He tenido una conversación con varios jóvenes que están haciendo el bachiller, sobre el tema de la profesión que les gustaría escoger. Por supuesto, lo primero que les he dicho que tienen que procurar de vez en cuando reflexionar sobre lo que van a hacer con su futuro. No nos olvidemos que Dios ha pensado en nosotros desde toda la eternidad y que cada uno de nosotros debe pensar qué va a intentar lograr en su vida, en qué consiste su vocación.
Uno de ellos se ha expresado así: «Algo que no me cueste mucho esfuerzo». No me ha gustado nada ese motivo y le he dicho que, algo que no le cueste mucho esfuerzo, suele ser una profesión de muy segundo rango y que desde luego no hace salir de la mediocridad, sobre todo si uno va con esa mentalidad. Por supuesto cada uno tiene que ver cuáles son sus capacidades y no escoger nada que esté fuera de su alcance, pero no hay que tener miedo a algo que se puede obtener, aunque me cueste bastante trabajo.
Para mí un criterio fundamental es buscar una profesión que permita vivir, pero que guste a quien la escoge, hasta el punto que si no necesitásemos ganar dinero, estaríamos dispuestos a hacerla gratis. Recuerdo el caso de un jardinero, del que me decía su patrono: «le gusta tanto su trabajo, que mete un montón de horas extras, que no cobra, simplemente porque disfruta con lo que hace». Al fin y al cabo, el trabajo, junto con el sueño, son las ocupaciones en las que metemos más horas, pero con una diferencia, en mi trabajo estoy consciente, en el sueño no, y eso de levantarte cada día para emplear cantidad de tiempo en algo que no te gusta, me parece muy duro, con la añadidura además, que lo que haces a gusto, disfrutas más, lo harás mejor y profesionalmente es más fácil que te vaya mejor porque crees en lo que estás haciendo.
Entonces ha salido el tema del dinero. Uno de ellos me ha comentado que lo que él quiere es ser rico y que en una escuela de niños, prácticamente todos los niños han dicho que a ellos, de mayores, lo que les gustaría es tener mucho dinero. Me ha recordado el «Moto, coche, yate», del que muchos piensan a esa edad es lo que hay que conseguir en la vida Evidentemente, al dinero hay que darle su valor, pero sólo su valor y a ganar dinero honradamente no hay que hacerle ascos, pero siempre he pensado que es mejor un trabajo que te guste, siempre que te permita vivir decentemente, que otro trabajo en el que ganas más, pero que no te gusta. Y además eso muchas veces no lo sabes. Un amigo argentino me explicó que era arquitecto y fontanero. Tenía dos tarjetas distintas de visita, pero lograba salir adelante gracias a que era fontanero y además procuraba que los que le utilizaban como fontanero no se enterasen de que era arquitecto, porque ello le podía dejar sin trabajo.
A continuación hemos hablado del trabajo como manera de hacer el bien y como servicio a los demás. Recuerdo cómo me horroricé en cierta ocasión, cuando una persona, metida en organizaciones de voluntariado, me soltó que le gustaba salir de su trabajo para empezar a hacer el bien. Le hice ver que el primer lugar para hacer el bien era ser un buen trabajador y que nuestro trabajo era nuestro servicio a la sociedad. Ése sí que es un buen criterio a la hora de plantearse qué hacer de mayor: ver tu trabajo como tu servicio a los demás, lo cual sólo lo harás si te gusta lo que haces.
Les he preguntado qué les gustaría ser concretamente. No lo tenían decidido. He insistido y les he preguntado si su duda era general o ya la tenían reducida a dos o tres carreras. Les he recordado que vivir es escoger. Cada vez vamos más en determinada dirección y nos vamos concretando. El precio, renunciar a ser otras muchas cosas. Por ello ya en la elección de optativas (eran alumnos de bachiller, uno o dos años antes de la Universidad), hay que ir pensando cuáles son las que más les convienen para el futuro, sin tener en cuenta, o por lo menos demasiado en cuenta, si las optativas que escogen son fáciles o difíciles, sino si les van a servir o no.
Después de escribir este artículo, y antes de enviarlo, me encuentro con la tragedia de Santiago. Me uno al dolor de las víctimas, recordando aquel 9 de Enero de 1972, cuando mi hermano Fernando, que había venido a preguntarnos si a mi padre le quedaba un mes de vida, porque tenía que ir por negocios a Argentina, falleció en el viaje de vuelta con su mujer y la hermana predilecta de mi madre. Recuerdo en aquellos momentos el consuelo que fue la fe, así como el que los tres hubiesen comulgado aquel día, que era domingo y dijimos la Misa en la habitación de mi padre, y mi hermano se confesó conmigo por primera vez en la vida de ambos. Es evidente que soy, desde entonces, particularmente sensible a cualquier muerte por accidente. Por supuesto he ofrecido mis oraciones y Misas por las víctimas del accidente y sus familias
Pedro Trevijano, sacerdote
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