Jesús Eucaristía era el centro de su vida, pues allí se le manifestaba Jesús con su Corazón, ardiendo en llamas de amor. Y era tan grande su deseo de unirse a Él en la comunión que era para ella un verdadero tormento no poder recibirlo todos los días.
Nos dice: La víspera de la comunión me sentía tan abismada en tan profundo silencio que no podía hablar sin hacerme gran violencia, preocupada en la grandeza del acto que iba a ejecutar; y, cuando ya lo había realizado, no hubiera querido beber, ni comer, ni ver, ni hablar; tan grandes eran la consolación y la paz que sentía (50).
Yendo una vez a comulgar me pareció la sagrada hostia como un sol cuyo brillo no podía soportar y vi a Nuestro Señor en medio de ella con una corona de espinas, la cual puso sobre mi cabeza poco después de haberle recibido, diciéndome: “Recibe, hija mía, esta corona en prenda de la que muy pronto te será dada para tu conformidad conmigo”(51).
Para Margarita María era poco la misa cotidiana y hubiera querido asistir a todas las misas que se celebraban en el mundo entero. Por ello, se unía en espíritu a todas las misas del día y les decía a sus novicias: Ofrezcan a Dios todas las misas que se celebran en la Iglesia. Rueguen a sus santos ángeles que las oigan y las ofrezcan en su lugar para reparar tantas ofensas que Nuestro Señor recibe de los pecadores en el mundo entero (52).
Era uso en el convento de Paray que cada día comulgara una religiosa en nombre de la Comunidad. Cuando alguna hermana no podía comulgar siguiendo el turno, dicen sus compañeras que la Superiora siempre la reemplazaba por la hermana Margarita, pues sabía que siempre estaba dispuesta a comulgar (53).
Ella misma nos dice sobre su amor a Jesús Eucaristía: No podía rezar oraciones vocales delante del Santísimo Sacramento, donde me sentía tan absorta que nunca me cansaba. Y hubiera pasado allí los días y las noches sin beber ni comer y sin saber lo que hacía, si no era consumirme en su presencia como un cirio ardiente para pagarle amor por amor. No podía quedarme en la parte baja de la iglesia y, por mucha confusión que sintiera en mí misma, no dejaba de ponerme lo más cerca posible del Santísimo Sacramento (54).
A veces mi divino Maestro me descubría su amor y entonces hubiera deseado recibirlo en la sagrada comunión, aunque para ello hubiera tenido que andar con los pies descalzos por un camino de llamas. Semejante trabajo habría sido muy poca cosa comparada con la pena que me causaba aquella privación. Un día, durante mi enfermedad, me sentí muy impulsada a ir al coro para comulgar. Me parecía que nunca acabaría la noche. Sin embargo, no pudiendo sostenerme en pie, comprendí que era pretender lo imposible. Entonces Él vino a socorrerme y, tocándome la mano, me dijo: “¿Qué temes, hija de poca fe? Levántate y ven a buscarme”. Y sentí tan eficazmente los efectos de esto que me pareció no tener ya mal alguno. Habiéndome levantado contra el parecer de la enfermera, ésta me hizo acostar de nuevo a pesar de la seguridad que le di de hallarme bien, y nuestra Madre me reprendió por el apego que tenía a mi propia voluntad. No le dije el motivo que me había impulsado a hacerlo por temor de que fuese una imaginación y ella lo tomase por cierto (55).
Una vez, que ardientemente deseaba comulgar, se me puso delante mi divino Maestro, cuando iba cargada con las barreduras, y me dijo: “Hija mía, he oído tus gemidos, y los deseos de tu corazón me son tan agradables, que si no hubiera instituido mi divino sacramento de amor, lo haría por amor tuyo, para tener el placer de alojarme en tu alma y tomar un reposo de amor en tu corazón”. Con lo cual me sentí penetrada de tan vivo ardor, que toda mi alma quedó transportada, y no podía explicarme sino con estas palabras: “¡Oh, amor! ¡Oh, exceso del amor de un Dios hacia una miserable criatura!”. Y durante toda mi vida me ha servido esto de poderoso aguijón para excitarme al reconocimiento de amor tan puro (56).
Cuando me despierto, me parece hallar a mi Dios presente, al cual se une mi corazón como a su principio y plenitud. Esto produce en mí tan ardiente sed de estar ante el Santísimo Sacramento que los momentos que empleo en vestirme me parecen horas. Siento un dolor tan vivo y agudo que me parece estar atada y apretada con tal fuerza que me es imposible resistir. Y voy allí como una enferma lánguida a presentarme al médico omnipotente, fuera del cual no puedo encontrar reposo ni alivio al dolor que tengo en el lado izquierdo y en el pecho. Estoy a sus pies como una hostia viva que no tiene más deseo que el de inmolarse y sacrificarse para consumirme como un holocausto en las puras llamas de su amor… Empleo entonces todas mis fuerzas en abrazar al Amado de mi alma; pero, no con los brazos del cuerpo, sino con los interiores, que son las potencias del alma (57).
Mi mayor contento es estar en presencia del Santísimo Sacramento donde mi corazón se halla como en su centro. Yo le digo: “Jesús mío y amor mío, toma cuanto tengo y cuanto soy y poséeme según tu beneplácito, puesto que todo lo que tengo es tuyo sin reserva. Transfórmame por completo en Ti a fin de que no pueda separarme de Ti ni un solo instante, ni obre sino impulsada por tu puro amor (58).
Tengo tan gran deseo de la santa comunión que, aún cuando tuviera que pasar por un campo de llamas con los pies desnudos, me parece que nada me costaría este trabajo, comparado con la privación de aquel bien. Nada es capaz de darme gozo tan grande como este pan de amor (59).
Un viernes, después de recibir a mi Salvador (en comunión), puso mi boca sobre su sagrado Costado, y me tuvo fuertemente abrazada por espacio de tres o cuatro horas, sintiendo yo tales delicias que no me es dado explicarlo. Oía continuamente estas palabras: “Ahora ves que nada se pierde en manos del Omnipotente y que se halla todo gozando de Mí”. Yo le decía: “¡Oh amor mío!, dejo de buen grado estos placeres extraordinarios para amarte por amor de Ti mismo, ¡oh Dios mío!”. Y se las repetía tantas veces cuantas renovaba Él estas divinas caricias (60).
50 Autobiografía, p. 47.
51 Ib. p. 102.
52 Aviso 53.
53 Declaración de la hermana Ana Alejo de Marchele en Luis Ortiz, vol 1, p. 275.
54 Autobiografía, pp. 36-37.
55 Escritos de la Madre Saumaise, Gauthey, vol 2, p. 133.
56 Autobiografía, p. 94.
57 Escritos de la Madre Saumaise, Gauthey, vol 2, p. 118.
58 Ib. p. 121.
59 Contemporáneas, p. 95.
60 Fragmentos, Gauthey, vol 2, p. 156.
Tomado de:
Santa Margarita María de Alacoque y el Corazón de Jesús
Padre Ángel Peña O.A.R.
Lima - Perú
Nihil Obstat
P. Ignacio Reinares
Vicario Provincial del Perú
Agustino Recoleto
Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez
Tu hermano y amigo del Perú.
P. Ángel Peña O.A.R.
Parroquia La Caridad
Pueblo Libre - Lima - Perú
Teléfono 00 (511) 4615894
Obispo de Cajamarca (Perú)
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