Hay tres palabras que cautivan a toda persona de bien.
El AMOR. El amor es la única energía capaz de transformar el mundo. El amor cuando es verdadero, siempre irá acompañado de buenas obras. Amor a los padres, amor a los hijos, a la familia, el amor conyugal (que se expresará con detalles más que con palabras), amor al prójimo (especialmente al desvalido) el amor de la amistad, etc. El amor, si es desinteresado, no espera nada a cambio al compartir con los demás el tiempo; tu tiempo y el entusiasmo de tu vida. Cuando el amor llega a su plenitud, sabe comprender y sabe disculpar para convertirse en el único tesoro que puede comprar la felicidad, la tuya y la de otros.
La PAZ. Paz en el mundo, paz en tu casa, en tu familia, a tu alrededor, paz en tu interior, paz para recibir, para compartir y paz para regalar. En definitiva, ser hombre de paz. La paz nace en el corazón y cuando arraiga se manifiesta en los hechos y en las palabras. Si la paz está presente en nuestros sentimientos, no seremos cauce ni portadores de violencia. Lucharemos evitando todo lo que pueda perjudicar la vida y la dignidad humana, defendiendo la prosperidad y la justicia social. Vivir la verdadera paz significa no alterarse por cuestiones pasajeras, buscando siempre la verdad de las cosas y el bien de los hombres.
El PERDÓN. Sin paz no hay amor y sin amor no hay paz y como complemento de ambos el perdón. Su ejercicio es el más costoso de los tres, por eso es el más importante también. Dado que la perfección humana no existe, hay quien comete errores con frecuencia, otros alguna vez y algunos creen que nunca se equivocan. Ponerse en el lugar del otro y hacer un esfuerzo para tener el valor de reconocer tus faltas, es tener la grandeza del mayor de los reconocimientos, que debe llevarnos a pedir perdón y a poner enmienda, perdonar para ser perdonado y después olvidar, sin olvido no hay perdón definitivo y podría terminar en rencor. Perdonar con generosidad es la virtud humana que más engrandece a la persona. Tu vida no será estéril si pones en práctica estos tres valores. Así no caminarás solo. Te acompañará su promotor. Dicen que fue un hombre que, defendiendo la verdad, murió para redimirnos y que era Dios. Para los ateos, no les dirá nada. Para los agnósticos… Podría ser y para los cristianos fue, Jesús de Nazaret. Con el mensaje, Él nos dejó su paz, con un mandamiento nuevo de amor y una recomendación: Que perdonáramos hasta setenta veces siete o sea, siempre. En su compañía, el hombre se siente lleno de fortaleza. Entonces, ni la tribulación, ni la angustia, ni la enfermedad, ni ninguna otra circunstancia, será motivo para la desesperación. Si toca a la puerta de tu corazón, ábrele presto y no le contestes desde la ventana: Jesús vuelve otro día. Para lo mismo contestar mañana.

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