El hombre Francisco



En su carácter de hombre, Francisco, hijo de Pedro Bernardone, experimenta los contrastes del siglo, sin duda a fin de que, en su personalidad de Santo, puede atraerlos a concordia, calmarlos y señalar el camino a las nuevas fuerzas.

Su tiempo, entre el feudalismo y los comunes, entre el imperialismo medieval y el alborear de las naciones, entre la lengua sabia y la vulgar, entre la ascesis y la disolución, le comunica espíritu de jerarquía y nobleza de individualidad, sueños caballerescos y virtudes constructoras, deseo de renunciar y ardor de vida.

Su padre le da la perspicacia, la actividad, la adaptabilidad del mercader; su madre, la sensibilidad, la grandeza de ánimo, la ambición aventurera del caballero.

Este afluir a su sangre de burguesía y aristocracia le capacita para comprender las exigencias de todas las clases sociales.

Su ingenio, potente y humilde, le habilita para penetrar en todas las almas y recoger su secreto. Por naturaleza tiene en sus fecundos contrastes el arrojo de los que intuyen y la tenacidad de los que realizan, la seguridad de los soberbios y la sumisión de los humildes, la ambición de subir y la necesidad de amar y ser amado, la sed de gloria y la sed de sacrificio.

Le tira el amor, mas no el amor de los sentidos. Como en el panorama de Asís, sobre la aspereza de las montañas pedregosas se derrama una suavidad de colores que enternece hasta la melancolía, así en el mundo íntimo del joven Francisco, que no sufre roncerías que desdoblan, se nota la exuberancia y exquisitez del sentimiento, no las torturas de la sensualidad; el deseo de la belleza más que del placer, de la amistad más que del amor.

De la misma Vita Prima del Celano, que describe con tintas de pecados su juventud, fácilmente se corrige no haber sido nunca la mujer para Francisco un tropiezo ni un peligro real, como lo fueron la ambición y el amor propio, contra los cuales, convertido, jugo de armar toda su voluntad.

Es un limpio de corazón; por eso, cuando le salgan al encuentro dos mujeres dignas de su ideal, las mirará francamente para guiarlas por las dos vías que atraen, no sin contraste, su espíritu; por el apostolado de la reparación y de la adoración, a la virgen; por el de la plegaria y de la acción, a la viuda.

Primero siente el atractivo seductor de la pompa mundana, más pronto ha de sufrir el desencanto; vuélvese luego a las empresas militares y le ataja una voz sobrenatural que no destruye, sino que guía y transforma la índole natural de Francisco, para levantar en el el edificio de la gracia.

Cabe, pues, suponer que su índole, simpatizante con todas las criaturas, no era para darse las armas, ni por oficio ni para conquistar. La pasión por el mundo caballeresco fue tal vez lo único que lo lanzó a la empresa de Apulia.

¿Qué otro resquicio quedaba abierto el cielo de la gloria humana? ¿Las letras? No respondían a su servida necesidad de acción.

Entonces le venció en sus ambiciones el Rey de Reyes, y en su desmesurada capacidad de amar prendóle el Crucifijo. Mientras vivió para el mundo, luchaban en él el caballero y el mercader; una vez resuelto a vivir para Dios, hermanáronse en él el solitario y el apóstol, el genio del caudillo y la dulzura del místico, la audacia de la conquista y la austeridad del renunciamiento, el amor de Dios y de las criaturas y el desapego de éstas, que le hacen singular entre los mismos santos.
2:22:00 p.m.

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