Lo sabemos por experiencia, aunque a veces no nos interese recordarlo, que además del hambre física, el hombre tiene un hambre que no puede ser saciada con el alimento ordinario. Es el hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad. La Iglesia fracasaría si dejara de anunciar que sólo Jesucristo sacia esas necesidades. Es importante subrayar que lo espiritual y lo social no son ámbitos separados. Vivir la experiencia de la fe, recordaba el Papa, significa dejarse nutrir por el Señor y construir la propia existencia sobre la lógica del amor de Dios por nosotros que se nos comunica en el sacrificio de la Eucaristía. Con su gran labor social, la Iglesia anuncia al mundo el amor incondicional de Dios por el hombre, que es, además, quien puede colmar esa hambre ya en esta vida.
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