Yo profesionalmente he sido Profesor de matemáticas de secundaria: FP, ESO y Bachillerato; además familiarmente soy esposo y padre de tres hijos de 23, 24 y 25 años respectivamente, ellos actualmente son universitarios. En ambos ámbitos se requiere autoridad y dureza en ocasiones para mantener: el orden, la disciplina y para que no te tomen por un: “Don nadie”. Don nadie, es un calificativo que lleva su carga: de desprecio, de burla, de desprestigio y de humillación. Si eres un: “Don nadie” puedes ser el hazmerreír en una sociedad que busca bufones para crear: su propio espectáculo o su propio circo en cualquiera de los foros o redes sociales. Si eres un: “Don nadie” o pues estar en un sitio con esta “condecoración” puede ser bastante frustrante y descorazonador. Es por ello por lo que en esta vida hemos de ser buenos pero no bonachones, pues el bonachón puede acabar siendo tonto en la mente del sector crítico que te circunda y esto puede ser ya peligroso. Yo en mi etapa de profesor he procurado ser bueno con mis alumnos, convivir con ellos, organizarles diversidad de actividades recreativas y educativas, ser su amigo: cuando era posible; pero todo lo he cortado en seco cuando: mi cercanía, mi amabilidad, mi buen carácter servía para que el típico “gracioso” o el típico “cabroncete” que de todo hay, se burlara intentando aunque fuese: ambiguamente o como el que no quiere la cosa, dejarte como un payaso delante de toda la clase. En una clase un profesor puede ser: un profesor digno o un profesor dictador: con una dictadura combinable con el saber hacer o con una dictadura férrea e inhumana; también puede ser un profesor rígido y alejado de sus alumnos o un profesor amable: ocurrente y que trasmite o un profesor sin gracia o un profesor que no se impone y del que todos se burlan. Yo conozco casos de profesores que han “servido” para: la burla, el entretenimiento, la risa, el cachondeo y el: “todo es posible” de los alumnos. Esos profesores al principio no se enteraban de lo que iba la cosa, después se dan cuenta de que algo pasa, poco después ven una que otra “burrada” en clase y cuando se quieren dar cuenta ya no pueden rectificar y entonces se ven como un payaso rodeado de fieras que buscan pasarlo bien a su costa o desquitarse con él; desquitarse de lo que, según ellos, los otros profesores le hacen a ellos. Los alumnos siempre acaban vengándose, con ese profesor falto de autoridad y bonachón; se vengan para pasarlo bien o montar un show o como represalia de sus desgracias, originadas quizá por ser unos malos estudiantes o se desquitan simplemente de sus males, humillando vilmente a ese profesor, que a fin de cuentas lo que sólo le pasa es qué es más débil o mejor persona o simplemente esta pasando por un mal momento psíquico. Y en casa, en el hogar sucede algo parecido, el padre o la madre o imponen su autoridad o acaban siendo viles esclavos de los hijos. En ocasiones en el hogar: “los hijos pegan a los padres” o los amedrentan, o los asustan o los acorralan con sus actitudes y con sus fechorías. En otras ocasiones los hijos sólo quieren de los padres: dinero, caprichos y libertad o más bien libertinaje y los padres se encuentran impotentes y sufren sin saber por dónde han de ir. Esto es el culmen de la humillación y la crueldad: hijos violentos y déspotas y padres resignados y acobardados. Triste pero real. Este es el poder de la perversión, de la sinrazón y de la incoherencia. Pero esto existe y más aún en una sociedad como la nuestra: sin valores y sin ideales, sin líderes dignos y sin ejemplos creíbles, a fin de cuentas sin autenticidad. Somos hijos de la era: de la ambigüedad, del “qué más da”, del relativismo, del “sálvese quien pueda” y si no puedes ya sabes. Y terminó: “que Dios proteja nuestras vidas y que por lo que pueda pasar no nos abandone ante estas situaciones a veces graves y delicadas”.
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