Francisco, el Papa que nos señala el camino


Una de las ventajas de Francisco es que habla sencillo, da titulares, y eso -que también tiene inconvenientes- posee una gran virtud: a todo el mundo, empezando por el propio católico, le resulta más fácil conocer y comprender la enseñanza de la Iglesia. Y esto resulta particularmente evidente cuando, sumidos en una crisis económica que en realidad es una crisis de época, nos señala con particular contundencia aspectos muy concretos de la vida socioeconómica. Por poner un ejemplo, en sus últimas manifestaciones, al señalar el papel de los bancos en los bienes necesarios como la vivienda. ¿Qué recepción hacemos de sus palabras?, que -hay que subrayarlo- son encuadres específicos de la Doctrina Social de la Iglesia. Es decir, sus contenidos no revelan nada nuevo, y la novedad está en las formas. Si por nuestra parte todo empieza y termina en un escuchar, hay que decir que el resultado es pobre, mejor que nada, pero pobre. La semilla no dará diez por uno. Porque, como todo en la Iglesia, también estas cuestiones llaman a trascender de uno mismo para acercarse más a Dios, y a la vez actuar en el orden social, a partir de aquella proximidad. En definitiva, conversión, sin la que es difícil ser justo, y capacidad transformadora. Persona y comunidad.


Este doble llamamiento a reconciliarse con Dios por las omisiones y excesos que cometemos en la vida económica, a la que otorgamos una autonomía en relación a nuestra fe que no tiene, es mayor como más elevado es el papel económico de quienes escuchan al Papa , quienes tienen mayores responsabilidades empresariales, financieras y económicas. Esto es una evidencia. Es indudable que muchas de estas personas están comprometidas con obras de caridad, es decir de amor de donación, pero hay que decir que esto no basta. Está bien pero no es suficiente. No basta con sacar agua de la embarcación, hay que taponar los agujeros y, haciéndolo, rediseñar la nave. En otras palabras, es necesario rectificar el modelo liberal de mercado que nos domina, no para suprimir el mercado, sino para enfocarlo al servicio del hombre. Y aquí la tarea es inmensa, porque si bien los principios están claros las aplicaciones son escasas. Tenemos iniciativas concretas interesantes, como la economía de comunión, y multitud de prácticas; tenemos un pensamiento económico desarrollado -y adulterado como nunca- en la economía social de mercado, y tenemos una buen marco de referencia en la llamada economía civil de mercado, el trasfondo de la encíclica Caritas in veritate.


Para conseguir una transformación, como mínimo son necesarios tres pasos. Uno el desarrollo de un modelo (s) de crecimiento económico que integre la economía civil de mercado en el marco de la concepción económica y su dinámica. Una formalización mucho más rigurosa en definitiva. También es necesario empezar a articular la multitud de iniciativas en un marco común que prefigure la práctica del modelo y que lo alimente con sus experiencias. Por último, pero no menos importante, necesitamos que el modelo económico integre las funciones de la familia, porque hoy los parámetros básicos de la economía liberal, contrato y beneficio o ganancia hacen que la familia, que basa su funcionamiento en la donación, la gratuidad y la reciprocidad, sean unos marcianos que sufren la continua erosión de una sociedad formada por familias que a su vez las desintegra por la lógica ontológica inherente al concepto beneficio y del contrato. Hay una contradicción profunda en todo esto, más cuando la autoría de la crisis, la economía liberal, se ha salvado por la capacidad y el esfuerzo de la familia, la unidad que funciona al margen de ella.


Todos, pero de manera destacada quienes disfrutan de responsabilidades económicas y financieras, deben ocuparse, ayudar a reformular el proyecto social y económico, porque además de cumplir con el mandato de su fe conseguirán otro beneficio más pequeño y material, pero no desdeñable: evitar que la sociedad, que el conflicto social, vaya a peor.



5:19:00 a.m.

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