27/04/2015 - Opinión
Películas para reflexionar sobre una sociedad enferma
'La fiesta de despedida' narra la historia de cuatro bondadosos ancianos que se dedican a asesinar a las personas de su entorno que manifiestan su deseo de no seguir viviendo. Todo muy tecnológico e indoloro, un sentimentaloide alegato en favor de la eutanasia
Mientras los niños cristianos de Siria e Irak hablan entre ellos de lo que van a decir cuando les llegue el turno de ser degollados, nosotros vamos al cine y tenemos la oportunidad de comprobar en qué nos hemos convertido, algunos con orgullo y otros con una infinita tristeza. Anoche tuve la ocasión de ver una película -La fiesta de despedida- que narra la historia de cuatro bondadosos ancianos que se dedican a asesinar a las personas de su entorno que manifiestan su deseo de no seguir viviendo. Todo muy tecnológico e indoloro, eso sí. Un sentimentaloide alegato en favor de la eutanasia, con escenas de cama incluidas entre dos patéticos octogenarios homosexuales. Muy edificante en general.
Desde que nos hemos autoconvencido de que el hombre es dueño absoluto de sí mismo y de todo lo demás, y de que no tiene por qué aceptar ninguna norma ni limitación, vemos cómo van cayendo inexorablemente todas las barreras que antes nos protegían de nosotros mismos y quedamos a merced de nuestra propia soberbia suicida. La vida es propiedad de cada uno, luego no hay problema en disponer de ella. Pero no sólo la propia, sino que también la de los demás parece estar a disposición de quien lo considere oportuno. Por eso una madre tiene todo el "derecho" de matar a la persona que ha concebido, que para algo es una cosa "de su propiedad". Y como somos "libres" y no tenemos que aceptar ninguna norma ni limitación, podemos considerar a los demás como simples objetos de placer -usar y tirar- y prescindir de la fastidiosa manía del respeto que parece obsesionar a los viejos estúpidos de esas generaciones idiotas que nos precedieron, esclavas de sus convencionalismos. Lo que cuenta es lo que yo pueda obtener de los demás. Lo que los demás puedan obtener de mí es su problema, que no estamos para derroches. Y luego fracasan los matrimonios.
Y sin embargo, toda esta forma de pensar, aunque con raíces profundas en la historia, tiene muy poco tiempo como pensamiento generalizado y dominante, apenas unas décadas entre los miles de años de nuestro pasado. Hasta hace poco tiempo, aunque para las generaciones actuales ese poco tiempo es toda su vida, la gran mayoría de las personas de este mundo pensaban que la vida es un regalo de Dios, que debe ser objeto de un profundo respeto y que nadie puede disponer libremente de ella. Pensaban que el mundo en general es también un regalo que Dios hizo al hombre para que lo cuidase y colaborase en el perfeccionamiento de la gran obra de la Creación. Pensaban que el hombre descubrió la soberbia, quiso hacerse igual a Dios -que es, en definitiva, el deseo subyacente a nuestra postmodernidad: la sustitución de Dios por el hombre- y por ese motivo su naturaleza quedó seriamente dañada, dando así entrada al mal, al dolor y a la muerte en el mundo. Pensaba también que Dios asumió esa naturaleza quebrada para restaurarla mediante su sacrificio, y que ese sacrificio volvió a hacer al hombre "capaz de Dios" (capax Dei), siempre que reconociese su pecado de soberbia, mostrase arrepentimiento y decidiese seguir la ley señalada por Dios. Y pensaban que todo eso implicaba necesariamente respeto a la vida, respeto a la naturaleza, respeto a los demás, y por lo tanto normas y limitaciones para protegernos de los defectos de nuestra naturaleza dañada, del mal que hay en lo más profundo de nosotros mismos hasta que no consigamos expulsarlo.
No es necesario decir que ambas visiones son radicalmente incompatibles, y que hoy la primera domina abrumadoramente sobre la segunda. Yo me pregunto si ese dominio es señal de superioridad, o simplemente de que nos ha alcanzado una gran locura colectiva y vamos alegre e inconscientemente hacia la autodestrucción. Sólo necesito mirar a mi alrededor y evocar un poco de la historia que conozco para llegar a una conclusión. Que cada uno llegue a la suya, pero por favor, que intente no tardar demasiado.
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