Un Papa sincronizado no con ideologías sino con el Evangelio

Cientos de miles de ellos no han visto nada. No lograron ver al Papa ni siquiera de lejos, ni siquiera en uno de las raras mega pantallas. Participaron en todos los eventos de la JMJ, tal vez en sectores muy alejados de los palcos, logrando escuchar apenas los cantos, las oraciones y la voz de Bergoglio. Y todo esto después de haber viajado en autobuses todo el día o más. ¿Por qué están aquí? ¿Por qué han dedicado tanto tiempo y energías a un encuentro como este? No, no es la generación del «sofá», costumbre que tal vez queda mejor para sus padres. Son jóvenes de todo el mundo que creen, a pesar de todo. Que tienen esperanza, a pesar de todo. Que no se dejan embobar por los ídolos de un consumismo que los esclaviza y que es muy cómodo para los poderosos. Que no se rinden al enfrentamiento de civilizaciones, ni al odio ni a la violencia ciega, a pesar de todo.

La JMJ polaca que se llevó a cabo en el corazón de la Europa centro-oriental estuvo marcada por los hechos terribles que sucedieron en Niza, en Múnich, en Ruan. El terrorismo fundamentalista de matriz islámica, el de las masacres, de los coches-bomba, de los kamikazes yihadistas, de la violencia ciega, de los grupos armados hasta los dientes y llenos de dinero gracias a la ayuda de los países considerados los mejores aliados del Occidente, entró a nuestras vidas. Mientras eran solo imágenes en la tele, miles de cuerpos de niños, mujeres, jóvenes, ancianos inocentes, destrozados en los cotidianos atentados en Kabul, Baghdad…, mientras se trataba solo de las persecuciones y de las masacres que sucedían en Nigeria o en Paquistán, parecía que no tenían nada que ver con nosotros. Ahora, en el mundo en donde regía la «globalización de la indiferencia» hay personas que presionan para globalizar el odio, el encierro, los muros. Exactamente lo que querrían los terroristas del Daesh y sus afiliados y «fans»: sembrar el terror y el miedo, hacer creer que estamos al borde del Juicio Final, del enfrentamiento final entre la civilización cristiana occidental y el islam.

Y alimentan esta fábula, contada interesadamente por los que necesitan desesperadamente cerrar las filas del islam sunita contra el enemigo «cruzado», las llamadas a las armas de intelectuales y comentadores que han reducido el cristianismo a una ideología identitaria. Papa Francisco, con valentía y determinación, recordó que la que está viviendo el mundo es una tercera guerra mundial «en pedazos», pero recordó con todas sus letras que no se trata de una guerra de religión. Si acaso podría ser una guerra dentro de una religión, como demuestra el hecho de que la mayor parte de las víctimas de los yihadistas son inocentes musulmanes. Pero se trata, principalmente, de una guerra por dinero, por intereses, por el dominio sobre los pueblos.

Sea la que sea la naturaleza de este conflicto, el Papa no puede prescindir del Evangelio. Y para considerarlo en sincronía con las exigencias de la guerra de religión, de una respuesta dura contra el islam (que le gustaría a muchos), no hay que olvidar el magisterio de sus dos inmediatos predecesores. Hay que fingir que no existieron sus dos predecesores inmediatos. Hay que construir una imagen falsa y engañosa. Se acusa a Francisco de no haberse lanzado contra el islam públicamente en sus comentarios después de los atentados. En Polonia, la tierra de san Juan Pablo II, ¿cómo se puede olvidar que nunca (ni siquiera después del 11 de septiembre) atacó al islam? Y a todos los exégetas del discurso de Benedicto XVI en Regensburg, presentado hoy como un grito de batalla, habría que recordarles que aquella lección académica a no fue pronunciada después de ningún atentado y que su núcleo no era la violencia musulmana sino una crías a al Occidente, que ha olvidado sus raíces y que considera que las religiones son sub-culturas. Papa Ratzinger nunca se refirió al islam cuando se pronunció sobre atentados yihadistas. Enrolar a Wojtyla y a Ratzinger contra Francisco en la guerra santa es buscarle tres pies al gato, es más se trata de una operación poco transparente. Y es posible solo poniendo la realidad entre paréntesis o en una nota al pie de página.

«Nosotros no vamos a gritar ahora contra nadie, no vamos a pelear, no queremos destruir. Nosotros no queremos vencer el odio con más odio, vencer la violencia con más violencia, vencer el terror con más terror», dijo Francisco a los jóvenes durante la vigilia de la JMJ. Porque «nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia». La verdadera lucha «anti-yihad» son esas millones de manos jóvenes de todo el mundo entrelazadas, su silenciosa oración. La única reacción cristiana frente a la violencia. La única manera evangélica de honrar la sangre de los mártires de nuestro tiempo. 

6:19:00 a.m.

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