“Un país desarrollado no es donde el pobre tiene coche, es donde el rico usa transporte público”. #Mâe, salí de la computadora”. “Hospitales y escuelas patrón FIFA”. “#Verás que un hijo tuyo no va a la lucha”. “Llega la corrupción”. “Disculpe el trastorno, estamos cambiando Brasil”.
Las frases anteriores constaban entre los muchos carteles de manifestantes que tienen tomadas las calles de Sâo Paulo y otras ciudades brasileñas desde la semana pasada. Éstas muestran que las 250 mil personas que salieron a las calles el lunes 17 de junio – el sexto acto de protestas, que en este martes continuaban – tienen algo más que decir que “NO” al aumento de 20 centavos en la tarifa del transporte público en Sâo Paulo.
Quien siguió las concentraciones de los jóvenes – yo las seguí en la Pontificia Universidad Católica de Sâo Paulo, la tarde de ese lunes –, o participó en las protestas, sabe que las simplificaciones no explican lo que está sucediendo en las calles.
¿Cómo explicar que bajo la presidencia de Dilma Rousseff, que cuenta con el 57% de aprobación, haya sucedido una de las mayores manifestaciones públicas de los últimos 30 años? ¿Cómo explicar que ni la derecha – representada por el gobernador de Sâo Paulo, Geraldo Alckim – ni la izquierda – representada por el preferido de Sâo Paulo, Fernando Haddad – sean las únicas villas públicas?
Las manifestaciones son un reflejo de la propia complejidad que se vive hoy en Brasil, el gigante adormecido, que estaría comenzando a despertar, pero continúa famoso por sus contradicciones.
Partiendo de los carteles de los propios manifestantes, ¿cómo explicar que el económicamente vigoroso Brasil, que cerró 2012 con más de un record de ventas de coches – 4,6% más que en 2011 -, con un poco más de 3,8% millones de vehículos vendidos, no tenga un transporte público decente ni siquiera en las capitales? Ya que casi todos pueden ir de carro (o moto), ¿por qué cuidar los transportes públicos? El ciudadano tiene siempre la opción de tomar su propio vehículo y enfrentar los 300 km de vías congestionadas en un bello fin de día de otoño en Sâo Paulo.
En esa que es la mayor ciudad brasileña, en los últimos ocho años, el número de pasajeros transportados en los ómnibus subió el 80%, pero la flota total de colectivos disminuyó, a pesar del aumento de pasajeros (Estadâo, 15 de junio de 2013). ¿Necesitaríamos de algún dato más para entender la indignación de quien usa el transporte público?
Otro ejemplo. En su actual ritmo de expansión, el metro de Sâo Paulo va a llevar 172 años para alcanzar la extensión actual del metro de Londres (BBC, 11 de enero de 2013). Pero Brasil quiere hacer una Copa del Mundo de Fútbol con estadios más bonitos – y más caros – que los de la Copa de Alemania – el secretario General de la FIFA, Jerôme Valcke, dijo que el nuevo estadio de Brasilia, el Mané Garrincha, es uno de sus preferidos en el mundo -. ¿Cómo explicar tal contradicción entre la calidad de los servicios ofrecidos a la población y la aspiración a ser uno de los nuevos protagonistas del mundo desarrollado? Tal vez por eso los manifestantes estén pidiendo escuelas y salud en el patrón FIFA.
El fenómeno de las redes sociales también añade una dosis de complejidad a los manifiestos. Facebook, Twitter y otras redes reflejan la efervescencia de los manifiestos y las discusiones, transformando automáticamente las protestas en trending topics (destacados) del día – Facebook llegó a quedar fuera del aire la noche del martes, porque estaba sobrecargado -.
Como los medios de hoy están basados en los trending topic, los manifiestos ganan una proporción mediática nunca imaginada. Entradas en vivo en las mejores redes de televisión del país muestran a las multitudes caminando por las calles, el grito de urgencia de un país mejor, pero también los episodios de violencia de manifestantes y de policías, en escenas lamentables. ¿Los jóvenes estarían cansados de lamentarse sólo en Facebook? La vida es concreta más allá de la computadora.
Es un Brasil que se jacta de tener hoy casi un “empleo pleno” – aproximadamente 5,8% de desempleo -, habiendo crecido aproximadamente 35 millones de personas en su mercado consumidor desde 2003, formando una Clase C que suma 105 millones de brasileños, pero que tiene una de las peores enseñanzas del mundo – en el ranking de 2010 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la educación en Brasil quedó en el lugar 53 entre 65 países (G1, 24 de mayo de 2013).
Los escándalos de corrupción son otra marca de Brasil. Pero existe también un tipo de corrupción estructural, que coloca a los políticos entre los grandes privilegiados de la nación. El congresista brasileño es el segundo más caro en un universo de 110 países, reveló un estudio de la ONU (Folha de S. Paulo, 17 de febrero de 2013).
Hasta el Papa desistió de ciertos privilegios para mostrar que, en un mundo donde existe tanta pobreza cualquier señal de ostentación sería un escándalo (Aleteia, 13 de junio de 2013). Pero la clase política brasileña no da señales de querer desistir de sus ventajas.
Sin romantizar las manifestaciones – y atentos a las maniobras e instrumentalización antidemocráticas que esa gran voz de las calles pueda sufrir-, se ve en ellas, sin embargo, el cansancio de vivir en un país que, para su inmensa mayoría se revela como un “país de esperanza”, donde la esperanza es más una pura espera vacía que el atisbo real de un futuro verdaderamente mejor.
Por esas y tantas otras razones es que uno que otro cartel se hizo famoso durante las protestas y llegó a manos de algunos famosos del mundo: “Do you still think it’s just about the 20 cents? (¿Y Ud. cree que es sólo por los 20 centavos?)
Las frases anteriores constaban entre los muchos carteles de manifestantes que tienen tomadas las calles de Sâo Paulo y otras ciudades brasileñas desde la semana pasada. Éstas muestran que las 250 mil personas que salieron a las calles el lunes 17 de junio – el sexto acto de protestas, que en este martes continuaban – tienen algo más que decir que “NO” al aumento de 20 centavos en la tarifa del transporte público en Sâo Paulo.
Quien siguió las concentraciones de los jóvenes – yo las seguí en la Pontificia Universidad Católica de Sâo Paulo, la tarde de ese lunes –, o participó en las protestas, sabe que las simplificaciones no explican lo que está sucediendo en las calles.
¿Cómo explicar que bajo la presidencia de Dilma Rousseff, que cuenta con el 57% de aprobación, haya sucedido una de las mayores manifestaciones públicas de los últimos 30 años? ¿Cómo explicar que ni la derecha – representada por el gobernador de Sâo Paulo, Geraldo Alckim – ni la izquierda – representada por el preferido de Sâo Paulo, Fernando Haddad – sean las únicas villas públicas?
Las manifestaciones son un reflejo de la propia complejidad que se vive hoy en Brasil, el gigante adormecido, que estaría comenzando a despertar, pero continúa famoso por sus contradicciones.
Partiendo de los carteles de los propios manifestantes, ¿cómo explicar que el económicamente vigoroso Brasil, que cerró 2012 con más de un record de ventas de coches – 4,6% más que en 2011 -, con un poco más de 3,8% millones de vehículos vendidos, no tenga un transporte público decente ni siquiera en las capitales? Ya que casi todos pueden ir de carro (o moto), ¿por qué cuidar los transportes públicos? El ciudadano tiene siempre la opción de tomar su propio vehículo y enfrentar los 300 km de vías congestionadas en un bello fin de día de otoño en Sâo Paulo.
En esa que es la mayor ciudad brasileña, en los últimos ocho años, el número de pasajeros transportados en los ómnibus subió el 80%, pero la flota total de colectivos disminuyó, a pesar del aumento de pasajeros (Estadâo, 15 de junio de 2013). ¿Necesitaríamos de algún dato más para entender la indignación de quien usa el transporte público?
Otro ejemplo. En su actual ritmo de expansión, el metro de Sâo Paulo va a llevar 172 años para alcanzar la extensión actual del metro de Londres (BBC, 11 de enero de 2013). Pero Brasil quiere hacer una Copa del Mundo de Fútbol con estadios más bonitos – y más caros – que los de la Copa de Alemania – el secretario General de la FIFA, Jerôme Valcke, dijo que el nuevo estadio de Brasilia, el Mané Garrincha, es uno de sus preferidos en el mundo -. ¿Cómo explicar tal contradicción entre la calidad de los servicios ofrecidos a la población y la aspiración a ser uno de los nuevos protagonistas del mundo desarrollado? Tal vez por eso los manifestantes estén pidiendo escuelas y salud en el patrón FIFA.
El fenómeno de las redes sociales también añade una dosis de complejidad a los manifiestos. Facebook, Twitter y otras redes reflejan la efervescencia de los manifiestos y las discusiones, transformando automáticamente las protestas en trending topics (destacados) del día – Facebook llegó a quedar fuera del aire la noche del martes, porque estaba sobrecargado -.
Como los medios de hoy están basados en los trending topic, los manifiestos ganan una proporción mediática nunca imaginada. Entradas en vivo en las mejores redes de televisión del país muestran a las multitudes caminando por las calles, el grito de urgencia de un país mejor, pero también los episodios de violencia de manifestantes y de policías, en escenas lamentables. ¿Los jóvenes estarían cansados de lamentarse sólo en Facebook? La vida es concreta más allá de la computadora.
Es un Brasil que se jacta de tener hoy casi un “empleo pleno” – aproximadamente 5,8% de desempleo -, habiendo crecido aproximadamente 35 millones de personas en su mercado consumidor desde 2003, formando una Clase C que suma 105 millones de brasileños, pero que tiene una de las peores enseñanzas del mundo – en el ranking de 2010 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la educación en Brasil quedó en el lugar 53 entre 65 países (G1, 24 de mayo de 2013).
Los escándalos de corrupción son otra marca de Brasil. Pero existe también un tipo de corrupción estructural, que coloca a los políticos entre los grandes privilegiados de la nación. El congresista brasileño es el segundo más caro en un universo de 110 países, reveló un estudio de la ONU (Folha de S. Paulo, 17 de febrero de 2013).
Hasta el Papa desistió de ciertos privilegios para mostrar que, en un mundo donde existe tanta pobreza cualquier señal de ostentación sería un escándalo (Aleteia, 13 de junio de 2013). Pero la clase política brasileña no da señales de querer desistir de sus ventajas.
Sin romantizar las manifestaciones – y atentos a las maniobras e instrumentalización antidemocráticas que esa gran voz de las calles pueda sufrir-, se ve en ellas, sin embargo, el cansancio de vivir en un país que, para su inmensa mayoría se revela como un “país de esperanza”, donde la esperanza es más una pura espera vacía que el atisbo real de un futuro verdaderamente mejor.
Por esas y tantas otras razones es que uno que otro cartel se hizo famoso durante las protestas y llegó a manos de algunos famosos del mundo: “Do you still think it’s just about the 20 cents? (¿Y Ud. cree que es sólo por los 20 centavos?)
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