiva, lo que Jesús enseña aquí sobre la forma de orar es un camino, un proyecto que empeña toda la vida del cristiano, no una fórmula propiamente. En estas breves sentencias, Jesús sintetiza el proyecto de vida suyo y el de su discípulo, un proyecto que gira en torno a dos realidades o polos: 1. Dios, cuyo nombre hemos de santificar con nuestras obras y palabras, y su reino, cuyo advenimiento hemos de preparar también con nuestras obras, con nuestro cambio de mentalidad para poder que se vea y se sienta realmente entre nosotros. 2. El prójimo, con y por quien nos comprometemos a luchar por la justicia para que todo lo que Dios ha creado, los bienes de la creación, los bienes materiales e inmateriales, los de la cultura, la ciencia y la tecnología, sean de verdad para todos, cada día. El prójimo, con quien pueden surgir roces, diferencias, enfrentamientos y contradicciones, pero cuyas relaciones tenemos que estar dispuestos a sanear a cada momento a través del perdón, porque también cada momento necesitamos del perdón de Dios.
Finalmente, es necesario que estemos muy atentos porque en este proyecto de vida cristiana que es el Padrenuestro la inconstancia, la fatiga, el desánimo, el no ver pronto los frutos del trabajo diario, la realidad de las fuerzas del egoísmo, la codicia y el mal que con tanta facilidad destruyen los pequeños logros que se van alcanzando, son una tentación constante para abandonarlo todo. Desde ahí una y otra vez, con mucha facilidad se pasa a lo que en definitiva se pasó: convertir el proyecto de vida del Padrenuestro en una fórmula que se repite, pero que no transforma ni toca para nada ni el interior del creyente, ni la realidad que nos rodea. La constancia, la perseverancia y sobre todo la convicción de las cosas infinitamente buenas que se lograrán con esta propuesta de Jesús quedan ilustradas con la parábola del amigo inoportuno y con la garantía de Jesús de que Dios nunca dará nada que no sea útil y saludable para quienes se empeñan en vivir este proyecto.
11,14-28 Jesús y Belcebú. La lógica de Jesús no tiene réplica por parte de sus adversarios que, como ocurre en todas las controversias, son reducidos al silencio; el momento y las circunstancias son idóneas para que Jesús deje claro ante Él, nadie puede permanecer neutral, o se le acepta y se le sigue radicalmente, o simplemente no se le acepta.
11,29-32 La señal de Jonás. Aquí se amplía y se ilustra mejor la respuesta de Jesús a quienes le pedían señales milagrosas (16); éstas no suscitan la fe, alimentan la curiosidad. Los signos o milagros de Jesús suponen una actitud de fe porque es sólo desde ella como el creyente puede descubrir y entender una acción divina; por eso Jesús llama perversa a «esta generación», a sus adversarios, que jamás podrán descubrir la acción divina en Jesús, en sus palabras y signos porque estando llenos de sí mismos no han dejado el mínimo espacio para Dios.
11,33-36 Tu fuente de luz. Concluye la anterior controversia con el símil de la luz, a cuya claridad los discípulos se deben examinar. La luz que pretenden irradiar los adversarios de Jesús es en realidad sombra y tinieblas, porque en lugar de proyectar al pueblo el consuelo, el amor y la misericordia de Dios Padre, lo que promueven es una imagen completamente distorsionada de Dios, una imagen construida por ellos mismos que, en lugar de ser liberadora, aliena cada vez más las conciencias.
11,37–12,3 Invectiva contra los fariseos y los doctores de la Ley – Contra la hipocresía. Jesús critica a los fariseos en un tono de amenaza: 1. El apego a las leyes de purificación externa, que Jesús denuncia como una manera de encubrir la podredumbre interior. 2. La puntualidad en el tributo sobre cosas tan mínimas como las hierbas aromáticas frente al descuido o la indiferencia por lo más importante: la limosna, la justicia y la generosidad. 3. Estas actitudes han hecho de los fariseos unos sepulcros sin señalización; a la hora de la verdad, «contaminan» a la gente. Jesús también denuncia a los escribas: 1. Los juristas junto con los fariseos, se ufanan de ser los «guardianes de la fe», pero en realidad lo que han hecho es imponer al pueblo pesadas cargas que ellos mismos ni pueden ni quieren mover. 2. Se creen mejores que los antiguos cuando en realidad son iguales o peores. 3. Con el conocimiento que tienen de la Ley y de la Escritura y su forma de interpretarla, ellos se han alejado del Dios vivo y verdadero y además, obstaculizan al pueblo el acceso a ese Dios. Con estas denuncias de Jesús, lo más obvio es que sus adversarios se mantuvieran en constante acecho para ver cómo acabar con Él (53).
12,4-12 No teman – Confesar a Jesús. Ahora Jesús se dirige a sus discípulos y a la gente llamándolos a todos «mis amigos». Los seguidores y amigos de Jesús no deben tener miedo, la primera arma con que pueden contar es la libertad interior que Dios mismo dona a través del Espíritu. Jesús tolera que se le rechace a Él, pero lo que no tolera y, antes bien, condena, es la hostilidad contra el Espíritu Santo: podríamos pensar en esa actitud que Jesús mismo ha venido desenmascarando en el fariseísmo legalista: hacer ver como bueno y perfecto lo que es malo o por lo menos dañino, y hacer ver como malo lo que es bueno; así es como ellos no entran ni dejan entrar.
12,13-34 Contra la codicia – Confianza en Dios – Sobre el poseer. La clave para entender este pasaje, cargado de comparaciones y dichos sapienciales, la encontramos en el versículo 31, la búsqueda del reinado de Dios como presupuesto único y fundamental para la vivencia de unas relaciones justas y para experimentar y gozar del valor principal de todos los hombres y mujeres: el don de la vida. Jesús no predica un providencialismo ingenuo; por entender así la predicación de Jesús, más de la mitad de la humanidad se tiene que conformar con ver cómo unos cuantos se apoderan de los bienes materiales e inmateriales.
12,35-48 Vigilancia. En consonancia con la sección anterior, Jesús llama a estar atentos y vigilantes. La gracia que hemos recibido como regalo de Dios no es para guardarla, sino para ponerla en ejercicio continuo, permanente. Jesús declara dichoso al que sea encontrado trabajando, poniendo todo su empeño y sus esfuerzos en la construcción de esa sociedad nueva que tiene que inaugurar la presencia del reino. Si nos visitara el Señor ahora, ¿cómo nos encontraría?
12,49-59 La alternativa de Jesús – Las señales del tiempo – Llegar a acuerdos. En griego se designa al tiempo de dos maneras: el kronos, o sea, el tiempo que transcurre minuto a minuto, día a día, y del cual podemos llevar un control por medio del reloj, el calendario o la agenda; es el tiempo cuantitativo, y es el que más determina nuestra vida. La otra expresión que se refiere al tiempo es kairós, que puede entenderse como una coyuntura especial que sucede en el kronos, pero que tiene la virtud de transformar la vida, de darle dimensiones nuevas a la experiencia de la cotidianidad; el kairós no tiene en cuenta el número de días o de años, sino cómo este instante, este día, este año fue vivido, aprovechado o en qué medida nos hizo crecer. Jesús critica a su generación porque se ha dejado dominar completamente por el kronos y, por lo tanto, no va más allá de sus afanes para percibir la experiencia de la presencia del reino entre ellos.
13,1-9 Exhortación al arrepentimiento – La higuera sin higos. El pecado, los apetitos desenfrenados, la codicia y, en definitiva, el irrespeto a la vida, son las actitudes que nos juzgan y condenan y pueden producir un desenlace peor que si nos cayera encima una torre. El creyente ha de vivir, según el criterio de Jesús, en actitud constante de producir buenos frutos, eso es lo que quiere indicar con la parábola de la higuera y el labrador. Dios nos ha dotado a cada uno con la capacidad de hacer el bien, de cultivar la justicia y de mantener unas relaciones sanas con los demás y con Dios mismo; pero como dueño y Señor de esas higueras que somos nosotros, puede exigirnos y pedirnos cuentas.
13,10-17 Sana a una mujer encorvada. La enseñanza de Jesús y los signos que realiza tienen la virtud de «rescatar» al ser humano y volver a situarlo como interlocutor de Dios, tal como fue en el principio. El legalismo israelita simbolizado aquí en la sinagoga y el sábado habían producido un efecto de «encorvamiento», de postración y de inhabilidad para estar en ese nivel primigenio. La acción de Jesús no se queda sólo en la recuperación de la mujer poniéndola de nuevo en actitud de contemplar cara a cara Dios para celebrarlo; también rescata por extensión el genuino espíritu de la Ley y del sábado poniéndolos otra vez como medios de crecimiento humano, pues se habían convertido en un fin en sí mismos.
13,18-21 Parábolas de la semilla de mostaza y la levadura. Con este par de parábolas ilustra Lucas la manera como Jesús va viviendo la experiencia de Dios como Padre y la forma como esa experiencia debe ir enraizando en la conciencia del individuo y de la sociedad. Jesús lleva la atención de sus oyentes a cosas mínimas e insignificantes como la semilla de mostaza o el grano de levadura para enseñar que, a pesar de ser cosas tan ínfimas, esconden dentro de sí otras realidades muy grandes e importantes. Así se debe experimentar la presencia y la acción del reino en la conciencia y la vida de cada creyente.
13,22-30 La puerta estrecha. Hay que esforzarse por «entrar por la puerta estrecha», lo cual quiere decir que hay mucho que aportar desde nuestras capacidades y posibilidades para nuestra propia salvación, entendida como una dimensión nueva de la vida que hay que comenzar a construir aquí. En la perspectiva de Jesús, algunos están dentro como participando de un banquete y otros quieren entrar, pero no pueden porque resultan tan extraños para el amo que no se les puede abrir la puerta. Es evidente que estos excluidos del banquete son los propios paisanos de Jesús que, habiendo recibido la fe desde épocas antiguas, no han sabido ponerla en práctica, por el contrario, se han creado una falsa seguridad pensando que por derecho propio deben ser los primeros en entrar al banquete.
13,31-35 Lamentación por Jerusalén. Jesús no es un profeta temeroso; pese a que intuye un final trágico a manos de las autoridades religiosas y políticas, mantiene su decisión de continuar el camino y afrontar el destino que ya habían tenido que enfrentar los antiguos profetas: dar la vida en Jerusalén, paradójicamente la Ciudad Santa, la Ciudad de Dios.
14,1-6 Sanación de un hidrópico. Con este nuevo signo de sanación en sábado Jesús denuncia esa manera tan equivocada e interesada de entender el precepto sabático y, en general, la Ley. En otro lugar de Galilea Jesús ya había proclamado su señorío sobre el sábado; también en esta región del camino a Jerusalén queda establecido que Él es Señor de la vida y también del sábado.
14,7-14 Los primeros puestos. En el reino nadie ocupa los primeros lugares ni por derecho propio ni por cortesía; los primeros lugares los ocupan quienes hayan renunciado a la manera humana de pensar y se hayan puesto al servicio de los demás.
14,15-24 Parábola de los invitados al banquete. En Jesús, Dios está proporcionando una última oportunidad de salvación para su pueblo, pero siempre hay un sector que se excusa para comenzar a instaurar ya la nueva realidad del reino. Hay otro sector, si se quiere más amplio, al que el oficialismo religioso lo ha mantenido siempre relegado, privado del conocimiento y de la experiencia de la comunión con Dios como Padre y como amigo; esos son los lisiados, los cojos, los ciegos, las mujeres y niños y, en fin, los que no habían ni siquiera soñado con que podían «compartir» la mesa y la vida con el Padre: los paganos o extranjeros. El plan salvífico del Padre concretado en Jesús no se paraliza ante la negativa de aceptarlo; ese proyecto tiene vida propia y avanza y se realiza aunque muchos lo rechacen y se autoexcluyan del él.
14,25-35 El discípulo. En conexión con el tema de los que se excusan para no asistir al banquete, Jesús traza unas líneas de exigencia para su seguimiento: la familia, como símbolo de la seguridad personal, hay que relativizarla cuando de seguir a Jesús se trata. La idea de Jesús es que el discípulo comience a construir un modelo de sociedad distinta: fraterna, solidaria, igualitaria, donde cualquier estructura, comenzando por la familia, esté al servicio de esta nueva sociedad y no al contrario. La otra seguridad es de tipo económico: los bienes materiales. La única forma de que el ser humano pueda atender con equilibrio el mayor número posible de necesidades –personales, corporales, materiales y espirituales– es construyendo con los demás esa nueva sociedad que exige el reino, y eso es labor de cada día.
15,1-10 La oveja perdida – La moneda perdida. Una vez más, Jesús es objeto de crítica por parte del legalismo personificado en los fariseos, pues acoge a recaudadores y pecadores para enseñarles. Para que el escándalo de los fariseos llegue hasta el colmo, Jesús va a plantear tres parábolas que revelan la absoluta misericordia de Dios. En la primera parábola, la de las noventa y nueve ovejas, el escándalo para los «buenos» y «justos» es la preocupación de Dios por el pecador y la manera gozosa como es acogido. En la segunda, la moneda de poco valor representa a toda esa gente que los «buenos» del judaísmo oficial habían ido dejando perder y que ni siquiera les preocupaba. En la dinámica del reino, esa moneda de poco valor es en realidad el «tesoro» de Dios; encontrarlo y ponerse al servicio de esos «desechos» es llevar a cabo la propuesta de Dios encarnada en el reino propuesto por Jesús.
15,11-32 El hijo pródigo. Con esta tercera parábola Jesús sigue desenmascarando los efectos negativos del legalismo cuya expresión más inmediata es la distorsión de la verdadera imagen de Dios. Jesús revela su experiencia de Dios como Padre, un padre que ama con igual medida tanto a su hijo mayor como al menor; la diferencia de este amor la imponen los dos hijos. El mayor cree que ha hecho los méritos suficientes para ganarse todo el amor del padre porque no ha contradicho ni uno solo de sus mandatos y por tanto tiene que ser recompensado, mientras que la conducta del menor debe ser castigada. Lo escandaloso de la parábola es cómo Jesús muestra al hijo menor que acapara el amor del Padre a pesar de todo lo que ha hecho. El legalismo del hijo mayor no le permite ver la gratuidad del amor divino, amor que no se exige como «pago» a una buena conducta, sino que se recibe por gracia, y se celebra permanentemente según la propia conciencia de ese amor gratuito; y en segundo lugar, en esta relación amorosa con Dios siempre estamos ante el riesgo de romperla por nuestras actitudes antiamorosas con los demás; pero esa misma gracia divina nos llama al arrepentimiento y a la búsqueda del perdón del Padre quien acoge de inmediato y él mismo se pone a celebrar con nosotros la fiesta del perdón.
16,1-8 Parábola del administrador. Jesús no alaba tanto las artimañas del administrador cuanto su astucia y sagacidad para prever el futuro que le tocará enfrentar. La propuesta de Jesús a sus discípulos es que también ellos deben poner en juego su creatividad, ser astutos para prever el rumbo que la dinámica del reino debe tomar en medio de la sociedad; si bien el reino es de los humildes y sencillos, ello no quiere decir que se puede construir con ingenuidad.
16,9-13 El uso del dinero. Las cosas de la tierra son pasajeras, por lo que no hay que apegarse a ellas. Para Lucas, el acumular riquezas es ya un pecado, especialmente cuando se convive al lado de los pobres. El que se apega al dinero acaba excluyendo a Dios, porque no se puede servir a dos señores.
16,14-18 La Ley y la Buena Noticia. Jesús desenmascara la doble actitud de los fariseos que pretendían servir al dinero y a Dios, haciendo ver que, en el fondo, lo que menos interesa a estas personas es caminar de acuerdo con la voluntad divina. Dios conoce el interior de cada uno de ellos y sabe que el servicio a Dios, cuando hay un tal apego a los bienes materiales, no pasa de ser una simple fachada con consecuencias muy negativas para la conciencia y la mentalidad del pueblo, pues queda la impresión de que Dios favorece (bendice) a unos, mientras permanece indiferente ante las carencias (expoliación) de los demás.
16,19-31 El rico y Lázaro. Para redondear el tema de la incompatibilidad entre seguimiento de Jesús y servicio a la riqueza y los bienes materiales, Lucas presenta esta parábola que, como todas las demás, muestra también algún aspecto particular de lo que Jesús concibe como realidad del reino de Dios. Aquí se hace más clara la advertencia sobre la imposibilidad de servir a Dios, a su reino, y al dinero. La consecuencia más inmediata es el olvido de las más mínimas relaciones de justicia y de la finalidad de la misma vida. El servicio a la riqueza se convierte en esclavitud a la misma a tal punto que se pierde la sensibilidad por el que sufre y se pierde, además, el sentido y la finalidad de la misma existencia humana.
17,1-10 Instrucciones a los discípulos – El deber del discípulo. Estas tres instrucciones tienen un denominador común: el servicio al reino que sólo es posible desde la fe. En el servicio al reino , que es la búsqueda e instauración de una sociedad justa, solidaria, fraterna e igualitaria, nadie está exento de desviarse del camino y asumir actitudes contrarias a los valores del reino. Eso ocasiona escándalo y desánimo en unos; escepticismo y rechazo a esta nueva realidad, en otros. En todo caso, siempre se ha de emplear el recurso a la corrección fraterna, al arrepentimiento y al perdón.
17,11-19 Sanación de diez leprosos. Nos encontramos aquí con la manera como Lucas presenta cuál debe ser la actitud del creyente respecto al modo antiguo de entender la Ley y el modo de acoger la novedad que Jesús está anunciando e instaurando. Aparentemente, la desproporción uno contra diez es exagerada, pero refleja el comportamiento que una falsa interpretación de la Ley, y por tanto de una falsa imagen de Dios, lleva a asumir al creyente. Los diez leprosos han recibido todos un mismo beneficio, pero sólo uno, aquel de quien menos se esperaba, reacciona conforme al reconocimiento de una acción gratuita, generosa y misericordiosa de Dios: un samaritano. Los otros nueve, que representan a la mayoría del pueblo de la elección, no son capaces de percibir en este signo la cercanía de Dios y por tanto no hay un gesto de alabanza y gratitud para ellos, Dios sigue siendo alguien que sólo se limita a exigir el cumplimiento de la Ley.
17,20-37 La llegada del reino de Dios. Los fariseos todavía no aceptan que en Jesús ya se esté inaugurando el tiempo del reinado de Dios; ellos mantienen la expectativa de un mesías glorioso, investido con todo poder. Jesús no sólo declara que el reino ya está actuando, sino también que el Hijo del Hombre es quien ha inaugurado ya este advenimiento del reino. La plenitud de este advenimiento, sin embargo, no se dará antes de que el Hijo del Hombre padezca la persecución y el rechazo a manos de los enemigos del proyecto de Dios. Otra idea que se subraya aquí es la advertencia contra los falsos mesianismos. Muchos podrán incitar a la gente con falsas alarmas de la llegada del Hijo; el fiel seguidor no debe ni puede alimentar esas falsas alarmas, cada uno deberá estar empeñado en experimentar y ayudar a experimentar a otros la acción del reino que ya está actuando, tal como lo hace la levadura en la masa.
18,1-8 Parábola del juez y la viuda. La viuda es el símbolo de las masas de empobrecidos que con el correr del tiempo y golpeados por una sociedad injusta se han llegado a convencer de que su causa no será atendida porque nadie se fija en ellos más que para aprovecharlos como fuerza productiva y desecharlos cuando ya no representan ninguna utilidad para la sociedad. La propuesta de Jesús es que el empobrecido, como en el caso de la viuda, se convenza de lo contrario; es decir, que llegue a sentir y a asumir que el primer interesado en su causa es Dios mismo y que con el respaldo de ese Dios que se rebela contra la injusticia y la opresión (cfr. Éx 3,7-9), la masa de empobrecidos tiene que comenzar y perseverar en la lucha por la justicia, incluso teniendo en cuenta que hay jueces y sistemas inicuos que con toda seguridad, no sólo no defenderán su causa, sino que la tildarán de subversión, rebelión, terrorismo y peligro para la nación y para la estabilidad social.
18,9-14 El fariseo y el recaudador de impuestos. Esta nueva parábola de Jesús va dirigida a «algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás» (9). Quienes se creían buenos y justos lo hacían a partir de una serie de normas y preceptos que cumplían a cabalidad, y desde aquí se sentían con todo el derecho de presentar en su oración una especie de «cuenta de cobro» a Dios por las cosas buenas que hacían. Jesús desenmascara esta actitud y abiertamente declara justificado al hombre que delante de Dios se siente absolutamente indigente, necesitado del amor y de la compasión divinos. El otro no logra esa justificación, no porque Dios se la niegue, sino porque cree que no la necesita y por tanto, no la pide.
18,15-17 Bendice a unos niños. La ternura, la simplicidad y la ausencia de prejuicios y de presunciones que caracterizan al niño inspiran a Jesús para el modelo o perfil de todo el que quiere pertenecer al reino. La nueva realidad inaugurada por el reino no excluye a nadie, antes bien, la prioridad son los excluidos y marginados de este mundo.
18,18-30 El joven rico. Las nuevas relaciones que se establecen a partir de la instauración del reino o reinado de Dios exigen una posición clara y definida respecto a lo que cada uno considera como sus seguridades personales. Al hombre que interroga a Jesús, aunque sabe cuál es el medio para ser un hombre bueno, le falta lo más importante, poner en el primer plano de sus preocupaciones o de su proyecto personal la justicia querida por Dios. Esta justicia que Dios quiere comienza por el desprendimiento de la riqueza, así podrá ser sensible a las carencias de los demás.
18,31-34 Tercer anuncio de la pasión y resurrección. Conforme más se acerca Jesús a Jerusalén, más se ha ido acentuando el antagonismo con los representantes del poder religioso y más aumentan las probabilidades de un final violento a manos de sus adversarios en la Ciudad Santa. Los Doce no entienden nada; habrá que esperar hasta que Él mismo, ya resucitado, vuelva y les explique todo.
18,35-43 El ciego de Jericó. Es sintomático y tal vez intencional de Lucas dejar constatado que los Doce no entendieron (no veían) nada de lo que Jesús les había revelado acerca de su final. Aquí registra el caso de un ciego que, a pesar del obstáculo personal (la ceguera) y de los obstáculos externos (los que impiden acercarse a Jesús) es capaz de captar inmediatamente qué clase de persona es Jesús. El relato es utilizado por Lucas para enseñar que no siempre, aunque se tengan intactos los cinco sentidos, se está en grado de conocer a Jesús y de optar por Él.
19,1-10 Jesús y Zaqueo. Zaqueo es el paradigma del que conociendo a Jesús, no sólo se despoja con prontitud de lo material, sino que permite que su interior también sea transformado por la gracia para comenzar el proyecto de la justicia, muy a pesar de quienes tal vez juzgaban que debía purgar de otro modo sus muchos pecados. ¡Así es la gracia divina!
19,11-28 Parábola de los sirvientes. La tarea del Mesías, en la mentalidad de la época, era un asunto exclusivamente suyo, nadie tenía que intervenir ni para bien ni para mal, porque el Mesías se encargaría de todo, de un solo golpe su reinado quedaría instaurado (11). Jesús no ve así las cosas, por el contrario, se esfuerza por hacer entender que en la tarea del Mesías y en la instauración del reinado de Dios está involucrado cada uno de los creyentes según sus capacidades y dones; todos deben poner su empeño en la instauración del proyecto de Dios.
19,29-40 Entrada triunfal en Jerusalén. En contraposición a las expectativas sobre cómo habría de manifestarse el Mesías, Jesús deliberadamente se presenta a la entrada de Jerusalén montando un humilde asno; quizás Lucas tiene en mente la profecía de Zacarías, que vaticinaba la llegada de un mesías humilde y sencillo montado en este tipo cabalgadura (Zc 9,9s). Esta aclamación de Jesús como rey, unida a todos los comentarios que las autoridades políticas y religiosas ya deben conocer, más el comportamiento de Jesús en la capital, serán el fundamento de su detención, juicio y condena a muerte.
19,41-44 Lamentación por Jerusalén. La alegría y el regocijo que se respiran en el pasaje anterior cambian de tono en estos versículos donde Jesús llora y se lamenta por Jerusalén. Él, como buen judío, seguramente ama a la Ciudad Santa, sabe que allí están todos los elementos necesarios para realizar el plan de Dios; pero la realidad es que la ciudad se convirtió en símbolo de la obstinación y el rechazo a todo lo que tuviera que ver con la voluntad divina, y esto le atraerá la perdición, de ella «no te dejarán piedra sobre piedra» (44).
19,45-48 Purifica el templo. A Lucas le interesa subrayar con este gesto varias cosas: 1. Jesús no es contrario al Templo; en el corazón de cada judío está inscrito el Templo como el más importante emblema religioso, por eso Jesús reclama que se utilice para lo que es: «casa de oración» (Is 56,7). 2. Purificando el Templo, Jesús desenmascara el extremo al que había llegado la «casa de Dios», de emblema religioso y lugar de encuentro de la comunidad con su Dios, había pasado a ser emblema de opresión, cueva asaltantes. 3. Se hace más clara la decisión de las autoridades de eliminar a Jesús, pero no pueden hacerlo porque «todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras» (48).
20,1-8 La autoridad de Jesús. Durante el ejercicio de su ministerio, lejos de Jerusalén, los adversarios de Jesús siempre fueron los fariseos y los escribas o juristas. Éstos intervienen por última vez en el momento de la aclamación de Jesús como rey, muy cerca de Jerusalén, al pie del monte de los Olivos. Para Lucas está claro que el tipo de conflicto entre fariseos y Jesús tenía como base prácticamente todo lo relacionado con aspectos doctrinales, de ortodoxia, la interpretación y el cumplimiento de la Ley. Ahora los adversarios de Jesús adquieren otro rostro y otro motivo de fondo; se trata de los más altos dirigentes: sumos sacerdotes, letrados y ancianos. Ellos no tienen interés en discutir sobre aspectos doctrinales, sino sobre la autoridad y poder de Jesús. En el diálogo con Jesús, ellos salen mal librados porque Él los atrapa en sus propias redes. Sabemos que este motivo (autoridad y poder) seguirá creciendo dramáticamente y que Jesús no estará dispuesto a ceder ni autoridad ni poder, porque en su propuesta, estas dos realidades son servicio, amor y entrega; ceder en esto es «bendecir» el status quo.
20,9-19 Los viñadores malvados. Aunque Jesús deja aparentemente sin respuesta la pregunta sobre su autoridad que le han formulado los dirigentes de Israel, es obvio que esta parábola es la respuesta a la autoridad con que él enseña, denuncia, anuncia y realiza gestos y acciones. En pocas palabras, Jesús resume la historia de las relaciones de Dios con su pueblo, marcadas por la desobediencia, la rebeldía y el rechazo a los profetas. En cada envío, el Dueño de la viña buscaba que sus arrendatarios rectificaran su modo de proceder, pero éstos siempre hicieron lo mismo. Por último, el Amo envía a su hijo amado, pues guardaba la esperanza de que a él sí lo respetarían y que ahora sí, el proyecto original se encarrilaría de nuevo (13). Con las palabras del versículo 13, Jesús reivindica para sí su ser y su misión de Hijo de Dios y de enviado, y de una vez queda claro que la intención del Padre no es que su hijo muera, sino que los arrendatarios recapaciten, asuman que se trata de una última oportunidad para ponerse al servicio del plan de la justicia y de la vida; mas ellos se empecinan en seguir matando.
20,20-26 El tributo al César. Arrestar a Jesús se ha convertido en una necesidad para los dirigentes político-religiosos, pero no podían por temor al pueblo. Lo más práctico era, entonces, tenderle una trampa y buscarle la caída por el lado político civil para que el representante del poder romano se encargara de Él. Y así quedar ellos como inocentes ante el pueblo al que tanto temían. La intención es hacer que Jesús tome partido respecto a un espinoso tema que tenía dividido al judaísmo desde que Roma se había erigido como dueño y amo absoluto también del Cercano Oriente: el impuesto al emperador, causa por la cual ya se habían dado refriegas y revueltas. La respuesta de Jesús es hábil e inteligente y no da lugar para acusarle ni de colaboracionista ni de rebelde; antes bien, deja en sus interlocutores un dilema aún mayor, pero con un gran sentido: ellos mismos tienen que establecer según el criterio de la justicia qué es lo que corresponde a Dios y qué es lo que corresponde al César.
20,27-40 Sobre la resurrección. Los saduceos, que no creían en la resurrección, intentan enredar a Jesús con una pregunta de tipo casuístico basados en la ley del levirato (Dt 25,5s). La respuesta de Jesús hace ver, primero que todo, que el matrimonio es una realidad temporal, natural y necesaria para la prolongación de la especie. En segundo lugar, en la resurrección ya no habrá necesidad de una serie de cosas que eran necesarias al ser humano, ya que la resurrección no es la simple prolongación de esta vida con sus necesidades y deficiencias, sino un estado de vida absolutamente pleno donde ya no habrá necesidades que satisfacer. En tercer lugar, Jesús prueba con la Escritura que Dios es un Dios de vivos y que por lo tanto la vocación de todo hombre y mujer es llegar a compartir esa vida plena con Dios.
20,41-44 El Mesías y David. Jesús parece hacer notar una contradicción: si el Mesías debía ser hijo de David, ¿cómo es que David lo llama «mi Señor»? El Mesías no es inferior a David porque sea «consanguíneo» suyo, es cierto que «desciende» de él por genealogía, pero antes que nada, es el Hijo de Dios, su enviado; así lo ha manifestado el mismo Dios en las escenas del bautismo y de la transfiguración de Jesús; también en la parábola de los viñadores homicidas queda establecido que Jesús es el hijo amado, el predilecto (20,23).
20,45-47 Invectiva contra los letrados. Jesús cierra estas controversias con una advertencia a sus discípulos, en presencia de todo el pueblo, donde quedan al descubierto las actitudes interiores de los letrados y en general de los dirigentes religiosos; la advertencia o sano consejo es no dejarse llevar por las apariencias de estas personas, porque en realidad son unos codiciosos llenos de envidia y de egoísmo que aparentan agradar a Dios, pero al mismo tiempo no tienen el menor escrúpulo para practicar las peores injusticias.
21,1-4 La ofrenda de la viuda. La escena de las ofrendas que echaban los ricos, en contraste con lo que ha depositado la viuda, que era lo único que tenía, sirve también a Jesús para ilustrar otro aspecto más de las relaciones que tienen que surgir en la nueva sociedad inaugurada por el reino. Ya no es lo valioso, lo aparentemente grande ni lo poderoso la medida para juzgar a la nueva sociedad, sino el desprendimiento, la generosidad y, sobre todo, la fe y convicción de que entregándolo todo por el reino, es decir, por un modo de vida solidario, fraterno, e igualitario, nadie quedará en realidad desposeído ni desprotegido.
21,5-19 Discurso escatológico: destrucción del templo. La predicción de la ruina del Templo suscita una pregunta: «¿cuándo sucederá eso y cuál es la señal de que está para suceder?». La respuesta de Jesús es lo que constituye en Lucas el «discurso escatológico» que combina al menos tres motivos específicos: 1. La destrucción del Templo y de Jerusalén. 2. La venida del Hijo del Hombre. 3. El fin del mundo. Pero es importante aclarar que, según la orientación que le da Lucas a este discurso, la destrucción de Jerusalén no es exactamente un signo del final de los tiempos. Lo importante es que los discípulos se preparen, primero para no dar crédito fácilmente a las falsas alarmas de charlatanes o falsos mesías, y segundo. para soportar la violencia y la persecución por parte de los enemigos del Evangelio del reino y para que hagan de estas acciones una oportunidad magnífica de dar testimonio.
21,20-24 La gran tribulación. El asedio y la destrucción de Jerusalén no se confunden con el final del mundo o de la historia. El plan de Dios sigue adelante y, precisamente, la ciudad y el Templo en ruinas será la ocasión para que las naciones extranjeras que no conocían a Dios, lo conozcan y se sometan a Él.
21,25-33 La parusía. Los eventos cósmicos con que Lucas describe este pasaje sobre la venida del Hijo del Hombre no hay que tomarlos en sentido literal, evocan una manera de pensar típica de la literatura apocalíptica (cfr. Dn 7,13s) y sirven para establecer la diferencia entre esta primera manifestación o Encarnación de Jesús, sometido a la naturaleza y limitación humana y su segunda venida en todo poder y gloria como Amo y Señor del tiempo, de la historia y del mundo. A los discípulos les toca estar muy atentos a los signos de los tiempos (29-31); lo importante es saber descubrir esos signos y pensar que la venida de Jesús tiene como finalidad específica la liberación de toda la creación. Ésta es la esencia de la esperanza escatológica de la primitiva comunidad y es también nuestra esperanza.
21,34-38 Vigilancia y oración. Es un hecho que la comunidad lucana experimentaba ya el desánimo y el descuido respecto a las tareas de evangelización y de prácticas evangélicas porque el tiempo pasaba y la parusía no llegaba. Esta invitación puesta en labios de Jesús previene para no caer en la apatía y en la desesperanza. La misma situación se percibe en las comunidades de todos los evangelistas (cfr. Mt 24,43-51; Mc 13,33-36).
22,1-6 Complot para matar a Jesús. Dos motivos fundamentales están a la base de la decisión de matar a Jesús: 1. Los dirigentes judíos temen una revuelta popular en el marco de una de las fiestas nacionales que se celebraba exclusivamente en Jerusalén: la Pascua. 2. Uno del grupo ha decidido libre y espontáneamente –aunque de hecho Lucas relata que fue movido por Satanás que entró en él (3)– convenir con las autoridades la entrega del Maestro.
22,7-23 Pascua y Eucaristía. El cuerpo y la sangre son dos elementos inseparables que en el judaísmo antiguo dan idea de totalidad; el cuerpo es la materialización de las ideas, de las esperanzas y anhelos, el proyecto de una persona; la sangre es la vida, lo que da sentido, valor y movimiento al cuerpo. La intención de Jesús es entonces que esta cena sea el signo de lo que serán las demás celebraciones para sus discípulos: el recuerdo de que Él ha entregado su cuerpo y su sangre, es decir, la totalidad de su ser, sus anhelos, sueños y esperanzas, su lucha por la instauración del reinado de Dios; todo lo ha entregado por sus amigos y por la humanidad en general. El nuevo pacto que instaura Jesús se debe entender como la repetición indefinida de la Cena Pascual que hay que asumir como una necesidad de actualizar en cada celebración la entrega de Jesús y la entrega que está realizando la comunidad de los discípulos: ¿Qué tanto se ha ido entregando el discípulo y la comunidad? ¿Qué tanto ha avanzado el reino de Dios entre celebración y celebración? He ahí el reto para el creyente y para la comunidad.
22,24-30 Contra la ambición. Apenas formulado el anuncio de la traición, surge una disputa entre los discípulos de Jesús sobre quién era el más importante, lo cual nos puede indicar que el tema de la traición y de la entrega de Jesús no se queda sólo en cabeza de uno de ellos. Sabemos que va a ser Judas, pero aquí podemos entender que hay otras formas de traicionar al Maestro y su propuesta. Jesús tiene que volver a insistir sobre la inversión de valores que caracteriza el modelo de comunidad y de sociedad nueva que tiene que surgir con la instauración del reino.
22,31-38 Anuncia la negación de Pedro. Todavía con el tema de la traición como telón de fondo, Jesús interpela a Pedro acerca de la debilidad de su fe. La reacción de Pedro indica que el discípulo puede estar donde esté el Maestro, pero no ser ni hacer lo que es y hace el Maestro; esto último es lo que pretende Jesús inculcarle a cada uno comenzando por Pedro. Si Pedro llega a entender así las cosas, tendrá como tarea fortalecer a sus hermanos en ese mismo sentido.
22,39-46 Oración en el huerto. A lo largo del evangelio, Lucas ha subrayado la costumbre de Jesús de retirarse a orar; aquí nos lo presenta de nuevo en esa actitud humilde: «se arrodilló» (41), y al mismo tiempo confiada. Jesús tiene que sentir angustia, tristeza, dolor; sin embargo, nada de eso debilita la fe y la confianza absolutas en su Padre. Este momento es decisivo; Jesús mantiene firme su decisión, lo que tiene que cumplirse es la voluntad del Padre.
22,47-53 Arresto de Jesús. En el momento definitivo, la hora del dominio de las tinieblas (53), Jesús fortalecido por la oración viva y profunda y por su convicción de que todo está en manos del Padre, enfrenta la situación con majestuosa serenidad. Hace tres intervenciones breves que dejan claro la anomalía y la injusticia de la situación: 1. A Judas lo interpela porque ha hecho de un signo de saludo pacífico, como lo es el beso, un signo de traición. 2. A sus discípulos que, pese a su proceso formativo, siguen pensando que el nuevo orden hay que implantarlo a la fuerza, les ordena guardar la espada, y Él mismo repara el daño causado por la violencia (50s). 3. A sus captores les recrimina el hecho de que lo confundan con un asaltante cuando bien hubieran podido abordarlo mientras enseñaba en el Templo (52s).
22,54-62 Negaciones de Pedro. En casa del sumo sacerdote, una mujer y luego dos hombres interrogan a Pedro sobre su relación con Jesús; en este contexto, y más específicamente para Pedro, los tres interrogantes tienen connotaciones de acusación que él rechaza con vehemencia. La confirmación de las palabras de Jesús en 22,34, está en su «mirada» a Pedro (61); ella basta para que el discípulo se retire afuera a llorar amargamente. El llanto de Pedro y el recuerdo de las palabras de Jesús (22,34) son un signo del llamado, el arrepentimiento y la conversión.
22,63-71 Jesús ante el Consejo. En el momento de los ultrajes y las afrentas, Pedro no ha sido capaz de responder por el amigo Jesús; el Maestro se halla solo, expuesto al escarnio y los malos tratos. Además la pregunta de las autoridades religiosas sobre los atributos divinos de Jesús no tiene quién refrende con su testimonio. En circunstancias más fáciles, durante el camino, Pedro había confesado por todos que Jesús era el Mesías (Cristo, Ungido) (9,20); aquí calla, no se arriesga a correr la misma suerte del Maestro. Jesús está completamente solo, es su palabra contra la de las autoridades; por no tener quién declare en su favor, las mismas palabras de Jesús son utilizadas en su contra, convirtiéndolas en ocasión para condenarlo.
23,1-7 Jesús ante Pilato. La decisión de eliminar a Jesús ya está tomada por parte de los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del Templo. El motivo es aparentemente religioso: Jesús se ha autoproclamado Hijo de Dios, lo cual constituye una herejía; pero sabemos que en el fondo hay motivos más que religiosos para quitar a Jesús de en medio; definitivamente su presencia y sus enseñanzas resultan demasiado incómodas y peligrosas para la «estabilidad» de la nación, para la «seguridad nacional». Con todo, Pilato no encuentra motivo suficiente para la condena a muerte (4), de ahí que los acusadores tengan que convertir la acusación religiosa en otra de tipo político, de alcance nacional: «Está alborotando a todo el pueblo enseñando por toda Judea; empezó en Galilea y ha llegado hasta aquí» (5), insistiendo en lo peligroso que resulta para el imperio (2).
23,8-12 Jesús ante Herodes. Lucas subraya la alegría de Herodes al ver a Jesús; hacía tiempo que quería verlo, dados los comentarios que había escuchado de Él, incluso pensaba que podría ver realizar algún milagro. Lucas quiere dejar claro que éste no es el modo de conocer a Jesús, y de ahí el silencio que guarda el Maestro delante del Tetrarca. Herodes, que sabe de lo difícil y complicado que es ser rey bajo un dominio tan «omnipotente» como el romano, toma las supuestas pretensiones de Jesús como una broma. Él y su guardia se burlan de Jesús y como «rey de burlas» lo devuelve a Pilato (11).
23,13-25 Condenado a muerte. De nuevo ante Pilato, Jesús es hallado inocente. Pilato insiste en que no ve necesario aplicarle la pena capital; propone que una buena reprimenda será suficiente, pero los enemigos de Jesús insisten que debe morir. Pilato no tiene más remedio que ceder a la presión de los judíos. Lucas deja claro que el juicio y la condena de Jesús son desde todo punto de vista irregulares e injustos. En el juicio, Jesús no ha tenido oportunidad de defenderse; en la sentencia, ni Pilato ni Herodes han hallado culpa suficiente. Sin embargo, la sentencia se da, dada la saña de las autoridades judías, responsables directas de esta sangre inocente.
23,26-49 Muerte de Jesús. De los cuatro relatos de la pasión, el de Lucas es el más sobrio; por todos los medios evita narrar los hechos sangrientos con que afrentaron a Jesús: las bofetadas, los azotes, la corona de espinas. Tal vez, los motivos para que Lucas presente así su relato sean básicamente dos: primero, su sensibilidad humana y, sobre todo, su profunda veneración por Jesús no le permiten presentarlo a la manera de Marcos y de Mateo. En segundo lugar, su mayor preocupación es subrayar la injusticia que se cometió con Jesús, a cuyo extremo puede llegar la intolerancia y la obstinación de una nación que no quiso aceptar que en Jesús Dios se les estaba manifestando en su totalidad; de ahí la expresión de Jesús en el momento de la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (34)». De otro lado, Lucas considera que es mucho más importante la manera como asume Jesús este momento definitivo: cuando podría ser objeto de lástima y de compasión, Él está dispuesto a consolar y animar a quienes lo lloran (28-31); cuando cualquiera respondería con violencia a las burlas y los insultos, Jesús responde con el perdón; tratado como malhechor y puesto entre malhechores, Jesús acoge al ladrón arrepentido y le promete su compañía en el reino. En suma, para Lucas el momento de la cruz es el momento cumbre de la vida de Jesús, aquí es donde queda a la vista de todos, demostrada y atestiguada la realeza de Jesús: rey justo que perdona, acoge y comparte su reino con quienes quieran aceptarlo.
Lucas rodea la muerte de Jesús de acontecimientos cósmicos: la oscuridad por falta del sol (44), y de un fenómeno de tipo religioso, pero también de connotaciones universales: el velo del templo que se rasga (45). Con ello quiere indicar el evangelista que el tiempo escatológico se inaugura ahora: el acceso a Dios obstaculizado por el velo del templo ha quedado roto, con lo cual ya no hay ninguna barrera para nadie; aunque injusta, la muerte de Jesús tenía que inaugurar esta nueva era. El centurión confirma la muerte de Jesús. Fiel al Padre, Jesús no desconfía de Él ni siquiera en el momento definitivo de su vida, en sus manos confía su espíritu; y, fiel al Hijo, al que había declarado predilecto en el bautismo y en la escena de la transfiguración, el Padre lo acoge.
23,50-56 Sepultura de Jesús. Lucas, igual que los demás evangelistas, conserva el nombre de quien se ocupó del cuerpo sin vida de Jesús para sepultarlo: José de Arimatea. Es curioso que sea él y no ningún discípulo quien se encarga de esta tarea. También aquí Lucas quiere subrayar el distanciamiento de los discípulos con el fin de darle muchísimo más realce al re-encuentro con el Resucitado y el cambio de actitud que acaecerá en la comunidad apostólica.
24,1-12 Resurrección de Jesús. Es importante tener presente que los cuatro evangelios afirman la resurrección de Jesús, pero no la relatan; es decir, no describen ni el momento preciso ni la manera cómo Jesús resucitó; ello nos indica, entonces, que la resurrección de Jesús no es histórica en el sentido moderno del término. La expresión «al tercer día» hay que interpretarla como un tiempo indeterminado, el suficiente para comenzar a formarse en la conciencia de los discípulos y en la comunidad la fe sobre la resurrección. Quienes están a la cabeza de este proceso de fe son precisamente las mujeres, las mismas que vinieron con Jesús desde Galilea; ellas, a fuerza de ir al sepulcro, lugar de los muertos, comienzan a captar que ese no puede ser ni el lugar ni el destino de Jesús; esta iluminación sobre el destino de Jesús la describe Lucas mediante dos imágenes: el sepulcro vacío, que produce desconcierto –pero nótese que en principio sólo produce desconcierto, no «produce» la fe en nada especial–; pero, la tumba vacía no puede ser argumento de prueba de la resurrección, se necesitan algo más, y aquí viene la otra imagen: dos personajes con vestidos refulgentes, una manera de decir que no son personajes humanos, sino seres enviados por Dios. Ellos anuncian a las mujeres que Jesús está vivo y que no hay que buscarlo entre los muertos; así, la fe de las mujeres comienza un giro distinto: ahora ya no se trata de seguir a Jesús y servirle materialmente (cfr. 8,1-3); sino, de una manera nueva de servirle a través del anuncio de su resurrección; por eso ellas se ponen en camino e inmediatamente van a anunciar a los demás discípulos la Resurrección de Jesús.
Pero los discípulos aún no están preparados para recibir y aceptar en su vida de fe la resurrección del Maestro. No nos quedemos en que ellos no creen porque se trataba de un testimonio femenino, «cosas de mujeres»; el hecho es que ellos siguen sin entender nada. Por curiosidad Pedro va hasta la tumba y, en efecto, la encuentra vacía, pero una vez más se constata que esto no es prueba de la resurrección; en las mujeres sólo había producido desconcierto y en Pedro, extrañeza, mas no la fe. Por tanto, Lucas insiste en que ninguna prueba material sería suficiente para demostrar la resurrección de Jesús; luego, la cuestión aquí no es «probar» la resurrección, sino abrirse a una experiencia de fe totalmente nueva y distinta. Ya los discípulos están anunciados por las mujeres de que Jesús está vivo; nótese que a Pedro no se le presentan los mismos personajes que hablaron con las mujeres; ellas han cumplido con anunciar lo que ya están experimentando en sus vidas, el resto es cuestión de esperar hasta que el discípulo sea capaz de dar este salto cualitativo en su fe.
24,13-35 Camino de Emaús. Los discípulos han hecho un camino con Jesús; pero, mientras el camino de Jesús tiene por meta final llevar a cumplimiento el designio salvífico del Padre, el camino de los discípulos termina en decepción, tristeza y frustración, «esperábamos que él (Jesús Nazareno) sería el liberador de Israel» (21); la vida, pasión, muerte y resurrección del Maestro todavía no son una alternativa de camino para el discípulo (19s.22-24). Éste es el momento propicio que aprovecha el Resucitado para comenzar a rectificar el camino del discípulo, y lo hace a partir de dos elementos: el primero tiene su fundamento en la Escritura, por eso parte de ella y la explica punto por punto hasta que ellos la entienden. El segundo elemento es la parte vivencial de la Escritura que ya Jesús había puesto en práctica a lo largo de su vida y que quiso simbolizar con el gesto del compartir la mesa; aquí la comparte con dos de los discípulos, pero durante su vida la compartió con toda clase de hombres y mujeres. Con toda seguridad, en cada ocasión tuvo que haber realizado algo, algún signo, alguna palabra que de un modo u otro le daba al compartir la mesa una dimensión nueva que iba más allá del simple gesto de consumir unos alimentos; pues bien, eso es lo que ahora «abre» los ojos de los discípulos, lo reconocen y ahora sí manifiestan lo que producía en ellos la explicación de la Escritura: el ardor, la fuerza de la gracia; necesitaban ver también el signo de la mesa/pan para ahora sí entenderlo todo y salir corriendo a contarlo a los demás.
 24,36-53 Aparición a los discípulos. Poco a poco, toda la comunidad de discípulos se va «contagiando» de la fe en la resurrección. Esta nueva aparición de Jesús nos da idea de que fue un proceso que comenzó con unos cuantos –o cuantas– hasta llegar a convertirse en una vivencia de tipo comunitario. Seguramente fue necesario experimentar las dudas, el temor, el sentimiento de frustración y de derrota; por eso, esas primeras experiencias de fe en la Resurrección y de adhesión total al Resucitado son confusas: creían estar viendo a un fantasma (39); sin embargo, el Resucitado no se «rinde», es comprensivo con sus discípulos y por eso de nuevo, como en el pasaje de Emaús, recurre a la Escritura y les abre las mentes para que entiendan, y una vez más utiliza el símbolo de la comida. Así, la comunidad de discípulos termina todo un proceso formativo, recordando las palabras y los signos del Maestro durante su vida pública. Ellos y ellas quedan ahora habilitados para ser testigos en todo el mundo, comenzando por Jerusalén.

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