Probablemente muchos de nosotros habremos podido hacer unos días de vacaciones. Todas las vacaciones son diferentes. Nunca hay dos iguales, ni siquiera las que pasamos cada año cada uno de nosotros: siempre son distintas.
Algunos abuelos habremos pasado las vacaciones con nietos, otros con hijos, o solos, o en compañía de algún matrimonio amigo. Muy probablemente la gran mayoría de nosotros ya las hemos terminado y eso significa volver a las tareas que hacíamos antes del verano o en las nuevas que tenemos programadas para este curso.
Ahora es hora de repensar el curso que se inicia con más ganas que nunca y sin la sensación de tener que sufrir eso que dicen que afecta a muchas personas cuando se les acaban las vacaciones y deben volver al trabajo que dejaron unas semanas antes: el “trastorno postvacacional”.
Muchos de nosotros hemos estado trabajando más de 40 años, ocho o más horas diarias, con suerte habremos hecho tres semanas o un mes de vacaciones cada año y nunca tuvimos –ni nosotros ni ningún compañero de trabajo conocido– este trastorno.
Pienso que es más un recurso que se ha ingeniado algún periodista avispado –para de llenar páginas de revistas, periódicos y tertulias de la televisión cada final de temporada– que una realidad que pase a menudo. Como el tema de los piojos, que ahora habla todo el mundo y en todas partes; es una manera como otra de hacer gastar a los padres un dineral con productos antipiojos por "si acaso ...".
Digo que nosotros no tenemos esa sensación porque a la gran mayoría ya no nos levantan temprano para ir a fichar a la empresa, pero nos podemos encontrar con algún amigo nuestro que nos comente que tiene una hija o hijo que tiene esta sensación: que "se encuentra enfermo "por tener que incorporarse al trabajo después de tres o cuatro semanas de dolce far niente o de estar persiguiendo hijos para que hagan "los deberes de repaso" que les toca cada día aunque sea tiempo de vacaciones.
Dicen que hay personas dispuestas a coger la baja laboral por este cambio de rutina que les representa la vuelta al trabajo, ya que se encuentran "más irritables, más cansados, con más dificultades para dormir, con apatía y tristeza…", que el malestar les proviene "del cambio en el ritmo diario, en el horario, en las comidas, en la actividad social…". Pienso que muchas veces es una excusa para no volver al trabajo con ilusión y ganas.
¿Y no hay un cambio de ritmo cuando uno deja el trabajo y se va de vacaciones? Y yo me pregunto: ¿por qué no cogen el síndrome del "trastorno postlaboral" cuando empiezan las vacaciones? Deberían encontrarse de una manera similar, ya que dejan de hacer una actividad diaria para cambiarla por otra, de repente, y muy diferente, y muchas veces también estresante ya que hay quien programa unas vacaciones no de relax, de descanso, sino de mucha actividad, hacer una cosa tras otra para aprovechar las 24 horas del día.
Lo que les ocurre a algunas personas es que tienen asociadas las vacaciones en un estado idílico de placer y distracción, mientras que el trabajo lo asocian a un estado de malestar y sufrimiento. Pobre concepto tienen estas personas del trabajo y del descanso.
Nosotros hemos iniciado el curso con ilusión, con muchas ganas de retomar la tarea dejada hace unas semanas y con la cabeza puesta en aquellos consejos que hemos dado alguna vez en estas páginas para no quedarnos rígidos (¡física y mentalmente!).
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