El discurso del Papa en el corazón del Imperio

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Por primera vez en la historia un Papa habló en el Congreso de Estados Unidos. Hay que empezar por ahí para enmarcar lo sucedido ayer. Los católicos, hasta bien entrado el siglo XX, eran políticamente sospechosos en una comunidad política de hegemonía protestante. Kennedy fue el primer y único presidente en romper este tabú, pero para ello tuvo de justificar que profesar el catolicismo no significa obedecer a una potencia extranjera. Hoy ciertamente todo es distinto, y casi un tercio de los congresistas a los que se dirigió el Papa profesan su misma fe, pero ello no significa que todas las reticencias hayan desaparecido, ni quita que en el Congreso hablen pocos personajes extranjeros, y solo los muy amigos. Una intervención difícil, por tanto, de un lado una oportunidad extraordinaria, de otra los riesgo de las incomprensiones y susceptibilidades.

 

En este contexto, el discurso papal fue especialmente cuidadoso en las palabras, en la diplomacia de las formas, sin que ello significase renunciar a nada de  lo que quería decir.

 

Trató de la vida ya al inicio y lo hizo de esta manera “Recordemos la regla de oro: «Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes” (Mt 7,12)… “tratemos a los demás con la misma pasión y compasión con la que queremos ser tratados. …  La regla de oro nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo”. “Estoy convencido de que es lo mejor, dado que cada vida es sagrada”,  y “No sólo les apoyo, sino que respaldo a quienes están convencidos de que un castigo justo y necesario nunca debe excluir la dimensión de la esperanza y el objetivo de la rehabilitación”.

 

En definitiva, el Papa afirmaba que la vida debe pesar por encima de otras razones, tanto en relación al aborto como a la pena de muerte. Ni unos pretendidos derechos y una cierta idea de la justicia justifican quitar la vida al que ha de nacer, y al que ya ha nacido.

 

Como es habitual, la mayoría de medios han prestado atención a su posición sobre la pena de muerte, pero han relegado sus palabras sobre el aborto. Los defensores de la vida ven así reconocida su tarea necesariamente unida a la de la erradicación de la pena de muerte.

 

Trató también de la inmigración y del medio ambiente, apoyado en citas de su encíclica Laudato Si’, del deshielo entre Cuba y Estados Unidos, y, en general, de la necesidad de situar el diálogo en el centro de la política internacional. Abordó la desigualdad, invitando a luchar contra la pobreza en múltiples frentes, especialmente en sus causas, así como en la creación y distribución de la riqueza.

 

Hubo una especial referencia a la familia, el tema que cerró su intervención, recordando que su visita a Estados Unidos culmina en Filadelfia, dónde asistirá al Encuentro Mundial de las Familias. Fue una de las pocas ocasiones donde señalo su preocupación expresa: “No puedo ocultar mi preocupación por la familia que está amenazada, quizá como nunca antes, desde el interior y desde el exterior. Las relaciones fundamentales son puestas en duda, como el mismo fundamento del matrimonio y de la familia”, dijo.

 

Defensa de la vida, oposición al aborto y a la pena de muerte, defensa de los más débiles, los inmigrantes, los pobres, exigencia de justicia social, protección de la Creación en los términos de la Laudato si’, diálogo y paz entre los estados, y el subrayado del daño a la familia y la necesidad de preservarla. Esta es la agenda católica que el Papa plantó en el corazón del imperio.

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