Ciclo C – Textos: 1 Re 17, 17-24; Ga 1, 11-19; Lc 7, 11-17
P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: Dos cortejos deambulan por nuestro mundo: el cortejo o comitiva de la muerte, representado por esos dos hijos muertos de la liturgia de este domingo (1ª lectura y evangelio), y el cortejo o comitiva de la vida, representado por Cristo, que es la vida y que tiene poder sobre la muerte. ¿A cuál caravana queremos juntarnos?
Síntesis del mensaje: Las lecturas de hoy nos ponen frente a un tema trágico, el de la muerte. En la primera lectura, del libro de los Reyes, escuchamos cómo el profeta Elías resucitó, o mejor, hizo revivir, con el poder de Dios al hijo de la viuda de Sarepta. El evangelio nos presenta a otra viuda, nacida en Naím, cuyo hijo único era conducido al cementerio para ser enterrado. Cristo, lleno de compasión y ternura, se acerca a esa pobre mujer y le dice: “No llores”; después, detiene el cortejo y ordena con la fuerza de su amor y poder: “¡Joven, levántate!”. Comitiva de la muerte y comitiva de la vida frente a frente. ¿Quién ganará?
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ahí está el cortejo y la caravana o comitiva de la muerte, representados en esos dos hijos muertos y en quienes los acompañan. Pero también en muchísimos que están en tantas esquinas, plazas, barrios, favelas, villas miserias. Basta abrir los ojos y dar unos pasos para ver esta comitiva de la muerte y tristeza: tantos parados en cuyos ojos se refleja la angustia y la desesperanza; tantos drogados, que buscaron paraísos psicodélicos y evasivos, y ahora se encuentran en un callejón sin salida por la ganancia de algunos; tantos analfabetos y marginados, que están discriminados para tantas cosas bellas de la vida; tantos sin techo que no tienen hogar, porque las casas y apartamentos están por las nubes; tantos terroristas que siembran la muerte por doquier; tantos enfermos o ancianos arrumbados en casas o en hospitales, a quienes nadie visita, pues ya no son útiles para sociedad; tantas mujeres que gritan sobre el derecho de su cuerpo o que lo ofrecen a los que pasan por la cuneta de esas zonas rojas; tantos matrimonios ya muertos, por falta de amor y ternura y diálogo y perdón; tantos pobres que nada tienen para llevarse a la boca y están en el suelo dejándose lamer por los perros o comidos por los gusanos. ¡Qué inmensa y larga es la comitiva de la muerte! Y ahí van, lamentándose, llorando, maldiciendo y tal vez blasfemando. ¿Tendrán la gracia de encontrarse con la comitiva de la vida, encabezada por Cristo y sus auténticos seguidores?
En segundo lugar, ahí está también el cortejo y la caravana o comitiva de la vida. También esta comitiva la encontramos por todas partes, a Dios gracias. ¡Cuántos “Hogares de Cristo”, fundados en Chile por san Alberto Hurtado! ¡Cuántos Hogares de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, fundados por santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars! Y no digamos ya las Siervas de María, ministras de los enfermos, que cuidan a domicilio a tantos enfermos, y cuya congregación fue fundada por santa Soledad Torres Acosta. Y Cotolengos, Orfanatos, Oratorios, Vicentinos. Sacerdotes dedicados a la promoción humana y cristiana de tantos pobres, construyendo centros, casas, y hasta de lo que era un muladar, construir una ciudad entera, con la ayuda de los habitantes, como ocurre en Madagascar, con trabajo, techo y pan para todos. Pero también son comitiva de la vida esos monjes y monjas de clausura que se pasan el día entero orando, trabajando en sus huertas y tejiendo ornamentos sagrados para gloria de Dios. O esos laicos que dejan su patria y van con toda la familia a misionar a tierras extranjeras y necesitadas de evangelizadores a tiempo completo, como hacen los Neocatecumenales o el movimiento Regnum Christi. Comitiva de la vida en tantos colegios de los salesianos o escolapios, donde además de letras inyectan piedad y dignidad humana y cristiana, enseñándoles artes y oficios. Esta comitiva de la vida tuvo la gracia de encontrarse con Cristo que es la Vida, le abrieron su corazón y sus hogares, y en muchos casos hubo una auténtica resurrección de la fe, esperanza, amor, alegría, entusiasmo y sentido en la vida. ¡Bendita comitiva de la vida!
Finalmente, ¿a cuál comitiva queremos juntarnos: a la de la vida o a la de la muerte? ¿En cuál estamos en este momento? Si nos invade la tristeza y los remordimientos por tantos pecados no confesados, ¿a qué esperamos para pasarnos a la comitiva de la vida, donde Cristo está esperándonos para perdonarnos en la confesión? Si estamos carcomidos por el odio, la envidia, los resentimientos, las mentiras, los malos deseos…estamos en la comitiva de la muerte. Si, por el contrario, repartimos paz, perdón, magnanimidad, estamos en la comitiva de la vida. Si ayudamos a nuestros hermanos más pobres y necesitados, estamos resucitándolos en su dignidad y en su esperanza, repartiendo por doquier boletos para la comitiva de la vida. Si cerramos el bolsillo para garantizar nuestra vejez, sin compartir lo poco o lo mucho que tenemos, llevamos en la frente un título: “Comitiva de la muerte”. Y así, ¿quién se acercará a nosotros? Si, ante las desgracias que Dios permite en nuestra vida, gritamos a los profetas, como hizo la mujer de la primera lectura a Elías, ciertamente vamos siguiendo la comitiva de la muerte. Menos mal que Elías, confiado en Dios, le devolvió la vida a ese hijo muerto, y la alegría a esa pobre viuda que estaba de luto. Elías, hombre de Dios. Y todos en esa casa se pusieron en la comitiva de la vida.
Para reflexionar: ¿En que comitiva me encuentro hoy: en la de la vida o en la de la muerte? ¿A qué espero para pasarme a la comitiva de la vida? ¿Cambiaría por alguna cosa esta comitiva de la vida, donde está Cristo y los valores del evangelio? ¿Qué me atrae de la comitiva de la muerte?
Para rezar: Señor, quiero pedirte que te cruces todos los días por mi vida y que me digas lo mismo que a ese chico: “Joven, levántate”. Quiero escuchar de tus labios las mismas palabras que dijiste a esa pobre viuda: “No llores”. Que quienes están a mi lado, me vean feliz y radiante porque me encuentro en la comitiva de la vida y pueda invitarlos con mi testimonio y mi palabra a que se junten a Ti, que eres la Vida.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
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