Se pueden hacer muchas lecturas de estas elecciones, pero algunas cosas importantes están claras. Desde el punto de vista independentista ha quedado confirmado que se tiene una hegemonía cultural y mediática, pero no electoral. Una parte de la población, ligeramente mayoritaria, se ha mostrado insensible a sus ventajas, pretendidas y reales. Es un punto de reflexión importante porque en estas condiciones el sueño no es posible. No es un dato menor que, prácticamente, el bloque independentista con la CUP tenga el mismo porcentaje de votos que el que lograron ERC y CiU en las anteriores elecciones, y que su número de diputados sea el mismo que en solitario logró CiU en el 2010. Y esto nos conduce a otro cambio radical: la autodestrucción del pilar de la política catalana a iniciativa de Artur Mas, porque ha sido él quien ha tenido la capacidad y habilidad de llevar la iniciativa a lo largo de todo este tiempo. CiU se ha autodestruido y ha quedado reducida a Mas. Si alguien en el pasado se quejaba del culto a la personalidad de Pujol, ahora debe alucinar con este último experimento de defenestración política de las propias filas para propulsar un pequeño grupo de personas, el del actual presidente y sus fieles más cercanos. ¿Será Junts per Sí el nuevo pilar? En un proceso fundacional, podría ser forjado pero sobre una base diferente, mucho más próxima a los planteamientos culturales de ERC que a los de CDC, pero esto es una hipótesis, más que una certeza.
Pero este diagnóstico no puede hacer pensar que la cuestión está resuelta. Los independentistas han logrado casi el 50% de los votos, cifra que habrían superado con los votos más moderados pero claramente nacionales de Unión Democrática, que ha pagado su moderación quedando fuera del Parlamento, o sea que la mayoría es cuestión próxima con una participación histórica del 77,5%. Son muchas personas en territorios donde la desconexión con España es ya un hecho vital, como Girona y en buena medida Lleida. Los dos partidos hegemónicos, PSOE y PP, suman 27 escaños de los 135 de la cámara catalana; y Ciudadanos, convertido en la primera fuerza de la oposición, ha logrado un hito extraordinario, atendido el nivel del cual partía, con una posición de oposición central al catalanismo, y esta actitud, que desde muchos lugares de España puede ser vista como una garantía, es en realidad un factor más que incentiva la independencia.
Las grandes beneficiadas de estas elecciones son dos fuerzas minoritarias. En primer término, Ciudadanos, que arrebata al PP su discurso de garante de la unidad española, porque ellos sí han demostrado que pueden hacer frente a los separatistas, aunque sea a expensas de jugar como separadores. La pésima política del Partido Popular, insólitamente mala para un partido de gobierno con mayoría absoluta y un presidente perfectamente negado para afrontar con inteligencia la realidad, le pasará factura, porque la pregunta, siempre terrible cuando emerge, ya ha aflorado: ¿por qué tengo que votar al PP?, ¿a quién representa?, ¿qué me aportará? Rajoy puede pasar a ser el Zapatero de los populares.
La situación de Cataluña es única en Europa y la negativa a cambiar nada o muy poco, a no reconocer que hay diferencias –que no son sinónimo de ser mejor o de desigualdad- no reducirán el problema, sino que lo acentuará, primero porque queda una bolsa de moderación que se puede cansar de esperar el gesto del Gobierno español; y, segundo, porque el paso del tiempo aplica una ley inexorable, mueren por edad sobre todo los más partidarios de no separarse, y entran en edad de votar los jóvenes mayoritariamente independentistas.
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