1,1-18 Prólogo. El prólogo del evangelio es semejante a la introducción de una gran ópera musical que prepara los temas que se desarrollarán en él. Cada frase suya será explicada en el resto del evangelio. El texto es demasiado joánico para poder pensar que se trate de un himno preexistente que el autor adaptó. Comienza y concluye con la presencia de la Palabra, del Hijo único, al lado de Dios desde toda la eternidad (1s.18). La Palabra, el Verbo, se ha revelado como luz en el mundo y del mundo (1-5.15-18; cfr. 8,12). Juan Bautista fue el heraldo de la Palabra en la historia (6-8.15s), dando testimonio de la luz y llevando a los suyos a la fe en Jesús (7.35-39). La Palabra vino al mundo y a los suyos, al pueblo judío, pero no fue aceptada (9-11.14). La revelación central y clave para el lector es la filiación divina que reciben los creyentes a quienes Jesús considera verdaderamente como los suyos (13,1).
Al principio (1-5). El inicio del prólogo nos sugiere que nos hallamos ante una nueva creación (Gn 1,1). La intimidad entre la Palabra y Dios dará paso en el evangelio a la intimidad entre Jesús y el Padre, y a la intimidad entre Jesús y los suyos (8,16.29.58; 14,8-11; 15,1-10; 17,5.21-26). Dios va a crear un mundo nuevo por su Palabra, que ya fue revelada en el Antiguo Testamento como la Sabiduría de Dios que habita entre los hombres y que a veces se identificaba con la Ley. El evangelista va concatenando palabras e ideas con repeticiones, para revelar cómo el amor y la providencia de Dios han discurrido a través de los siglos hasta manifestarse plenamente en Jesús. La vida era luz y Jesús será luz de vida. Esta primera sección concluye con el rechazo de la Palabra-Luz por las tinieblas.
Las venidas de la Palabra (6-11). Juan Bautista fue enviado por Dios para conducir al mundo a la fe en Jesús y llevar a cabo el plan de Dios para la humanidad. Desde la creación, la luz estaba ya en el mundo, y su revelación estaba al alcance de todos, pero nadie la recibió (cfr. Rom 1,19s). Vino de un modo providencial al pueblo judío, a los suyos, pero tampoco ellos la recibieron.
Renacidos por la fe (12s). La revelación más personal para el lector del evangelio es que los que reciben la Palabra poniendo su fe en ella reciben la luz de vida y llegan a ser hijos de Dios como Jesús, no por deseo humano sino por voluntad de Dios. Para este fin, la Palabra se encarnó.
Encarnación de la Palabra (14). La Palabra que existía desde la eternidad se manifestó humanamente en la persona de Jesús. Puso su tienda o habitó entre nosotros revelando la presencia y la gloria de Dios, como en el Éxodo, cuando Dios reveló su gloria y presencia en la «tienda del encuentro» a Moisés y al pueblo judío (Éx 33,7-11). La tienda es una habitación pasajera en la que se vive hasta llegar a una casa bien fundamentada. Jesús habitó por un breve tiempo entre nosotros para llevarnos después a la casa del Padre (14,1-4).
Juan el Bautista (15). El Bautista sigue dando testimonio de la grandeza y preexistencia de Jesús, la Palabra encarnada. Algunos leen «el que viene detrás de mí» en un sentido espacial, suponiendo que Jesús pudo ser por algún tiempo seguidor o discípulo del Bautista en el desierto.
La plenitud en Jesús (16-18). La plenitud de gracia y verdad, del amor misericordioso de Dios, se desbordan en Jesús para llegar a todos los creyentes. La Ley fue un gran don de Dios en el Antiguo Testamento, pero palidece ante la gloria de la revelación en Jesús, el Dios hecho hombre que viene a revelar su amor de manera insospechada a los creyentes.
1,19-34 Testimonio de Juan el Bautista. El evangelista comienza a contar los sucesos de la primera semana del ministerio de Jesús. Algunos quieren ver aquí los siete días de una nueva creación, el origen de la comunidad cristiana. Las autoridades judías envían una embajada para investigar la labor de Juan Bautista. Él confiesa sin ocultar nada que Jesús era el Mesías, lo describe como alguien que está «entre ustedes» –literalmente, en medio (26)–, alguien a quien no conocen. El desafío para los judíos y para los cristianos de todos los tiempos es y será el reconocer al que está entre nosotros y no le conocemos...
Al segundo día, el evangelista presenta a Jesús como el «Cordero de Dios», sacrificado en la Pascua para la salvación de su pueblo. También en el Apocalipsis, libro de la escuela joánica, Jesús será presentado como tal (Ap 5,6-14). Jesús es el que quita el pecado del mundo, el que recibe el Espíritu Santo y con el poder del Espíritu Santo bautiza, es el Hijo de Dios.
1,35-51 Los primeros discípulos. Al tercer día recién encontramos las primeras palabras de Jesús en este evangelio: «¿Qué buscan?» (38). Estas palabras abrían el ritual del comienzo de la vida religiosa. Serán las primeras de Jesús resucitado a María Magdalena (20,15). Ésta será la primera pregunta de Jesús al comienzo de la pasión en Getsemaní (18,4). Ésta es la pregunta básica que todo cristiano deberá hacerse antes de cualquier proyecto o acción. Los dos discípulos se quedaron con Jesús, convivieron con Él; por eso Andrés podía decir al día siguiente que Jesús era el Mesías (41).
Pedro. Juan nos proporciona el nuevo nombre de Simón: Cefas, Pedro, la futura piedra sólida de la comunidad. Al comienzo y al final del evangelio es ya una figura especial y se subraya su misión (42; 20,1-10; 21,15-19). El cambio de nombre señala la conversión y transformación futura de Pedro; en términos bíblicos, es también señal del poder que Jesús ejerce sobre él desde el principio.
Natanael. La historia de Natanael es paralela a la de Tomás después de la resurrección. En ambas, Jesús les habla y les hace una revelación personal que les llega al corazón. Los dos discípulos responden con una profesión de fe profunda, la mejor que se podría esperar de ellos: Natanael, judío, lo reconoce como Hijo de Dios y Rey de Israel, títulos mesiánicos. Tomás, discípulo de Jesús, lo confiesa como Dios y Señor. Jesús responde a estas confesiones con un anuncio de cara al futuro: «Verán el cielo abierto» (51) y «Felices los que crean sin haber visto» (20,29). Para Juan, Jesús anuncia aquí la creación de un nuevo Israel en torno a los discípulos. Natanael es un israelita de verdad y sin falsedad. Se podría decir que es un Israel (Jacob) nuevo, no como el viejo patriarca famoso por sus engaños y mentiras. El nuevo Israel, Natanael y sus compañeros, también verán los cielos abiertos como el antiguo patriarca.
2,1-12 La boda de Caná. Cada milagro del cuarto evangelio es una señal de algo más profundo que Jesús va a realizar; podrían considerarse como parábolas sobre el ministerio de Jesús. En Caná podemos ver la llegada de reino de Dios, semejante a un banquete de bodas del hijo de un rey (Mt 22,1s). El vino nuevo que Jesús da es el vino de bendición esperado para los tiempos mesiánicos. Al convertir el agua, ya no queda lugar para ritos y purificaciones externas. La madre de Jesús es de tal importancia que sin ella no hubiera habido milagro; aquí, como en el segundo milagro de Caná (4,46-54), el milagro se obtiene a través de la fe. La hora de Jesús no había llegado; cuando llegue, en la pasión, será hora de servicio, sacrificio y gloria (12,23-28); junto a la cruz de Jesús estará una vez más su madre. Los sirvientes, diáconos, de Caná sabían bien de dónde procedía el nuevo vino, ya que habían obedecido las órdenes de Jesús, pues el que hace lo que Jesús dice conocerá el origen de sus dones (7,17). En Caná, Jesús manifestó su gloria salvando de una situación embarazosa a aquellos novios que no son identificados. Para Juan, el verdadero novio será Jesús (3,29), que inaugura el reino de Dios.
2,13-25 Purifica el templo. Los evangelios sinópticos ponen este incidente en la única visita que Jesús hace a Jerusalén al final de su ministerio. Juan, que lleva a Jesús repetidas veces a Jerusalén, lo pone al comienzo. Jesús viene a transformarlo todo. El Templo que se había convertido en un mercado debía ser sustituido por Jesús, el nuevo Templo de la presencia de la gloria de Dios.
3,1-21 Jesús y Nicodemo. Este capítulo está íntimamente relacionado con los temas de la Última Cena. Así, comienza con una alusión al agua y al bautismo, necesario para ver el reinado de Dios y para tener parte con Jesús (13,8). Ni Nicodemo ni Pedro entienden tal mensaje, aunque Pedro lo entenderá más tarde. A Nicodemo, maestro de Israel (10) Jesús le da lecciones. El sacrificio de Jesús será fuente de vida y salvación para los creyentes, revelará la grandeza de su amor (15,13). A Nicodemo le anuncia el amor de Dios al mundo (16), y en la cena enseñará a los suyos los canales por donde ese amor discurre para llegar al mundo: El Padre ama a Jesús; Jesús ama a sus discípulos; los discípulos deberán amar según el ejemplo de Jesús. El evangelista avanza en su narración por medio de malentendidos que pone en labios de Nicodemo. Hay dos mundos, uno físico y visible y otro espiritual e invisible que solamente se reconoce por la fe, y al que se entra por el bautismo. El amor de Dios no tiene límites, pero lo trágico es que los hombres rechazan la luz de la fe para vivir en la comodidad y suciedad de las tinieblas. Cuando Jesús envíe su Espíritu, éste pondrá de manifiesto los pecados y las injusticias del mundo (16,7-11).
3,22-30 Jesús y Juan el Bautista. El bautismo que Jesús anuncia como un renacer de lo alto se contrasta con el bautismo de Juan Bautista. Juan es una lámpara, un enviado para atraer la atención sobre Jesús. Juan Bautista no buscaba nada para sí mismo; por ello no tenía celos de Jesús. La fuente de su alegría era que Jesús fuese conocido, y que todos lo recibieran. La alegría de Juan presagia la que Jesús promete a sus discípulos (15,11; 17,13).
3,31-36 Enviado de Dios. Un cristiano tiene la obligación de dar testimonio de los dones recibidos de Dios. Existe una estrecha correspondencia entre el escuchar y el recibir dicho testimonio. La fe es don del Padre que viene por Jesús y se recibe con el Espíritu. Dios obra todo en todos.
4,1-45 Jesús y la samaritana. Teniendo en cuenta que en la biblia una mujer es símbolo y encarnación de su pueblo, esta narración debe enfocarse en el pueblo samaritano (39-42). Según datos del Antiguo Testamento, éste se había formado con cinco tribus que repoblaron Samaría después de ser conquistada por Asiria. Cada tribu trajo sus propios dioses, aunque después aceptaron el culto a Yahvé (2 Re 17,24-34). La narración es una historia de la conversión de este pueblo más que de la mujer. Al comienzo, la mujer se pone al mismo nivel que Jesús: Tú judío; yo samaritana (9). Jesús le recuerda su doble ignorancia (10), sugiriéndole el don del agua viva. Dos veces la mujer llama a Jesús «Señor» (11.15), conforme aumenta su respeto hacia Él; acaba invirtiendo los papeles cuando ella le pide de esa agua viva. La petición de la mujer buscaba que Jesús le hiciera la vida más fácil. Cuando Jesús le habla de sus cinco maridos –los cinco dioses originales de los samaritanos–, la mujer se reconoce pecadora al reconocer a Jesús como verdadero profeta (19); sin embargo, a nivel religioso, la mujer insiste en que Yahvé es el marido de su pueblo, ya que sus antepasados, los patriarcas, habían adorado en tierras de Samaría. Jesús le anuncia a la mujer que en el futuro la adoración no estará ligada a lugares sino a una persona, a Él mismo, el nuevo Templo de Dios, y será un culto en espíritu y verdad, algo que proviene del corazón movido por Dios y que se revelará en acciones concretas de vida. La samaritana sabe que Jesús es el Mesías porque Él personalmente se lo revela. Éste es el único caso en que Jesús revela directamente su identidad; lo hace a una mujer de raza despreciada y no de raza judía; lo hace a una mujer y no a un hombre; escoge a una pecadora y no a una santa, porque Dios suele escoger a los últimos. Al enterarse de que Jesús era el Mesías, la mujer se convirtió en apóstol y mensajera de la Buena Noticia para su gente. Cuando los samaritanos conviven dos días con Jesús, llegan a reconocer que Jesús no es un simple Mesías salvador de los judíos; Jesús es un «supermesías», salvador de todo el mundo (42). La mujer tendrá que acabar convirtiéndose en condiscípula de los que ella providencialmente había llevado a la fe en Jesús.
4,46-54 Sana al hijo del funcionario. La narración comienza y concluye con referencias al primer milagro de Caná. En este segundo milagro también se va a dar una conversión maravillosa. Juan sugiere este cambio y conversión al cambiar los títulos con los que designa al padre del niño: El funcionario real, que obra como los que no creen (48), pasa a ser un hombre que cree provisionalmente (50), y al constatar la hora de la sanación de su hijo acaba siendo un padre que lleva a toda su familia a la fe (53). Jesús obra el milagro también en Caná, aunque la sanación tiene lugar en Cafarnaún. Para el evangelista, la verdadera sanación no fue física sino espiritual; fue la del funcionario-hombre-padre a través de su fe. Probablemente tenemos aquí la versión joánica del milagro del centurión de los evangelios sinópticos, donde también se trata de un militar, modelo de fe, que obtiene una sanación a distancia.
5,1-18 Sana al enfermo de la piscina. Aquí comienza una serie de narraciones asociadas con fiestas de los judíos que son sustituidas por la persona de Jesús: el sábado (5,1-47); la Pascua (6,1-71); la fiesta de las Chozas (7,1–10,21); la fiesta de la Dedicación (10,22-42). En cada fiesta se nos ofrece una nueva revelación sobre Jesús y su misión. El tema principal de este capítulo es Jesús como fuente de vida. Juan señala que la enfermedad duraba treinta y ocho años, igual al número de años que los israelitas anduvieron errantes por el desierto esperando la muerte, sin poder entrar en la tierra prometida por haber pecado contra Dios. Fueron treinta y ocho años sin esperanza y sin futuro (Dt 2,14s). Así se encontraba el enfermo de la piscina, a quien Jesús le ofrece salvación y lo sana. Pero después, éste no hace lo que Jesús le ordena, sino que va a los judíos a reportarle (15). Jesús lo encuentra en el Templo, en el centro del judaísmo, y le conmina a no pecar más para que no le suceda algo peor. A su acción de dar vida, los judíos responden con intenciones de muerte (18). La discusión de Jesús con los judíos es un reflejo de las disputas de los cristianos con los judíos de la sinagoga cuando se escribía el evangelio. El descanso sabático fue pronto un tema de discrepancia. Las repetidas referencias a la conducta de Jesús en todos los evangelios sirven para justificar la práctica de los cristianos.
5,19-30 Autoridad de Jesús. Todo lo que Jesús dice y hace proviene de su comunión con el Padre (26s). La autoridad de Jesús se revela sobre todo en su poder de dar vida (21.24s.28). Encontramos tres formulaciones de esta misma idea: en el versículo 24 encontramos una escatología presente o realizada; la fe produce una resurrección en el creyente. En 1 Jn 3,14 es el amor lo que produce la resurrección en el cristiano, pues ha pasado de la muerte a la vida. En el versículo 28 tenemos una referencia a una escatología futura, más de acuerdo con el pensamiento de los sinópticos.
5,31-47 El testimonio de Jesús. Jesús es fuente de vida y Señor del sábado porque es respaldado por testimonios fehacientes: su palabra, Juan Bautista, sus obras que son obras del Padre, las Escrituras que anuncian el don de vida, y hasta el mismo Moisés. El gran obstáculo para aceptar esto es que sus oyentes no poseían el amor de Dios. Se amaban a sí mismos y buscaban su propio honor y gloria (44).
6,1-15 Da de comer a cinco mil. La multiplicación de los panes se cuenta en todos los evangelios, mirando al milagro del maná en el Éxodo y a la celebración de la eucaristía en la comunidad cristiana. Como en la sección anterior, Jesús es fuente de vida, el pan de vida, que alimentó a cinco mil y que seguirá alimentando a millones de creyentes. Andrés y Felipe, como en otros lugares de este evangelio, hacen el oficio de intermediarios (1,41.45; 6,7s; 12,20-22). Jesús manda recoger las sobras para que no se pierda nada. Desde el principio, los Padres de la Iglesia vieron en las sobras un símbolo de los fieles cristianos que se recogen en la Iglesia, y que no se deben perder. Como en la primera multiplicación de los panes de Marcos, sobran doce canastas (Mc 6,43), lo suficiente para alimentar a un nuevo Israel. La respuesta entusiasta de la gente de proclamar rey a Jesús lleva a éste a alejarse de ellos.
6,16-21 Camina sobre el agua. Este milagro, como el anterior, se encuentra en la tradición sinóptica. Juan no lo dramatiza. Lo importante parece ser que Jesús se revela a los discípulos empleando el nombre de Dios en el Antiguo Testamento: «Yo soy». Si hubieran entendido y recordado que Jesús se revelaba y hablaba como Dios, todo el discurso que sigue tendría perfecto sentido.
6,22-40 El pan de vida. La narración está muy estilizada. La multitud busca a Jesús, se embarca (haría falta toda una flotilla) y lo encuentra en Cafarnaún. Lo buscan por motivos humanos, por las ventajas que Jesús les puede ofrecer. Todo el sermón y el diálogo que siguen están centrados en los versículos 41-43 que tiene sus elementos ordenados concéntricamente:
A. Los judíos murmuraban...
B. Era el pan bajado del cielo...
C. ¿No es éste Jesús?...
B1. Dice que ha bajado del cielo...
A1. No murmuren entre ustedes.
La pregunta fundamental a la que se responde en este discurso, como en casi todo el evangelio, es sobre la identidad de Jesús. El discurso tiene dos partes: Jesús es el pan de vida (6,31-40) y el alimento sacramental que se comparte en la eucaristía (6,41-59). La palabra de Jesús es pan de vida que se recibe por la fe (35.40).
6,41-59 El que está junto al Padre. Jesús es el Dios que alimenta a su pueblo como lo hizo en el pasado por medio de Moisés. El primer pan fue temporal y perecedero. El pan de Jesús produce vida eterna. Este alimento está ligado al sacrificio de Jesús que derrama su sangre por los suyos.
6,60-71 Quejas de los discípulos – Palabras de vida. La respuesta de muchos discípulos al discurso del pan de vida, como la de los judíos del desierto, fue la murmuración y la protesta. La respuesta del discípulo ideal está puesta aquí en labios de Pedro, que ve en Jesús el pan y la palabra de vida eterna. Juan enmarca la respuesta de fe de Pedro con dos alusiones a Judas, el traidor (64.71). De algún modo, la traición de Judas se prepara desde este punto, cuando se niega a creer en Jesús y a aceptar la eucaristía.
7,1-31 En la fiesta de las Chozas. Juan continúa presentando la revelación de Jesús asociada con otra fiesta judía. La fiesta de las Chozas o de los Tabernáculos era la más popular de las tres fiestas para la gente que peregrinaba a Jerusalén. Era una fiesta otoñal de acción de gracias por los frutos de la tierra. Con el tiempo se la asoció al éxodo de Egipto, recordando el don del agua de la roca y la luz de la columna de fuego que guió al pueblo en su peregrinación por el desierto (Éx 14,19s; 17,1-7). Cada día se celebraba una procesión para llevar agua desde la piscina de Siloé al Templo. El atrio de las mujeres era iluminado brillantemente con grandes candelabros. En esta fiesta, Jesús se va a revelar como el agua viva y la luz del mundo que muchos judíos esperaban para los tiempos del Mesías.
Al igual que en la sección anterior, Juan continúa describiendo las respuestas al mensaje de Jesús. Como muchos de los judíos, los parientes de Jesús tampoco creían en Él; suponían que buscaba una gloria mundana, por eso pretendían que se aprovechara de la oportunidad («kairós») para ganar fama. Jesús tiene una «hora» decretada por el Padre para su glorificación. Los judíos se admiraban de su sabiduría que provenía de arriba, del Padre. Juan distingue entre las opiniones de los judíos y las de la gente; los judíos eran los que se negaban a creer y buscaban el tropiezo de Jesús; la gente, en cambio, trataba de entenderle para poner su fe en Él.
La parte central de este capítulo y el siguiente es la revelación de Jesús como luz del mundo (8,12). Sus temas alrededor de esta revelación son paralelos. Los dos tratan de la identidad de Jesús (7,14s.25s; 8,14-20), de su origen (7,27-29; 8,23), y de su misión (7,35s; 8,21s). El evangelista piensa en las disputas que los cristianos de su comunidad sostenían con los judíos de la sinagoga. A partir de su revelación como luz del mundo en 8,12, la identidad divina de Jesús será revelada con tres afirmaciones solemnes de «Yo soy» (8,24.28.58). Los que se niegan a aceptar a Jesús no tienen relación con Dios ni son hijos de Abrahán; acabarán siendo instrumentos e hijos del Diablo.
7,32-36 Ordenan detenerlo. Para Juan, los fariseos encarnan la oposición de los judíos contra Jesús (1,24; 7,47; 9,13; 18,3s). La pregunta que se hacían sobre los planes del Maestro tenía una respuesta clara y afirmativa para sus lectores, que vivían en medio del mundo pagano y sentían que Jesús estaba con ellos; Jesús se iba a sacrificar libremente, iba a ir a la casa del Padre, y su mensaje llegaría a todos, judíos y paganos.
7,37-53 Quien tenga sed, venga a mí. El último día de la fiesta de las Chozas, de modo más solemne, se repetía la procesión diaria para traer agua al Templo desde la piscina de Siloé. Jesús es la esperada fuente de agua viva. En la teología de Juan, en la que el creyente se identifica con Jesús, el agua viva que brota del Maestro (38) también brotará a su vez del creyente produciendo vida eterna (4,14). Esa agua viva, relacionada con la sed de Jesús y la sed del creyente será su Espíritu que va a ser entregado al morir en la cruz (19,34). La multitud estaba perpleja; las opiniones contrariadas de los judíos los tenían confundidos (25-27.40-42). Los judíos discuten sobre el origen terreno de Jesús; Juan sabe que sus lectores conocen su origen divino. Los guardias enviados a arrestar a Jesús han quedado fascinados por sus palabras. Los fariseos tratan a los guardias con arrogancia; pero Nicodemo, un fariseo honrado, invita a sus compañeros a escuchar y reflexionar.
8,1-11 Perdona a la adúltera. Esta narración se ubicaría muy bien después de Lc 21,37s. En su actual contexto literario rompe el discurso que el evangelista está realizando. El tema y el vocabulario son muchos más cercanos a Lucas que a Juan. No se encuentra en los manuscritos más antiguos, y en los que se encuentra, a veces está desplazada al final o marcada con asteriscos marginales. La Iglesia católica enseña que es una historia inspirada y que tiene el mismo valor que los demás textos del evangelio. La narración nos recuerda que todos tenemos el techo de cristal, por lo que no debemos tirar piedras al del vecino. Jesús llama a la compasión y al perdón de los pecados.
8,12-20 Jesús, luz del mundo. Ésta es la revelación central del evangelio. En la primera carta de Juan se anuncia solemnemente que Dios es luz (1 Jn 1,5). Como lo explicará en el capítulo siguiente, Jesús (Dios) es luz y salvación para los que le siguen. Es «luz del mundo», y no sólo de los judíos (1,4s.9). En muchas religiones orientales, la divinidad estaba asociada con el sol y con la luz. En la Biblia, la luz es aquello que ayuda a encontrar el camino a seguir, a apreciar la voluntad de Dios y a evitar los peligros. El que camina en la oscuridad tropieza. El que tiene la luz de Jesús puede apreciar el valor del sacrificio, la humildad y la caridad; también puede ver peligros en la ambición, las riquezas, los placeres y los honores del mundo. El mundo que no tiene la luz de Jesús aprecia las cosas a su modo, en la oscuridad.
8,21-30 Yo me voy. Los judíos siguen sin entender a Jesús. Sus comentarios se acercan a la verdad, pero no logran descubrirla. Jesús no se va a matar, pero se va a dejar matar; Jesús va a morir, entregando su vida por todos. El cristiano no sacrifica a los demás, sino que se sacrifica por los demás; no sabe matar, pero sabe morir cuando es preciso. Solamente cuando Jesús inocente vaya a la pasión aceptando su suerte en silencio, muchos se darán cuenta de que se ha puesto en todo momento en manos del Padre.
8,31-38 La verdad libera. Esta discusión también es un eco de las disputas de los cristianos con los judíos de la sinagoga cuando Juan escribía su evangelio. Los cristianos se consideraban verdaderos hijos de Abrahán, hijos de la promesa, como lo había sido Isaac. Para Juan, los judíos se comportaban como Ismael, el esclavo que había perseguido a Isaac. El esclavo fue echado fuera de casa junto con su madre. Los judíos, al no aceptar a Jesús, se estaban excluyendo a sí mismos del reino de Dios; se creían libres y no se daban cuenta de que eran esclavos de sus tradiciones, prejuicios y pecados. Sólo el que acepta la plenitud del mensaje de Jesús y lo vive en acciones concretas tendrá la verdadera libertad y la paz interior que Él trae a los suyos.
8,39-47 El padre de ustedes. Juan y los cristianos se reconocen como verdaderos hijos de Abrahán, de acuerdo a los planes y promesas de Dios cumplidas en Jesús. El que quiera ser hijo de Abrahán tendrá que obrar como él; tendrá que creer como él y estar dispuesto a aceptar el sacrificio que Dios le pida. El que no es hijo de Abrahán no será hijo de Dios, acabará siendo hijo del Diablo, el padre de la mentira.
8,48-59 Antes que Abrahán. Los cristianos son hijos de Abrahán porque saben que Jesús es hijo de Dios. Los judíos recurren a los insultos al no tener respuesta a los argumentos de Jesús. Él les habla a un nivel espiritual elevado, y ellos siguen aferrados a sus intereses y prejuicios bajos. Juan hace referencia a la creencia judía de que Abrahán recibió una visión del futuro y de la gloria del Mesías, en premio a su obediencia en el sacrificio de Isaac. Jesús habla teológicamente; no dice que Él vio a Abrahán, sino que Abrahán lo vio a Él. Jesús es la Palabra que existía desde el principio (1,1). Los judíos son incapaces de entender a Jesús y recurren a las piedras y a la violencia.
9,1-41 Sana a un ciego. Esta narración trae a la memoria el salmo 27. Como el salmista, el ciego podrá decir: «El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré?... Mis enemigos y adversarios tropiezan y caen... Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá» (Sal 27,1s.10). Juan ofrece una catequesis bautismal para su comunidad. El milagro es una iluminación y una nueva creación; comienza con el barro y el lavatorio ordenado por Jesús. La ceguera no era un castigo por pecado alguno; va a servir de ocasión para revelar la obra y la gloria de Dios. Jesús respalda sus palabras con sus acciones: es pan, luz y vida que alimenta, ilumina y resucita. El ciego se lava según el mandato de Jesús y queda transformado, de modo que sus vecinos que lo conocían bien tienen dificultad en reconocerlo. Cuando el ciego habla, lo hace como Jesús, diciendo «Soy yo» (9). Al lavarse, había quedado transformado en Jesús, y ya no vive o habla él, sino que Jesús vive y habla por él. El ciego va descubriendo quién es Jesús a lo largo del diálogo: «Ese hombre que se llama Jesús»; no sabe quién es Jesús ni dónde está (11s). Viene de parte de Dios, aunque los fariseos lo nieguen (16). El ciego lo confiesa como profeta; luego, al reconocerlo como Mesías es expulsado de la sinagoga (22.34; cfr. 12,42). El ciego es ya una nueva persona que ha nacido de Dios (1,13), por eso sus padres, según la carne, lo abandonan. Los judíos, especialmente los fariseos, pretenden saberlo todo; el ciego se aferra a su experiencia: antes era ciego y ahora ve. Es expulsado de la sinagoga corriendo la suerte de los judíos que se convertían al cristianismo cuando se escribió el evangelio; pero Jesús viene a su encuentro y se le revela como el Hijo del Hombre; el ciego se postra ante Él y lo adora. El Hijo del Hombre es la figura divina que viene para juzgar, de manera que los que creen ver se queden ciegos. El que acepta a Jesús, tarde o temprano, será rechazado por el mundo de las tinieblas; y si no es rechazado tendrá que salirse de allí, porque pertenece al nuevo mundo de la comunidad cristiana que no se apega a las cosas, sino que se centra y reúne en torno a Jesús.
10,1-21 El buen pastor. Lo que Yahvé era para su pueblo en el Antiguo Testamento (Sal 23), Jesús lo es para los suyos. Como Jesús, sus seguidores también están llamados a ser pastores. Juan hace un contraste primero entre el pastor y los ladrones y asalariados, para pasar a hablar directamente del buen pastor y su relación con las ovejas. Jesús sigue hablando en presencia de los fariseos de 9,40s. Los fariseos ciegos son los ladrones y bandidos que pueden llevar las ovejas a la ruina (6). Jesús es a la vez la puerta y el pastor de las ovejas. Solamente en Jesús y con Jesús se encuentra la verdadera vida. El buen pastor está dispuesto al sacrificio, conoce íntimamente a sus ovejas y se sacrifica por ellas (11.15.17s); así les revela su amor. Hay otras ovejas que no pertenecen al rebaño de Israel; Jesús las va a recoger en el rebaño de su Iglesia. El sacrificio de Jesús será el punto de atracción y de reunión de su rebaño (12,32). Los judíos seguían divididos. No eran capaces de aceptar a Jesús y de convertirse en ovejas suyas.
10,22-42 La fiesta de la Dedicación. Esta fiesta recordaba la purificación del Templo de Jerusalén por Judas Macabeo, después de la derrota de los enemigos de Israel (1 Mac 4,36-59). El evangelista continúa con el tema del pastor a quien hay que escuchar y creer para tener vida eterna. Éste es el plan de Dios, y no hay otra vía de salvación. El Padre y Jesús son uno porque su unión es total. Jesús es el consagrado por el Padre (36), mucho más que lo que había sido el Templo en su consagración y dedicación recordada en esta fiesta. Jesús hace visible todo lo que creemos del Dios invisible. También el cristiano deberá hacer visible todo lo que dice y cree que Jesús es. Los judíos no escuchaban ni a la razón ni a la revelación. Su ira los cegaba. Repetidamente querían recurrir a la violencia (31.39). Jesús se retira al otro lado del río Jordán, al lugar donde había muchos discípulos de Juan Bautista, que estaban bien dispuestos hacia Él. Allí encuentra seguridad y paz y se prepara para su pasión.
11,1-57 Resucita a Lázaro. Ante el retraso de la parusía y la segunda venida de Jesús, la pregunta que muchos creyentes se hacían era ésta: ¿Qué sucederá a los que mueren antes de tales acontecimientos? Juan responde que para el que es amigo de Jesús, la muerte no presenta problema alguno. La historia de Lázaro es prueba de ello. La enfermedad de Lázaro, como la ceguera del ciego, mira al futuro; es para revelar la gloria de Dios. Jesús retrasa su ida dos días para demostrar claramente que es fuente de vida; los judíos pensaban que al cuarto día de la muerte de una persona no había esperanza de resurrección (39). Para el cristiano, la muerte física es como un sueño del cual Jesús lo va a despertar un día. Tomás anima a los demás discípulos para que estén dispuestos a morir –y a resucitar– con Jesús. Las dos hermanas, Marta y María, al encontrarse con el Maestro, dicen: «Si hubieras estado aquí...» (21.32). Jesús se pone al nivel de cada hermana y las acompaña en sus sentimientos. Marta hace una profesión de fe en Jesús que en los sinópticos está reservada a Pedro (27). Jesús llora y se estremece, sintiendo una agonía ante la muerte del amigo y el dolor de los suyos. Marta expresa sus dudas hasta el último momento, pero Jesús le anuncia que la fe tiene como premio el ver la gloria de Dios, el experimentar personalmente cómo Dios ayuda y salva. Jesús ora públicamente para dar ejemplo a sus seguidores de cómo deberán obrar. Lázaro resucita; los judíos responden con planes de muerte para el que da vida. Caifás, el sumo sacerdote de aquel año tan importante, profetiza que la muerte de Jesús será la salvación del pueblo judío y de todos los hijos de Dios.
12,1-11 Unción en Betania. María, la hermana de Lázaro, llena de amor y agradecimiento a Jesús, derrocha el perfume para honrarle. Judas, en quien el amor ya no tenía cabida, tiene buen olfato para los negocios, y al oler el perfume adivina su precio. Judas habla de los pobres sin realmente preocuparse por ellos. Preocuparse de los pobres es amar y compartir. A menudo hablamos como Judas de dar a los pobres, pero antes de dar el Señor nos pide amar. Amar al pobre es anunciarle el llamado que Dios le hace y ayudarle a crecer como persona, superando debilidades y divisiones; es enseñarle a cumplir la misión que Dios le confió. La compasión de Jesús con los pobres la encontramos en los otros evangelios, especialmente en Lucas. Los judíos al ver que Jesús es fuente de vida y aviva las multitudes, sólo piensan en darle muerte, y con Él a su amigo Lázaro.
12,12-19 Entrada triunfal en Jerusalén. La gente se agolpa en torno a Jesús. La resurrección de Lázaro atrae a todos hacia Él, que es fuente de vida. Los fariseos, en su impotencia, confiesan que todo el mundo –judíos y griegos– se van con Él.
12,20-50 Los griegos y Jesús. Estos paganos piadosos que buscan a Jesús son prueba de que «todo el mundo se va con él» (12,19). El servicio («diakoneo» – tres veces mencionado) es lo que define la hora de Jesús y la del cristiano. Donde hay amor, el servicio es glorioso. Donde no lo hay, es puro sufrimiento servil. El servicio está enmarcado por dos referencias a la pasión y agonía de Jesús, y es la revelación de la hora de Jesús. A una persona le llega su hora cuando es llamada a servir. La pasión de Jesús será su mayor servicio a la humanidad. Ahora va a tener lugar el juicio del mundo. Satanás va a perder la guerra; Jesús va a triunfar y se va a convertir en foco de atracción al que todos deberán mirar (19,37). El Apocalipsis presenta el triunfo de Jesús en la batalla entre el dragón y los ángeles (Ap 12,7-9). Los que lo aceptan se salvan; los que no lo reciben, se condenan a sí mismos. La primera venida de Jesús es para salvar a quien cree en Él; la segunda venida será para juzgar a los incrédulos. Los judíos siguen sin entenderlo porque creen de antemano que conocen las respuestas (34). Jesús hace un llamado a caminar en la luz; es la última oportunidad para salir de las tinieblas. Jesús se escondió (36); solamente lo encontrarán en la confrontación final de la pasión.
El evangelista hace un resumen del libro de las señales. Éstas no bastan para llevar a la fe. Una disposición interna positiva es necesaria. El rechazo por los judíos, previsto por los profetas, fue providencial. Jesús es la palabra y la luz venida al mundo. El que no la recibe permanece en la oscuridad. El que la recibe conoce por experiencia que proviene de Dios, del Padre.
13,1-20 Lava los pies a los discípulos. La segunda parte del evangelio se centra en la hora de Jesús que discurre a lo largo de la «última cena» con el discurso de despedida, el proceso de la pasión, y la resurrección de Jesús. Mientras que el Jesús de la cena a veces aparece glorioso (17,1-13), el Jesús resucitado se presenta con sus llagas y su humanidad, en camino hacia el Padre (20,16s). El diálogo de Jesús con los discípulos progresa por medio de preguntas y malentendidos. El Libro de la Hora de Jesús es introducido con una doble mención de su conocimiento. Sabe que ha llegado su hora, que el Padre lo ha puesto todo en sus manos, y que vuelve a Dios; los discípulos comparten ahora el conocimiento de Jesús. La hora es algo deseado y positivo, una ida de este mundo al Padre. Es hora de humildad y de servicio a los suyos. Pedro, que no había entendido la necesidad de la pasión, no entiende ahora el servicio y sacrificio de Jesús; pero está dispuesto a aceptar todo con tal de no separarse de Él. Este lavado de los pies tiene una dimensión simbólica y sacramental. El Señor y Maestro les ha dado una lección de cómo actuar en la comunidad cristiana. El que busque servir como Jesús será feliz.
13,21-30 Anuncia la traición. Los discípulos no se conocían bien unos a otros; cualquiera podía tener un fallo humano y convertirse en traidor. Judas, el único traidor, se convierte aquí en un endemoniado; detrás del bocado entró en él Satanás. En la pasión, Judas va a encarnar el poder de las tinieblas que va a ser vencido por Jesús (18,1-13). Por eso, Juan añade que era de noche; se va a las tinieblas a las que pertenece.
13,31-38 La gloria de Jesús. La gloria de Jesús se hace real cuando Judas sale para poner en marcha el proceso de la pasión. Esta hora la hacen brillar los discípulos por medio del amor, en imitación del amor servicial de Jesús. Pedro aún no entiende lo que Jesús le pide. No se trata de seguirle ahora y de dar su vida por Jesús; habrá que seguir a Jesús por el amor, dando la vida por los hermanos.
14,1-14 Jesús, camino hacia el Padre. Los discípulos llegarán un día al mismo destino que Jesús, a la casa del Padre. Mientras tanto, aquí en la tierra, tendrán que seguir el camino marcado por Él; conocen la dirección general, pero el paso a paso tendrá que ser una decisión personal de cada momento. Jesús es la presencia del Padre como el cristiano debe ser una presencia de Jesús. El que cree en Jesús y sigue sus pasos, dejándose guiar por su amor, hará obras mayores que Él (12), siendo capaz de sacrificarse por los hermanos y de ser fiel toda su vida.
14,15-31 Promesa del Espíritu. Esta primera promesa del Espíritu revela el nuevo modo de la presencia de Jesús con los suyos. No los va a dejar huérfanos. El Espíritu viene para unir y fortalecer la comunidad. Éste es un primer paso para prepararla para su lucha contra el mundo y lo mundano, en la que el Espíritu jugará un papel clave.
15,1-17 La vid verdadera. La unión y comunión del creyente con Jesús es indispensable para poder dar fruto. Esta unión o permanencia con Él tiene lugar a través de su amor y es fuente de la plenitud de su alegría. Jesús quiere seguidores alegres que vivan el amor y lo gocen. Juan presenta ese amor-modelo de Jesús en medio de dos versículos que repiten el mismo mensaje: mi mandamiento es «que se amen unos a otros como yo los he amado» (12.17). Entre estos dos versículos, el evangelista presenta las cualidades del amor cristiano ejemplificadas por Jesús: se mide en términos de sacrificio (13s); de obediencia (14); de auto-revelación y manifestación, de compromiso y fidelidad (16s). Cuando uno ama de verdad está dispuesto a los mayores sacrificios, a escuchar y obedecer, a revelar sus secretos e intenciones, y a ser fiel a ese amor aunque se presenten fallos humanos.
15,18-25 El odio del mundo. Paralelo al amor cristiano existe el odio del mundo hacia los que no son suyos y hacia aquellos cuya conducta es un reproche a lo mundano. Los cristianos van a correr la misma suerte que Jesús, rechazo y persecución; sus tristezas y dificultades serán pasajeras; la tribulación desembocará en un mar de alegría.
15,26–16,5 Me odiarán sin razón. El Espíritu de Jesús vendrá a defender y proteger al cristiano del odio del mundo. Éste llegará a tal punto, que hasta gente que se cree religiosa y piadosa perseguirá a los discípulos de Jesús, creyendo actuar para gloria de Dios. Esto sigue siendo una triste realidad en la historia.
16,6-15 La obra del Espíritu. Esta segunda promesa del Espíritu está asociada al odio del mundo, y a las persecuciones que van a sufrir los cristianos en su misión al mundo. El Espíritu viene para revelar los pecados y las injusticias del mundo que a veces podrán ir enmascaradas como actos de virtud. El Espíritu que mantiene unida a la comunidad (14,15-29) le da fuerza y sabiduría para encarar las injusticias del mundo.
16,16-33 Alegría tras la pena. Los discípulos siguen sin entender plenamente el mensaje de Jesús. Se sienten intrigados. Jesús les anuncia que están llamados a dar a luz un mundo nuevo, basado en el amor y guiado por el Espíritu. El dar a luz produce un sufrimiento pasajero que acaba en una alegría inmensa. Este momento de alegría y gozo está cercano, casi a la mano. El amor de Jesús y del Padre que se les va a revelar cambiará la perspectiva de los discípulos. Van a tener fe, valor y paz para enfrentarse a todas las dificultades que se presenten, porque sabrán que Jesús está con ellos como el Padre ha estado siempre con Jesús.
17,1-26 Oración sacerdotal de Jesús. Algunos han visto esta oración como el testamento de Jesús para los suyos. Su objetivo es la unión y comunión de los discípulos con Jesús y con el Padre (26). Comienza con el reconocimiento de que nos hallamos ante la hora de gloria. Jesús puede dar gracias al Padre porque ha llevado a cabo su misión y porque sus discípulos han creído. Da también gracias por ellos que están en el mundo, aunque no son del mundo ni se guían por los criterios del mundo. Esos mismos son los discípulos que dentro de unas horas lo abandonarán cobardemente, no por malicia sino por debilidad humana. En el centro de la oración, Jesús desea que el gozo y la alegría sean una característica permanente de los suyos (13). Concluye con una súplica por los cristianos del futuro, para que se mantengan fieles a su mensaje. Cuando se terminaba de escribir este evangelio, la incipiente desunión entre los cristianos y la aparición de las primeras sectas eran ya un problema serio; por esto el evangelista insiste en que la unidad es un deber y una necesidad para los cristianos (10,16; 11,52; 17,11.21.23). En la primera carta de Juan, los que han salido de la comunidad son llamados «anticristos» porque van contra el deseo de unidad que Jesús deseó (1 Jn 2,18s).
18,1-13 Arresto de Jesús. Esta escena introduce el drama de la pasión: es una lucha entre Jesús y Satanás encarnado en Judas, entre la luz y las tinieblas, que va a acabar con la victoria de Jesús que echa abajo el poder del demonio y que va a ser la salvación para los suyos (6.8). La escena sucede en un huerto, así como en un huerto tuvo lugar la primera caída de la humanidad. El único punto de contacto con los evangelios sinópticos, el beber la copa (11), es presentado como algo positivo que proviene del Padre. La pasión es el triunfo y la gloria de Jesús.
18,14-27 Ante Caifás – Negaciones de Pedro. Juan coloca las negaciones de Pedro antes y después del interrogatorio por el sumo sacerdote. Así contrasta fuertemente la respuesta de Jesús con la conducta del discípulo. Jesús responde que no ha dicho nada en secreto; que hay gente que sabe muy bien todo lo que ha dicho. Nadie lo sabe mejor que Pedro y los discípulos. A ellos les toca en adelante hablar de Jesús. La tragedia, entonces y ahora, es que el discípulo no habla como Jesús, respondiendo «Yo soy». El hablar como Jesús era peligroso y podía llevarlo a la prisión. Cuando Pedro niega a Jesús por tercera vez, el gallo canta. Algunos creen que los gallos eran animales impuros porque estaban asociados con la magia y el demonio, de modo que al cantar el gallo quien canta no es otro que el demonio que ha obtenido una importante victoria.
18,28–19,16 Jesús ante Pilato – Condena a muerte. Juan presenta el juicio de Jesús ante el gobernador romano en una serie de siete pequeñas escenas o diálogos, fuera y dentro del palacio. La primera escena ante la gente (18,29-32) anuncia que se trata de una cuestión de vida o muerte a manos de los romanos, según lo anunciado por Jesús. En la segunda escena (18,33-37), dentro del palacio, Jesús se proclama rey; su reinado y poder no es como el del mundo. Jesús es un rey-maestro que no tiene súbditos sino discípulos, los que escuchan su voz. En la tercera escena (18,38-40), de nuevo ante la gente, Pilato proclama la inocencia de Jesús; los judíos rechazan el reino de verdad que ofrece Jesús y piden a cambio la liberación de Barrabás, un «asaltante» para los romanos, uno de los que luchaban violentamente por la independencia y la libertad política de Judea (40). La escena central (19,1-3), en la que Jesús es insultado y rechazado como rey, aunque sucede dentro del palacio –porque Pilato sale afuera después de ella–, deja la impresión de que la coronación de Jesús sucede a vista de todo el mundo. Solamente menciona la corona y el manto que eran símbolos comunes de la realeza. En la quinta escena (19,4-7), Pilato vuelve a salir y proclama nuevamente la inocencia de Jesús, que es realmente el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios, aunque los judíos se nieguen a aceptarlo. En la sexta escena (19,8-12) Pilato está asustado porque, como muchos de su tiempo, creía en la encarnación de los dioses y en el peligro que corría de ofender a un dios si es que Jesús era realmente lo que decían de Él. Jesús le dice que la providencia ha puesto en sus manos el tomar una decisión de la cual no puede escapar. En la última escena (19,13-16), Pilato, que temía al César mucho más que a Dios, con su autoridad oficial, y sin saberlo él, hace una declaración suprema sobre Jesús: Es el rey que inaugura el reinado de Dios. Como cuando se trata de algo muy importante, el evangelista nos da los datos exactos de la proclamación: El lugar (Enlosado o «Litróstotos»), el día (la víspera de Pascua), y la hora (al mediodía). La gente reniega de Dios, que era el único rey de Israel, y prefiere acatar al odiado César antes que aceptar el reino de Jesús. Pilato entrega a Jesús a su suerte en la cruz.
19,17-37 Muerte de Jesús
Crucifixión (17-27). Juan presenta el Calvario como una especie de escenario que tiene por centro la cruz de Jesús. Cinco grupos de personas van pasando por ese escenario ejecutando cada cual su función. Cada cual revela una cualidad del reinado de Jesús que se ejerce desde la cruz. Dios reina desde un madero. Juan presenta a Jesús animoso y triunfador llevando su propia cruz; no hay lugar para la debilidad ni para un Cireneo que le ayude. Jesús es crucificado «en medio», donde va a estar a partir de esta hora (18; 20,19.26). Aunque sucedió en el palacio de Pilato, la primera acción presenta a Jesús como rey que debe ser reconocido por todo el mundo, por todas las lenguas (20). El reino de Jesús goza de universalidad. La segunda acción es protagonizada por los soldados que no quieren rasgar la túnica de Jesús. Un trozo de ropa o de tela, como una bandera, puede representar a una comunidad (1 Re 11,29-31). Juan emplea aquí la misma palabra que en 7,43, donde la gente de Jerusalén estaba dividida en sus opiniones sobre Jesús. Los que pertenecen a Jesús, los miembros de su reino, deben mantenerse unidos y sin rasgarse. El reino de Jesús exige unidad; el que se separa de la unidad deja de pertenecer al reino.
En la sección central de los acontecimientos (25-27), Jesús anuncia el nacimiento de la nueva familia escatológica; su reino es una unión familiar; sus discípulos van a tener el mismo Padre y la misma madre que Él, siendo plenamente hermanos y hermanas entre sí. El discípulo acogió a María en su casa. Todo cristiano está llamado a acoger a María como madre en su corazón.
Muerte de Jesús (28-37). Jesús sabe que ha terminado su misión al revelar la familia escatológica. Para llevar la Escritura a su cumplimiento, Jesús muere entregando su espíritu. La sed de Jesús está asociada con el Espíritu que va a dar a los creyentes. Jesús desea donar el Espíritu. Juan emplea el mismo verbo que usa para la traición de Judas, por largo tiempo planeada y pensada. Jesús, al irse, entrega su Espíritu a los que creen en Él (7,39), a María y al discípulo que están al pie de la cruz. En Lucas, el Espíritu vendrá sobre María y los discípulos en Pentecostés. Para Juan, el Espíritu es el puente que salva las distancia entre el Jesús muerto y resucitado. La primera acción pascual de Jesús será entregar de nuevo su Espíritu a los suyos (20,22s). La comunidad y el reino de Jesús, más que por reglas y leyes, va a ser guiada por el Espíritu de Jesús, el Espíritu de la verdad.
La última acción que tiene lugar en el Calvario es la apertura del costado de Jesús, de donde manan sangre y agua. El evangelista insiste en que él mismo lo vio, y no miente, ni se engaña, porque para él se trata de una verdad de fe (35). La sangre y el agua significan los sacramentos: eucaristía y bautismo, que derivan su eficacia de la pasión de Jesús.
En resumen, para Juan, el reinado de Jesús está integrado por personas que lo reconocen como su Rey, permanecen en la unidad, forman una familia con Jesús, son guiados por su Espíritu, y celebran su presencia y memoria a través de ciertos sacramentos.
19,38-42 Sepultura de Jesús. Jesús es enterrado como Rey, con gran abundancia de perfumes, en un sepulcro nuevo. Es enterrado en un huerto, como al comienzo de la pasión. La caída de Adán ha sido reparada por Jesús. Una nueva comunidad, un nuevo Israel, acaba de nacer al morir Él. El reino de Dios ha sido inaugurado con la revelación del Rey.
20,1-10 Resurrección de Jesús. Parece que Juan quiere explicar, como en cámara lenta, lo que sucedió en el Calvario en el momento de la muerte de Jesús. En la liturgia, en las fiestas del año, la Iglesia celebra el Misterio Pascual siguiendo durante cincuenta días, cronológicamente, el orden de Lucas: Muerte, Resurrección, Ascensión y Pentecostés. En la misma liturgia la Iglesia celebra diariamente el mismo misterio, en línea con la teología de Juan, en la consagración de la misa: en ese momento se recuerda la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús (plegaria Eucarística) y el don del Espíritu. El sepulcro vacío proclama que al Jesús vivo no hay que buscarlo entre los muertos. El «discípulo predilecto», «vio y creyó» (8) porque entendió que a partir de la resurrección a Jesús se le va a encontrar en el corazón de los creyentes.
20,11-18 Se aparece a María Magdalena. La Magdalena buscaba un cadáver. Jesús se le aparece y le hace la pregunta clave: «¿A quién buscas?». Jesús se le aparece transformado, con figura distinta, porque el Jesús resucitado va a adoptar la figura de cada creyente. Hay que ver a Jesús en los creyentes. El Jesús que le habla está aún en la tierra, pero ya va en camino al Padre. Por primera vez en Juan se nos revela que el Padre de Jesús es nuestro Padre, porque desde la hora y la pasión de Jesús sus discípulos nos identificamos con Él; Jesús está en nosotros y nosotros estamos en Él.
20,19-31 Aparición a los discípulos. En esta escena central de las apariciones, Jesús se revela a los discípulos como el mismo que sufrió y murió, mostrándoles las llagas de su pasión. Los discípulos se alegran al verle. Pero cuando Jesús habla se presenta como un ser divino que los bautiza con el Espíritu Santo haciéndolos una nueva creación, y confiándoles su misión. Jesús les había dicho en la «última cena» que cuando Él fuera al Padre les enviaría el Espíritu (16,7). Ahora esto es una realidad. Tomás, como antes María Magdalena, buscaba equivocadamente al mismo Jesús de antes, viendo y tocando sus llagas. Podían haberle dicho que Jesús parecía un peregrino, o un jardinero, o un fantasma. Como Natanael al comienzo del evangelio, Tomás se niega a creer en el testimonio de sus amigos. Al reprocharle Jesús su incredulidad, Tomás responde con la mayor confesión de fe de un discípulo, reconociendo a Jesús como Señor y Dios. Juan anuncia para el futuro que la presencia de Jesús se encontrará a través del testimonio de los creyentes y del evangelio escrito, que es la Palabra de Dios.
21,1-25 Aparición junto al lago. Este capítulo es un epílogo del evangelio. La comunidad de Juan había sufrido la inesperada muerte del «discípulo predilecto», hecho que desafiaba algunas opiniones que habían sido corrientes sobre él. La aparición de Jesús junto al lago, paralela a la de Lucas al comienzo del ministerio (Lc 5,1-11), sirve para narrar la vocación de Pedro y de los discípulos que van a continuar la misión de Jesús. El «discípulo predilecto», a partir de la resurrección tiene una visión de fe mucho más clara que la de Pedro (20,8; 21,7). Los 153 peces pueden ser una referencia a las 153 naciones que se creía que existían en el mundo; quizás, mejor, ese número es la suma de los primeros 17 números (1+2+3+… 17), apuntando a la universalidad y al éxito de la misión de los apóstoles.
Pedro, que había negado tres veces a Jesús, es llamado a profesar su amor tres veces. Donde hay amor hay futuro y existe la cualidad fundamental para el liderazgo cristiano. Jesús le predice a Pedro cómo va a seguir los pasos de su maestro hasta la cruz. El evangelio fue terminado después de la muerte de los apóstoles y del «discípulo predilecto».
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