Santa Margarita María Alacoque, Promotora del Sagrado Corazón de Jesús: La obediencia


La sierva de Dios aprendió por experiencia que la mejor manera de enfrentar al maligno espíritu era con la obediencia, que también es el mejor medio de santificación personal.

Un día Jesús le dijo: Hija mía, no hagas nada sin la aprobación de los que te dirigen a fin de que, teniendo autorización de la obediencia, no te pueda engañar el mal espíritu, pues no tiene poder sobre los obedientes (45).

Todos los religiosos separados y desunidos de su Superior deben considerarse como vasos de reprobación. Mi Corazón desecha de tal modo a estas almas que cuanto más procuran acercarse a él por medio de los sacramentos, oraciones y demás ejercicios, más me alejo yo de ellas, por el horror que me inspiran. Irán de infierno en infierno, porque esta desunión es la que ha perdido ya a tantas almas y seguirá perdiéndolas, puesto que todo Superior, sea bueno o malo, ocupa mi lugar. Y el inferior, cuantas veces quiere herirle a él, hace otras tantas heridas mortales en su propia alma; después gemirá en vano a la puerta de mi misericordia, pues no le escucharé si no oyó la voz del Superior.

Y ella dice: Vi entonces gran número de almas religiosas que, por haber tenido alguna desunión con sus Superiores, viéronse privadas del socorro de la Santísima Virgen y de los santos y de la visita de sus ángeles custodios, en medio de las terribles llamas del purgatorio, donde algunas permanecerán hasta el día del juicio (46).

El Señor no puede sufrir en el alma religiosa la más insignificante muestra de repugnancia a los Superiores. Me decía: “Te engañas pensando agradarme con ciertas acciones y mortificaciones elegidas por tu propia voluntad, haciendo antes torcer la de los Superiores que rendir a ellos tu juicio y voluntad. Debes saber que deshecho todo eso como fruto corrompido por la propia voluntad, lo cual me causa horror en la vida religiosa. Más me agrada que se tome algunos regalos y comodidades por obediencia que verla oprimida por austeridades y ayunos de su propia voluntad”… Un día, al darme la disciplina y terminar el “Ave maris stella”, en el tiempo que se me había concedido, me dijo: “Esto es para mí”. Y como prosiguiese, añadió; “Ahora, con lo que haces, das participación al demonio”. Por lo cual, lo dejé al momento. En otra ocasión, en que ofrecía la disciplina por las benditas almas del purgatorio, cuando me adelanté a hacer más de lo que me habían permitido, aquellas almas me rodearon quejándose de que las golpeaba. Esto me hizo tomar la firme resolución de morir antes de quebrantar en lo más mínimo las insinuaciones de la obediencia (47).

Una vez en que estaba muy enferma y casi no se me entendía lo que hablaba, nuestra Madre me entregó un papel en el que decía que quería asegurarse si cuanto en mí pasaba procedía del Espíritu de Dios. Que, si era así, me diese el Señor perfecta salud durante cinco meses sin que en ellos hubiese necesidad de tomar remedio alguno.

Pero que si, por el contrario, venía del espíritu del demonio o de la naturaleza, permaneciera siempre en el mismo estado. No es posible decir lo que esto me hizo sufrir. Me hicieron salir de la enfermería con palabras tales como que Nuestro Señor se las inspiraba para hacerlas más sensibles y mortificantes a la naturaleza.

Presenté el papel a mi Soberano el cual no ignoraba su contenido, y me respondió: “Te aseguro, hija mía, que para prueba del buen Espíritu que te guía, hubiera concedido a tu Superiora tantos años de tu salud como meses me ha pedido y además todas cuantas seguridades hubiera querido pedirme”. Y en el momento de la elevación del Santísimo Sacramento, sentí, de un modo muy perceptible, que se me quitaron todas mis enfermedades como si me despojaran de una vestidura, la cual hubiera quedado suspendida.

Y me encontré con la fuerza y salud de una persona muy robusta, que por largo tiempo no hubiera estado enferma y así pasé el tiempo deseado, después del cual volví al estado precedente.

En otra ocasión, estando con fiebre, mi Superiora me hizo salir de la enfermería para hacer los ejercicios, pues era mi turno y me dijo: “Id, os entrego al cuidado de Nuestro Señor Jesucristo. Que Él os dirija, gobierne y cure según su voluntad”. Y aunque esto me sorprendió un poco, porque estaba entonces con el temblor de la fiebre, me fui sin embargo muy contenta de practicar esta obediencia, ya por verme enteramente abandonada al cuidado de mi buen Maestro, ya por tener ocasión de sufrir por su amor, siéndome indiferente el modo que tuviera de hacerme pasar mi retiro, ya fuera en el sufrimiento, ya en el gozo. Apenas me hallé encerrada con Él solo, cuando se presentó a mí, estando yo tendida en tierra, enteramente transida de dolor y de frío. Me hizo levantar prodigándome mil caricias y me dijo: “En fin, aquí estas toda mía y toda a mi cuidado; por esto quiero devolverte sana a los te han puesto en mis manos enferma”. Y me restituyó tan perfecta de salud que no parecía haber estado mala, de lo cual se admiraron mucho, especialmente mi Superiora que sabía todo lo sucedido.

Jamás pasé un retiro con tanto gozo y delicias; creíame en el paraíso por los continuos favores, caricias y trato familiar con mi Señor Jesucristo, su Santísima Madre, mi santo ángel y mi bienaventurado Padre san Francisco de Sales (48).

Otra vez, sintiendo un deseo ardiente de hacer un retiro, para prepararme a él, quise por segunda vez grabar el santo nombre de Jesús sobre mi corazón. Pero lo hice de una manera que abrí en él varias llagas. Habiéndoselo dicho a mi Superiora la víspera del día en que había de empezar mi retiro, me respondió que quería se pusiese algún remedio, por temor de que no degenerase en algún mal peligroso. Esto me hizo quejarme a Nuestro Señor: “¡Oh, único amor mío! ¿Permitirás que otros vean el mal que me he hecho por amor tuyo? ¿No eres bastante poderoso para curarme, Tú que eres el soberano remedio de todos mis males?”. En fin, conmovido por la pena que sentía en manifestar mi mal, me prometió que al día siguiente estaría curada; y en efecto así fue, como me lo había prometido. Mas no habiendo podido decírselo a nuestra Madre por no haberla encontrado, me envió una esquelita, en la cual me decía que enseñase mi mal a la hermana enfermera para que ella aplicara algún remedio.

Pero, estando ya curada, creí hallarme dispensada de cumplir tal obediencia, hasta que se lo hubiese dicho a nuestra Madre, a la que fui a buscar con este objeto y le dije que no había hecho lo que me indicaba en la esquela por estar ya curada. ¡Dios mío!, con qué severidad me trataron por esta falta de prontitud en la obediencia. Tanto ella como mi soberano Maestro. Permanecí cinco días aproximadamente en que no hice otra cosa más que llorar mi desobediencia, pidiéndole perdón con penitencias continuas. En cuanto a mi Superiora, me trató en aquel caso sin remisión, como Nuestro Señor se lo inspiraba, porque me hizo perder la sagrada comunión, lo cual era para mí el más cruel suplicio que pudiera sufrir en la vida; hubiera preferido mil veces que se me condenara a muerte. Además me obligó a mostrar mi mal a la hermana; la cual, hallándolo curado, nada quiso hacer; pero no dejé de recibir con eso muy grande confusión.

Pero todo esto era nada para mí, pues no hay género de suplicio que no hubiera querido sufrir, por el dolor que tenía de haber desagradado a mi Soberano. Por fin, después de haberme hecho conocer cuánto le desagrada la más pequeña falta de obediencia en un alma religiosa y sufrir la pena correspondiente, vino Él mismo en los últimos días de mi retiro a enjugar mis lágrimas y devolver la vida a mi alma. De tal modo me hizo comprender lo que era la obediencia en un alma religiosa, que confieso no haberlo comprendido hasta entonces, pero me alargaría demasiado si quisiera explicarlo. Me dijo que, en castigo de mi falta, no sólo este sagrado nombre, cuya inscripción tanto me había costado, no sería ya visible, sino tampoco los precedentes, los cuales antes aparecían muy bien marcados (49).

45 Autobiografía, p. 67.
46 Fragmentos, Gauthey, vol 2, pp. 156-157.
47 Autobiografía, pp. 62-63.
48 Autobiografía, pp. 98-101.
49 Autobiografía, pp. 98-99.


Tomado de:
Santa Margarita María de Alacoque y el Corazón de Jesús
Padre Ángel Peña O.A.R.
Lima - Perú

Nihil Obstat
P. Ignacio Reinares
Vicario Provincial del Perú
Agustino Recoleto

Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez

Tu hermano y amigo del Perú.
P. Ángel Peña O.A.R.
Parroquia La Caridad
Pueblo Libre - Lima - Perú
Teléfono 00 (511) 4615894
Obispo de Cajamarca (Perú)

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