1,1-8 Juan el Bautista. El primer versículo es un prólogo donde Marcos indica las claves de su obra. La expresión «comienzo» señala no sólo el inicio de la obra, sino también una nueva etapa en la historia de salvación (Nuevo Testamento). El Evangelio se presenta como una buena y alegre noticia, por esto, aun detrás de los relatos más crueles hay que buscar un mensaje de salvación. El centro del Evangelio es la persona de Jesús, quien es presentado, no como «el predicador del Evangelio, sino como el tema del Evangelio predicado». El título Hijo de Dios sucede al inicio (1) y al final (15,39), a manera de inclusión o marco que encierra todo el cuadro del relato evangélico.
Marcos recuerda la profecía que anuncia los tiempos mesiánicos (2-4). Aunque la cita se atribuye a Isaías, la primera parte (2b) está tomada de Éx 23,20 y de Mal 3,1. La segunda parte (3) sí es de Is 40,3. El camino tiene aquí sentido de éxodo-liberación y el desierto, de conciencia y preparación.
Juan es el ángel-mensajero (2). La palabra bautismo significa originalmente «sumergir». Por el bautismo, el pecado del hombre o de la mujer son sumergidos y purificados en el agua, y así, pueden levantarse y cambiar de vida. La forma de vestir y de alimentarse identifica a Juan como profeta (Zac 13,4).
Muchos confundían a Juan el Bautista con el Mesías. Marcos quiere dejar claro el papel profético de Juan y el papel mesiánico de Jesús (7s). Juan sólo puede bautizar con agua (exteriormente); en cambio Jesús bautiza con espíritu. El bautismo de espíritu exige un cambio desde adentro, desde la conciencia, que se revela luego en la vida personal y comunitaria.
1,9-11 Bautismo de Jesús. Es significativo en el texto el papel protagónico de la Trinidad. Jesús se bautiza, no para el perdón de sus pecados, sino para confirmar la donación de su vida para que los pecadores alcancen el perdón y la salvación. El cielo se abre porque el pecado de Israel lo había cerrado (cfr. 15,37). La venida del Espíritu Santo confirma la reapertura de la comunicación entre el cielo y la tierra, entre Dios y la humanidad. Dios revela ante el mundo la identidad de Jesús, es su Hijo querido y predilecto (cfr. Is 42,1; Sal 2,7). Todos los demás son falsos mesías.
1,12s Jesús puesto a prueba. El Espíritu que lleva a Jesús al desierto es el mismo que recibió del Padre en el bautismo. El desierto es lugar y tiempo de decisiones. Se opta por Dios o por el mal. Jesús confirma su opción por el proyecto de Dios en claro contraste con la opción que tomó Adán en el Antiguo Testamento. Los cuarenta días recuerda las pruebas sufridas por Moisés (Éx 34,28) y Elías (1 Re 19,8). Satanás hacía parte de la corte de Dios y actuaba como un fiscal (Job 1s; Zac 3,1s) o como un adversario que comanda la oposición a Dios (Ap 12,7s). Aquí es presentado como tentador que busca cambiar la opción de Jesús y obstaculizar los planes de Dios. Jesús llamará Satanás al apóstol Pedro (8,33) por intentar obstaculizar su proyecto.
1,14s En Galilea. Este breve pasaje concluye la introducción (1-13) y da comienzo a una nueva etapa del evangelio. Con cuatro verbos (cumplir, estar cerca, arrepentirse y creer) Jesús sintetiza su plan misionero.
Juan termina su actividad y da paso a la de Jesús. Proclamar o predicar es clave en el modelo pedagógico de Jesús. Se ha cumplido el tiempo que indica la decisión de Dios de actuar e inaugurar una nueva etapa en la historia de salvación. El reino de Dios no es un lugar sino una experiencia de vida bajo los parámetros del proyecto de Dios (vida, justicia, solidaridad, fraternidad, paz…). La presencia de Jesús hace cercano el reino de Dios. Arrepentirse significa cambiar de rumbo y volver a Dios, que en este caso es creer en la Buena Noticia de Jesús.
1,16-20 Llama a los primeros discípulos. Jesús llama a «otros» para darle un sentido comunitario a su misión. Sin comunidad no hay reino. Tradicionalmente los discípulos buscan a su maestro. Aquí es Jesús el que toma la iniciativa y llama a los que Él quiere, por su nombre, en un lugar y una realidad concreta. Los hace pescadores de hombres, una metáfora que le da un sentido universal a la misión e indica que no cambia la profesión sino los escenarios y destinatarios.
La vocación no es sólo llamada y respuesta, es sobre todo dejar (conversión), seguir (compromiso) y adherirse (fe) al proyecto de Jesús.
1,21-28 El endemoniado de Cafarnaún. Cafarnaún es una aldea de pescadores ubicada al norte del lago de Galilea. Mientras los letrados apoyan su enseñanza en la Ley, Jesús la apoya en su autoridad. La presencia del espíritu del mal sobre un hombre, simboliza la sociedad judía. La sinagoga y los letrados, que deberían liderar el combate contra el mal, no pueden hacerlo, porque muchos han perdido toda autoridad (incoherencia, ceguera y corrupción, cfr. Mt 23,1-7). Jesús, en cambio, lo derrota sin atenuantes porque lo acompaña una autoridad que viene de Dios y que es capaz de liberar (éxodo) y reconstruir el reino de Dios (tierra prometida).
1,29-39 Sanaciones – La oración de Jesús. La suegra de Pedro simboliza la situación de exclusión que sufrían las mujeres ancianas y enfermas. Los discípulos hacen de mediadores ante Jesús como un acto de solidaridad con el necesitado. Con tres verbos Jesús indica el mejor camino para relacionarse con el oprimido: acercarse, tocarlo y levantarlo (31). Jesús espera que quien sea sanado, levantado y liberado, se ponga al servicio de la causa del reino. El servicio es parte de la identidad cristiana.
Las sanaciones se extienden a todos los que llegan, y muestran a un Jesús que pasa de la palabra a una práctica que libera a enfermos y endemoniados. Jesús enseña la importancia de la oración al comenzar toda jornada misionera. ¿Por qué buscan todos a Jesús?, ¿por los milagros o porque quieren adherirse a su proyecto? Jesús sabe que un entusiasmo popular basado sólo en los milagros y no en la idea de reino de Dios falsea su misión. Los milagros son expresión de solidaridad y liberación y no un simple espectáculo.
1,40-45 Sana a un leproso. El leproso era un muerto viviente, aislado, despreciado y condenado a estar lejos de los demás y de Dios. El leproso no podía acercarse a Jesús pero lo hace; Jesús no podía dejarlo acercar pero lo hace. Ambos violan la ley (Lv 5,3; Nm 5,2). La fe del leproso y el amor de Jesús hacen realidad la Buena Noticia. De nuevo, tres verbos muestran la ternura y la cercanía de Jesús con los marginados: compadecerse, extender la mano y tocar. Jesús no se conforma con estar cerca, sino que pasa a transformar la realidad de marginación sanando al leproso. A pesar de la prohibición, el leproso se convierte en un evangelizador que propaga la imagen de Jesús. La prohibición de divulgar lo sucedido se conoce como «secreto mesiánico», una manera de decir que el proyecto de Jesús podrá ser comprendido correctamente después de su muerte y resurrección.
2,1-12 Sana a un paralítico. Marcos reúne en un solo bloque (2,1–3,6) cinco controversias con los más fuertes opositores de Jesús y de las primeras comunidades cristianas (escribas, fariseos, discípulos de Juan, herodianos). La Buena Noticia que alegra a los marginados, asusta a las autoridades religiosas y políticas.
En este pasaje Marcos reúne una tradición de milagro y otra de controversia. El texto destaca la solidaridad y la fe de cuatro amigos y un paralítico, que a toda costa buscan estar cerca de Jesús. Los obstáculos insinúan lo que tendrán que superar las comunidades cristianas para no dejarse alejar de Jesús. ¿Por qué antes de sanar al paralítico Jesús le perdona los pecados? La razón es simple: de nada le sirve al reino, personas, familias, o pueblos, sanos por fuera cuando por dentro su conciencia sigue enferma de codicia y egoísmo. Jesús busca que el paralítico no sólo tenga sus pies sanos, sino una conciencia y una vida nueva.
2,13-17 Llama a Leví: comparte la mesa con pecadores. Los recaudadores de impuesto o publicanos eran considerados renegados religiosa y políticamente y, por tanto, pecadores e impuros. Con el llamado de Leví, Jesús rompe las barreras de la Ley y hace realidad la universalidad del Evangelio. El levantarse, después de estar sentado, representa la ruptura que hace Leví con su pasado y el compromiso con una nueva vida. La casa es símbolo de la nueva comunidad (banquete mesiánico) de la que hacen parte los llamados. Jesús es el centro de la comunidad. Los letrados de los fariseos pensaban que los publicanos no podían ser salvados porque no sabían cuánto habían robado y por tanto cuánto debían restituir. Jesús en cambio, médico de Dios, promulga que cuando hay cambio de conciencia y de vida, todos son invitados al banquete del reino.
2,18-22 Sobre el ayuno. De un banquete pasamos al ayuno. Los adversarios son ahora los discípulos de Juan y los fariseos. Aunque la ley exigía un día de ayuno anual (Lv 16,29), el afán de perfección de los fariseos los llevó a ayunar dos veces por semana (Lc 18,12). Jesús no niega el ayuno; sólo que no cabe practicarlo cuando estamos de fiesta celebrando un nuevo pacto de amor, una nueva alianza entre Jesús (novio) y su pueblo (cfr. Jn 3,29; 2 Cor 11,2; Ef 5,32; Ap 19,7; 21,2). En el Antiguo Testamento es común la presentación de Dios como el esposo de Israel (Os 2,19; Is 54,4-8; 62,4s; Ez 16,7-63). Cuando el novio sea asesinado por quienes no soportan la alegría de su Buena Noticia, entonces podrán ayunar. El proyecto de Jesús que busca transformar la conciencia del pueblo a partir del amor, no encaja en el modelo religioso y político dominante en Israel.
2,23-28 El sábado. La ley permitía calmar el hambre cortando espigas al pasar por un sembrado, excepto en día sábado (Éx 34,21; Dt 23,26). Los discípulos que han aprendido de Jesús la libertad frente a la ley son ahora acusados por los fariseos de violar la observancia del sábado. Jesús, al mejor estilo de los letrados, responde a los fariseos acudiendo a la Escritura (1 Sm 21,1-7), para discernir cuándo una ley es liberadora u opresora. El criterio es el ser humano. Ninguna ley, palabra o acción que oprima, margine o excluya al ser humano puede tener el respaldo de Dios.
3,1-6 El hombre de la mano paralizada. Al cerrar este ciclo de controversias Jesús ratifica a sus adversarios que los excluidos por una falsa interpretación de la ley son invitados a colocarse en el centro. Jesús podría haber esperado al día siguiente para efectuar la sanación y así evitarse problemas; sin embargo, la opción por la vida y por los pobres es inaplazable y hay que asumirla aun con el riesgo de perder la propia vida. El poder político (herodianos) y el poder religioso (fariseos) se unen para optar y planear la muerte de Jesús. La dureza de corazón y el silencio cómplice hacen que los poderosos sigan solucionado los conflictos a través de la violencia cainita.
3,7-12 La muchedumbre sigue a Jesús. Este pasaje es un sumario o resumen de la actividad de Jesús. Los seguidores se multiplican. La misión se hace universal. Los enfermos siguen siendo sanados. Los espíritus inmundos reconocen en Jesús su filiación divina y su poder sobre el mal. Se afirma el mandato de guardar silencio (secreto mesiánico).
3,13-19 Los doce apóstoles. La montaña simboliza el lugar privilegiado para el encuentro con Dios (cfr. Éx 19,20; 24,12; Nm 27,12; Dt 1,6-18). Jesús llama a los que Él quiere, dejando claro que en adelante no se pertenece al nuevo pueblo de Dios por el origen étnico (ser israelita), sino por el llamado y seguimiento de Jesús. El número doce simboliza el nuevo pueblo de Dios, así como las doce tribus de Israel representaban el antiguo pueblo de Dios (Éx 24,4). El llamado tiene dos finalidades: hacer comunidad y ser misionero. Las pequeñas comunidades, que por fortuna se multiplican cada día, son lugares privilegiados para vivir el seguimiento y la misión de Jesús. Los tres primeros apóstoles reciben un nuevo nombre que implica una nueva personalidad, y serán los testigos de excepción en momentos especiales de la misión de Jesús: sanación de la hija de Jairo, transfiguración y Getsemaní.
3,20-30 Sus parientes lo buscan – Jesús y Satanás. La iniciativa de «crear» un nuevo pueblo de Dios recibe reacciones distintas. La multitud la apoya y decide seguir a Jesús. Un grupo más pequeño y cercano a Jesús, que incluye sus familiares y hermanos de raza, la rechazan por creer que con ella se rompe con los valores e instituciones del judaísmo. Al inicio de su misión, Jesús choca con la incomprensión de su familia, situación que se irá superando gradualmente. Los terceros en reaccionar son los letrados de Jerusalén, quienes acudiendo a la pedagogía de la calumnia y la difamación, afirman que el poder de Jesús no proviene de Dios, sino de Belcebú o Satanás. A través de comparaciones, Jesús deja claro dos cosas: que su poder viene de Dios y que son los letrados los verdaderos blasfemos y cómplices de Satanás. El pecado contra el Espíritu no tiene perdón porque significa negar el «soplo» de vida de Dios para la humanidad.
3,31-35 La madre y los hermanos de Jesús. Jesús aprovecha la visita de su familia para enseñar algo fundamental: no podemos ser tacaños con el reino atándonos sólo a una familia. Hay que abrirse a nuevas familias y nuevas comunidades. La verdadera familia de Jesús traspasa las fronteras biológicas y étnicas, y la constituyen todos los hombres y mujeres que cumplen con una cláusula de pertenencia: hacer la voluntad del Padre. No se es cristiano por tradición o herencia, sino por opción y testimonio de vida.
4,1-20 Parábola del sembrador. A pesar de que Jesús era señalado por sus adversarios como un peligro social, la multitud lo sigue porque ven en Él al liberador prometido. El problema es que esperan un liberador nacionalista, guerrero militar y monárquico. Jesús, en cambio, es un liberador universal no nacionalista, que lucha desde la conciencia y no por la vía militar, y que basa su reinado en el amor y la justicia.
La multitud quiere sólo una liberación exterior; Jesús propone primero un cambio interior, desde la conciencia y desde el corazón. Sin hombres y mujeres nuevos no hay sociedades nuevas. En la parábola, Jesús es el sembrador, la semilla es la Palabra y el terreno es la gente. Hay que tener un terreno bien dispuesto, para que, al recibir la semilla, se renueve el interior y se tome conciencia de las exigencias de la Palabra, de manera que, cuando crezca, transforme las realidades externas. En la explicación de la parábola (14-20), Jesús define las cuatro posibles disposiciones del ser humano frente a la Palabra de Dios. ¿Cuál es la nuestra?
Las parábolas son comparaciones que hacen más ameno y comprensible el mensaje. Sin embargo, la comprensión puede enredarse dependiendo del lugar donde nos ubiquemos. Afuera o adentro con Jesús. Quienes están afuera interpretan el mensaje con los parámetros del proyecto del mal; los de adentro, desde el proyecto de Dios. Esto fue exactamente lo que pasó con los letrados en el pasaje anterior. Reconocían que Jesús tenía poder pero se lo atribuían a Satanás. Por más que veían y escuchaban, no cambiaban su actitud. La única manera de entender los secretos del reino es dejar de estar afuera y ubicarse adentro, en el círculo de Jesús.
4,21-34 Otras parábolas y comparaciones. La lámpara (21s), símbolo de la luz, representa la Buena Noticia que debe ser proclamada sin miedo, «a tiempo y a destiempo», para que toda la humanidad se beneficie de su resplandor. Esta Palabra, que los enemigos del proyecto de Dios habían ocultado y encubierto, ahora es revelada por Jesús.
Los que tienen la posibilidad de escuchar esta Buena Noticia deben ponerla en práctica (24s); de lo contrario, se irán empobreciendo hasta convertirse en indigentes de la Palabra.
Dos parábolas para explicar el reino de Dios (26-34). Ambas coinciden en subrayar la insignificancia de la semilla y la abundancia de la cosecha final.
La primera resalta la fuerza vital que posee la semilla del reino de Dios, que va creciendo por etapas y en ascenso hacia el cielo. El hombre que había sido protagonista en la siembra vuelve a serlo en la cosecha, ratificando así su compromiso de colaborar con Jesús en el anuncio del reino de Dios.
La segunda parábola plantea la diferencia entre el reino de Dios y los reinos de este mundo. El reino de Dios basa su poder en lo pequeño, en el amor, en la solidaridad, en la misericordia, etc. Desde las pequeñas comunidades u organizaciones se va haciendo realidad el reino de Dios.
4,35-41 La tempestad calmada. Siguiendo la línea universal del anuncio, Jesús se dirige a tierra de paganos. En la tradición judía el mar era símbolo del mal. El viento huracanado es obra de los espíritus del mal para impedir que el reino de Dios llegue a los pueblos paganos. Por un momento, logran resquebrajar la fe de los discípulos. Como si estuviera expulsando un demonio, Jesús ordena la calma del mar y del viento. Luego, desenmascara la falta de fe de los discípulos, evidenciando lo mucho que les falta por aprender. La última pregunta supone que Jesús es Dios, pues era el único capaz de dominar el mar (Sal 107,23-32).
5,1-20 El endemoniado de Gerasa. No se menciona a los discípulos; probablemente su falta de fe o de credibilidad en la universalidad del Evangelio los mantiene en la distancia. El Geraseno no sólo está poseído y esclavizado por un espíritu inmundo, sino que sus hermanos también lo tratan como a un esclavo. El sepulcro indica que es un hombre «muerto» para su comunidad. Espíritus inmundos, esclavitud, muerte e impureza (cerdos), simbolizan la situación del mundo pagano dominado por el maligno. El endemoniado rechaza a la gente de su pueblo; sin embargo, busca a toda costa acercarse a Jesús, en quien reconoce su filiación divina y su poder. El reino de Dios, que se manifiesta en el poder de Jesús contra los espíritus del mal, y en el milagro como acto supremo de solidaridad, llega también al mundo pagano. Sin embargo, el pueblo antes que alegrarse por la vida del hermano que ha sido rescatado del sepulcro, se preocupa por la pérdida de los cerdos, hasta el punto de pedir a Jesús que salga de su territorio. Por esto, Jesús le pide al Geraseno quedarse en su región para que anuncie la Buena Noticia que el mundo pagano sigue sin entender.
5,21-43 Dos sanaciones de mujeres. Mientras los Gerasenos piden a Jesús salir de su territorio, el jefe de la sinagoga le suplica entrar en su casa. Jairo representa a los miembros de las autoridades religiosas que reconocen que su institución ha perdido el horizonte de la vida y van a buscarla en Jesús, quien no sólo la tiene sino que la da en abundancia. La ley sin el horizonte de la vida pierde su sentido; por eso, ni Jairo ni la mujer dudan en violarla; el primero cuando se acerca al hombre que sus colegas han excomulgado por hereje, y la mujer con hemorragia, cuando toca a Jesús, algo prohibido estrictamente por la ley (Lv 15,19-31).
La mujer trata de ocultar el milagro ante la multitud, porque sabe que podrían maltratarla al enterarse que estando impura ha permanecido entre ellos. Jesús, sin embargo, la hace visible y felicita a la mujer porque ha comprendido la fe como una fuerza de vida que la libera de doce años de muerte y de marginación.
La hija de Jairo también muere después de doce años de vida. La fe de Jairo hace que Jesús retome el camino hacia su casa. La multitud no es invitada a entrar porque con su risa manifiestan su falta de fe (cfr. Gn 17,17; 18,12). La fe del jefe de la sinagoga, unida al amor de Jesús por la vida, permite a la niña levantarse de la muerte. El hecho de que la niña comience a caminar es un signo de libertad en cuanto tiene la posibilidad de comenzar un nuevo camino. Tanto la mujer como la niña simbolizan al antiguo pueblo de Dios (12 tribus) esclavizado por leyes de muerte, que es invitado a convertirse en el nuevo pueblo de Dios regido por la vida.
6,1-6 En la sinagoga de Nazaret. La fe de Jairo y de la mujer contrasta con la falta de fe de los nazarenos. Jesús vuelve a su tierra natal. La gente se admira de su sabiduría, pero no lo aceptan por su origen familiar y popular. No pueden creer que Dios se manifieste en lo humilde y lo cotidiano. Por encima del rechazo de sus paisanos, Jesús manifiesta su dimensión profética, una espiritualidad que identifica a todos los que luchan por la justicia en favor de los pobres y anuncia el juicio de Dios a los que oprimen al pueblo.
En la lengua semita, la palabra «hermanos» tiene un sentido más amplio y puede referirse a la familia extensa o a todo el clan. Los discípulos aprenden una importante lección, donde se espera encontrar apoyo, participación, solidaridad, puede ocurrir que se encuentren innumerables obstáculos. Pero, a pesar de todo, el anuncio del reino debe continuar.
6,7-13 Misión de los doce apóstoles. Los discípulos pasan a una nueva etapa en su formación misionera. El maestro no será Jesús, sino la comunidad a donde son enviados. El ir de dos en dos es signo de igualdad y apoyo mutuo. Para que no se sientan superiores a los demás, deben llevar lo estrictamente necesario; por ejemplo, una sola túnica, porque llevar dos era signo de riqueza. El testimonio de pobreza, de sencillez, de inserción en la realidad, de respeto a la cultura y de atención a las necesidades del pueblo, debe despertar entre la gente una solidaridad, que garantice el sostenimiento digno de los misioneros. Donde no se manifieste esta solidaridad, hay que sacudir el polvo de las sandalias, que es lo que hacían los judíos al salir de tierras paganas.
6,14-29 Muerte de Juan el Bautista. Por primera vez, Jesús está solo y no es el protagonista del relato. El tetrarca Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, confunde a Jesús con Juan Bautista resucitado. Muchos dirigentes en el mundo siguen confundiendo a Jesús con un dios hecho a la medida de sus intereses. La descripción del martirio de Juan muestra la crueldad a la que llegan los poderosos para callar la conciencia crítica de los profetas de todos los tiempos. También es un signo premonitorio de lo que le espera a Jesús, a los discípulos y a todos los que se toman en serio la opción por la vida como base fundamental del reino de Dios. Jesús separa sus discípulos de la multitud para evitarles caer en la tentación triunfalista de proclamarlo rey o mesías de un movimiento nacionalista, excluyente y violento.
6,30-45 Da de comer a cinco mil. Por primera y única vez aparece el título de apóstoles (apóstol significa enviado). Marcos prefiere hablar de discípulos (48 veces). Después de cada misión es necesario dedicar tiempo a los informes, la evaluación, el descanso, pero, sobre todo, a estar cerca de Jesús, para recuperar las fuerzas. La compasión-misericordia no se queda en palabras, sino que busca alternativas. La expresión «ovejas sin pastor» (Nm 27,17; 1 Re 22,17) ratifica la crítica de Jesús a los dirigentes religiosos y políticos de Israel que dispersan y extravían a su pueblo (Is 56,9-12; Jr 50,6; Ez 34).
Ante la pregunta, ¿qué hacer con la multitud?, los discípulos proponen el verbo «despedir» que implica desentenderse de la gente, mientras Jesús propone el verbo «dar» que compromete la solidaridad. Cuando se da con espíritu solidario no se busca la sumisión o la humillación del hermano, sino su libertad. La multitud tiene cinco panes más dos peces. El número siete significa totalidad; por tanto, lo que hay alcanza para todos. Como el buen pastor que recoge las ovejas descarriadas, Jesús manda recostarse sobre la hierba verde (Sal 23,2). En Israel, comer recostado es propio de hombres y mujeres libres. Con la multiplicación de los panes, Jesús inaugura un nuevo éxodo con un nuevo maná, demostrando que donde hay solidaridad el pan de la Palabra y el pan material alcanza para todos. Sus gestos y palabras (bendecir, partir, dar y repartir) anticipan el banquete eucarístico (14,22). Lo que sobra hay que ponerlo en común para que la espiral de la solidaridad se siga multiplicando. Los doce canastos simbolizan el nuevo pueblo de Dios.
6,46-52 Camina sobre el agua. Por segunda vez Jesús se retira al monte a orar (3,13). La barca y el cansancio por el viento en contra, simbolizan la comunidad de discípulos que cree y ama a Jesús, pero que no termina de entender su mensaje. Por esto, no reconocen a Jesús cuando se acerca, pues sólo ven al Jesús hombre y no al Jesús-Dios. En la tradición judía sólo Dios tenía la potestad de dominar el mar (Sal 72,8). Las palabras de Jesús «Soy yo» lo identifican con el Dios liberador del Éxodo (Éx 3,14).
6,53-56 Sanaciones en Genesaret. En este nuevo sumario o síntesis (1,32-39; 3,7-12) el evangelista resalta la itinerancia misionera de Jesús que busca a la gente de pueblo en pueblo, y la fe de la gente que busca acercarse a Jesús para encontrar alivio a sus dolencias y exclusiones.
7,1-23 La tradición – La verdadera pureza. Jesús no pretende desconocer las tradiciones culturales de su pueblo, solo busca combatir el concepto legalista de pureza que discrimina y excluye a los enfermos, los pobres, las mujeres y los paganos. Los discípulos no cumplen las normas de pureza porque ya habían comenzado a liberarse de leyes que esclavizan y no están al servicio de la vida (2,18.23s). Jesús responde a la crítica de los letrados y fariseos acudiendo, en primer lugar, a la Escritura (6-8), donde la tradición profética condena la hipocresía del culto sin justicia y de creyentes de la Palabra sin coherencia de vida (cfr. Is 1,10-18; 29,13; 58,1-12; Jr 7,1-28; Am 5,18-25; Zac 7). En segundo lugar, Jesús se basa en hechos de la vida cotidiana (9-13) para desenmascarar las artimañas de quienes controlan la ley para manipular la Palabra de Dios; por ejemplo, con la práctica del qorbán (ofrenda, don), que consistía en que si un hijo declara que una propiedad o cierta cantidad de dinero están destinadas a Dios queda exento del mandamiento que obliga el cuidado de los padres. A Dios no le agradan las ofrendas que son fruto de la injusticia. Volviendo al tema de la pureza, Jesús libera a los cristianos de esta práctica, porque, si Dios todo lo creó puro, nada de lo que hay en la creación es impuro. Es el corazón y las acciones del ser humano lo que hace que algo sea bueno o malo a los ojos de Dios. Según la tradición evangélica, lo que hace puro a una persona es el amor, la solidaridad, la justicia, la misericordia, la entrega a los demás. Lo contrario, como los 13 vicios que presenta Marcos (21-23), y muchos otros, son los que contaminan al ser humano y a la sociedad.
7,24-30 La mujer cananea. A Marcos, que evangeliza en medio de paganos, le interesa subrayar la actividad de Jesús entre los no judíos. Los planes misioneros de Jesús contemplaban en una primera etapa la evangelización del mundo judío. Sin embargo, una mujer, pagana por su religión y sirofenicia por su nacionalidad, con una fe sencilla y firme, logra que Jesús cambie sus planes permitiendo que la novedad del Evangelio también llegue a la casa de los paganos. Notemos que la mujer llama a Jesús «Señor», única vez que aparece este título en Marcos, reconociéndolo no sólo como taumaturgo, sino como salvador. La expresión «perros» era común entre los judíos para referirse a los paganos. Al volver a su casa, la madre descubre que la Palabra de Jesús y su fe han devuelto la vida a su hija.
7,31-37 El sordomudo. La novedad del Evangelio continúa en territorio extranjero, esta vez en la Decápolis. El sordomudo simboliza la actitud cerrada del mundo pagano frente al proyecto de Dios: sordo para escucharlo y tartamudo para proclamarlo. La sanación del sordomudo ratifica la actitud de los paganos que poco a poco abren sus oídos a la Palabra de Dios.
8,1-10 Da de comer a cuatro mil. Marcos trae un segundo relato de la multiplicación de los panes, muy parecido al anterior (6,34-44), especialmente en sus dos claves de lectura: la compasión y la solidaridad. ¿Por qué otro relato? Probablemente quiere darle al segundo relato un contexto pagano para confirmar la universalidad del Evangelio. En efecto, a diferencia del primero, este ocurre en territorio pagano. Los números que predominan no son el cinco y el doce, sino el siete, que evoca en el Antiguo Testamento una referencia a las naciones paganas (Dt 7,1) y el cuatro (cuatro por mil) que simboliza el mundo entero por los cuatro puntos cardinales. La novedad la constituye el número tres, que en la Biblia expresa el tiempo esperado para la manifestación de Dios (Gn 22,4; Éx 19,16; Jos 1,11; Os 6,2; Lc 24,7; Jn 2,1, etc.). La otra diferencia radica en la oración de Jesús; en el primero «bendice» y en el segundo «da gracias», típico del helenismo.
8,11-21 La señal celeste – Ceguera de los discípulos. Los fariseos piden a Jesús una señal. Jesús aprovecha la ocasión para enseñar que los signos o milagros son acciones de solidaridad y no espectáculos callejeros, que los milagros no pretenden comprar la fe de la gente y que una fe dependiente de los milagros genera creyentes sin compromiso. En una palabra, la fe no puede depender de los milagros; al contrario, los milagros dependen de la fe.
La levadura (15) es aquí signo negativo de fermentación que hace crecer el pan de la incomprensión y la incredulidad, típico de los fariseos y herodianos (cfr. 3,6). La controversia se traslada ahora a los discípulos. Con una serie de preguntas Jesús los reprende duramente, comparando su incredulidad e incomprensión con la de sus adversarios.
8,22-26 El ciego de Betsaida. Interpretamos este relato desde lo simbólico. El ciego representa a todos los que no quieren «ver» el proyecto de Jesús. La sanación, todavía imperfecta del ciego, representa a los discípulos que, aunque ven y viven con Jesús, no terminan de comprender su Palabra. El ciego sanado totalmente introduce el pasaje siguiente cuando Pedro y los discípulos reconocen a Jesús como el Mesías. Así como la sanación del ciego se da por etapas, la fe también requiere un proceso gradual de maduración y crecimiento.
8,27-30 Confesión de Pedro. Cesarea de Felipe, llamada así por el tetrarca Felipe, hijo de Herodes, en honor del César romano y de sí mismo, es testigo de un momento central en el itinerario misionero de Jesús. La mención del «camino» (27) es un dato teológico que se repite con frecuencia para resaltar la decisión de Jesús de «subir» a Jerusalén. Mientras la multitud sigue sin identificar a Jesús, los discípulos dan un paso adelante al confesar que es el Mesías (el Cristo, en griego), que significa el «Ungido». Este mismo título se encuentra al comienzo (1,1) y al final del evangelio (15,39). Todo está listo para iniciar el camino que va de Galilea a Jerusalén. Pero, ¿a qué tipo de Mesías se refiere Pedro?
8,31–9,1 Primer anuncio de la pasión y resurrección. Jesús comienza a desvelar su identidad mesiánica con el primer anuncio de la pasión. Pedro, con una concepción mesiánica que excluye un Mesías sufriente, intenta obstaculizar el camino de Jesús. Pedro es llamado Satanás porque actúa igual que el tentador del desierto (1,12). Jesús aprovecha para advertir a sus seguidores de las exigencias que comporta seguir su mismo camino. Éstas son: compartir el camino de su pasión, dar la vida por la causa del reino, optar por la vida antes que por el egoísmo del mundo y sentirse orgulloso de Jesús y de su Palabra.
9,2-13 Transfiguración de Jesús. Seis días después del primer anuncio de la pasión, Jesús se transfigura para anunciar su gloriosa resurrección. Moisés representa la ley y Elías los profetas; ambos sintetizan el Antiguo Testamento (Mt 22,40). La propuesta que hace Pedro a Jesús de quedarse a vivir en la montaña responde al miedo de ir a Jerusalén donde les espera dolor y sufrimiento; por esto, busca a toda costa impedir que Jesús baje de la montaña y emprenda el camino hacia Jerusalén. Como Pedro, son muchos los que prefieren la comodidad de la montaña antes que bajar de ella para enfrentar los riesgos de la vida cotidiana. De los tres personajes presentes sólo queda Jesús, el Hijo amado de Dios y a quien hay que escuchar. Jesús supera a Moisés y Elías e inaugura el Nuevo Testamento en continuidad con el Antiguo Testamento. El mandato de no contar a nadie (secreto mesiánico) tiene aquí una explicación: esperar la resurrección de Jesús para poder comprender su propuesta del reino.
9,14-29 El niño epiléptico. Este pasaje es un relato de exorcismo y sanación en el que Jesús establece un diálogo con tres actores distintos: la gente, el padre del enfermo y sus discípulos. Las claves del texto son la fe y la oración. El relato comienza y termina mostrando la incapacidad de los discípulos para sanar al niño enfermo; al final sabremos las razones: falta de fe y oración. El padre acude entonces a Jesús y le dice «si puedes hacer algo» (22). La frase expresa desespero, necesidad, esperanza, pero también cierto grado de desconfianza en el poder de Jesús. La respuesta de Jesús «todo es posible a quien cree» indica que quien tiene fe todo lo puede, porque pone toda su confianza en el poder de Dios. Como diría Pablo, «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gál 2,20).
9,30-32 Segundo anuncio de la pasión y resurrección. Jesús no quería que nadie supiera de su presencia porque deseaba estar a solas con sus discípulos para anunciar por segunda vez su pasión, muerte y resurrección. La voz pasiva en que aparece el verbo «ser entregado» sugiere que es Dios quien lo entrega. Esto no supone una actitud sádica de Dios. Él entregó a su Hijo amado para que la humanidad fuera salvada, pero arrebatarle violentamente la vida dependía de los «hombres» (cfr. Is 53,12), una decisión que tomaron rápidamente aquellos que sintieron su poder amenazado. Los discípulos con su visión triunfalista no entienden que el Mesías tenga que pasar por la cruz.
9,33-50 Instrucción comunitaria. El silencio de los discípulos indica la dificultad que tienen todavía para comprender y asumir con radicalidad las enseñanzas de Jesús; por ejemplo, su ambición de poder. Las palabras de Jesús a los discípulos son contundentes: no es el poder de dominio, sino la capacidad de servicio lo que identifica al cristiano. Luego toma a un niño criadito, quien por su edad es el último de todos y por su oficio, el servidor de todos, y lo constituye en uno de los destinatarios preferidos de su misión: quien acoge a este servidor desvalido acoge también al Padre y al Hijo. Los celos misioneros de Juan son descalificados por Jesús, pues una cosa es que los discípulos constituyan el grupo más cercano a Jesús y otra, que se consideren los depositarios exclusivos del anuncio del reino. La universalidad no se refiere sólo a los destinatarios, sino también a los llamados para el discipulado.
Deberíamos incluso establecer alianzas o proyectos comunes con quienes, siendo de otras religiones o con quienes no profesan ninguna, ponen su vida al servicio de la humanidad. Hacer el bien es un evangelio ecuménico, interreligioso, multiétnico y pluricultural.
Varios temas se desarrollan en estas sentencias (41-50). No escandalizar, esto es, no poner obstáculos para que el hermano caiga. La radicalidad del Evangelio nos exige tomar opciones claras y coherentes: por el proyecto de Jesús que es la vida, o por el proyecto del mal que es fuego y muerte. No podemos servir a dos señores (Mt 6,24).
10,1-12 Sobre el divorcio. Jesús abandona definitivamente Galilea para iniciar el camino hacia Jerusalén. A los fariseos no les interesa la posición de Jesús frente al matrimonio, sino su interpretación de Dt 24,1 en torno al divorcio. Según la legislación judía sólo el hombre tenía derecho a pedir el divorcio, por infidelidad, según la escuela de Rabí Shamai, o por cualquier cosa que pudiera desagradar al marido, dejar quemar la comida, por ejemplo, según la escuela de Rabí Hillel. Jesús, aludiendo a Moisés, enseña que la Palabra de Dios debe interpretarse de acuerdo a la realidad del momento, pero sin olvidar que hay claves hermenéuticas puestas por Dios que no cambian; por ejemplo, la igualdad del hombre y la mujer (cfr. Gn 1,27), y el amor, fundamento de toda unión matrimonial. Jesús insiste en la fidelidad al pacto de amor. El matrimonio es un proyecto de amor que implica igualdad en derechos, dignidad y obligaciones, y excluye, por tanto, toda relación de dominio. Mientras haya amor, hay matrimonio y habrá corazón para soñar y para perdonar.
10,13-16 Bendice a unos niños. Los discípulos siguen creyendo que tienen la exclusividad del reino. No han entendido que la tarea del misionero es acercar la gente a Jesús antes que impedírselo. El reino de Dios debe ser acogido con la actitud de un niño, que al contrario de la actitud dañina de los fariseos, busca con alegría y sencillez la persona de Jesús.
10,17-31 El joven rico. Al joven rico lo distingue el verbo «acumular»: riquezas, prestigio, méritos por cumplir los mandamientos, etc. Jesús le propone pasarse al verbo «compartir»: su vida con Jesús (discipulado) y su riqueza con los pobres. En aquellos tiempos la riqueza se consideraba un signo del favor divino. Jesús, siguiendo la línea profética (Is 3,14s; 5,8; Am 2,6-7; 4,1; Miq 3,1-4), sabe que los pobres y los ricos no son fruto de la voluntad de Dios, sino de la acumulación de unos pocos que empobrecen a la mayoría. La riqueza es un obstáculo para el reino. El joven rico, aunque se esfuerza como persona en ser bueno, su riqueza lo convierte en constructor de una sociedad injusta, y no del reino de Dios, que busca hacer de esta tierra un espejo del cielo donde la justicia, el amor y la paz alcancen para todos. Pedro, reconociendo la tendencia natural del ser humano a acumular, pregunta con preocupación, ¿quién puede salvarse? Jesús responde con dos claves: la salvación es un don de Dios y compartir la vida con Jesús y con los pobres (Buena Noticia) tiene su recompensa en este mundo y luego en la vida eterna. La opción por los pobres no excluye a los ricos; son los ricos; los que se autoexcluyen por no optar por los pobres. La no equitativa redistribución de la riqueza en el mundo es un pecado «multinacional» que día a día se amontona hasta el cielo (Ap 18,5).
10,32-34 Tercer anuncio de la pasión y resurrección. Jesús acepta concientemente su destino, no porque sea un adivino, sino porque conoce su realidad y sabe que las autoridades religiosas y políticas eliminan a todos los que se oponen a sus intereses. Notemos el contraste entre Jesús, que va adelante, decidido y convencido de «subir» a Jerusalén, y los discípulos que lo siguen con miedo. No terminan de entender que el seguimiento de Jesús implica avanzar por caminos, unas veces de fiesta y otras de pasión, pero que conducen siempre a experiencias de resurrección. Tres días es el plazo máximo para la intervención divina a favor del justo paciente (Os 6,2).
10,35-45 Contra la ambición. No sabemos si Santiago y Juan, con su petición, están pensando piadosamente en la gloria de los cielos o, codiciosamente en la gloria y el poder de la tierra. Cualquiera de las dos interpretaciones no coincide con los planes de Dios, porque buscan intereses personales por encima de los demás, porque tergiversan el seguimiento de Jesús, que es ante todo una opción de vida y no un trampolín para obtener privilegios, y porque el camino de la gloria es el camino de la cruz. La copa es símbolo de sufrimiento (14,36) y el bautismo, símbolo de inmersión («sumergir») en la pasión y muerte de Jesús (Rom 6,3). Jesús aprovecha la ocasión para instruir a los discípulos sobre el tema del poder y del servicio. Los gobernantes y los poderosos utilizan el poder para abusar y oprimir al pueblo. Por el contrario, Jesús instituye el servicio como requisito fundamental para los animadores y dirigentes cristianos, sea en el campo religioso, político o económico.
10,46-52 El ciego de Jericó. La sanación del ciego es el último milagro de Jesús en el evangelio de Marcos. El pueblo que estaba a oscuras está próximo a ver la luz de la resurrección. Ante el grito de alguien que es ciego, mendigo, ubicado al borde del camino, que pide misericordia, y que grita a pesar de que todos quieren silenciarlo, Jesús se detiene y lo manda a llamar. La fe está a punto de hacer otro milagro. El ciego, al dejar el manto, deja tras de sí una «vieja» vida para asumir una nueva detrás de Jesús. Quien estaba al margen del camino, ahora sigue a Jesús, que es el
«camino». A los primeros cristianos los identificaban como los del «camino» (Hch 22,4; 24,14.22).
11,1-11 Entrada triunfal en Jerusalén. Al llegar a Jerusalén, todo está listo para cumplirse lo anunciado (8,31; 9,31; 10,33s). Jesús es presentado como el Mesías-Rey esperado, un rey pobre y humilde, que no trae la guerra sino la paz, según la profecía de Zac 9,9s. La intención de devolver el burrito también lo muestra como un rey justo y bondadoso. La gente saluda a Jesús con las palabras del Sal 118,25s. La expresión Hosana significa «sálvanos, por favor». La idea de rey que tiene Jesús no concuerda con la de la multitud que grita «Bendito el reino de nuestro padre David que llega», por su carácter nacionalista, guerrero y vengativo.
11,12-14 Maldice la higuera. En la tradición bíblica, la higuera simboliza al pueblo de Dios (Os 9,10). Al llegar a Jerusalén, Jesús encuentra una sociedad que, teniendo las hojas de la Palabra de Dios, no quiere producir frutos (Miq 7,1; Jr 8,13), porque no cree que la «estación» del reino ya está en medio de ellos. Una sociedad así está condenada a la esterilidad.
11,15-19 Purifica el Templo. La esterilidad se extiende al Templo, que aparece hermoso y frondoso pero igualmente sin frutos. El Templo ha perdido su identidad como casa de oración universal (Is 56,7), y se ha convertido en una cueva de ladrones que, según Jr 7,11, equivale a un depósito de bienes adquiridos injustamente.
11,20-26 La higuera seca. La higuera estéril se ha secado. Jesús da tres claves para que las comunidades cristianas no caigan en la esterilidad ni en la sequedad: la fe sin reservas, la oración confiada y el perdón que favorece la comunión fraterna.
11,27-33 La autoridad de Jesús. Los tres grupos que representan el sanedrín (el Consejo judío), reconocen la autoridad de Jesús; pero dudan de su origen. No entienden que la autoridad pueda ejercerse desde el servicio a los más pobres y no desde el poder y los privilegios. Jesús se defiende acudiendo a la memoria de Juan el Bautista, quien conquistó la autoridad gracias a su servicio profético. Los dirigentes, que no pueden negar el argumento de Juan el Bautista, deben aceptar implícitamente que la autoridad de Jesús también es divina, porque está puesta al servicio de la humanidad.
12,1-12 Los viñadores malvados. Más que una parábola es una alegoría tomada de Is 5,1-7. La viña simboliza al pueblo de Dios, y los labradores, a los dirigentes. El dueño de la viña (Dios) no cesa de confiar en su pueblo y envía, una y otra vez, siervos (profetas) a pedir el fruto que espera de su viña: justicia, misericordia, verdad, etc. Sin embargo, los dirigentes infieles tampoco cesan de rechazar o eliminar a los siervos enviados (Dt 29,25; Jue 2,12; 1 Re 9,9; Jr 7,25; 16,11). Tanto ama Dios a su viña que manda al «último enviado» (Jesús), su Hijo amado (1,11; 9,7). Los dirigentes lo reconocen, saben que es el heredero y, concientemente, deciden no sólo matarlo sino borrarlo de la memoria del pueblo («lo arrojaron fuera de la viña»), para perpetuar su poder de dominio. Dios interviene para salvar su viña: resucita a su Hijo amado y lo convierte en piedra angular del nuevo pueblo de Dios (Sal 118,22). Los animadores de comunidades cristianas deben preguntarse cada día si la viña del Señor que administran está rindiendo los frutos que el Señor espera.
12,13-17 El tributo al César. Los nuevos adversarios representan a los fanáticos religiosos (fariseos) y a los colaboracionistas con el imperio romano (herodianos). La pregunta tiene sabor a hipocresía y a engaño mortal. Si responde que sí, queda mal con los judíos y, si responde que no, los romanos lo tildarán de revoltoso. Jesús, que sabe de sus intenciones, les pide un denario, moneda corriente del imperio romano. El denario tenía una imagen del emperador (Tiberio) y una leyenda que afirmaba su divinidad. Jesús pide devolver al César lo que es del César, reconociendo la autonomía del poder civil, pero rechazando su divinización. Jesús se opone a cualquier proyecto teocrático o dictatorial impuesto por gobernantes que se creen dioses o señores de mundo. A Dios lo que es de Dios significa que Dios no se identifica con ningún proyecto político en particular, sino con todos aquellos que se identifiquen con las necesidades del pueblo.
12,18-27 Sobre la resurrección. Los saduceos son un grupo político y religioso conformado por las clases dominantes. Eran amigos de la cultura helenista y colaboradores del imperio romano; rechazaban la tradición oral, la fe en la resurrección y la existencia de los ángeles (Hch 23,8); sólo aceptaban como normativos los cinco libros de la Torá. Los saduceos, inspirados en la ley del levirato (Dt 25,5-10), buscan ridiculizar la creencia en la resurrección de los muertos. Jesús les responde acusándolos de no entender la Escritura pues se guían más por sus propios intereses que por los de Dios. Jesús interpreta la resurrección, no como una continuación de la vida mortal (tesis farisea), sino como un estado de vida en plenitud con Dios. La controversia termina con una profesión de fe sobre la vida, que evoca a Éx 3,6.15 y prefigura el triunfo de Jesús sobre la muerte. Optar por el Dios de la Vida y por la vida del pueblo es un imperativo cristiano.
12,28-34 El precepto más importante. El fundamentalismo religioso de los fariseos y los letrados había multiplicado los diez mandamientos en aproximadamente seiscientos treinta mandamientos. Uno de los letrados, sinceramente confundido, pregunta a Jesús por el mandamiento principal. Jesús, acudiendo a Dt 6,4s y Lv 19,18, responde que no es uno sino dos: el amor a Dios y el amor al prójimo. Del amor a Dios, antes que ritos y promesas, debe nacer siempre el amor y la solidaridad por los hermanos (cfr. 1 Jn 4,20).
12,35-37 El Mesías y David. Jesús no acepta la filiación davídica por dos razones: primero, porque Él es más que David y segundo, porque rechaza la idea de un rey, que como David o cualquier otro, divide el mundo en clases sociales, impone pesados tributos, es nacionalista y excluyente, se basa en la pedagogía de la violencia y no de la conciencia, etc. (cfr.1 Sm 8,10-18).
12,38-40 Invectiva contra los letrados. Los letrados o maestros de la ley eran apreciados y respetados por el pueblo. Sin embargo, Jesús los denuncia por hipócritas, corruptos y estafadores, que se aprovechan de la fe del pueblo para favorecer sus mezquinos intereses.
12,41-44 La ofrenda de la viuda. Mientras el letrado sólo busca acumular, la viuda da con generosidad. La viuda representa al pueblo de Israel excluido social (viuda) y económicamente (pobre). Al contrario del joven rico, la viuda no da de lo que le sobra, sino que pone en manos de Dios todo lo que tiene. Jesús cambia así el concepto de limosna parcial por el de solidaridad total.
13,1-13 Discurso escatológico: destrucción del Templo. El capítulo 13 de Marcos es conocido como el «discurso escatológico». Con un lenguaje profético-apocalíptico y con la mirada puesta en el presente de la misión y en el final de la historia, busca alentar la fidelidad de las comunidades cristianas en un Jesús que está a punto de ser crucificado. Este discurso hay que leerlo e interpretarlo, no con los ojos del miedo ante lo que se va a destruir, sino con optimismo y esperanza por lo que se está construyendo.
Mientras los dirigentes buscan la destrucción de la persona de Jesús. Él predice la destrucción de las instituciones, simbolizadas en la majestuosidad del Templo. La destrucción del Templo está en estrecha relación con la propuesta de construcción del reino de Dios. Las preguntas sobre el cuándo y sobre las señales indicadoras de la destrucción le permiten a Jesús comenzar el discurso escatológico. En los versículos 5-13, Jesús describe, con estilo profético, una realidad dominada por falsos mesías, por la violencia política (fraticida), económica (carestía) y ecológica, y por la persecución y la tortura de los buenos. La presencia de Dios en esta difícil realidad busca generar en la conciencia cristiana, esperanza, confianza y fidelidad en el proyecto de Jesús.
13,14-23 La gran tribulación. El ídolo abominable, en clara referencia a Antíoco IV Epífanes (Dn 9,27), se sigue manifestando en las autoridades políticas romanas e israelitas que amparadas en falsos mesías y profetas (Dn 13,2-4), legitiman la persecución y opresión de los pobladores urbanos y rurales, y el exterminio de las nuevas generaciones al mejor estilo del faraón en Egipto (Éx 1,16). Las comunidades cristianas deben saber que, viviendo la experiencia del reino de Dios, podrán identificar los falsos mesías y los falsos profetas, y se cambiarán los días de tribulación por sueños de salvación (Dn 12,1).
13,24-27 La parusía. El relato de la venida del Hijo del Hombre, ubicado en el centro del discurso escatológico, le imprime un fuerte sentido cristológico. La conmoción cósmica es típica de la profecía y la apocalíptica para introducir las grandes intervenciones de Dios y darle un viraje a la historia (Is 13,10; 34,4; Dn 7,13s). La parusía se presenta como el día de la gran reunión de todo el pueblo de Dios; por esto, no puede ser un día de miedo sino de alegría.
13,28-32 El día y la hora. Respondiendo a la pregunta sobre el cuándo, Jesús afirma que lo importante no es alimentar la pasividad y el miedo esperando la destrucción del mundo o el juicio final, sino aprender a discernir los signos de los tiempos, a leer la voluntad de Dios en todos los momentos de nuestra vida, y a estar vigilantes para asumir responsable y creativamente la construcción del reino de Dios. Hay que vivir en plenitud el tiempo presente y esperar la Parusía de Jesús con gozo. No preocuparnos por «cuándo» vendrá Jesús, sino por encontrarlo ahora que está viniendo sin cesar. Jesús resucitó y vive en medio de nosotros. No estamos esperando que «vuelva», porque en realidad nunca se ha ido. Lo que esperamos es la manifestación gloriosa de este Jesús que siempre ha estado con nosotros.
13,33-37 Parábola de los servidores fieles. Es comprensible, no obstante, que la comunidad esperara una parusía próxima: actitud propia de la primera generación cristiana (documentada por ejemplo en 2 Tes). De ahí que esta breve parábola pretenda en la intención de Marcos evitar interpretaciones precisas y confiadas. La conclusión de todo es una invitación a velar como actitud básica del cristiano. La parábola procura subrayarlo con los detalles gráficos del portero soñoliento (cfr. Is 56,10).
14,1s Complot para matar a Jesús. Comienza el camino de la pasión, muerte y resurrección. Por su extensión, muchos consideran el evangelio de Marcos como «una historia de la pasión, precedida de una extensa introducción». El relato hay que leerlo en clave cristológica.
Es miércoles y los planes para matar a Jesús se confirman, pero también, el miedo de los dirigentes a la multitud. Sin embargo, contrario a lo que se afirma, a Jesús sí lo mataron durante las fiestas, y la multitud no lo respaldó, sino que terminó condenándolo.
14,3-9 Unción en Betania. En contraste con el odio de los dirigentes judíos, una mujer realiza un gesto anónimo y supremo de amor a Jesús (cfr. Cant. 1,12). El alto precio del perfume simboliza la calidad del amor. Derramarlo sobre su cabeza simboliza su donación total y la unción de Jesús como rey, pero un rey que triunfa, no desde el poder de sus ejércitos, sino desde la «debilidad» de la cruz. Mientras la gente lo considera un desperdicio, Jesús lo cataloga como una obra buena, porque una limosna compromete algo que nos sobra; en cambio, una obra de misericordia, que es lo que hace la mujer, compromete toda la persona y establece un lazo de solidaridad que va hasta la misma muerte. Con el anuncio de su muerte, Jesús ratifica la dignidad de su pobreza, dando todo lo que tiene, aun su propia vida, por la salvación de la humanidad.
14,10s Traición de Judas. En oposición a la generosidad de la mujer aparece la actitud sobornable y traidora de Judas Iscariote. Se insinúa el motivo del dinero; pero lo que impresiona al narrador es que sea «uno de los Doce». Como en 11,1-6 Jesús conoce y dirige todo por adelantado. La traición del amigo es particularmente dolorosa (cfr. Sal 55, 13-15).
14,12-25 Pascua y Eucaristía. En la fiesta pascual, antes de la puesta del sol se sacrificaba el cordero y después de la puesta del sol se celebraba la cena en familia. Para preparar la cena, Jesús envía a dos discípulos, dándole al hecho un sentido misionero (6,7). Al hombre que carga el cántaro de agua, tarea propia de la mujer, se le identifica figuradamente con Juan Bautista, que sigue preparando los caminos del Señor.
Durante la cena Jesús denuncia la traición de parte de uno de los Doce, uno que hipócritamente comparte el pan, expresión máxima de comunión y fraternidad. En este ambiente de traición donde se vende la vida de un inocente, Jesús ratifica, con la institución de la eucaristía, el ofrecimiento de su vida para el rescate de la humanidad. Jesús ofrece el pan que simboliza su cuerpo: quien coma de él acepta la persona de Jesús en su vida. Luego ofrece la copa, que simboliza la nueva alianza; la sangre derramada significa la muerte violenta de Jesús, y beber del cáliz, implica asumir el sacrificio de Jesús y comprometerse con su proyecto de vida.
14,26-31 Anuncio del abandono. El canto de los himnos llamados Hallel (Sal 114–118), marcan el final de la cena. El grupo se dirige al monte de los Olivos, donde Jesús hace un nuevo anuncio de su muerte y menciona las consecuencias entre sus discípulos: escándalo y dispersión (cfr. Zac 13,7). A la profecía de Jesús responde solamente Pedro, asegurando que, aunque todos se escandalicen, él no lo hará. Jesús desenmascara el orgullo de Pedro prediciendo su triple negación.
14,32-42 Oración en el huerto. En Getsemaní («lagar de aceite») vuelven a aparecer las tentaciones: «alejar aquella hora», temor, angustia y tristeza. Jesús acude entonces a la oración (cfr. 1,33; 6,46) y a la compañía de tres de sus discípulos más cercanos (cfr. 5,37; 9,2), para pedirles que velen y oren. La plegaria de Jesús está dividida en cuatro partes: invocación («Abba»), profesión de fe («lo puedes todo»), súplica («aparta de mí esta copa») y sumisión a la voluntad de Dios («no se haga mi voluntad, sino la tuya»). Mientras Judas anda despierto preparando la entrega de Jesús, sus discípulos se quedan dormidos. El sueño y la incapacidad de «velar una hora» indican que el discípulo no está preparado en su interior para asumir el camino de la pasión, camino que tendrá que recorrer Jesús en completa soledad. La expresión, «Vamos, levántense», muestra un Jesús que ha pasado de la angustia y de la tristeza del comienzo a la serenidad y seguridad para asumir «aquella hora».
14,43-52 Arresto de Jesús. Judas es mencionado como «uno de los Doce» para resaltar la contradicción entre la pertenencia al grupo más íntimo de los discípulos y la traición al Maestro. Traicionar y entregar resumen la actitud de Judas. A partir de 14,46, Judas no se menciona más. Los que habían venido con Judas para detener a Jesús, se le «tiraron encima», indicando la violencia del proceso. El otro verbo (prender, arrestar) se usa para indicar la detención de alguien por la fuerza y por una orden de la autoridad. De en medio de la oscuridad y sin nombre, aparece un hombre que saca la espada y hiere al siervo del sumo sacerdote. La reacción de Jesús deja claro que delante de él ninguna violencia tiene sentido, ni prospera. Tener la oreja cortada era un deshonor y quedaba impedido para ejercer funciones sagradas.
14,53-65 Jesús ante el Consejo. Lo anunciado por Jesús en 10,33s, comienza a cumplirse al pie de la letra. Pedro sigue a Jesús de «lejos» (cfr. Sal 38,12), indicando la ambigüedad de su seguimiento. Según la legislación judía, toda acusación debe estar respaldada al menos por dos testigos. El versículo 55 permite deducir que el juicio no va a ser justo. Propiciar la muerte de Jesús era un viejo anhelo para las autoridades judías (Mc 3,6; 11,18; 12,12; 14,1; 14,11). Sin embargo, los testimonios son tan falsos que no concuerdan entre sí. Al sumo sacerdote no le quedó otra alternativa que preguntarle directamente a Jesús «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?». Jesús no duda en responder: Sí, yo soy, un nombre que evoca al Dios liberador del Éxodo (Éx 3,14). La respuesta de Jesús es considerada blasfemia por dos razones, una de tipo religioso al insultar a Dios llamándose Mesías (Lv 24, 15s) y otra de tipo político: despreciar la ley (Nm 15, 30) proponiendo cambios radicales en las instituciones religiosas de Israel. Marcos subraya que todos estaban de acuerdo en decretar la muerte de Jesús. Los golpes, las burlas, los salivazos y las bofetadas hacen parte del programa de Jesús como el siervo sufriente de Is 50,6.
14,66-72 Negaciones de Pedro. Mientras Jesús permanece firme ante el sumo sacerdote por defender la causa del reino, Pedro se derrumba negando a Jesús por miedo a quienes lo señalan de andar con el Nazareno. La negación confirma que Pedro acepta a Jesús como el Mesías, pero rechaza el camino que hay que seguir con el Maestro, que es el camino de la cruz. El relato no termina sin que Pedro recuerde las palabras de Jesús (14,30) y llore de arrepentimiento y de vergüenza.
15,1-15 Jesús ante Pilato. Hasta ahora todo ha ocurrido en un ambiente netamente judío. En adelante, Pilato y la tropa romana compartirán con el Consejo judío la responsabilidad en la muerte de Jesús. Marcos, sin embargo, insiste en subrayar la responsabilidad de los sumos sacerdotes, quienes son presentados como envidiosos, incitadores y manipuladores de la voluntad del pueblo. Pilato a través del interrogatorio deja claro que las acusaciones no vienen de su parte, sino de las autoridades religiosas. La insistencia de Pilato en señalar la inocencia de Jesús tiene una intención teológica, mostrar la figura del justo paciente injustamente condenado (cfr. Hch 3,13s; 1 Pe 2,21-23). La multitud en Marcos es un personaje compacto pero oscilante, unas veces está de parte de Jesús gritando «Hosana» y en otras, en contra, pidiendo la liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesús. A lo largo del relato Jesús guarda completo silencio, en contraste con todos los que hablan a su alrededor: los sacerdotes, Pilato, el pueblo y los soldados. Un silencio que se mantendrá hasta la cruz, donde será roto para hablar con el Padre.
15,16-20 La burla de los soldados. La diferencia entre las burlas proferidas por judíos y romanos consiste en que los primeros se burlan de Jesús profeta y los segundos, de Jesús rey. Al final de las burlas, Jesús queda convertido en el «Siervo sufriente» que se prepara para iniciar el camino de la cruz.
15,21-41 Muerte de Jesús. La multitud, los sumos sacerdotes y los letrados se burlan de Jesús, porque no es capaz de bajarse de la cruz. Ellos ven la crucifixión no como donación, sino como impotencia. No se les ocurre pensar que Jesús permanece en la cruz por puro amor. Y si el amor es la verdad de Dios, la cruz es el símbolo del amor más grande expresado por alguien a favor de sus hermanos. La cruz es el escándalo que en todos los tiempos toca las puertas de hombres y mujeres que por puro amor luchan incansablemente por un mundo mejor. Las tinieblas representan al Israel que no ha podido ver la luz del reino. El «velo rasgado en dos de arriba abajo» (38) simboliza el rompimiento de una barrera que impide ver el verdadero rostro de Dios y también, el final de un modelo de religión que manipula a Dios, esclaviza con la ley y conduce a la muerte. La respuesta del centurión romano: «Realmente este Hombre era Hijo de Dios» (cfr. 1,1) sorprende, porque no es de un judío y ni siquiera de un discípulo. Terminada la narración, Marcos habla de un grupo de mujeres que están presentes, sin contarnos sus palabras o reacciones. No hay ningún discípulo. Hay que rescatar el valor de la presencia de las mujeres, porque ellas constituyen el vínculo entre el acontecimiento de la cruz y el de la resurrección, entre los discípulos que han abandonado a Jesús en su pasión y crucifixión y el Jesús resucitado que quiere reunirlos de nuevo (15,1-8).
15,42-47 Sepultura de Jesús. Ante la ausencia de los discípulos, José de Arimatea se encarga de la sepultura. Debe apresurarse porque el inicio del sábado está pronto. Gracias a su gestión ante Pilato, Jesús no fue depositado en una fosa común como era la costumbre con los crucificados, sino en una sepultura individual, cavada en la roca. La misión de las mujeres es acompañar y mirar, fijarse donde está el cuerpo, pues tienen el propósito de volver. Su posición, aparentemente pasiva, es una respuesta de amor humano al amor de Jesús manifestado en la cruz.
16,1-8 Resurrección de Jesús. El primer día de la semana, puesto en relación con el primer día de la creación (Gn 1,5), simboliza que, con la resurrección de Jesús, comienza la creación definitiva. Las mujeres se dirigen a la tumba con la preocupación de no encontrar quien les corra la piedra. Aunque aman a Jesús, todavía no creen en su resurrección. Encuentran la piedra corrida y dentro de la tumba un ángel que les anuncia la resurrección de Jesús y les da una instrucción para los apóstoles, que abandonen Jerusalén y los ideales del judaísmo, para comenzar la misión universal a partir de Galilea (14,28), donde Jesús comenzó la suya y los llamó al seguimiento (1,16-21a).
Con el miedo y el silencio de las mujeres, Marcos pretende no dar por terminado el evangelio para que los creyentes de todos los tiempos, conociendo el testimonio de las primeras comunidades, lo hagamos nuestro, recreándolo desde nuestra situación concreta y con la fuerza del Espíritu de Jesús resucitado. Es decir, cada uno de nosotros debe «terminar» el evangelio de Marcos. La resurrección de Jesús no es el final de una obra, sino el comienzo de la aventura cristiana.
16,9-20 Epílogo – Misión de los discípulos. La mayor parte de especialistas piensan que este pasaje es un añadido posterior. Se dan varias razones, el vocabulario y el estilo difieren del resto del evangelio, no tiene coherencia con el pasaje anterior (16,1-8) ya que cambia, entre otros motivos, el sujeto y el número de mujeres. El relato concentra textos tomados de los otros evangelios: la aparición a María Magdalena (Jn 20,11-18), los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), comida y misión (Lc 24,36-49; Jn 20,19-23; Mt 28,18-20), ascensión (Lc 24,50-53). El hilo conductor del relato es la incredulidad de los discípulos; sin embargo, Jesús sigue contando con ellos para la misión, y los envía a anunciar la Buena Noticia a toda la humanidad.
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