Cuando Dory me recordó a Dios

La pececita más famosa del cine está de vuelta. La película Buscando a Dory es, sin duda, una de las películas más esperadas para los niños (y adultos).

En Buscando a Nemo, Dory ayudó al pez Marlin, a encontrar a su hijo Nemo a quien se lo habían llevado unos buzos. Esta vez, es Dory quien busca a su familia.

Pero hoy no quiero escribir una crítica sobre la película. Hoy quiero hablar de Dios. ¿Qué tiene que ver Dory con Dios? Ya te lo explico.

Para quien conoce a Dory, sabe que ella sufre de pérdida de memoria reciente, es decir, en cuestión de segundos ella olvida todo lo que hizo, oyó, dijo y vivió, y eso es lo que vuelve al personaje aún más cómico y único. Pues bien, es ahí que quería llegar.

En una reciente homilía, el papa Francisco dijo: “en la confesión, es verdad, hay un juicio, porque el sacerdote juzga, diciendo: ‘te equivocaste en esto, hiciste…’. Pero es más que un juicio: es un encuentro, un encuentro con el Dios bueno que perdona siempre, que perdona todo, que sabe festejar cuando perdona y que olvida tus pecados cuando te perdona”.

Dios olvida mis, tus, nuestros pecados. Un corazón verdaderamente arrepentido, que se presenta en un confesionario buscando la reconciliación con Dios, tiene como respuesta la alegría del corazón del Padre y su alma lavada por la misericordia de Dios que todo perdona y, perdonando, olvida.

Solemos comparar nuestra forma de perdonar con la manera única de Dios. Nosotros, incluso cuando perdonamos a alguien, no olvidamos el dolor o la incomodidad que esa persona nos causó y a veces pensamos que Dios es así.

Vamos al confesionario arrepentidos, recibimos la absolución e incluso así, nos quedamos removiendo los pecados pasados. Pero Dios no actúa de esa forma.

El amor de Dios es siempre fiel y constante. Él no cambia de acuerdo con nuestras faltas y aciertos, sino que desde siempre y para toda la eternidad su amor nos acompaña.

Y es una profunda experiencia con ese amor que todo perdona, que nos hace creer y tener esperanza en el futuro, en la eternidad, donde no habrá dolor ni rechinar de dientes.

A diferencia de Dory que olvida todo sin querer, Dios escoge olvidar nuestras faltas porque nos ama mucho. En Miqueas 7,18-19 dice:

“¿Qué Dios hay como tú, que quite la culpa y pase por alto el delito del Resto de tu heredad? No mantendrá su cólera por siempre pues se complace en el amor; volverá a compadecerse de nosotros, pisoteará nuestras culpas. ¡Tú arrojarás al fondo del mar todos nuestros pecados!”

El Señor arroja nuestros pecados a ese mar de misericordia y los borra, elimina, olvida, dándonos una página en blanco para un nuevo comienzo. Y además, es Él quien viene a nuestro encuentro para que reanudemos la relación con Él.

En su humildad, incluso sabiendo que estamos equivocados, Él se abaja para alcanzarnos, para relacionarse con nosotros, para abrumarnos una vez más con su amor incondicional.

Existe otra semejanza entre Dory y Dios. Dory no teme involucrarse con animales de una especie diferente a ella, y hace todo para comunicarse con ellos.

Dios, de la misma manera, no mide esfuerzos para comunicarse con nosotros. Sea con su palabra, sea por las situaciones, sea por la boca de un hermano o la vida de un santo. En todo, Él nos comunica su amor, para que así podamos comunicarlo a los demás.

Que jamás olvidemos ese amor y misericordia que nos transforma. Decía san Juan Pablo II: “perdonar es amar hasta el extremo”, y de esa forma Él nos ama.

P.D.: Cuando caigas, no te rindas. Sumérgete en el mar de la misericordia de Dios y “sigue nadando”.

6:03:00 a.m.

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