“Los monjes son el corazón palpitante del anuncio: su oración es oxígeno para todos los miembros del Cuerpo de Cristo, es la fuerza invisible que sostiene la misión”.
Por tanto, pidió a los fieles que visiten los monasterios para aprender a vivir en armonía espiritual, pues los consagrados en estos lugares “siempre tienen sus manos ocupadas con el trabajo y la oración”.
Así, el Santo Padre continuó con su ciclo de catequesis sobre la evangelización y el celo apostólico del creyente.
En esta última audiencia general del mes de abril, centró su meditación en el tema “Testigos: el monacato y el poder de la intercesión”.
El corazón de los monjes y monjas“Entre monjes y monjas existe una solidaridad universal, cualquier cosa que ocurra en el mundo encuentra un lugar en sus corazones y rezan".
El corazón de los consagrados "es un corazón que capta como una antena, vislumbran lo que ocurre en el mundo e interceden por ello”, añadió.
Asimismo, indicó que “estos son los grandes evangelizadores; los monasterios. ‘¿Cómo es posible que ellos vivan encerrados y evangelicen?’ Es verdad, porque con la palabra, el ejemplo, la intercepción y el trabajo diario son un puente de intercesión para todas las personas y los pecados”.
“Pensemos un poco en ésta, si se me permite, ‘reserva’ que tenemos en la Iglesia”. Los religiosos contemplativos - insistió el Pontífice - “son la verdadera fuerza que impulsa al pueblo de Dios”.
Los contemplativos renuncian a sí mismosDestacó que después de los mártires (tema de la audiencia pasada), “hay otro gran testimonio que recorre la historia de la fe: el de las monjas y monjes, hermanas y hermanos que renuncian a sí mismos y al mundo para imitar a Jesús en el camino de la pobreza, la castidad, la obediencia y para interceder en favor de todos”.
Entretanto, afirmó que “los monjes son el corazón palpitante del anuncio”. Por ello, observó que “no es casualidad que la patrona de las misiones sea una monja, Santa Teresa del Niño Jesús” (1873-1897).
A continuación, subrayó que los contemplativos, “rezan y trabajan en silencio por toda la Iglesia”. Este amor por todos “se traduce en su oración de intercesión”.
Al respecto citó el ejemplo de san Gregorio de Narek, que vivió en torno al año 1000. El aspecto que más conmueve de este Doctor de la Iglesia, según el Papa, es que rezaba por todos los hombres, buenos y malos, para que Dios tuviera misericordia y piedad de ellos.
Por último, el Santo Padre rezó: “¡Qué el Señor nos dé nuevos monasterios, nos dé monjes y monjas que lleven adelante la Iglesia con su intercesión!”.
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