Confieso que, a estas alturas, en nuestra decadente sociedad argentina, ya poco o nada me sorprende. No he perdido, de cualquier modo, gracias a Dios, la capacidad de asombro; especialmente, ante ciertas expresiones que describen, con poco común genialidad, ese país profundo, hundido en la más absoluta indigencia moral.
Esta mañana, al descender del micro, en plaza Italia, en La Plata, me choqué virtualmente con una artera demanda: Macri, pagame la birra… El grafito solo Dios sabe cómo fue pintado; posiblemente en pleno estrago etílico o, tal vez, en la más cruda y certera sobriedad. Lo cierto es que pinta, hasta la raíz, la extrema gravedad de los males que nos ahogan.
Hace más de cuarenta años, cuando estaba comenzando en la inigualable profesión periodística – hoy invadida y desnaturalizada, hasta extremos intolerables-, un viejo maestro nos decía que «la única y absoluta libertad de prensa existe en las paredes de los baños públicos…». Hoy podríamos agregar, también, en los grafitos, y hasta en ciertos muros de las redes sociales; aunque su llegada al «gran público» sea todavía bastante limitada.
¿Qué movió a nuestro ignoto grafitero a utilizar la pared para semejante demanda? ¿Fue un reclamo nacido en lo más hondo de su temulenta sinceridad? ¿O fue, acaso, una genialidad bien gestada para sacudir nuestras narcotizadas conciencias?
Sea como fuese, la frase metió el dedo en la llaga. Vengo denunciando, desde hace un buen tiempo, que sufrimos en la Argentina el «mal de AvaVa»; o sea, de la avaricia y la vagancia. Avaricia de los que mucho tienen, y poco y nada comparten. Y vagancia generalizada, en todas las capas sociales, sin distinciones ideológicas.
Estudiar y trabajar en serio, y compartir los bienes espirituales y materiales, al servicio del bien común, es cada vez más raro en estas periferias del egoísmo, la comodidad y la indiferencia. ¿Cuántos, en verdad, se «queman las pestañas» estudiando, realmente, en Argentina? ¿Cuántos, en serio, se «rompen el lomo» trabajando, o capacitándose a fondo para buscar trabajo, o reconquistarlo si lo perdieron? ¿Cuánta dignidad humana se seguirá sacrificando por «planes» de ayuda, que no se hacen cargo de las personas, y las postran a perpetuidad en la haraganería y hasta en la delincuencia?
Pasan los gobiernos, aparentando ser distintos de los anteriores, y generalmente son iguales o peores. Se sigue afianzando, de todas maneras, la privatización de los sacrificios, y la socialización de los vicios… En otras palabras: cada vez son menos los que trabajan, y tienen que pagarles los vicios, por intermedio de un Estado asfixiante, a los que ni trabajan ni estudian, ni quieren hacerlo…
Todos son derechos sin ninguna obligación. Los vividores del «derecho humanismo» han generado y consolidado una anticultura parasitaria, en donde no hay lugar para los bienes arduos; que implican, inevitablemente, sacrificio, perseverancia, tenacidad, paciencia… O dicho de otro modo, la búsqueda sin fin del heroísmo y la santidad.
Vamos camino a una sociedad caníbal, que se fagocitará a sus hijos más virtuosos, para llenar panzas perezosas y hartas de pecado. Está próximo el momento –si ya no lo estamos viviendo- en que el Estado no solo repartirá gratuitamente preservativos, anticonceptivos y abortivos, sino que regalará alcohol, marihuana, cocaína y otras drogas, a quienes lo soliciten, argumentando razones «medicinales».
La inseguridad y la violencia, fruto del pecado individual y social, crecerán a límites inimaginables. Un estruendoso genocidio atravesará nuestras pampas, en la orgía desenfrenada del «narco-porno-liberal-socialismo del siglo XXI», con el patético y atronador aplauso de corazones anestesiados con el verso de la «libertad».
¿Veremos a un Presidente de la Nación pagando, demagógicamente, la cerveza del «pueblo»?. Solo creo que es una cuestión de tiempo. Estamos sufriendo perversiones y humillaciones que, en otros tiempos, no se hubieran registrado ni en nuestras peores pesadillas…
La única salida es una auténtica «revolución moral». No ciertamente al estilo de criminales tiranos caribeños, de nefasta memoria. Sí a la manera del Verbo que se hizo carne, para que la carne dejara de matarnos…
P. Christian Viña, sacerdote
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