El Cardenal Rouco afirma que «dar testimonio del Evangelio de la alegría con obras y palabras en nuestro tiempo es tarea y urgencia primordial de la f


(Analisis Digital/InfoCatólica) Ya a las 12.00 horas, las pantallas colocadas en la plaza conectaron en directo, como es habitual en esta celebración, con Roma para escuchar el mensaje del Papa Francisco.


En su homilía, el Cardenal Rouco recordó que la Fiesta de la Sagrada Familia «es día para anunciar de nuevo al mundo el Evangelio de la alegría: ¡la alegría del Evangelio de la Familia!».


Para el Cardenal, «hoy es el día para proclamar y testimoniar con gozo la alegría de la Familia como lugar privilegiado para el anuncio del Evangelio a todas las naciones». Y recordando al Papa Francisco que «nos ha invitado a emprender la nueva etapa evangelizadora de la Iglesia».


Destacó que en la Plaza de Colón «os encontráis hoy, de nuevo un año más, numerosas familias venidas de Madrid, de toda España y de distintos puntos de Europa, fieles, valientes e incansables. Habéis venido unidas. Unidas en el interior de vosotras mismas por los lazos de un amor que es respeto, aprecio, cariño, entrega, donación mutua que no pide ni exige precio alguno, salvo el del amor. Unidas entre vosotras en la Comunión de la Iglesia, para atestiguar públicamente ante el mundo y ante los hombres de nuestro tiempo que la familia, vivida a la luz de una fe amiga de la razón, en la esperanza y en el amor de Jesucristo es la fuente de la primera y fundamental alegría: la alegría de la vida nueva que nace natural y sobrenaturalmente; la alegría capaz de sobreponerse a cualquier clase de sacrificios, convirtiéndolos en oblación de amor; la alegría duradera, perdurable, segura y fiable porque se funda en la mutua donación entre el marido y la mujer, entre los padres y los hijos, entre los abuelos y nietos; en último término, porque se fundamenta y enraíza en la gracia de Dios».


«Justamente es la familia, dijo, donde se inician y se dan los primeros y decisivos pasos del itinerario de ese amor humano fiel y fecundo sin el cual el nacimiento y el crecimiento de la sociedad y de toda la humanidad en justicia, solidaridad y en paz se hace inviable y sin el cual la misma Iglesia no logrará edificarse y consolidarse, día a día, como la comunidad de fe en Jesucristo Redentor del hombre, fundada y sostenida por Él». Y afirmó que «la familia es la célula básica o primaria de la sociedad y de la comunidad política».


Por todo ello, «dar testimonio del Evangelio de la alegría con obras y palabras en nuestro tiempo es tarea y urgencia primordial de la familia cristiana. Sin su testimonio, sobre todo en esta hora crucial de la humanidad, la evangelización del mundo empalidecería y languidecería hasta su desaparición efectiva». Lamentó que «son muchos los tristes y doloridos que encontramos a nuestro alrededor» pero consideró que «no hay otro lugar de la experiencia y de la existencia humana donde se puede encontrar quien pueda consolar, aliviar, ayudar eficazmente y alentar animosamente a los enfermos crónicos, a los terminales, a los que han perdido el puesto de trabajo, a los desocupados sin expectativas de empleo en tiempo previsible, a los jóvenes que han embarrancado sus vidas en el alcohol, en la droga, en el sexo salvaje… que no sea en el ambiente cercano, acogedor, tierno y comprensivo de la familia». Naturalmente, de la familia en la que la fidelidad mutua, vivida y mantenida con la fuerza del amor cristiano ofrece brazos abiertos, casa y hogar. En esta dura y persistente crisis, por la que atraviesan todos los países europeos, la familia cristianamente constituida está demostrando, una vez más, en una dificilísima coyuntura histórica, su insuperable e insustituible valor para la solidaridad y la paz social». Y alertó de que no sólo hay «circunstancias de extraordinarias contrariedades económicas, sociales y culturales con las que han de enfrentarse, sino con algo mucho más complicado y costoso humana y espiritualmente: un clima de opinión pública y de medio-ambiente ciudadano en el que prima una concepción de la vida personal caracterizada por ‘la transitoriedad’, como gusta expresarse el Papa Francisco. Ni siquiera el don de la vida se entiende como definitivo e inviolable y, por lo tanto, tampoco, el don del amor».


«En esta dura y persistente crisis, por la que atraviesan todos los países europeos, la familia cristianamente constituida está demostrando, una vez más, en una dificilísima coyuntura histórica, su insuperable e insustituible valor para la solidaridad y la paz social. Aunque no solo sean las circunstancias de extraordinarias contrariedades económicas, sociales y culturales con las que han de enfrentarse, sino con algo mucho más complicado y costoso humana y espiritualmente: un clima de opinión pública y de medio-ambiente ciudadano en el que prima una concepción de la vida personal caracterizada por «la transitoriedad», como gusta expresarse el Papa Francisco. Ni siquiera el don de la vida se entiende como definitivo e inviolable y, por lo tanto, tampoco, el don del amor».


Y es que «si siempre ha sido necesaria la luz y la fuerza de la fe para comprender totalmente, aceptar cordialmente y vivir gozosamente el valor natural de la familia constituida sobre el matrimonio indisoluble como «la íntima comunidad de vida y amor conyugal fundada por el Creador» (Vat II, GS, 42), cuanto más lo es hoy en la agobiante atmósfera intelectual y «mediática», que nos envuelve, tan contaminada por una visión radicalmente secularizada del mundo y del hombre». Pero el modelo de familia cristiana «no se ha hecho imposible».


«Queridas Familias Cristianas: no tengáis miedo de seguir manteniendo abierto lo más íntimo de vuestros hogares al don precioso del Evangelio de la Sagrada Familia», señaló porque «no estáis solos». En este sentido, añadió que «la Iglesia y el mundo de nuestros días os necesitan −como muy pocas veces ha sucedido en el pasado− para llevar el Evangelio al corazón del hombre y de la cultura contemporáneas».


También, el Cardenal invitó a las familias a ser misioneras y destacó que serán «unos testigos excepcionales de lo que es y de lo que significa el amor cristiano y el de compartirlo en plenitud». Así encomendó a las familias dispuestas a marcharse de misión al cuidado maternal de la Santísima Virgen, a la protección paternal de San José y a la gracia y a la ternura divina del Niño Jesús.



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