Santa Margarita María Alacoque, Promotora del Sagrado Corazón de Jesús: Las almas del purgatorio


Eran sus amigas pacientes por quienes oraba frecuentemente para aliviarlas y liberarlas del purgatorio. Nos dice: Una vez vi en sueños a una religiosa fallecida mucho tiempo antes, y me dijo que padecía extremadamente en el purgatorio, pero que Dios le acababa de hacer sufrir una pena incomparable, que había sido la vista de una de sus parientas precipitada en el infierno.

Me decía sin cesar: “Ruega a Dios por mí, ofrécele tus sufrimientos, unidos a los de Jesucristo, para aliviar los míos. Cédeme todo cuanto hagas hasta el primer viernes de mayo, en que comulgues por mí”. Y así lo hice con licencia de mi Superiora. Pero mi sufrimiento se aumentó de tal modo que me abrumaba, sin poder hallar alivio ni reposo, porque habiéndome retirado por obediencia para descansar, no bien estuve en la cama cuando, me pareció que estaba a mi lado, diciéndome estas palabras: “Tú estás ahí en tu cama muy a gusto y mírame a mí acostada en un lecho de llamas, en donde sufro penas intolerables”. Y me mostró aquel horrible lecho que me hace estremecer cuantas veces pienso en él.

Me dijo: “Ahora me desgarran el corazón los pensamientos de crítica y de desaprobación contra mis Superioras. Mi lengua está comida por los gusanos en castigo de las palabras que he dicho contra la caridad. Tengo la boca toda ulcerada por mi falta de silencio. ¡Ah, cuánto desearía que todas las almas consagradas a Dios pudieran verme en tan terrible tormento! ¡Si pudiera hacerles sentir la magnitud de mis dolores y de los que están preparados a las que viven con negligencia su vocación, sin duda que caminarían con más fervor por el camino de la exacta observancia y cuidarían de no caer en las faltas que a mí me producen tan horribles tormentos!”.

Me deshacía en lágrimas al oír todo esto. Quisieron darme algunos remedios y ella me dijo: “¡Mucho piensan en aliviar tus males, pero nadie piensa en aligerar los míos! Un día de exactitud al silencio en toda la Comunidad curaría mi boca ulcerada. Otro pasado en la práctica de la caridad, sin hacer ninguna falta contra ella, curaría mi lengua; y otro en que no se dijese ninguna palabra de crítica, ni de desaprobación contra la Superiora, curaría mi corazón desgarrado”. Después de haberle aplicado la comunión que me pedía, me dijo que sus horribles tormentos habían disminuido mucho, pero que estaría aún por mucho tiempo en el purgatorio, donde sufría las penas debidas a las almas tibias en el servicio de Dios. Yo me vi libre de las mías, las cuales me había dicho que no disminuirían hasta que ella recibiese alivio (72).

En otra ocasión, estando en presencia del Santísimo Sacramento el día de su fiesta, se presentó delante de mí una persona hecha toda fuego, cuyos ardores me penetraron tanto que me parecía abrasarme con ella. El deplorable estado en que se hallaba en el purgatorio, me hizo derramar abundantes lágrimas. Me dijo que era el religioso benedictino que me había confesado una vez y me había mandado recibir la sagrada comunión, en premio de lo cual Dios le había permitido dirigirse a mí para que le alcanzase algún alivio en sus penas. Me pidió que ofreciese por él todo lo que pudiera hacer y sufrir durante tres meses. Habiéndoselo prometido, después de haber obtenido para esto el permiso de mi Superiora, me dijo que la causa de sus grandes sufrimientos era ante todo que había preferido el interés propio a la gloria Dios, por demasiado apego a su reputación; lo segundo por la falta de caridad con sus hermanos, y lo tercero por el exceso de afecto natural que había tenido a las criaturas, y las desmedidas pruebas que de él les había dado en las conversaciones espirituales, lo que desagradaba mucho a Dios.

Muy difícil sería poder explicar cuánto tuve que sufrir en estos tres meses, porque no me abandonaba ni un momento y el lado donde él se ponía me parecía tenerlo todo abrasado, y con tan vivos dolores que gemía y lloraba casi continuamente. Movida a compasión, mi Superiora me ordenó que hiciera grandes penitencias.

Al cabo de tres meses lo vi de muy diferente manera; colmado de gozo y de gloria, iba a gozar de su eterna dicha, y dándome las gracias me dijo que me protegería en la presencia de Dios (73).

Recibí una gran alegría en la mañana del domingo del Buen Pastor (2 de mayo de 1683), dos de mis buenas amigas pacientes han venido a decirme adiós en el momento de despertarme, y que era éste el día en que el soberano Pastor las recibía en su redil eterno, con más de un millón de otras almas, en cuya compañía marchaban con cánticos de alegría inexplicables. Una es la buena Madre de Monthoux, la otra mi Hermana Juana Catalina Gascón, que me repetía sin cesar estas palabras:

El amor triunfa, el amor goza.
El amor de Dios se regocija.

La otra decía: “¡Bienaventurados son los muertos que mueren el Señor, y las religiosas que viven y mueren en la exacta observancia de su regla!”. Quieren que yo le diga de su parte que la muerte puede separar a los amigos, pero no desunirlos.

¡Si supiera cuán trasportada está mi alma de alegría! Cuando les hablaba me parecía que las veía poco a poco abismadas y como sumergidas en la gloria. Le piden que rece, en acción de gracias a la Santísima Trinidad, un “Te Deum”, un “Laudate”, y cinco “Gloria Patri”. Yo les rogué que se acordasen de nosotras y me han dicho por últimas palabras que la ingratitud jamás ha entrado en el cielo (74).

Nuestra Madre me permitió en favor de las almas del purgatorio pasar la noche del Jueves Santo (15 de abril de 1683) delante del Santísimo Sacramento y en donde una parte del tiempo estuve rodeada de estas pobres almas con las que he contraído una estrecha amistad. Nuestro Señor me dijo que Él me ponía a disposición de ellas durante este año para que les hiciera todo el bien que pudiese. Están frecuentemente conmigo y las llamo mis “amigas pacientes”. Hay una que me hace sufrir mucho y no la puedo aliviar todo lo que desearía. No puedo decirle su nombre, pero sí pedirle socorro para ella, que no será desagradecida (75).

72 Escritos de la Madre Saumaise, Gauthey, vol 2, p. 142-143.
73 Autobiografía, pp. 94-95.
74 Carta a la Madre Saumaise del 2 de mayo de 1683.
75 Carta a la Madre Saumaise de abril de 1683.

Tomado de:
Santa Margarita María de Alacoque y el Corazón de Jesús
Padre Ángel Peña O.A.R.
Lima - Perú

Nihil Obstat
P. Ignacio Reinares
Vicario Provincial del Perú
Agustino Recoleto

Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez

Tu hermano y amigo del Perú.
P. Ángel Peña O.A.R.
Parroquia La Caridad
Pueblo Libre - Lima - Perú
Teléfono 00 (511) 4615894
Obispo de Cajamarca (Perú)

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