(ZENIT – Roma, 1 de noviembre de 2017) “La verdadera felicidad es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Lo creéis?”: el Papa Francisco ha hecho esta pregunta dos veces antes del ángelus de este 1º de noviembre, fiesta de Todos los Santos, desde la ventana de su despacho del palacio apostólico del Vaticano que da a la plaza San Pedro.
Ha hecho la comparación de la vidriera para decir: “Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han acogido la luz de Dios en su corazón y que lo han transmitido al mundo, (…). Han luchado para eliminar las manchas y las oscuridades del pecado, para que pudiera pasar la delicada luz de Dios. Esta es la finalidad de la vida: hacer pasar la luz de Dios y también es la finalidad de nuestra vida”.
El Papa ha comentado el Evangelio de las bienaventuranzas leído en la misa de hoy: “Los ingredientes para la vida feliz se llaman bienaventuranzas. (…) Las bienaventuranzas (…) no piden gestos brillantes, no son para los superhombres, sino para que viva las pruebas y las fatigas de cada día”.
También ha hablado de los “muchos” santos de todos los días, presentes en el mundo de hoy, El Papa espontáneamente ha invitado a aplaudir.
Esta es nuestra traducción rápida, de trabajo, de las palabras pronunciadas por el Papa Francisco en italiano antes del ángelus.
Discurso del papa Francisco antes del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, buenos días y buena fiesta!
La solemnidad de Todos los Santos y “nuestra” fiesta: no porque seamos “buenos” sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra vida.
Los santos no son perfectos modelos, sino personas traspasadas por Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que hacen pasar la luz de diferentes tonalidades de colores. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han acogido la luz de Dios en sus corazones y que la han transmitido al mundo, cada uno según su “tonalidad”. Pero todos han sido transparentes, han luchado para quitar las manchas y las oscuridades del pecado, para así poder hacer pasar la delicada luz de Dios. Esta es la finalidad de la vida: dejar pasar la luz de Dios y es también la finalidad de nuestra vida.
En efecto, hoy, en el Evangelio, Jesús se dirige a los suyos, a todos nosotros, diciéndonos “felices” (Mt 5, 3). Es la palabra con la cual comienza su predicación, que es “evangelio”, buena nueva, porque es el camino de la felicidad. Quien está con Jesús es bienaventurado, es feliz. La felicidad no consiste en tener algo o ser alguien, no, la verdadera felicidad es la de estar con el Señor y de vivir por amor. ¿Creéis esto?.
La verdadera felicidad no consiste en tener algo o de convertirse en alguien, la verdadera felicidad es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Creéis esto?. Debemos progresar para creer esto.
Entonces, los ingredientes para una vida feliz se llaman bienaventuranzas: son bienaventurados los sencillos, los humildes que dejan lugar a Dios, que saben llorar por los otros y por sus propios errores, permaneciendo ambles, luchan por la justicia, son misericordiosos con todos, mantienen la pureza de corazón, trabajan siempre por la paz y permanecen alegres, no odian, y, cuando sufren, responden al mal con el bien.
Estas son las bienaventuranzas. No piden gestos llamativos, no son para los superhombres, sino para que vivan las pruebas y las fatigas de cada día. Los santos son así: respiran como todo el mundo el aire contaminado del mal que hay en el mundo, pero en el camino, no pierden, no pierden nunca de vista el recorrido de Jesús indicado por las bienaventuranzas, que son como el mapa de la vida cristiana. Hoy, es la fiesta de aquellos que han logrado el objetivo indicado en este mapa: no solamente los santos del calendario, sino tantos hermanos y hermanas “de la puerta de al lado”, que hemos podido encontrar y conocer. Hoy es una fiesta de familia, de tantas personas sencillas, ocultas que, en realidad, ayudan a Dios a hacer avanzar el mundo. Y hay tantos hoy! Hay tantos! Gracias a tantos hermanos y hermanas desconocidos que ayudan a Dios a hacer avanzar el mundo, que viven en medio de nosotros: saludemos a todos con grandes aplausos!.
Ante todo, me gustaría decir la primera bienaventuranza, es la de los “pobres de corazón” (Mt 5,3). Qué significa esto? Que no viven para el éxito, el poder ni el dinero. Saben que los que acumulan tesoros para sí no se enriquecen delante de Dios (Cf. Lc 12,21): al contrario, creen que el Señor es el tesoro de la vida, el amor al prójimo la única fuente verdadera de ganancia. A veces estamos descontentos por el hecho de que nos falta algo o estamos preocupados sino estamos considerados como nos gustaría. Recordemos que nuestra dicha no está en esto, sino en el Señor y en su amor: solo con él, amando podemos vivir felices.
Por último, querría citar otra bienaventuranza, que no se encuentra en el Evangelio, sino al final de la Biblia, y que habla del término de la vida: “Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor” (Ap. 14,13). Mañana, estaremos llamados a acompañar a nuestros difuntos con nuestra oración para que puedan disfrutar del Señor para siempre. Recordemos con gratitud a los que nos son queridos y oremos por ellos.
Que la Madre de Dios, Reina de los Santos y Puerta del Cielo, interceda por nuestro camino de santidad y por aquellos que nos son queridos que nos han precedido y han partido hacia la Patria Celeste.
©Traducción de ZENIT, Raquel Anillo
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