“A un año de distancia de nuestro último encuentro, debemos constatar con gran tristeza que, a pesar de los muchos esfuerzos prodigados en varios ambientes, la lógica de las armas y de la vejación, los intereses oscuros y la violencia continúan devastando estos países”, denunció el Pontífice.
En ese sentido, lamentó que hasta ahora no se haya sabido “poner fin a los extenuante sufrimientos y continuas violaciones de los derechos humanos. Las consecuencias dramáticas de la crisis son visibles”, una de cuyas expresiones es “el grave fenómeno migratorio”.
En ese sentido, Francisco agradeció a los organismos caritativos, reunidos en Roma en su quinto encuentro promovido por el Pontificio Consejo Cor Unum. El Pontífice afirmó que ellos son “un signo de gran esperanza, por lo cual quiero agradecerles”.
“Junto a ustedes, tantas personas anónimas –¡pero no para Dios!-, las cuales, especialmente en este año jubilar, rezan e interceden en silencio por las víctimas de los conflictos, sobre todo por los niños y los más débiles”. “¡En Alepo los niños deben beber agua contaminada!”, denunció”.
En la audiencia, donde también estuvo presente Staffan de Mistura, enviado especial del Secretario General de las Naciones Unidas para Siria, el Papa reiteró que la violencia genera más violencia y lleva a una “espiral de prepotencia e inercia”. Es un mal que “destruye por destruir” y por tanto signo del misterio de iniquidad que “está presente en el hombre y en la historia y que necesita ser redimido”.
Por tanto, afirmó, el trabajo de los operadores humanitarios, comprometidos en ayudar a tantas personas que sufren, es “un reflejo de la misericordia de Dios y por tanto un signo de que el mal tiene un límite y que no tiene la última palabra”.
Francisco reiteró su llamado a la comunidad internacional para que ponga todos los medios a fin de terminar con este conflicto. “Mi pedido se hace una oración cotidiana a Dios para que inspire las mentes y corazones de quienes tienen la responsabilidad política para que sepan renunciar a los intereses particulares y así alcanzar el bien más grande: la paz”.
Finalmente, el Pontífice recordó a la comunidad cristiana en Medio Oriente “que sufre las consecuencias de la violencia y miran con temor el futuro”.
“En medio de tanta oscuridad, estas Iglesias mantienen alta la lámpara de la fe, de la esperanza y la caridad. Ayudando con coraje y sin discriminación a quienes sufren y trabajando por la paz y la coexistencia, los cristianos de Medio Oriente son hoy signo concreto de la misericordia de Dios. A ellos va la admiración, el reconocimiento y el sostenimiento de la Iglesia universal”, expresó Francisco, que confió estas comunidades y a los que trabajan por las víctimas, a la intercesión de Santa Teresa de Calcuta, modelo de caridad y misericordia.
En estas zonas de conflicto trabajan 12.000 operadores católicos, que asisten a cuatro millones y medio de personas en Siria e Irak.
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— ACI Prensa (@aciprensa) 28 de septiembre de 2016
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