Tengo el corazón lleno de recuerdos. Algunos buenos, otros malos. No sé por qué me empeño en centrarme en los malos. Hoy elijo los buenos. Busco ese amor que me haga descansar en sus manos. Un amanecer lleno de esperanza.
Quiero afirmar con san Francisco de Asís: “Si fueses perseguido, rechazado, etc. y te alegras en Dios, habrás encontrado la alegría perfecta”.
Quiero alegrarme en Dios en medio de mi cruz, en medio de mis heridas. Alegrarme por lo que tengo, sin amargarme por lo que he perdido. Recordar lo bueno, dejar a un lado esos malos recuerdos.
Es la memoria buena de la que hablaba el papa Francisco: “¿Cómo ha sido mi vida? ¿cómo ha sido mi jornada hoy, o cómo ha sido este último año? Memoria. ¿Cómo han sido mis relaciones con el Señor? Memoria de las cosas bellas, grandes que el Señor ha hecho en la vida de cada uno de nosotros”.
En medio de mi vida real, esa que no me convence del todo, esa que no me gusta, o inquieta. En medio de esa vida que vivo en la que a veces me siento incómodo… ahí quiero tener memoria buena y recordar la belleza de mi vida.
No quiero detenerme en la memoria mala: “La memoria negativa es la que fija obsesivamente la atención de la mente y del corazón en el mal, sobre todo el cometido por otros”.
No quiero recordar sólo lo malo, quedarme amargado en lo que me hiere, en lo que no me gusta, en lo que me envenena. No quiero huir a esconderme en una realidad virtual para cazar alegrías. Vanidad de vanidades, todo es vanidad. No quiero buscar la apariencia que encandila.
Buscar fotos que me traigan recuerdos buenos. No lo sé, a veces no sé qué hay detrás de las fotos que cuelgo en las redes sociales. ¿Es todo lo que parece? Sonrisas. Risas. ¿Alegría? La verdad de mi vida sé que pesa y duele. Sé que hay lágrimas y sonrisas. Llanto y risas.
Pero es mi vida, es mi memoria. Son mis recuerdos grabados a fuego en el corazón. Ahí no quiero el brillo que deslumbra. Beso con esperanza el peso opaco de mi vida. Con alegría, conmovido. La realidad dura de mi vida.
A veces la realidad virtual me encandila y hace que me aleje de mi vida real. La tensión entre la apariencia y la verdad.
La verdadera alegría nace de la aceptación de mi vida como es. Quiero alegrarme de ser como soy, de tener lo que tengo, de hacer lo que hago. Quiero vivir en paz conmigo mismo y con los que viven a mi alrededor.
No quiero ser tan rico como otros. No quiero hacer tantos viajes como otros. No quiero tener tantos éxitos como otros. No quiero. Sólo quiero ser quien soy. Nada más. Eso me consuela y alegra y me da fuerzas para la vida. Sólo necesito que mi corazón se ensanche. Un poco más.
Como el de ese niño llamado Rafa, que cuando tenía nueve años, escribió en su cuaderno: “Cuando recibí a Jesús sentí que una cruz entraba en mi corazón y se hacía más grande”. Me gusta esa mirada sobre la eucaristía. Así quiero vivir yo y que mi corazón se ensanche cada vez que reciba a Jesús. Así de sencillo. El corazón más grande.
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