El Tesoro Escondido de la Santa Misa: Introducción



San Leonardo de Porto-Mauricio (1676-1751):
EL TESORO ESCONDIDO DE LA SANTA MISA

LECTOR

San Leonardo de Porto-Mauricio, nacido en 1676, ingresa en la Orden Franciscana en 1697 y al año siguiente hace la profesión religiosa. Durante algún tiempo regenta la Cátedra de Filosofía, pero, tiene que abandonarla por falta de salud.

Para recuperarla lo envían a Nápoles, y luego a Porto-Mauricio. Pero lo que no logran el cambio de aires ni la medicina, se lo consigue la Santísima Virgen. Después de cinco años de penosa enfermedad con continuos vómitos de sangre, sanó milagrosamente al prometer a la Santísima Virgen consagrar su vida a la conversión de los pecadores, ministerio que cumplió infatigablemente durante casi medio siglo.

Fruto de su espíritu apostólico son sus numerosos sermones, cartas de dirección y opúsculos de piedad, entre los cuales, uno de los más importantes es este que hoy tienes en tus manos.

En sus misiones Dios le ayudaba con numerosos milagros consiguiendo un éxito arrollador: en San Germán, las campanas tocan por si solas anunciando su llegada; el granizo asola las cosechas de un pueblo que se niega a recibirle...

Raros, rarísimos son los reacios a su llamamiento, aun en circunstancias en que la prudencia humana prevé imposible la victoria, como sucede en Gaeta y Liorna donde un escandaloso baile de máscaras acaba en procesión penitencial.

Mas el secreto de su éxito no estriba en su elocuencia sino en su santidad: en su Misa diaria celebrada cada vez con mayor fervor: en la sangre redentora de Cristo que ofrece diariamente al Padre por la conversión de los pecadores.

¡Ojala con la lectura de este libro Dios ilumine nuestras almas para que aprendamos a aprovecharnos de este inapreciable Tesoro Escondido!

INTRODUCCIÓN

He aquí, amado lector, una verdadera joya que te ofrece un santo, para enseñarte el camino de la más alta santidad. Le llama "Tesoro Escondido", porque ciertamente eso es la Santa Misa: el mayor de los tesoros que tenemos los cristianos en este mundo: escondido a nuestros ojos y que solamente con la fe lo podemos descubrir.

1) ¿Qué es la Misa?

— La misa es el mismo sacrificio ofrecido en el ara de la Cruz por Jesucristo para la salvación de to-dos los hombres.

“Creemos que la Misa celebrada por el sacerdote, representante de la persona de Cristo, en virtud del poder recibido por el sacramento del Orden, y ofrecido por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo Místico, es el sacrificio del Calvario, hecho presente sacramentalmente en nuestros altares" (Credo del Pueblo de Dios).

La Misa no es una imagen o representación del sacrificio del Calvario, sino que es la actualización del mismo sacrificio del Calvario; así como la Eucaristía no es una imagen o representación de Jesucristo, sino que es el mismo Jesucristo vivo y glorioso escondido en el Sacramento.

El sacrificio de Jesucristo en la Cruz se reproduce ahora diariamente en la Santa Misa, sin que entre uno y otro haya diferencia alguna más que en el modo de ofrecerse: en la Cruz sufrió Jesucristo y ahora permanece impasible y glorioso.

En la Cruz Jesucristo mereció por nosotros todas las gracias; y en la Misa nos aplica y distribuye todo ese tesoro de gracias.

"Hay que afirmar una vez más que el sacrificio Eucarístico consiste esencialmente en la inmolación incruenta de la Víctima divina, inmolación que es místicamente manifestada por la separación de las sagradas especies y por la oblación de las mismas hecha al Eterno Padre" (Pío XII, encíclica Mediator Dei n. 114).

Misterio de fe: Con razón decimos que la Santa Misa es "Misterio de fe", porque en ella todo per-manece oculto y misterioso: en primer lugar está el oferente, que puede ser un sacerdote santo o pecador; pero tanto si es un santo como si es un pecador, quien actúa en el momento de la consagración es el mismo Cristo, diciendo: "ESTO ES MI CUERPO... ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE..." Porque en aquel momento es el mismo Cristo quien habla y se ofrece al Padre por el ministerio del sacerdote.

En segundo lugar está la Víctima, que permanece aún más oculta y misteriosa. El sacerdote consagra pan y vino, y sabemos por la fe que en el momento de la consagración desaparece el pan y el vino y en su lugar aparece Jesucristo. Sin embargo, nuestros ojos siguen viendo allí el pan y el vino que ya no existen, y no podemos ver a Jesucristo.

¿Por qué no podemos ver a Jesucristo?

— Porque Jesucristo quiere que se le crea y nos fiemos de El aunque no lo comprendamos.

Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo. Quien comiere de este pan vivirá eter-namente; y el pan que yo le daré es mi carne, para la vida del mundo.

Comenzaron entonces los judíos a altercar unos con otros, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Jesús, empero, les dijo: En verdad, en verdad os digo que si no comiereis la carne del Hijo del hom-bre, y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día, porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él" (Jn. 6,51-56).

Y lo que prometió lo cumplió en la Ultima Cena, cuando tomando Jesús el pan, después de bendecirlo lo partió, dio gracias y dándoselo a los discípulos, dijo: "Tomad y comed: esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”  (Mt. 26,26; Lc. 22,19; 1 Cor. 11,24).

No podemos ver a Jesucristo en la Santa Hostia consagrada; pero lo creemos porque El lo dijo; y creyéndolo somos más dichosos que si lo viéramos, como El mismo dijo a Tomás: "Tú has creído porque has visto; bienaventurados los que sin haber visto creyeren" (Jn. 20,29).

2)    ¿Qué vale la Misa?

Dice Bossuet: "Nada hay más sublime en el mundo que Jesucristo, y nada más sublime en Jesucristo que su sacrificio".

Y siendo la Misa ese mismísimo Sacrificio de Cristo, se sigue que ella es lo más grande que tiene la Iglesia Católica.

Es de un valor infinito, de un valor de Dios, de un valor único.

Sea dicha por el Papa o por un sacerdote, por un santo o por un pecador, concelebrada o no concelebrada, etc., su valor no cambia.

No se puede comparar.

Oigamos a San Alfonso María de Ligorio:

—"Dios no puede hacer que haya obra más grande, ni más sacrosanta que la celebración de una Misa" (Selva P. I, c. 7).

—"La Misa es la acción más santa y más agradable a Dios que se puede llevar a cabo, tanto en razón de la víctima ofrecida, que es Jesucristo, víctima de dignidad infinita, cuanto en razón del primer oferente, que es el mismo Jesucristo, que se ofrece por manos del sacerdote" (Selva P. 2, c. l).

—"Todos los sacrificios de la Antigua Ley, con los que tan honrado fue Dios, no eran sino sombra y figura del Sacrificio de nuestros altares. Cuantos honores han tributado y tributarán a Dios todos los ángeles con sus homenajes y todos los hombres con sus obras, penitencias y martirios, nunca pudieron ni podrán jamás tributar a Dios tanta gloria como la que le tributa una sola Misa; porque todos los ho¬nores de las criaturas son finitos, al paso que el honor que Dios recibe por medio de la Misa es un ho¬nor infinito, porque en ella se le ofrece una víctima de valor infinito" (Misa Atrop. P. I. c. I.).

"¿Cuál es el valor de todos los hombres en comparación con Jesucristo? ¿Qué somos todos los hom-bres ante Dios sino un poco de polvo?

Por eso el sacerdote que celebra una Misa, sacrificando a Jesucristo, tributa a Dios honra infinita-mente mayor que la que todos los hombres le pudieran tributar muriendo por El, con el sacrificio de sus vidas" (Selva, P. I. c. I.).

Por eso no deben extrañarnos estas afirmaciones de algunos santos:

San Bernardo: "El que oye devotamente la Santa Misa, merece más que si se sacrificara haciendo una costosa peregrinación a Jerusalén y a todos los santos lugares y diese todos sus bienes a los pobres".

San Alberto Magno: "El que celebra o asiste a la Santa Misa y reflexiona sobre su valor infinito, y hace formal intención de dar con ella toda la gloria posible a Dios, merece más que si ayunara a pan y agua todo un año y que si se azotara hasta derramar toda la sangre de sus venas, o rezara trescientas veces el Salterio entero".

Siendo la Misa como es de valor infinito, bastaría una sola para reparar, con gran sobreabundancia, todos los pecados del mundo y liberar de sus penas a todas las almas del purgatorio. Sin embargo, este efecto infinito no se nos aplica en toda su plenitud, sino en grado limitado y finito, según las disposicio¬nes de nuestra alma. Está claro que no gana igual el que oye la Misa con tibieza y poca devoción que el que la oye con gran fervor y extraordinaria devoción.

No obstante, aun independientemente de nuestras disposiciones, la Misa como los demás Sacramentos, confieren la gracia ex opere operato, esto es, por su propia virtud intrínseca independientemente de las disposiciones del sujeto, con tal, naturalmente, que no ponga obstáculos a la gracia (cf. D 849-50).

Es de fe que el valor de una Misa es infinito; pero ese valor no se nos aplica a nosotros en su totalidad sino en cierta medida según nuestras disposiciones.

El mérito sobrenatural se valora, ante todo, por la virtud de la caridad. La intensidad del amor de Dios con que se realiza una acción determina el grado de su mérito.

Pero hay dos clases de mérito el de condigno, que se funda en razones de justicia, y el de congruo, que no se funda en razones de justicia ni tampoco en pura gratitud, sino en la liberalidad del que recompensa. Por tanto, dos acciones hechas con la misma intención y el mismo grado de caridad, aunque en justicia pueda parecer que deba corresponderías el mismo mérito, en la práctica podrá haber un mérito muy desigual, porque congruamente Dios haya querido recompensarla más.

Por eso, por la Misa, porque en ella se ofrece la Víctima más agradable a Dios, es por donde Dios nos concede mayores gracias.

¡Ojalá todos sepamos aprovecharlas!
2:38:00 a.m.

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