Santa Margarita María Alacoque, Promotora del Sagrado Corazón de Jesús: Entrada en el convento y profesión


Cuando Margarita María entró al convento de Paray el 20 de junio de 1671, iba a cumplir 24 años. Encontró en el monasterio 33 hermanas de coro, cinco hermanas legas o conversas, tres torneras y tres novicias. Fue una buena elección. El convento de Paray era uno de los más fervorosos de la Orden.

La Madre Margarita Jerónima Hersant, que era la Superiora, la recibió con alegría. Su Maestra fue la madre Ana Francisca Thouvant.

Margarita tenía gran respeto a su Superiora y a su Maestra, mirándolas como representantes de Jesucristo en la tierra. Escuchaba cuanto le decían como oráculos y estaba encantada de verse sometida a la obediencia, queriendo depender de ellas en todo (16).

Tomó el hábito religioso el 25 de agosto de 1671, fiesta de san Luis rey de Francia, y entró en el noviciado. Desde ese día, comenzó a sentir extraordinarias dulzuras espirituales. Ella lo expresa así: Estando ya revestida de nuestro santo hábito mi divino Maestro me dio a conocer que era ese el tiempo de nuestros desposorios, los cuales le daban un nuevo dominio sobre mí, obligándome por doble compromiso a amarle con amor de preferencia. Me dio a entender que, como es costumbre entre los amantes más apasionados, me daría a gustar en este tiempo cuanto hay de más dulce en la suavidad de sus amorosas caricias, las que fueron en efecto tan excesivas que con frecuencia me sacaban fuera de mí (en éxtasis) y me quitaban el tino para todo…

Por lo cual, me reprendieron, dándome a entender que ese no era el espíritu de las hijas de Santa María, que no tenía nada de extraordinario, y que no me recibirían si no me apartaba de esas cosas (extraordinarias).

Me quedé con gran desolación de espíritu y puse todos mis esfuerzos para apartarme de ese camino (extraordinario), pero todo fue inútil. Nuestra buena Maestra me puso una oficiala que me hacía trabajar durante la oración. Después iba a pedirle permiso para volverla a empezar y me reprendía, diciéndome que la hiciese mientras trabajaba en mi labor y me ocupaba en los ejercicios del noviciado. Lo hacía y nada me podía distraer del suave gozo y consuelo de mi alma, que iba siempre en aumento (17).

Aunque nada ocultaba a mi Maestra, tenía sin embargo intención de dar a sus permisos más amplitud de lo que ella pretendía en lo que tocaba a las penitencias. Como tomase esto a cargo de conciencia, me reprendió mi santo fundador (San Francisco de Sales) ásperamente sin dejarme pasar adelante, de modo que no tuve jamás valor para intentar hacer lo mismo. Porque me quedaron grabadas para siempre en mi corazón estas sus palabras: “Bien, hija mía, ¿piensas agradar a Dios traspasando los límites de la obediencia, que es el principal sostén y fundamento de esta Congregación y no las austeridades?” (18).

Yo tenía hambre insaciable de humillaciones y mortificaciones, aunque la naturaleza sentía hacia ellas irresistible repugnancia... No hablaré más que de una sola que era superior a mis fuerzas (comer queso). Era algo hacia lo cual toda nuestra familia tenía una gran aversión natural de modo que mi hermano exigió al firmar el contrato de mi recepción que no me obligarían jamás (a comer queso), lo que me concedieron sin dificultad, pues eso era algo indiferente. Pero en esto precisamente fue en lo que tuve que ceder, porque me atacaron por todas partes con tal fuerza, que no sabía qué camino tomar; tanto más que me parecía mil veces más fácil sacrificar mi propia vida y, si no hubiera amado la vocación más que mi propia existencia, habría preferido abandonarla antes que resolverme a hacer lo que en eso me pedían. En vano resistía, porque mi soberano quería este sacrificio del cual dependían muchos otros.

Estuve tres días luchando con tanta violencia que daba compasión sobre todo a mi Maestra, en cuya presencia me hacía violencia para cumplir lo que me mandaba, pero después me faltaba el valor y me moría de pena, viendo que no podía vencer mi natural repugnancia… Por fin, dije: “Es preciso vencer o morir”. Me fui ante el Santísimo Sacramento y allí permanecí tres o cuatro horas, llorando y gimiendo para obtener la fuerza de vencerme… Después fui a mi Maestra pidiéndole por piedad que me permitiese hacer lo que de mí había deseado (comer queso) y finalmente lo hice, aunque jamás he sentido tal repugnancia, la cual se renovaba todas las veces que debía hacerlo sin que por eso dejase de hacer lo mismo durante ocho años (19).

Dicen sus hermanas de Comunidad: La penitencia de comer queso fue tan agradable a Dios que desde ese momento aumentó notablemente sus gracias extraordinarias. La Madre Greyfié le preguntó un día desde cuándo habían comenzado los grandes favores del Señor, y ella le respondió: “Desde el noviciado”. Un día que servían queso a la mesa se lo ofrecieron por descuido y ella oyó en el acto la inspiración divina que le sugirió la idea de aprovechar aquella ocasión para hacer un acto de mortificación por amor a Nuestro Señor Jesucristo y por respeto a su divina providencia, que le ofrecía aquel medio de hacerla. Hizo el acto generoso, aunque con gran violencia. Todo su ser se resistía y tuvo el estómago mal durante aquel día hasta la noche. Entonces, entrando en oración, el Señor le hizo mil caricias y la colmó de dulzuras y consolaciones, demostrándole el contento que había recibido de ella por la violencia que voluntariamente se había hecho por su amor (20).

Ella dice: Al acercarse el tiempo de la profesión, me decían que yo no era a propósito para alcanzar el espíritu de la Visitación, donde se miraba con recelo esos caminos extraordinarios. Corrí al momento a darle cuenta a mi soberano Señor. Y me respondió: “Dile a tu Superiora que no tiene por qué temer en recibirte. Yo respondo de ti y seré tu fiador, si me juzga capaz de serlo”. Como yo le diese ese recado, mandó ella que le pidiese como prueba de seguridad que me hiciera útil a la Congregación por la práctica exacta de todas las observancias. A lo que respondió con amorosa bondad: “Hija mía, todo eso te lo concedo, pues te haré más útil de lo que ella cree, pero de una manera que aún no es conocida más que a Mí. En adelante ajustaré mis gracias al espíritu de la regla, a la voluntad de tus Superioras y a tu debilidad. Me contenta que prefieras la voluntad de tus Superioras a la mía. Cuando te prohíban ejecutar lo que yo te hubiere mandado, déjalas que hagan de ti cuanto quieran. Ya encontraré yo el medio de que se lleven a cabo mis designios”…

Con esto nuestra Superiora y nuestra Maestra quedaron contentas y no podían dudar de que estas palabras procedían de la Verdad, pues no sentía turbación alguna en mi interior ni deseaba más que cumplir con la obediencia (21).

Tuve que hacer los ejercicios de la profesión, guardando en el jardín una asnilla con su pollino; la cual me daba no poco trabajo, porque no me permitían atarla y querían que estuviese en un rinconcito que me señalaron para que no hiciese daño, pero los animalitos no hacían más que correr. No era posible tener descanso alguno hasta el toque del “Angelus” de la tarde en que iba a cenar, pero después volvía al establo donde pasaba parte del tiempo de “Maitines”, dándoles el pienso.

Me hallaba tan contenta en esta ocupación que no me habría importado el que pudiera durar toda mi vida, porque mi Soberano me acompañaba tan fiel y constantemente que no me estorbaban cosa alguna las carreras que era preciso dar; antes bien, allí fue donde recibí tales favores cuales jamás he experimentado en otra parte (22).

El 6 de noviembre de 1672 hizo su profesión religiosa para siempre. Ese día escribió con su propia sangre sus propósitos de ser una esposa digna de Jesús para toda la vida. Escribió: Yo, ruin y miserable nada, quiero someterme y entregarme a todo lo que Él pida de mí, inmolando mi corazón al cumplimiento de su voluntad sin reservarme más interés que el de su mayor gloria y su puro amor, al cual consagro y abandono todo mi ser. Soy para siempre de mi Amado, su esclava, su sierva y su criatura, puesto que es todo mío y yo soy su indigna esposa, sor Margarita María, muerta al mundo. Todo de Dios y nada mío, todo a Dios y nada a mí, todo para Dios y nada para mí (23).

El mismo día de mi profesión quiso mi divino Maestro recibirme por su esposa, pero de una manera que no me es dado explicar. Solamente diré que me regalaba y trataba como a una esposa del Tabor… Desde entonces me favoreció con su divina presencia, pero de un modo cual jamás lo había experimentado hasta aquel momento, porque nunca había recibido una gracia tan grande a juzgar por los efectos que ha obrado siempre en mí desde ese día. Lo veía y lo sentía cerca de mí; y lo oía mejor que si lo hubiese sentido con los sentidos corporales (24).

A veces, me honraba con sus conversaciones como un amigo o como el esposo más apasionado de amor o como un padre herido de este mismo amor por su hijo único (25).



16 Contemporáneas, p. 75.

17 Autobiografía, pp. 53-54.

18 Ib. p. 53.

19 Ib. pp. 54-55.

20 Contemporáneas, p. 145.

21 Autobiografía, p. 56.

22 Ib. p. 61.


23 Contemporáneas, p. 87.

24 Autobiografía, p. 57.

25 Ib. p. 58.

Tomado de:
Santa Margarita María de Alacoque y el Corazón de Jesús
Padre Ángel Peña O.A.R.
Lima - Perú

Nihil Obstat
P. Ignacio Reinares
Vicario Provincial del Perú
Agustino Recoleto

Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez

Tu hermano y amigo del Perú.
P. Ángel Peña O.A.R.
Parroquia La Caridad
Pueblo Libre - Lima - Perú
Teléfono 00 (511) 4615894
Obispo de Cajamarca (Perú)

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