Una de las cosas que más me impresionaron cuando leí sus escritos, es cómo llevaba dentro de ella grabado a fuego, el no hacer juicios contra nadie, y esto lo repetía una y otra vez: “A Dios el juicio, a nosotros la compasión, sólo Dios pude y debe juzgar, porque es quien tiene en sus manos todos los elementos de juicio. A nosotros sólo nos pertenece la compasión”.
Incluso en lo que conocemos como su testamento espiritual, que fue lo que les dijo a sus “hijos” (espirituales, se entiende) en sus últimos momentos de vida fue esto:
“Para adquirir la pureza de Espíritu es absolutamente indispensable abstenerse de todo juicio acerca del prójimo, así como de comentarios inútiles de sus actos. No debemos por ningún pretexto juzgar las acciones de las criaturas y sus motivos, aunque viéramos actos que sabemos son pecado en realidad, debemos abstenernos de juzgarlos; antes bien, debemos experimentar una sincera y santa compasión, que ofreceremos a Dios mediante una oración piadosa y humilde”.
Hoy el reto del amor es sólo saber cuál fue el camino de una de las más grandes santas de la historia. ¿Es imitable? Sólo pidiendo a Cristo esta gracia de no juzgar y acogiendo a cada momento el don de la compasión podremos poco a poco seguir sus pasos. Vive de Cristo.
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